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o el Sermón de la Montaña. Durante algunos domingos, la iglesia, en su liturgia dominical, leerá los capítulos 5-7 de S. Mateo, poniendo, de paso, en un verdadero aprieto a los predicadores. En efecto, en la actualidad,  ningún texto de N. Testamento es tan discutido  como el S. de la M. Las dificultades no aparecen propiamente en el momento de captar el sentido inmediato del texto, que en general es claro y unívoco, sino cuando se pregunta si es posible vivir ese sentido tan evidente en el texto, cuando se discute lo que se ha llamado “realizabilidad” del S. de la M. Haga usted la experiencia: lea esos esos breves capítulos de  Mateo y, créalo, no se sentirá cómodo. Puede suceder que bamboleé toda su estructura existencial.

Obviamente, el tema es extremadamente amplio.   Quiero concretarme a un punto solo. Por lo general, cuando se habla del S. de la M., se privilegia el tema de la “no violencia”; así, Max Weber escribe que, basándose en el S. de la M., no se puede hacer una política ni construir una sociedad ya que hacer política es actuar de forma responsable a favor de los demás lo cual no es compatible con la renuncia a la violencia predicada por el S. de la M. Un policía, en el ejercicio de su función, “no puede poner la otra mejilla”. (Politik als Beruf).

Otra propuesta es que se tome en serio, de una vez por toda, el S. de la M. en todos los ámbitos sociales, y no solo en la vida privada, para que termine la separación entre religión y política. Por eso, tal postura exige una conversión radical del conjunto de la sociedad y define una política basada en el S. de la M. Franz Ald es el abandero de esta propuesta. (Die Politik der Bergpredigt). Ambas propuestas tienen aciertos y graves errors

Quiero atenerme a otra opción de lectura propuesta  Gerhard Lohfink, (Wem guilt die Predigt)  propone otro camino cuando en su obra busca responder a la pregunta sobre  los destinatarios del S. de la M. Esto es muy importante. ¿A quiénes se dirige, realmente, Jesús en su sermón? Solo respondiendo a esta pregunta podemos ir por buen camino en la interpretación.  El S. de la M., es un llamamiento a formar «Una sociedad contrastante», es  decir, una comunidad que no se amolda a los esquemas de este «mundo», que no se rige por los valores del orgullo y de la prepotencia, del éxito y del dinero, que aprenda a perdonar y no responde con la violencia al insulto o a la injusticia, que aprenda la reconciliación,  que quiere tener un corazón limpio. Comunidad que sabe confiar absolutamente en el amor providente y amoroso del Padre, que viste  las flores del campo y da de comer a los pajarillos. Que no vive angustiada “por el mañana”. Se trata, entonces, de una comunidad capaz de interpelar a los demás. Cuando los paganos veían a los primeros cristianos, admirados decían: «mirad cómo se aman». Eso es ser una comunidad contrastante. Esta “comunidad de contraste” ha de plantarse, sin más, ante el way of life  que nos describe Scorsese  en “Los lobos de Wall Street”.

Jesús entiende el pueblo de Dios, al que debe reunir y del que se formará posteriormente la iglesia, como una verdadera sociedad contrastante. Esto no es ni mucho menos sinónimo de Estado o Nación. Sí lo entiende Jesús como comunidad que constituye su propio ámbito de vida, como comunidad donde se vive y se convive de forma distinta de la que es habitual en el resto del mundo. En dicha comunidad no deben prevalecer las estructuras violentas de los poderes de este mundo, el dinero, el poder, sino la reconciliación y la hermandad. En cierta ocasión, hablando Jesús de las opresoras estructuras de poder de este mundo, dice a sus discípulos: “Entre ustedes que no sea así, el quiera ser el primero entre ustedes, que sea el servidor y el último”.  El ethos radical del S. de la M. no se dirige al individuo ni a la totalidad del mundo, sino a este pueblo de Dios configurado de una manera nueva, afirma Lohfink.

Más que en la no violencia, yo quisiera tener presente la invitación de Jesús a confiar sin reservas en el amor providente y amoroso del Padre. (Mt. 6,25-34). Lo que impera en nuestro mundo es una inseguridad globalizada ya que el modo de comportamiento de los demás es impredecible. Nos sentimos amenazados en todos los sentidos y ante éste hecho, tendemos a acumular en orden a nuestra seguridad. Precisamente por eso, cada miembro de la sociedad se ve obligado a acumular medios de poder a fin de prepararse para hacer frente a la amenaza potencial de sus rivales y tal dinámica confiere «un carácter espantosamente irracional a la totalidad del sistema social».  (H. Büchele). Podemos añadir que esta irracionalidad del conjunto de la sociedad lleva a una angustia profunda que genera nuevas concentraciones de poder. Nuestra sociedad está configurada, dicho en forma sencilla, por un «sálvese el que pueda».

Lo que se necesita no es una simple terapia superficial, sino otro cimiento de la sociedad completamente distinto. Es necesario una sociedad en la que no haya motivo para estar inseguro de cómo actuarán los otros, sino en la que sea posible confiar en los otros sin reserva alguna. Una sociedad de estas características, cimentada en la confianza, sería un tipo de sociedad distinto incluso en sus materiales más internos. Sería una sociedad de contraste. El leit motiv último del S. de la M. es el amor, incluso, a los enemigos.

La ideología del dinero.  Y nótese que hablo de ideología, es decir, no del dinero como una necesidad obvia, que no es mala en sí, sino el dinero cuando éste se convierte en religión, en el sentido último de la existencia del que queremos hacer depender “nuestra seguridad”. Es lo opuesto a al mensaje del S. de la M.

No está por demás que, quienes no sabemos ni “J” sobre el tema, nos aventuremos a escribir algo al respecto. Después de todo, el instinto elemental de sobrevivencia dicta la norma de acción: no puedo gastar más de lo que gano; esto por una parte, por otra, hay que evitar a toda costa que los peces más grandes se desayunen, coman y cenen  a los peces más pequeños. Esto resulta claro y simple a nivel de principio, pero advertirlo y llevarlo a cabo, es bastante complicado porque,  otras muchas fuerzas entran en el juego, y enturbian las aguas. Y, a aguas revueltas, ganancia de pescadores.

Entonces podemos pensar que el discurso o problema económico no es químicamente puro, sino que está vinculado a otras intenciones  y obedece, digámoslo así, a determinadas filosofías dominantes, es decir, a determinadas concepciones del hombre, de la vida y de las relaciones humanas; a determinada escala de valores.

De lo mucho que se ha hablado hasta ahora de la crisis económica, hay dos aspectos que resultan sorprendentes: el tratamiento de la economía como una ciencia pura que no admite discrepancias y su carácter aséptico, desvinculado de cualquier ideología. Lo cual es falso. Haber entendido la economía como ciencia absoluta nos ha llevado a la inestabilidad y contradicción imperantes en nuestro mundo. Danzando frenéticos en torno al becerro de oro, hemos perdido todos los otros puntos de referencia. Nunca antes tanta pobreza y tanta riqueza juntas; tanta capacidad de producción y tanta hambre, tanta capacidad de comunicación y tanto aislamiento y manipulación. Bástenos ver el mega show del super bowl, poderoso e invasivo mensaje del Imperio, fascinante presentación del feliz y despreocupado american way of life.

Pero no se trata solo de las asimetrías sociales; está en juego el hábitat planetario. Nos informan los medios  del desprendimiento de un iceberg del tamaño de alguna de las islas Canarias como resultado del calentamiento global. Este hecho, determinado por la acción del hombre que busca convertirlo todo en dinero, es también la causa de la furia destructiva de la naturaleza, tal como se ha dejado sentir  por todos los rumbos  del planeta. La cataratas del Niágara congeladas!

Cuando tocan el tema los que no son economistas, nos hablan de la ideología del dinero. Cayeron las ideologías. La caída del famoso muro de Berlín pareció que abría un camino libre para la voracidad. Mucha gente celebró el colapso del comunismo, incluyendo buena parte de sus partidarios, decepcionados por la deriva totalitaria del sistema. La única alternativa visible era, entonces, – así se creyó -, el capitalismo en su peor expresión. JP.II, en  Brasil, fue el primero en calificar de “caníbal” esa forma de capitalismo.

Dicha ideología se basa en la convicción de que todos somos rehenes de la cultura del dinero. (ver: El País. Jordi Muixí Rosset 14.03. 2012). Parece, entonces, como si todo lo que nos está pasando es irremediable, que nadie es responsable de nada, que nadie es dueño de su vida y que todos aceptamos resignadamente las consecuencias deshumanizadoras de una enfermedad que nos destruye como personas y como sociedad y que no somos capaces ni de reconocer. Es obvio que esta ideología se identifica más con cierta derecha aunque nadie me convencerá que a la izquierda, en el caso de que exista, no le gusta, igual,  el dinero y que no lo busque por todos los medios. Así, por ejemplo, por enésima ocasión, los senadores, sin rendir cuentas a nadie, se  han repartido 706 mdp; ahí se encuentra todo  el abanico de colores y sabores. Ante un panorama tan prometedor, qué mejor que fundar partidos.  (Diario. 04.02.14). Tan placentero es mecerse en esas lianas que los hay que llevan más de 20 años colgados en ellas sin haber ganado una elección. La estructura lo permite; pareciera diseñada ad hoc. Poderoso caballero es don dinero, pues.

El brazo de la ideología del dinero fue lo que dio en llamarse “los mercados”, que, a la postre, han ido dejando por el camino a millones de personas sin trabajo y sin futuro. Llegados a este punto se puede considerar que la raíz de nuestra situación actual obedece a una ideología de una sola idea, la del dinero. No es el capitalismo regulado, sino la forma más salvaje de capitalismo despojado de cualquier aspiración moral que solo responde a los intereses. Tal absolutización  se estructura en base a un mundo solo económico donde impera la asimetría social  y donde no importan la degradación humana ni ecológica. ¿No siente, usted, calosfríos, cuando se entera que están perforando los casquetes polares en busca de petróleo? Nuestro tumor fue un afán de lucro desmedido, que no se podía saciar con el trabajo, sino mediante el expolio de los bienes públicos.  Este frenesí no conoce límites; ni los demás seres humanos ni la preservación de la naturaleza, nuestro hábitat,  detienen la carrera suicida.

Tal es el mundo diseñado por el hombre en oposición a la propuesta del S. de la M. Dos mundos.

Leía este miércoles en El País una reseña de los “Lobos de Wall Street”. Ya me habían hablado del filme y del asco y repugnancia que provoca; pero un especialista en la materia lo describe así: “Aunque me agotaron esas tres horas desaforadas, mi impresión es que el registro responde a una expresa y vandálica voluntad del brillante Scorsese, que ha decidido que estas obscenidades llamadas ‘finanzas’ o ‘bolsa’ o ‘capitalismo financiero’ se merecen una protesta a su altura. Creo que el director ha hecho esta película como quien quema contenedores en la puerta del banco. Y ese sexo comprado, banal, otra vez compulsivo, expresa -solo con algo más de crudeza- este acelerado proceso de mercantilización de la vida entera, en las últimas décadas. Ya no hay escrúpulos para decir que los medicamentos se producen para blancos occidentales que pueden pagarlos, ¿por qué va a haber pudor en organizar orgías con chicas de diferentes honorarios, si las hay para todos los bolsillos? (Reseña de El País. 05.02.14). S. de la M., o los lobos de Wall Street, tal es la disyuntiva.

No sólo merecen una protesta a su altura, sino la condena más completa; el mensaje del S. de la M. constituye esa condena.