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La indiferencia

En el contexto septembrino, “el estado que guarda la nación” nos presenta cuadros poco tranquilizantes. A veces me inclino a pensar que los mexicanos no alcanzamos a ver claramente la situación de nuestra patria. Dejemos a los analistas que nos expliquen, no sé cómo, la situación financiera del país. Y a los analistas políticos, la inestabilidad, la corrupción y la impunidad.

El peso sigue en caída libre, publicaba El Economista esta semana. No necesitamos ser grandes analistas, egresados de alguna universidad americana, para darnos cuenta de lo que esto significa en la economía real, o más aún, y más sencillo, lo que significa para la familia juarense completar la canasta básica. México, en tal situación, vende barato y compra caro. (En lo que va del año, México ha exportado 800 mil tons. de aguacate). Los aumentos de los alimentos experimentan alzas enormes, no sólo por el dólar, también por el precio de los combustibles. Sabemos que más de la mitad de los mexicanos viven en nivel de pobreza, y de pobreza extrema muchos, sabemos de la corrupción, sabemos el impacto de los gasolinazos, el efecto que el encarecimiento del diésel y la electricidad tienen en el sector agropecuario. Todo eso lo sabemos hasta la saciedad y sabemos lo que mucha gente sufre. También sabemos cómo repercute el precio del dólar en la deuda pública. Y somos indiferentes.

También sabemos que los “recursos a los partidos son rubro intocable. En el 2017 tendrán montos similares al 2016, año en que se dio una partida extra por los comicios de la Asamblea Constituyente.

El gasto de los partidos es polémico y se eleva, lo que no han podido frenar las reformas electorales. Incluso en el Congreso se han contenido las propuestas legislativas que buscan reducir el financiamiento público de los institutos políticos por considerar que tienen “gastos absurdos”, como los destinados a la compra de cortaúñas, abrelatas o sandalias.

Para el 2017, el INE pretende destinar 4,138 millones 727,092 pesos a las prerrogativas de partidos políticos, fiscalización de sus recursos y administración de los tiempos del Estado en radio y televisión”. (El Economista). Y, o no lo sabemos, o no nos interesa. ¡Vaya austeridad oficial!

Y al lado de esto, El País, nos regala esta nota: “Agosto profundiza la ola de violencia que golpea México. El mes pasado se cometieron 2,147 homicidios en el país, la cifra más alta en lo que va del Gobierno de Enrique Peña Nieto”. 2,147, sin contar las fosas clandestinas ni desaparecidos. Desconozco las cifras de muertos en la guerra que libran EE.UU. y Rusia en Siria, pero no creo que alcancen tal cifra en el mismo tiempo. El País, con toda seguridad, nos va a dedicar artículos como el citado, denuncia y exigencia, debido al sádico y estúpido asesinato de la joven española secuestrada en CDMX.

Pero, este México, sin embargo se mueve. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cuánto más aguantará un pueblo hambriento y sediento de justicia, pero también de pan y de agua, de verdad, de honestidad? Se me traslapan en la mente las imágenes de Lula, Dilma y asociados; Lula, el gran encantador de serpientes, junto con otra gente de su partido y de su gabinete, están a punto de sentarse en el banquillo de los acusados. Igual, un robo estratosférico en la petrolera brasileira. Ambición desmedida, codicia, sed irrefrenable de dinero abundante y fácil por cualquier camino, he ahí la causa última. Las clases dirigentes, ¿se preocupan por la situación del país? No pocas veces ha sucedido en tales situaciones que, por querer quedarse con todo, por ser indiferentes, lo han perdido todo.

En el viejo e inamovible lenguaje de la iglesia, maestra en humanidad, este vicio se conoce como “pecado capital”, capital significa cabeza, racimo, de donde provienen muchísimos pecados más. El pecado capital es como una bomba de racimo, como una granada de fragmentación. Un pecado que nos lleva a muchos pecados más, necesariamente. Así de sencillo.

Inversión de los valores. Este domingo en toda la iglesia católica se lee un pasaje inquietante, difícil, sin cortapisas, que remite la causa, incluso, más allá de la muerte donde parece que por fin se colmará la sed de justicia. Un pasaje que advierte precisamente sobre la indiferencia.

Lc. 16,19-31 – La inversión de los valores – El evangelio de Lucas subraya con vigor el tema de la pobreza, y el episodio del mendigo Lázaro y del rico epulón es un ejemplo luminoso de ello. Al pobre y al rico les está reservada una suerte completamente contraria a aquella que habían tenido en la vida: Lázaro, ahora goza los bienes del cielo, el rico es atormentado en el infierno. Hay en este relato una radical inversión de los valores que sería el mensaje fundamental de las bienaventuranzas. O del Magníficat. Cuando Jesús proclama bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los mansos y los hace destinatarios privilegiados del anuncio de la Buena Noticia, expresa en términos inequívocos la inversión de los valores y de la mentalidad reinante y ello significa el inicio de un nuevo sistema relacional.

a.- Un abismo infranqueable. La muerte es el momento del juicio. Este juicio es definitivo y no hay posibilidad de apelación alguna…Pero este juicio no hace más que fijar, cambiándolas, lo que ha vivido el hombre durante su vida. Es el hombre quien decide su suerte final por la conducta durante el tiempo de su vida. Es el rico mismo quien, cerrándose a las pequeñas necesidades del pobre que yace a su puerta, se condena a ser excluido, sin recurso, de la misericordia de Dios. Rehusando franquear hoy el abismo que le separa de su hermano pobre, él se separa para siempre de aquel que él llama, demasiado tarde, su Padre Abraham.

b.- La preocupación por los hermanos. En el infierno, el rico pretende preocuparse de sus hermanos amenazados de sufrir la misma suerte que él enfrenta ahora. Él no piensa todavía en aquellos que son ricos y que cómo él no han tenido piedad de los pobres. No pide perdón a Lázaro, si no como siempre, no piensa más que en utilizar aquellos que puede para cualquier cosa en beneficio de su familia. El rico  va a Lázaro, de pronto, en un nivel superior,  pero sigue siendo un servidor, no ve al de hermano. Él que no trate al pobre como a su hermano, hijo de un mismo padre, que quiere que todos sus hijos tengan qué comer para vivir como hombres dignos y no como perros callejeros, no se conduce como hijo, porque no le permite a su hermano participar de la misma herencia.

c.- Ahora es el tiempo de la salvación. Es ahora cuando el rico debe comprender al pobre que grita de hambre, es ahora cuando es necesario escuchar la voz de Moisés y de los Profetas. El llanto del pobre y  la llamada de Moisés y los Profetas no hacen más que transmitirnos la voz del padre que convoca para una misma salvación a ricos y a pobres. Un mismo Don los hará vivir a los dos, al rico y al pobre, a uno por haber recibido la vida y al otro por haberla dado. Es ahora cuando el pueblo debe reconocer en la palabra de Jesús, que hoy proclama el Reino de Dios, la misma voz que en la Ley de Moisés y en el llamado de los Profetas, y que repite siempre la misma cosa, que Dios es Padre y que aquel que no reconoce en su prójimo a su propio hermano y le cierra su corazón, no es hijo de Abraham, no es hijo de Dios. Es ahora cuando la llamada de Jesús a Israel, al que Dios había escogido primero, que lo hizo rico por la ley, por la alianza y las promesas, debe ser escuchada por él, y aceptar compartir con el pobre, con aquellos de fuera, con sus hermanos nacidos después, con  todos los pueblos llegados de la gentilidad, las riquezas recibidas y  reconocer en todos los hombres hijos de un mismo Padre y hermanos suyos.

Una gota de agua. Lucas insiste en el peligro de la avaricia que termina haciéndonos indiferentes ante el sufrimiento del hermano. Debemos al gran escritor y pensador francés, católico de veras, León Bloy, esta hermosa página:

«Cuando está uno agobiado por el sufrimiento se aprecia mejor el más pequeño gesto, venga de quien venga, incluso de un animal. Las personas que sufren saben qué es lo realmente “precioso”… un vaso de agua tiene un valor tan grande que, cuando nos viene ofrecido por alguno que podría, incluso, hacer más, conserva todavía un valor inestimable. ¿No podrías darme una moneda de mínimo valor, que en este momento podría satisfacer todas mis necesidades? Detrás de aquél mostrador está una botella de vino de la cual me separa el grande abismo del que habla esta parábola. Te costaría menos que el vaso de agua, que la gota de agua en el dedo de Lázaro, que ha sufrido toda su vida para conquistar el derecho de rechazarlo. Pero tú no me la das; esta gota cuyo deseo exaspera mis viejos tormentos; no me la das porque estás saciado, harto, porque no has conocido jamás ni el hambre ni la sed. ¡Por esto nos encontramos, yo y tú, en los dos extremos del caos!»