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La Oración de Huerto. II

Por la cruz,

a la luz.

 

El tormento de un amor no correspondido. La segunda fuente del sufrimiento de Cristo en el Huerto, fue su viva y delicada conciencia. Juan destaca, al inicio del relato de la Última Cena,  que Jesús era plenamente conciente de lo que iba a suceder, (Jn. 13). Jesús sabía que su sacrificio sería  inútil para muchos que, concientemente, rechazarían su oferta  de salvación. Pero él lo hizo sólo por amor; amor a su Padre que veía,  igual, con inmenso amor al hombre caído. Amor por cada persona atrapada en el círculo vicioso del egoísmo. Jesús sabía que el pecado encierra al hombre en una profunda frustración existencial. Así, lo que cada corazón humano necesita, por sobre todas las cosas, – una íntima relación con Dios – resultaba imposible.

 

El ser humano fue creado para encontrar sentido y plenitud en esa relación, pero el pecado original deshizo esta posibilidad. Si Dios no renovaba su oferta de amistad y extendía la mano para curar los corazones mortalmente heridos por su complacencia en el mal, no habría esperanza. Cristo encarnó esta renovada oferta de amistad divina con la humanidad. Su mano podía curar porque ella no tuvo ningún contacto con el mal. Él hizo esto de forma intensa, conciente y movido por un amor personal a cada uno. Incluso, durante aquellas horas de agonía en el Huerto, muchos escritores espirituales están de acuerdo, Dios mostró a Jesús la multitud que a través de los siglos rechazarían su ofrecimiento y persistirían en su ilusoria autosuficiencia. Esta verdad  añadía el inconsolable dolor de un amor no correspondido, al sufrimiento cruel.

 

La descripción visual que la película hace de esta agonía es cautivadora, pero, en realidad, es solamente una muestra de los sufrimientos que realmente tuvieron lugar. La Biblia describe el sufrimiento de Cristo como “una tristeza mortal”. ¿Qué significa esto? ¿Cuál es ese sentimiento? ¿Con qué compararlo? Los artistas, incluidos los directores cinematográficos, sueles tener una sensibilidad muy desarrollada que potencia su propio sufrimiento y hace crecer su capacidad de empatía;  sin embargo, sus peores sufrimientos palidecen en comparación con lo que Cristo debió experimentar.

 

Conversación con el maligno. Si los elementos cósmicos aluden a la magnitud del combate que se está desarrollando, la segunda serie de imágenes, – la representación física de Satanás -, se concentra más en la dimensión personal de la batalla interior de Cristo: su enfrentamiento cara a cara con el demonio. En el  Edén, de acuerdo con la tradición judeocristiana, el demonio indujo a Adán y a Eva a la rebelión contra Dios, atrapándolos en una simple conversación. Sus palabras los hicieron dudar de la bondad de Dios, despertaron la envidia e hicieron que la salvación y la humilde obediencia al Creador, aparecieran como una esclavitud tiránica.

 

Los evangelios no  mencionan a Satanás presente en Getsemaní. Sin embargo, los escritores espirituales, siempre, han interpretado la Pasión de Cristo, según las palabras de Lucas: “pero esta es vuestra hora, y el dominio de las tinieblas”; de esta manera nos situamos ante  una clara referencia a la acción del diablo en el sufrimiento y la muerte del Salvador. La película toma este detalle y reconstruye imaginativamente lo que la estrategia del diablo buscaba en estas circunstancias.

 

Igual que en el Jardín del Edén el demonio había provocado una conversación, sembrando  duda y confusión, haciendo alusiones a la bondad de Dios y provocando cinismo y rebelión, ahora lo intenta de nuevo: «¿Realmente crees que un hombre puede cargar con el peso de todos los pecados?… ningún hombre puede pagar ese precio, te lo digo yo. Es muy pesado… ni ahora, ni nunca… ¿Quién es tu Padre? ¿Quién eres tu?». La duda, la sospecha, ¡que terribles! En otras palabras, se trata de desmoralizar a Jesús; todos esos sufrimientos, en realidad, no van a servir para nada. Es casual, no grotesca, la personificación del mal; otra táctica para comunicar que, la más grande batalla, estaba teniendo lugar.

 

Rechaza el primer ataque. Pero hay una gran diferencia entre lo sucedido en el Huerto y lo que sucedió en el Edén. Lo que pasó en el Edén no tiene lugar en Getsemaní. Aquí, Jesús no responde a Satán, no traba conversación con él. Él sabe que está allí y simplemente lo rechaza. De hecho, Jesús no se da cuenta de la presencia de Satán hasta el intempestivo movimiento cinematográfico, cuando Jesús aplasta la cabeza de la serpiente.

 

En lugar de jugar con la tentación, Jesús refuerza su esperanza. Él concentra todos los poderes de su alma para permanecer  firme, anclado en su fe en la bondad de Dios. Así puede resistir el primer embate del maligno y adherirse a la voluntad de su Padre: “Señor, tú eres mi refugio, yo me pongo bajo tu alas, yo pongo mi confianza en ti”, según rezan muchos salmos. La fe y la esperanza de Cristo le dan la victoria sobre el mal.

 

Benedict Fitzgerald, colaborador de Gibson, trae a cuento una antigua tradición cristiana que presenta a Cristo orando con los salmos, el libro de oración del antiguo Israel (todavía incluido en las Biblias cristianas y judías), a los que Cristo se abraza para la batalla final. En los salmos está toda nuestra vida hecha oración. Todas las fibras de su naturaleza repelen lo que el Padre le pide que haga (“Padre, si es posible, que pase de mi este cáliz”). Verdad, pero su amor, su fe, su confianza, su esperanza, permanecen firmes (“pero que se haga tu voluntad, no la mía”). Jesús se levanta victorioso del primer ataque. Su victoria se muestra gráficamente  cuando  se levanta, decidido y aplasta la cabeza de la serpiente, con un golpe firme de su pie. Llega al punto de  no retorno. Se cumple la profecía: «Uno de su descendencia, te aplastará la cabeza» (Gn. 3,14)

 

La fragilidad de la naturaleza humana.  La tercera causa del sufrimiento de Jesús fue la conciencia con la que  asumió su pasión, tal como nos queda reportado en Jn. 13. Jesús conocía de antemano, vívida e intensamente, lo que iba a suceder en las siguientes 12 horas: la humillación, la traición, el rechazo, la injusticia, la aflicción, los golpes, la flagelación, la tortura, la burla, la crucifixión, y la muerte.

 

Esta tercera causa, parecería casi sin consecuencias, algo menor. Sin embargo, Jesús era realmente un hombre, un hombre en sus treinta años, en la plenitud  de la vida. Lejos el intento de amortiguar el indescriptible dolor y la ansiedad que cualquier hombre puede sentir ante el dolor del fracaso (naturalmente hablando, la pasión y muerte de Jesús fueron un fracaso), su divinidad sólo aumentó esta percepción. Su humanidad era perfecta y, por lo tanto, plenamente sensitiva.

 

Precisamente por esta tercera razón, mucha gente cree que el combate en Getsemaní fue algo fácil para Jesús. Después de todo, él era el Hijo de Dios; no era débil ni ignorante ni egoísta como el común de los mortales.  Sabía que su sufrimiento duraría solamente un rato, y después,  se levantaría de la muerte y reinaría para siempre. Cierto, la mente humana tiene dificultad para comprender exactamente como el Hijo de Dios pudo combinar sus especiales prerrogativas divinas con una auténtica experiencia de la absoluta miseria humana, es claro que él lo hizo; los escritores de los evangelios usan las palabras más fuertes para describir esta experiencia. La película sigue este camino. Todo elemento en  la escenografía está orquestado para comunicar la tensión de la agonía mortal. A Cristo le es dada una plena conciencia de lo que tiene que enfrentar, por qué, y para quiénes; Cristo ve las victorias y las derrotas; él ve el drama completo; él ve la eternidad.

 

Aceptación libre. Una última consideración acerca  del sufrimiento de Cristo, aquella que lo une indudablemente a su amor, con frecuencia, no se tiene presente: Jesús tenía el poder para detener sus sufrimientos en cualquier momento. Como Hijo de Dios, él podía haber llamado legiones de ángeles en su defensa (cf. Mt 26,53-54), pero no lo hizo. Fue hasta el final. De hecho, con la aceptación voluntaria de  de sus sufrimientos, demuestra que hay una razón poderosa. Si él sufrió tan intensa y  ampliamente, fue sólo porque él amó con la misma intensidad y amplitud. Por eso,  «en su llagas hemos sido curados»

 

Si Cristo no hubiera sufrido realmente, en una manera tan terrible, en todas las formas, entonces él no habría sido el  salvador. Solamente porque él caminó por el valle tenebroso, donde la oveja perdida estaba escondida y paralizada por la desesperanza, pudo ser el Buen Pastor de la caída raza humana. El N.T. describe esta misteriosa realidad en la Carta a los Hebreos, en un pasaje que se refiere especialmente al combate de Cristo en Getsemaní: “El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (Heb 5,7).

 

Getsemaní: el microcosmos de la Pasión. En cierto sentido, el resto de la pasión de Cristo, simplemente desarrolla lo que ya había sucedido en Getsemaní. Las diferentes formas de sufrimiento externo que acompañan el resto de su pasión, ilustran la profunda agonía de Jesús en el Huerto. El los enfrenta, dominando completamente la resistencia instintiva de su naturaleza humana (“haz que este cáliz pase de mí sin que yo lo beba”), sus acciones,  reiteran, una y otra vez,  las palabras con las que había orado en el Huerto, “yo pongo mi confianza en ti, … Padre que se haga tu voluntad, no la mía”.

 

¿Porqué tanto sufrimiento? Él fue el precio que el amor tuvo que pagar por nuestro rescate, para trasladarnos “de la muerte a la vida”. Solamente una heroica obediencia podía romper el nudo trenzado por la trágica y orgullosa desobediencia de Adán. Romper este nudo es  lo que hace la Pasión de Cristo, desde el combate en el monte de los Olivos, hasta su muerte en la Cruz. Solamente a la luz de esta dimensión cósmica se puede entender por qué la película se concentra en la fe, la esperanza, el amor, y el perdón. Fe en la bondad de Dios; esperanza en la posibilidad de encontrar significado en el sufrimiento; amor que derrota la muerte y al mal; y perdón que brota de los sufrimientos que Jesús enfrenta. Se trata de la única fuente de la paz en un mundo destrozado por la violencia del pecado.

 

Los Ángeles. El N.T. añade un curioso elemento a la profunda agonía de Getsemaní. El evangelio de Lucas refiere cómo en medio de la agonía “se le apareció  un ángel del cielo que le daba fuerzas” (Lc 22,43). Jesús simplemente no puede sólo; el apoyo divino parecía agotado, y su vulnerabilidad humana estaba tensionada hasta el punto de fractura. Él lo sabía, y él le pidió a Pedro, a Santiago y a Juan, que estuvieran cerca y lo ayudaran para velar con él mientras oraba y luchaba. Pero lo dejaron sólo. Ellos no pudieron velar, los cuatro evangelios recuerdan este punto trágico. Así pues, Dios envió un ángel para confortarlo.

 

En el file no aparecen los Ángeles. En este caso, como en otros muchos, la opción refleja una sutil prudencia cinematográfica. Porque el común de los mortales no ha visto a los ángeles, resulta muy difícil hacerlos aparecer como una realidad. La realidad y la credibilidad eran absolutamente esenciales. Una antigua creencia cristiana explica exactamente como el Ángel conforta a Jesús en ese momento crítico. Jesús ve en aquél momento no solamente a todos aquellos que habrían de rechazar su oferta de salvación, sino también a aquellos que lo aceptarían y que corresponderían a su amor con amor. Los cristianos creen que en  la agonía  estaba  el pecado de todos, atormentando al Señor; pero, los pecadores arrepentidos también estaban, ahí confortando a Cristo, con sus acciones y esfuerzos de fidelidad.

 

Conclusión. La Pasión de Cristo es  un modelo de vida cristiana propuesto a todos para seguirlo. Los cristianos saben que Cristo no salva al mundo eliminando al mal, el pecado, el sufrimiento (Basta ver los noticieros diarios). Más bien, él conquista desde dentro; él ama  y confía, espera y cree a pesar de todo. La amistad con Cristo hace que el corazón humano regrese a la fuente de la gracia divina y que puede ayudar a todos a hacer lo mismo. Él hace posible que los individuos crezcan espiritual y moralmente, de tal manera que  puedan extender la conquista de Cristo a toda su vida.  La destructiva desobediencia humana y el pecado, tanto a escala personal como social, puede ser revertido sólo como Cristo revirtió la desobediencia de Adán (cf. Rom.5,19). Ésta es la razón por la que, la quintaesencia de la oración cristiana, el Padre Nuestro, que él nos enseñó, resuena en la oración pronunciada por Cristo en el momento más intenso de su batalla contra el mal: “que venga tu Reino, que tu voluntad sea hecha, en el cielo como en la tierra”. ¡Líbranos del Mal!