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A.- El 22 de los corrientes, papa Francisco dirigió su saludo navideño, gesto habitual del papa en turno, a los mandos vaticanos. Solo que ahora no fue un discurso elegante y cómodo que contempla las ideas propias del tiempo y los sucesos dominantes del mundo, más bien fue llamada a un “examen de conciencia”, a dirigir la mirada hacia adentro por aquello de que “en todas partes se cuecen habas, y en mi casa a calderadas”. En contraste con el tono fino, delicado, elegante, cuidado y evasivo de la dudosa diplomacia vaticana, el lenguaje del papa fue “rasposo”, duro, directo aunque con “paternal franqueza”, dice la nota vaticana.

Jesuita al fin, no ha hecho más que aplicar la espiritualidad de Ignacio de Loyola en cuyo entro está el examen de conciencia, no como un inútil atormentarse, sino como oración que nos ayude a encontrar a Dios en nuestra vida cotidiana y responder de manera más generosa a sus dones y bendiciones. En el centro de los Ejercicios, S. Ignacio pone el examen de conciencia para quitar todos los afectos desordenados y, así, hallar la voluntad de Dios. Y lo que papa Francisco ha dicho al staff vaticano vale para todos, de manera especial para quienes tienen cargos de responsabilidad públicos, políticos, religiosos o empresariales. Examen de conciencia o revisión del alma para rendir el juicio.

B.- Llegamos al final del año. Y siempre, al final de una etapa, se impone la necesidad del examen, sí, del examen de conciencia. Y qué consolador resulta saber el tema de ese examen final: «En el atardecer de la vida seremos juzgados según nuestro amor», (San J. de la Cruz). Luego, no se nos preguntará sobre lo que hayamos hecho o dejado de hacer; se nos preguntará sobre el amor. Ese será el tema del juicio.

Así, pues, el tema sobre el que debemos preguntarnos ya, desde ahora, es sobre nuestra vida de amor, o sobre el amor en nuestra vida. ¿Marca el amor nuestra vida? ¿No está marcada, más bien, por la ambición, el egoísmo, el goce egoísta de la vida, sin ninguna referencia al prójimo y cerrada a la trascendencia? ¿No será el amor lo que nuestra cultura ha aniquilado?

Pero ello no puede ser detectado fácilmente; proyectamos, como mecanismo de defensa, la desazón y el hastío de nuestra vida, hacia otro punto y nos zafamos de la responsabilidad. La posible culpa siempre la tiene otro. El abundante mundo de la noticia nos ayuda a este fin porque nos distrae, nos obliga a pensar en los otros como los culpables de tanto mal. Hemos tenido un año socialmente convulso y difícil, decimos. ¡Cuántas cosas han sucedido y nos han impactado!; los “tiempos son malos”, concluimos. No debe extrañarnos; ya S. Pablo advertía a una de sus comunidades eso, que los tiempos que corren son malos.

Sí, en efecto, existen momentos en la historia en los cuales el mal adquiere gran fuerza organizativa; adquiere una capacidad extraordinaria de acción, casi personificada. (El crimen organizado, por ejemplo). Ello está previsto en el Apocalipsis. Pero no debemos llamarnos a engaño; el mal que existe en el mundo es el mal que hemos hecho y hacemos nosotros, es el mal que hace el hombre. Me permito citar de nuevo a S. Agustín: «!Los tiempos son malos! ¡Los tiempos se han vuelto angustiosos! Es lo que dicen los hombres. Pero, es que nosotros somos nuestro tiempo. Vivamos bien (moralmente), y nuestro tiempo será bueno. Como seamos nosotros, así será nuestro tiempo». Lleve esta intuición genial al nivel que quiera, amable lector, desde Ayotzinapa y su manejo mediático hasta el núcleo de la familia que se resquebraja porque los esposos-padres han dejado de serlo, con todos los efectos colaterales. El tiempo, ese tiempo que juzgamos adverso y problemático, somos nosotros. Para comprender esta verdad se requiere el don de la Sabiduría. Y, “a nuestro mundo le falta Sabiduría” (Pablo VI). Necesitamos, pues, un trabajo de discernimiento para descubrir lo que yo tengo que ver en ello. Necesitamos el examen de conciencia.

Entonces debemos dejar de lado los precios del petróleo, la bolsa de valores y el enmarañado mundo de la política, de la violencia, y centrarnos en nosotros mismos. Después de todo, cuando la vida se vuelve insípida, cuando nos sentimos atrapados y rebasados por la adversidad, cuando estamos ante la muerte propia o la de aquellos que amamos, cuando la vejez se nos viene encima, cuando no nos queda más remedio que enfrentarnos a nosotros mismos, cuando el último sol comienza a declinar, ¿en qué me ayudan todas esas cosas en las que gasto mi vida, todas esas fuerzas a las que consagro mi esfuerzo?

Nuestra vida avanza inexorablemente a su fin. No sabemos a ciencia cierta, ni cuándo ni cómo. Ahora el mundo y nosotros, somos un año más viejos. Necesitamos ver la pista de aterrizaje a la manera del avión que comienza el descenso. ¿Cómo ha sido nuestra vida hasta ahora? ¿Con qué combustible espiritual la he ido llevando adelante? ¿No hay algo que deba ser cambiado, corregido? ¿Cómo ha de ser de ahora en adelante? ¿Igual? Preguntas sencillas en apariencia, pero de gran calado, en realidad. Preguntas de cuya respuesta depende que la vida merezca ser vivida. Para responder a tales preguntas es necesario el examen de conciencia, es decir, un examen de mi yo más profundo, ahí donde yo soy yo; ahí, donde solo Dios puede entrar y nadie más.

El examen de conciencia es el examen de nuestra alma, es decir, de nuestro ser en relación. El examen es el discernimiento personal del estado de una relación. Solo los animalitos quedan exentos. Es, entonces, una mirada a nuestro yo en relación. Una mirada sobre nosotros mismos. Simone Weil, esa extraordinaria mujer, burguesa y filósofa, que abandonó todo para sufrir el sufrimiento de los obreros, pudo escribir: “Un cuarto de hora de atención es mejor que una inmensidad de obras buenas. Cada vez que enfocamos realmente nuestra atención destruimos la maldad en nosotros”. Una mirada atenta sobre nosotros mismos para descubrir la relación entre nuestros sentimientos y las reacciones correspondientes. No sé cuál de nuestros santos establece un test sencillo pero más que suficiente para medir nuestra relación con Dios, que es la relación que funda todas las demás relaciones: «¿Qué te alegra?; ¿qué te entristece?; ¿qué te preocupa?». Si Dios no aparece en ninguna de las posibles respuestas, preocúpate, vas por la libre y bajo tu responsabilidad estricta. Hace más de 2500 años, el profeta Jeremías, decía: «!Ay del solo, porque si cae no hay quien lo levante!».

La tentación de Ben Franklin. Jim Manney, empresario norteamericano, habla de su experiencia religiosa que parte del examen de conciencia. Hablando de la tentación de Ben Franklin, escribe: “Caí fácilmente en la actitud egoísta del «hágalo usted mismo», una especie de autoayuda de B. Franklin”. Surge un problema; lo puedo resolver. Surge algún embrollo imprevisto, lo puedo arreglar. ¿Se frustran los planes? Puedo salir adelante por mi cuenta. Esta actitud provoca diversas dificultades en la vida. Resulta totalmente tóxica cuando se aplica a los temas espirituales. Convierte la vida espiritual en un programa de autoayda. No cabe duda, hay que poner la psicología en su lugar.

Los cristianos antiguos tenían un nombre para la espiritualidad del «hágalo usted mismo»; pelagianismo la llamaban debido a Pelagio, nombre de un hereje del s. IV según el cual, la salvación se lograba mediante el esfuerzo humano, sin necesidad de Dios, ni Cristo o de la gracia. En su tiempo, Pelagio tuvo muchos seguidores y sus ideas son vigentes aunque no conozcamos al tal Pelagio. S. Agustín batió sus mejores armas contra él.

La idea de que nosotros mismos podemos llevar nuestra vida por el camino del éxito es algo muy común en la cultura occidental, lo que podríamos llamar programación de fábrica. El examen de conciencia nos ayuda a combatir esta mentalidad cuando nos muestra la bondad del agradecimiento y la gratitud  que nos libran de morir aplastados por nuestros logros. Descubrimos a Dios como la fuente de todo bien, como origen, camino y meta de nuestra vida; que nos baña con sus dones: el don de la vida, de la familia, de los amigos, del trabajo productivo. Incluso, el ser agradecidos es don suyo. Al recordarme que no soy Dios, el examen destruye la ilusión de que el mundo gira alrededor de mí.

C.- El papa Francisco, pues, nos da materia para un examen de conciencia de fin de año y, por ello, la posibilidad de corregir lo que haya que corregir. “Enfermedades del alma” o “tentaciones”, son realidades tóxicas en nuestro sistema de relación. Te dejo con las 15 tentaciones según papa Francisco:

1 – ‘La enfermedad de sentirse inmortal, inmune o incluso indispensable, dejando de lado los controles necesarios y normales. Una Curia que no es autocrítica, que no se actualiza, que no intenta mejorarse es un cuerpo enfermo…

2- La enfermedad de “martalismo” (Marta), de la excesiva laboriosidad: es decir, de aquellos que están inmersos en el trabajo, dejando de lado, inevitablemente, ”la mejor parte”: Sentarse a los pies de Jesús.

3- La enfermedad del endurecimiento mental y espiritual: “Es la de los que, a lo largo del camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia y se esconden bajo los papeles convirtiéndose en ‘máquinas de trabajo’ y no en “hombres de Dios”… “Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para poder llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran. Es la enfermedad de los que pierden ‘los sentimientos de Jesús”.

4 – Planificar como contador. “La enfermedad de la planificación excesiva y el funcionalismo: Es cuando el apóstol planifica todo minuciosamente y cree que haciendo así, las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose en un contador o contable…Se cae en esta enfermedad porque siempre es más fácil y cómodo quedarse en la propia posición estática e inmutable.

6 – “La enfermedad de Alzheimer espiritual: Es decir, la de olvidar la ‘historia de la salvación’ la historia (de amor) personal con el Señor, el ‘primer amor’. Es una disminución progresiva de las facultades espirituales..

7 – “La enfermedad de la rivalidad y la vanagloria: Pasa cuando la apariencia, los colores de las ropas y las insignias de honor se convierten en el principal objetivo de la vida… Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir una mística falsa y un falso quietismo.

8 – “La enfermedad de la esquizofrenia existencial: Es la enfermedad de los que viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica de los mediocres y del progresivo vacío espiritual que ni grados ni títulos académicos pueden llenar. Se crean así su propio mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta”.

9 – ”La enfermedad de las habladurías, de la murmuración, del cotilleo: Es una enfermedad grave que comienza con facilidad, tal vez sólo para charlar, pero que se apodera de la persona convirtiéndola en sembradora de cizaña (como Satanás), y en muchos casos en asesino a sangre fría’ de la fama de sus colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas cobardes que por no tener valor de hablar a la cara, hablan a las espaldas.

10 – “La enfermedad de divinizar a los jefes: Es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, con la esperanza de conseguir su benevolencia. Son víctimas del arribismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios. Son personas que viven el servicio pensando sólo en lo que tienen que conseguir y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal”.

11 – “La enfermedad de la indiferencia hacia los demás: Es cuando todo el mundo piensa sólo en sí mismo y pierde la sinceridad y la calidez de las relaciones humanas.

12 – La enfermedad de la cara de funeral: Es decir, la de las personas rudas y sombrías, que consideren que para ser serios hace falta pintarse la cara de melancolía, de severidad y tratar a los demás –especialmente a aquellos considerados inferiores– con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo los síntomas del miedo y la inseguridad en sí mismo”.

13 – “La enfermedad de la acumulación: Cuando el apóstol busca llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino simplemente para sentirse seguro… La acumulación solamente pesa y ralentiza el camino inexorablemente”.

14 – “La enfermedad de los círculos cerrados: Donde la pertenencia al grupo se vuelve más fuerte que la del Cuerpo y, en algunas situaciones que la de Cristo mismo.

15 – “La enfermedad de la ganancia mundana, del lucimiento: Cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para conseguir beneficios mundanos o más poderes. Es la enfermedad de la gente que busca insaciablemente multiplicar su poder y para ello son capaces de calumniar, difamar y desacreditar a los demás, incluso en periódicos y revistas. Naturalmente para lucirse y demostrarse más capaces que los otros”.

¡Uffff! ¡Vaya radiografía espiritual!

Luego, al final, dijo: ”Una vez leí que “los sacerdotes son como los aviones, son noticia sólo cuando se caen, pero hay tantos que vuelan. Muchos los critican y pocos rezan por ellos”. Es una frase muy simpática, pero también muy cierta, ya que describe la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal y cuánto daño puede causar un sacerdote que “cae” a todo el cuerpo de la Iglesia”.