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Razón tenía Ortega y Gasset cuando decía que el hombre es un ser en circunstancia. Cierta es su famosa frase: “Yo soy yo y mi circunstancia. O domino mi circunstancia o ésta acabará destruyéndome”. Obvio, se refiere a una circunstancia adversa en cuanto a mi desarrollo humano. El problema se agudiza al extremo, al momento de definir y captar la peculiaridad de “mi circunstancia”, y, más aún, al momento de encontrar los medios para sobreponerme a ella y evitar mi destrucción.

Así pues, la frase es muy cierta, pero al intentar darle concreción vital, – y él, que era un vitalista -, nos resulta especialmente difícil. No es un juego de palabras; esta teoría podemos verificarla en la situación que vivimos los juarenses atrapados en una circunstancia del todo especial, cuyos efectos percibimos en todos los niveles del ser, físicamente, espiritualmente, ambientalmente, económicamente, humanamente. Pero ¿de dónde llega esta crisis? ¿Cómo se genera? ¿Cuáles son sus raíces profundas? ¿De dónde se nutre? ¿Cómo superarla? Sentimos todos lo anómalo de las circunstancias, pero no hemos logrado identificar su peculiaridad, su naturaleza. Esto hace de nosotros una entidad social desconcertada, perdida, incapaz, por lo tanto, de encontrar una salida a esta circunstancia. O dominamos la circunstancia, o ésta acabará destruyéndonos. La urgencia se impone, pero encontrar la salida correcta se nos está tornando imposible. Luego, parece que la circunstancia acabará destruyéndonos. Aunque nadie quiere entenderlo, estamos en una guerra en la que no habrá ganadores.

Se trata de identificar una enfermedad rara que nos ha paralizado, al menos en parte, pero no hemos logrado precisar la naturaleza del mal, a la manera de un grupo médico que no acierta en el diagnóstico. Es como la situación que vivieron los europeos afectados por “la peste”: todo era devastación y muerte, al grado de despoblar todo un Continente, pero nadie sabía cómo atajar el mal. El mal y su origen eran completamente desconocidos y los remedios aplicados, incluyendo las penitencias y oraciones, resultaban prácticamente inútiles. Y a la distancia de siglos uno puede pensar con cierta arrogancia: ¡y pensar que se trataba de tristes pulgas trasmisoras! ¿No estaremos en la misma circunstancia? ¿No estará demasiado a la vista el origen y la causa del mal que nos atenaza? ¿No habremos cerrado los ojos para no ver y tapado los oídos para no escuchar?

Bien podemos decir que, ahora, “la peste” que aniquila la humanidad, según lo intuyó Camus, es “la desnudez espiritual del hombre contemporáneo”. “Si este mundo, escribe Camus, no tiene un sentido superior, si el hombre no tiene más que al hombre como fiador, basta con que un hombre suprima a un solo ser de la sociedad de los vivos para quedar excluido él mismo. Cuando Caín mata a Abel, huye a los desiertos. Y si los criminales son multitud, la multitud vive en el desierto y en esa otra especie de soledad que se llama la promiscuidad”.  Y qué mayor promiscuidad que recién nacidos tirados a la basura, que la cantidad de muertos regados por la ciudad con las expresiones más deprimentes de este proceso de deshumanización, que es nuestra circunstancia. Bebés, niños, mujeres, jóvenes, viejos, nadie escapa al sin sentido cruel de nuestra circunstancia. Entrar a las casas para asesinar; pareciera de guerra total.

Teniendo ante sus ojos la Europa devastada por las guerras, escribía estas palabras, extrañas en él: “lejos de esa fuente de la vida, en todo caso, Europa y la revolución se consuman en una convulsión espectacular. En el siglo XIX, el hombre derriba las coacciones religiosas. Sin embargo, apenas libre, se inventa de nuevo otras, e intolerables. La virtud muere, pero renace más dura aún. Grita a todo el mundo la necesidad de una estrepitosa caridad, y ese amor a lo remoto que hace una irrisión del humanismo contemporáneo. En tal punto de fijeza, sólo puede causar estragos. Llega un día en que ese humanismo se agria, se convierte en acción policíaca, y, para la salvación del hombre, se alzan enormes piras”. Y concluye: “en la cumbre de la tragedia contemporánea, entramos entonces en la familiaridad del crimen”. A veces me parece que Camus refleja, igual que Nietzsche, la nostalgia de los que ven la fe y no logran llegar a ella.

Como quiera que sea, nosotros en nuestra Ciudad, en México, vivimos una situación inédita, donde se experimenta un vacío. Y la naturaleza no tolera los vacíos. Vacío existencial, vacío de poder, vacío en el alma, y vacío en los estómagos. O sea, el caos.

Pero el recurso que hemos privilegiado ahora es el recurso a su graciosa majestad la opinión pública, ahora en forma consultas amañadas. Ya Nietzsche había visto a la opinión pública como la fuente del poder y por ello hablaba de la democracia como de la dictadura de la estupidez. Tenemos que enfrentar el mal y tenemos que hacerlo desde el poder. Pero el poder tenemos que fundamentarlo. Y volvemos a Ortega.

Napoleón dirigió a España una agresión, sostuvo esta agresión durante algún tiempo, pero no ejerció el mando ni un solo día en España. Y precisamente porque tenía sólo eso, la fuerza. Conviene distinguir entre un hecho o proceso de agresión y una situación de mando. El mando es el ejercicio normal de la autoridad. Y el mando se funda siempre en la opinión pública. Jamás ha mandado nadie en la tierra nutriendo su mando esencialmente de otra cosa que no sea la opinión pública. Napoleón decía que el poder es percepción. Esta es una verdad tan grande, dice Ortega, que hasta quien pretende gobernar con los jenízaros depende de la opinión de éstos y de la que tengan sobre éstos los demás habitantes.

Y la verdad de las cosas es que no se puede mandar con los jenízaros. Con estos se puede disuadir, reprimir, golpear, agredir, forzar, pero nunca ejercer un mando creativo. Es preocupante que carezcamos de cultura histórica. (Hoy estamos en shock por esa carencia). Talleyrant decía a Napoleón: «con las bayonetas, sire, se puede hacer todo menos una cosa: sentarse en ellas». Nadie puede asentar el mando de una forma creativa y duradera sobre las bayonetas. Y esto porque mandar no es gesto de arrebatar el poder sino tranquilo ejercicio del poder. Dice Ortega: “en suma, mandar es sentarse. Trono, silla, curul, poltrona ministerial, sede, cátedra, todos son asiento. Contra lo que una óptica inocente y folletinesca supone, el mando no es tanto cuestión de puños como de posaderas. El estado es, en definitiva, el estado de la opinión: una situación de equilibrio, de estática”. Menos mañaneras y más posaderas.

Lo que sucede a veces es que la opinión pública no existe. Una sociedad dividida en grupos discrepantes, cuya fuerza de opinión queda recíprocamente anulada, no da lugar a que se construya un mando. Y como a la naturaleza le horripila el vacío, ese hueco que deja la fuerza ausente de opinión pública se llena con la fuerza bruta. O de mañaneras. A lo sumo, pues, se adelanta ésta como un sustituto de aquella. Nuestras policías cada sexenio cambian de nombre, pero no de hombres; el pueblo sabio dice: es la misma gata no más revolcada en harina. Luego dominar “nuestra circunstancia” para que no nos destruya resulta muy difícil.

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El lunes por la tarde, al ver en El País que el presidente pide cuentas a España y al Papa, simplemente creí que era una broma. No; era una bomba de profundidad que pone al presidente en pésima situación, mínimo ignorancia. No hace falta argumentar desde la Historia; los que saben los están haciendo en forma demoledora. Vergüenza, ridículo y tristeza porque me duele todo lo que se le ha dicho al presidente. Pero ¿qué necesidad?, diría Juanga.  

Osorio Chong dijo que el presidente debe ser sometido a exámenes médicos más rigurosos. Vargas Llosa dijo: ““El presidente de México se equivocó de destinatario”. “Tendría que habérsela enviado a sí mismo y responder por qué México, que se incorporó al mundo occidental hace 500 años y desde hace 200 disfruta de plena soberanía como país independiente, tiene todavía a tantos millones de indios marginados, pobres, ignorantes y explotados”. Ni España era lo que es ahora ni México existía en s. XVI.

Ahora venimos a saber que ha sido Beatriz Gutiérrez M. la de la idea y que están esperando turno ¡Francia, Austria y EE. UU! Si la señora tiene sus gustos discútalos en un symposium de historiadores, pero no compro-meta a “México” y su política internacional en el enjuague. Si nos devuelve Trump, Texas, ¿qué vamos a hacer? ¿Nombrar a Monreal de Gobernador? Hace más de medio siglo nos devolvieron el Chamisal y todavía no sabemos qué hacer con los hoyos. (los del chamisal). España debe pedirnos perdón por enviarnos obscenidades como Taibo Mahojo y nosotros por ponerle salchicha a la paella. Pura chacota. Este jueves es aniversario de la reanudación de las relaciones diplomáticas, (de las otras ya teníamos) entre México y España y con lo que salimos. 

Lea, El País, viernes 29: ¿Disculpas? ¿A quién? de F. Martín M.