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Los motivos de Judas

Mientras Jesus sudaba sangre en Getsemaní, sus enemigos arreglaban su arresto. Judas, el traidor, acepta el pago de su traición y guía a los captores donde su Maestro. El filme de Gibson logra una de las mejores escenas.

¿Por qué Judas traicionó a Jesús? Los evangelios tratan discretamente estos mmotivos; el IV evangelio, solo alude a la codicia de Judas. Una semana antes de la Pasión, Jesús estaba de visita con una familia cerca de Jerusalén, y durante la comida una mujer ungió sus pies con un expansivo y aromático ungüento. Judas se molestó por la extravagancia de este gesto, “¿por qué razón no se ha vendido este perfume en 300 denarios, (el equivalente a un año de salario), y no se ha dado el dinero a los pobres” Juan agrega este comentario: “Dijo esto no  porque le importaran los pobres, sino porque era un ladrón y, como tenía la  bolsa, cogía de lo que echaban”. (Jn. 12,5-6)

Una visión más espiritual ve la codicia de Judas como el síntoma de algo más profundo. Él, como otros muchos de sus contemporáneos (y otros Apóstoles), veían al Salvador prometido como quien restablecería la gloria terrena del Reino de David, haciendo de Israel una potencia política reconocida internacionalmente. Jesús habló frecuentemente de la venida de su Reino lo cual podía ser entendido como el regreso del antiguo esplendor. Siendo un miembro del círculo íntimo de Jesús, esta posibilidad resultaba atractiva y real para Judas. Judas creyó ver más rápido que los otros apóstoles que Jesús tenía algo más en mente. Cuando oyó hablar a Jesús del “Reino”, Judas pensó en un reino “de este mundo”. Judas intentó un juego político de alto riesgo que ponía en claro que no habían entendido al Maestro. Si Jesús salía victorioso del conflicto, él podía conseguir el perdón; si Jesús perdía, quedaba de lado de los vencedores.

El Judas real. Resulta fácil descalificar a Judas como alguien completamente malo, como el paradigma absoluto de la corrupción. Pero, en realidad, todo tenemos que enfrentar, disyuntivas en la vida; se trata de una opción real, y Judas era una persona muy real. (La vida misma es una disyuntiva). Muchas veces no es tan clara la dimensión religiosa de una opción; así, por ejemplo, cuando la conciencia de uno aconseja resistir al placer fácil o al éxito brillante.  Pero hay también un impulso que aconseja la fidelidad a las cosas que realmente importan, las cosas que duran: la amistad, la familia, la fe, la justicia. Con frecuencia, la opción parece vulgar, insignificante, mientras que para Judas fue algo dramático, de enorme alcance, al menos visto a toro pasado. Por estas razones, considerar a Judas como el paradigma de la corrupción, puede ser una táctica astuta para engañarnos a nosotros mismos, quitando peso de las decisiones morales que tenemos que hacer todos los días y tranquilizar nuestra conciencia.

El film de Gibson opta por un Judas diferente. Incluso cuando aparece ante los líderes de Jerusalén para cerrar el trato despreciable, aparece inseguro de él mismo y visiblemente ansioso. Los sacerdotes judíos, Caifás y Anás, no le muestran ninguna compasión; ellos solo quieren tener a Jesús en sus manos, aunque reconocen que la traición de Judas es un hecho poco honorable. Consumada la traición, el traidor estorba. Ellos no dan el dinero en la mano a Judas; se lo tiran como el hueso a un perro. Un movimiento lento de la cámara capta en el aire las monedas de plata, símbolo de todo el glamur mundano, el placer, y la influencia que el dinero hace posible; las monedas que se estrellan contra Judas, que no puede agarrarlas, como acosado por ellas, manifiestan, tanto la atracción de la gloria terrena como su insustancialidad. Las monedas brillan, pero son frías, duras: se oye el golpe del metal rebotando en las piedras del piso y desparramarse por el suelo. Cuando Judas se precipita a juntar las monedas, se hacen evidentes su ambición y su ansiedad. Pero también su inseguridad. Al ser rodeado por los guardias, Judas se detiene momentáneamente y los mira preocupado, es la imagen perfecta del remordimiento de conciencia. Él no es un arquetipo del mal, es exactamente como usted y como yo.

Judas es un personaje complejo. Por una parte, reconoce que Jesús está allí por una confrontación con los líderes políticos y religiosos de Israel, una confrontación que puede ganar o perder. Pero Judas no estaba preparado para quemar los puentes con la elite del poder. Si Jesús perdía la confrontación, sus fieles seguidores se dispersarían ante el fracaso de Jesús. Si Jesús ganaba, Judas podía contar con el perdón. Así jugó Judas sus cartas.

Él arregló la traición secreta a un buen precio, de tal manera que, perdiera o ganara, él podría volver al grupo. Esto, aunque él no estuviera muy orgulloso de sí mismo. No quería dejar huella de lo que estaba haciendo. No le gustaba la idea de ser visto como un traidor por sus amigos. Todas estas emociones y motivaciones encontradas están presentes en el retrato de Judas que nos presenta Gibson; precisamente porque era un personaje muy complejo, era un personaje real. Un personaje trágico con el que los espectadores pueden identificarse. Éste es, precisamente el punto.

Una tragedia muy conocida. El Antiguo Testamento habló de la traición de que fue objeto el Salvador (ver Zc. 11). En tiempos de los  patriarcas hebreos (hacia 1800 a.C.), la envidia hizo que los diez hijos mayores de Jacob vendieran a su onceavo hijo (su medio hermano), José como esclavo. Ellos también lo hicieron por veinte monedas de plata. Pero Dios en su providencia usó esta traición para bien de la familia de Jacob; José terminó como gobernante de Egipto y salvó a sus hermanos y a todo el clan cuando hubo una hambruna en Israel.  Los hermanos se reconciliaron y llegaron a ser las cabezas de las Doce Tribus de Israel, pueblo elegido de Dios. De manera semejante, así lo creen los cristianos, la providencia de Dios convirtió la traición de Judas en una fuente de salvación para todos los pueblos; con su sacrificio, Cristo, nos dio “el pan de la vida” (ver Jn. 6,35) que habría de librar del hambre espiritual generada por el pecado original.

Los cristianos ven también la traición de Judas anunciada en el libro de los Salmos. (Entre otros podemos ver el Salmo 142, 1-11; 37; 68). Muchos escritores espirituales ven, igualmente, en estos pasajes una indicación de que el más grande sufrimiento que Cristo enfrentó durante su pasión, fue, de hecho, la traición de Judas.  Un pasaje del Salmo 54  es citado con frecuencia como una especialmente conmovedora es citado con frecuencia como una especialmente conmovedora prefiguración de los sentimientos en relación con este aspecto de su pasión: [Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él, pero eres tú, mi compañero, mi amigo confidente, a quien me unía una dulce intimidad; juntos íbamos entre el bullicio a la casa de Dios] (Sal. 54, 13-15)

El salmo 40 expresa el mismo sentimiento: Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí, hacen cálculos siniestros: parece un mal sin remedio, se acostó para no levantarse. Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, y que compartía mi pan, es el primero en traicionarme.

Estas descripciones son apenas un resumen de la monstruosidad del mal; la película traduce bien la Santa Escritura cuando retrata a Judas como un personaje muy complejo.

El Nuevo Testamento discretamente, presenta la profunda herida que la traición de Judas causó en el corazón de Cristo. Durante la última cena, en la comida de Pascua que Jesús celebraba con sus apóstoles la víspera de su pasión, Jesús habló de ello explícitamente: Dicho esto Jesús se entristeció profundamente y declaró: Os aseguro que uno de vosotros me entregará. (Jn. 13,21)

Lo que Jesús pensó de Judas.  Con todo, hasta el final Jesús le tendió la mano de la amistad al que lo había traicionado. La película, primero, presenta esto en la manera en que Jesús ve a Judas en el Monte de los Olivos. Cuando los soldados entraron a Getsemaní, Jesús está de pie, listo para cumplir la voluntad de su Padre. Judas había arreglado identificar a Jesús dándole un beso, una manera común de saludar y signo de amistad en el primer siglo en Palestina. Esta señal era necesaria, además, porque en el jardín, siendo de noche, tenían dificultad para identificar a Jesús; o también, porque alguno de los discípulos de Jesús podría hacerse pasar por Jesús mismo para lograr que Jesús escapara. Cuando Judas ve a Jesús y a los otros apóstoles su primera reacción es huir. Judas estaba obviamente avergonzado de él mismo ante sus amigos, ante los otros apóstoles que conocía muy bien. Pero los guardias obligan a Judas a seguir adelante con el plan.

Conforme se mueve hacia Jesús, vemos close ups de Juan y Pedro, representantes de los otros apóstoles, viendo a Judas con total desprecio. En contraste, el rostro de Jesús es de bienvenida, cálido, y sincero hasta el fin. Su respuesta a la traición, cuando él dice tristemente: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? (Lc. 22,48) , o, “Amigo, ¿a esto has venido?, según Mateo. Es más, una amorosa llamada al arrepentimiento que una punzante acusación. La película enfatiza la misericordia y el amor de Jesús en la siguiente escena: Jesús y Judas se encuentran otra vez, de una manera sorprendente, después del arresto. Judas está escondido en una cueva bajo un puente. Cuando Jesús es conducido a la ciudad, encadenado, los soldados lo arrojan del puente, y su cara herida y contorsionada se dirige a Judas que está temblando en la cueva. Incluso entonces, Jesús da, no un signo de condenación, no una indicación de coraje o resentimiento. Incluso ahí, él está abierto, invitando a Judas al arrepentimiento.

Es probable que en el camino de regreso a Jerusalén, cuando Jesús estaba cargado de cadenas y herido, los guardias estuvieran abofeteándolo y golpeándolo. En sus meditaciones sobre la Pasión del Señor, publicada después de su muerte como La dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, de la religiosa Ana Catalina Emerich, una religiosa y mística alemana del siglo XIX, habla de ese pasaje en el que Jesús fue arrojado hacia abajo en este puente. La película agrega el encuentro con Judas escondido bajo el puente. Judas tomó las monedas, volvió a él entregándole con un beso y después huyó. Corre a esconderse porque siente asco de lo que ha hecho. Está herido; ha hecho algo verdaderamente malo; ha traicionado a su mejor amigo. Así está él bajo el puente, tratando de esconderse de la verdad de su horrible acción.

Pero nadie puede huir de la verdad; no puede escapar de ella. Judas termina yendo precisamente al lugar donde él había estado cara a cara con Jesús. Jesús es la verdad. Cuando Jesús es arrojado por el puente y Judas lo ve, por un momento se ve cómo Judas trata de decir algo, como pidiendo perdón, tratando de explicarse. Su boca intenta decir unas palabras, pero éstas no salen. Él se niega a admitir su error, se niega a aceptar la verdad. De esa manera, la oportunidad del arrepentimiento pasa, los soldados levantan a Jesús que colgaba puente abajo.

Después de esto, de repente, Judas ve un demonio, una criatura monstruosa, es una manifestación del remordimiento de su conciencia y el tormento del demonio que se vuelca sobre él. Él no puede ver de nuevo esa criatura monstruosa. Desaparece de repente. Desde este momento, el espectador sospecha que el demonio ya no se apartará de Judas. Él ha abandonado la libertad que brota de una vida en armonía con la verdad; la libertad lo ha abandonado. Está en poder del demonio.

El fin trágico de Judas. La siguiente vez que Judas aparece en escena es durante el juicio de Jesús ante los líderes judíos en Jerusalén; mirando de tras de la multitud. Judas se siente cada vez más perturbado por la suerte de Jesús. Cobijado por la oscuridad, busca al Sumo Sacerdote Caifás para devolverle las treinta monedas de sangre y exigir la libertad de Jesús. Pero, ni en este momento Judas acepta su responsabilidad. Judas pudo volver a Jesús en cualquier momento, pudo llorar su pecado y Jesús lo hubiere perdonado. Pero él no volvió.

Se trata de algo muy importante en relación con la libertad humana. Dios no quiere imponer su amor; Judas pudo haberse sentido orgulloso de aceptar sus faltas y el perdón que necesitaba. Dejarse amar, incluso cuando uno es indigno de ese amor, exige humildad. Mucha gente como Judas, simplemente rehúsa dar este paso. “Tal es la tragedia real de Judas, no tanto haber traicionado a Cristo, cuanto no haber confiado en el perdón de Cristo”.

Las fuerzas del mal, guiadas por Satanás, atormentan a Judas impidiendo su arrepentimiento a través de una humilde y madura penitencia. El uso de unos niños demoníacos es otra forma, otra técnica de la película para manifestar la concepción del mal como algo bueno que se va a convertir en una terrible equivocación. Los niños connotan fidelidad, docilidad, inocencia; el giro demoníaco connota la pérdida de inocencia, de fidelidad y de docilidad, pérdida que Satán usa para llevar a Judas al borde de la desesperación. Cuando llega el momento de la decisión el demoño desaparece, los niños desaparecen, y Judas se queda solo, libre también, para dar el último paso en su frenética e inútil huida de la verdad, o bien, a su absoluta desconfianza en la misericordia de Dios. Lo único que él ve es el cadáver de un burro infestado de gusanos, sus dientes blancos brillan con el sol de la mañana, (es una alusión explícita al infierno, al que en N.T. se refiere como el lugar “del rechinar de dientes, y donde los gusanos no mueren” (Mt. 13,50; Mc. 9,47). La visión empuja a Judas al final. Él comienza a sollozar y luego se aferra a la desesperación. Esta es una de las escenas más cautivantes de la película. Tal vez las escenas mejor logradas comparten las características de esta escena: hay escenas donde todo es comunicado mediante una mirada, una visión, donde usted olvida los diálogos y los conceptos abstractos y es confrontado con la cruda experiencia humana. Cuando usted ve que Judas comienza a sollozar luego de la toma sucesiva del rostro angustiado de Judas y la cabeza agusanada del burro, usted ya sabe que Judas se ha alejado definitivamente de la esperanza.

Tomó muy poco tiempo presentar el drama exacto en esta escena. Al final, el actor recibe la señal de mirar el cadáver del burro, con gusanos y moscas que llenan su nariz e imagina que la bestia agusanada ha tenido más suerte que él. Piensa que hubiera preferido ser aquél burro, antes que lo que es ahora. Solamente entonces el autor interpreta la escena. En la siguiente toma Judas comienza a gritar y las lágrimas comienzan a correr.

En su carrera frenética termina ahorcándose con la soga que tenía el burro muerto.