[ A+ ] /[ A- ]

“El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. (Pablo VI).

1. ¿Cuál es el camino de la paz?, reza la cabeza de un artículo del historiador Joan B. Culla I Clara. Y la respuesta corre por el ancho campo de las hipótesis, de los “si Israel quisiera; si Hesbolá esto, si Hamas esto otro; si Estados Unidos aquello, si Europa, si la diplomacia, si la ONU, si los árabes, si los extremistas, si la economía, si la solidaridad; y los “síes” condicionales se multiplican según la especialidad del exponente: economía, historia, religión; la diplomacia, las armas, los bloqueos. Todo se ha experimentado y la incertidumbre permanece y el camino hacia la paz parece cada vez más difícil de encontrar. Ninguna de tales voces es despreciable, todas aportan algo, o, al menos, revelan la preocupación y el anhelo de paz que anida en el corazón de todos: en Juárez, en Siria o en África. Pero, al mismo tiempo, la persistencia lamentable de la violencia, con todos sus rostros, pone de manifiesto nuestra radical impotencia para alcanzar la paz; nuestra historia es la historia de nuestras guerras y de nuestros intentos fallidos para apaciguarlas, es la historia de las grandes injusticias, de las desigualdades inaceptables, es la lista de nuestras desavenencias y egoísmos. Pero nunca han faltado voces que, si bien se pierden en el desierto, revelan que Dios no ha abandonado a la humanidad y desde distintos sitios continúa llamando a la sensatez.

2. El dictado de Pablo VI, dolorido profeta de nuestro tiempo, es un relámpago que ilumina nuestro cielo oscurecido: «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz». La pobreza es el mayor escándalo de nuestro tiempo y la mayor violencia ejercida contra millones y millones de seres humanos que habitan esa zona marginal de la historia; los contrastes son hirientes y ponen de manifiesto que la pobreza no sólo es económica sino moral, que se trata de rasgos negativos de la cultura, de las ideologías sesgadas y de un “subdesarrollo moral”, realidades éstas que hacen posible –y digerible–, una realidad tan amarga. Gran parte de la humanidad está bajo el signo de la pobreza y sus terribles consecuencias. Nuestra ciudad no es excepción; demasiada pobreza deambula por nuestras calles, junto a demasiados discursos.

3. El 26.03.1967, Pablo VI firmaba la Encíclica Populorum progressio, catalogado como uno de los documentos sociales más importantes del Magisterio de la Iglesia de todos los tiempos. En él encontramos una advertencia profética donde se denuncia el resultado desastroso al que se llegará de no dársele al desarrollo un rostro humano, de no poner a la persona en el centro de los programas y proyectos económicos; de no eficientar el gasto social y privilegiar las áreas más vulnerables. “Abandonada a sí misma, la economía moderna lejos de atenuar agranda la disparidad de los niveles de vida de los pueblos. Simultáneamente, los conflictos sociales se universalizan. Las disparidades se dan también en el ejercicio del poder político cuando éste queda en manos de minorías oligárquicas” (nn. 8-9). Vistas en perspectiva, estas palabras constituían en su momento una seria advertencia que prevenía a la humanidad sobre la crisis que se desencadenaría de no poner a la economía bajo el dictado de la ética; y las consecuencias están a la vista. Desde todos los ángulos, los críticos han denunciado el trasfondo de inmoralidad de la situación actual. Se trata de un oscurecimiento de los valores. Se denuncia la mezcla explosiva de una voracidad financiera descontrolada y un sistema político corrupto que le prestó el andamiaje ideológico, llámesele como se le llame.

4. “La tierra entera es para el hombre; por lo cual, todo hombre tiene derecho a encontrar en ella cuanto necesita para su subsistencia y su progreso. Todos los demás derechos, sin excepción, están subordinados a éste. Esta subordinación es su finalidad primera” (n. 22). La riqueza está dada en la creación misma, de tal manera que la pobreza no es una fatalidad sino el resultado de un desorden. El acaparamiento de los recursos naturales, desde el petróleo hasta el maíz y la tierra misma, con fines especulativos, determinan la pobreza. La riqueza, según Pablo VI, que Dios ha dado a todos sus hijos en la creación misma, se ha privatizado y destinado a la especulación. “El desarrollo, si ha de ser auténtico, tiene que ser completo: de todo el hombre y de todos los hombres. Responde al propósito de Dios. Y es el hombre mismo el responsable y el artífice principal del éxito o del fracaso de su propio desarrollo”.

Este desarrollo personal es obligatorio, resume todos los deberes del hombre y, por su inserción en Cristo, tiene abierto el camino hacia un humanismo trascendente que se alza como finalidad suprema del desarrollo personal. Este es exigido también por la razón comunitaria de nuestra pertenencia a la sociedad y a la humanidad entera. La solidaridad universal es un deber”.

Se necesita un proceso de conversión para ver en tales desequilibrios un gravísimo desorden moral; la Doctrina Social tiene una única base: la dignidad del hombre, de todos y cada uno, creado por Dios a imagen suya. De aquí brota la mayor exigencia para la solidaridad universal. El cúmulo infinito de sufrimiento determinado por la pobreza injusta, provocada, utilizada, incluso como arma política, es un desorden ético inadmisible.

“Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras, viven hoy en condiciones extremas de pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se hace más evidente, se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden la dignidad innata y comprometen, así, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial” (JP:II JMP. 1993). Ante estas voces de alerta han prevalecido otros intereses, otras visiones, sistemas económicos destinados exclusivamente a la ganancia.

5. En el 2009, B. XVI, tituló su mensaje: «Combatir la pobreza, construir la paz». La paz y la pobreza están íntimamente relacionadas. Comienza el Papa, en su mensaje, invitando a considerar atentamente el fenómeno de la globalización. En todo caso, la globalización debería abarcar también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación a construir una sola familia en la que todos comparten siguiendo los principios de la fraternidad y de la solidaridad.

6. Otras pobrezas. Si la pobreza fuera un fenómeno únicamente material, las ciencias sociales, que nos ayudan a medir los fenómenos basándose en datos cuantitativos, serían suficientes para iluminar sus principales características. Sin embargo, dice B.XVI, sabemos que hay pobrezas inmateriales, que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales. Hay pues, una pobreza moral que hace posible, e incluso genera la amarga realidad de la pobreza material. «Por ejemplo, en las sociedades ricas y desarrolladas existen fenómenos de marginación, pobreza relacional, moral y espiritual»; aguda mirada la de B. XVI, y continúa: “Se trata de personas desorientadas interiormente, aquejadas de formas diversas de malestar a pesar de su bienestar económico. Se trata de un «subdesarrollo moral» y también de las consecuencias negativas del superdesarrollo”. El mundo ideal para las drogas.

7. Dato cultural. Al lado de estas situaciones de índole personal, el Papa subraya, incluso, condicionamientos de índole cultural. Quiero pensar que entre nosotros, en concreto, un fuerte condicionamiento es el fenómeno inveterado de la corrupción conocida y tolerada; consideramos normal un cáncer. Y la corrupción no se refiere únicamente al hecho de disponer del dinero público para fines personales o de grupos, abarca también la ineficiencia, la ineptitud, la improvisación; privilegiar los intereses personales o de partido, que inciden negativamente en la optimización del gasto social. Dicha corrupción también cuestiona el coste de la financiación de la política; los legisladores recibieron, solo en diciembre, 403 mdp (Gasta Congreso del Estado 1.3 millones en asesores. El Diario 23.12.13), cuando un 60% de mexicanos vive en situación de pobreza. Tales sueldos y dispendios son un grave pecado social. Una viñeta de El País presenta a Santa Clós que grita: “A los niños pobres les traigo las facturas de los regalos a los niños ricos”.

Quizás nunca como ahora la sociedad civil comprende que sólo con estilos de vida inspirados en la sobriedad, en la solidaridad y en la responsabilidad, es posible construir una sociedad más justa y un futuro mejor para todos. Es parte de su deber institucional el que los poderes públicos garanticen a todos los habitantes sus propios derechos, teniendo en consideración que los deberes de cada uno estén claramente definidos y realmente llevados a cabo. De ahí que la prioridad inderogable sea la formación en el respeto de las normas, en la asunción de las propias responsabilidades, en una actitud de vida que reduzca el individualismo y la defensa de los intereses partidistas, para tender juntos al bien de todos, prestando particular atención a las expectativas de los sujetos más débiles de la población, no considerándolos como un peso sino como un recurso que valorar”. (B.XVI). Hay una “pobreza que se elige y otra que se ha de combatir, decía el papa emérito. Mientras no elijamos la pobreza de espíritu, de la que habla el evangelio, la “otra” pobreza no se abatirá.

El papa Francisco ha centrado su mensaje 2013 en el tema de la fraternidad. “La Fraternidad, Fundamento y Camino de la Paz”, titula el papa su mensaje. Lo pone bajo la inquietante pregunta que Dios dirige a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”. “La globalización, como ha afirmado B. XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados “inútiles”. Así la convivencia humana se parece cada vez más a un mero do ut des pragmático y egoísta”.

“El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer”, dice el papa”.

El relato bíblico de Caín y Abel es la respuesta a la pregunta sobre el origen de la violencia fratricida y lo remonta a los mismos orígenes de la humanidad. Son relatos llamados de origen que buscan la raíz última de la situación. El drama de la humanidad es un drama de fraternidad; si no nos comportamos como hermanos, entonces queda la máxima: homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre. El relato bíblico nos dice que todo homicidio es un fratricidio.

“En muchas partes del mundo, continuamente se lesionan gravemente los derechos humanos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa. El trágico fenómeno de la trata de seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas sin escrúpulos, representa un ejemplo inquietante. A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas”. La ley de la selva es orden natural; entre humanos perversión.

“Hemos de preguntarnos por los motivos profundos que han llevado a Caín a dejar de lado el vínculo de fraternidad y, junto con él, el vínculo de reciprocidad y de comunión que lo unía a su hermano Abel. Dios mismo denuncia y recrimina a Caín su connivencia con el mal: «El pecado acecha a la puerta» (Gn 4,7). No obstante, Caín no lucha contra el mal y decide igualmente alzar la mano «contra su hermano Abel» (Gn 4,8), rechazando el proyecto de Dios. Frustra así su vocación originaria de ser hijo de Dios y vivir la fraternidad”, dice papa Francisco.

Esos relatos de origen, con su sabor mitológico, expresan mejor que nuestros estudios modernos, la raíz misteriosa del mal. “El relato de Caín y Abel nos enseña que la humanidad lleva inscrita en sí una vocación a la fraternidad, pero también la dramática posibilidad de su traición. Da testimonio de ello el egoísmo cotidiano, que está en el fondo de tantas guerras e injusticias: muchos hombres y mujeres mueren a manos de hermanos y hermanas que no saben reconocerse como tales, es decir, como seres hechos para la reciprocidad, para la comunión y para el don”. Suprimida la vocación a la fraternidad que solo la temible ley del Talión, ni nos importará que millones de hermanos nuestros mueran simplemente de sed; todo lo que les podemos enviar desde nuestro poderoso mundo civilizado, son armas y aupar las sangrientas guerras intestinas.