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Los peores salarios.

¡Dios bendito!,

exclamó Gregorio.

 

Dicen aquellos que no han perdido el sentido del humor, que si don Francisco Kafka hubiese sido mexicano, su obra, antes que una visión del mundo que representa el absurdo, la opresión, la soledad del hombre ante el agobio de la burocracia, y su desesperación, la suya hubiese sido una obra “costumbrista”, simplemente hubiera retratado nuestra realidad: México, lugar en donde todo es posible, donde los extremos coexisten sin chocar y los estilos de vida más altos del mundo al lado de miserias abismales.

En “El Proceso” cuenta la historia del arresto y procesamiento de Josef K. por motivos que él mismo ignora, y que trata desesperadamente de averiguar, (¿un expediente mal integrado o chivo expiatorio?); en esta obra se proyecta, con asombrosa anticipación una inagotable parábola sobre los laberintos y los horrores de la burocracia moderna, que hizo posible que la interpretación de la ley se convirtiera en instrumento de negación de la ley. Esta realidad que Kafka imaginó, ¿imaginó?, tal vez vivió, y comprendió, de este modo, las posibilidades que la modernidad encerraba en sí. La ley contra la ley es una realidad que llena las páginas noticiosas. Multitud de leyes y de procesos coexisten con una increíble impunidad. Entre nosotros, las leyes siempre se hacen contra algo o contra alguien. (JV.). No importa cuántos palacios legislativos se inauguren.

Los discursos van siempre en sentido contrario a la realidad más obvia orillando a la gente a la esquizofrenia. “Tras una noche de sueño intranquilo, Gregorio Samsa despertó transformado en un enorme insecto. Se encontraba recostado sobre un rígido caparazón y cuando intentaba levantar la cabeza, lograba ver su vientre oscuro y convexo…” (La Metamorfosis). Convertido en una enorme cucaracha, así despertó el buen Gregorio. Y cuando accedemos, nosotros, al mundo de la noticia, cuando tocamos la realidad y oímos los discursos oficiales, estamos próximos a experimentar la inexpugnable situación del pobre de Gregorio. Todos los mexicanos somos Gregorios Samsa en potencia.

Un buen resumen de esta situación lo ha publicado el profesor e investigador Alberto J. Olvera en una entrega a El País. La corrupción es tan grande que cuesta trabajo dimensionarla, dice el autor. En las semanas pasadas tomaron posesión varios nuevos gobernadores y alcaldes en 9 estados. (Y el año entrante, más). Donde hubo alternancia de partidos, impresionantes casos de corrupción y abuso de parte de los gobernantes salientes han sido denunciados.

La impunidad carcome la escasa legitimidad del régimen y abre la puerta a una salida populista a su crisis, exactamente lo opuesto al discurso internacional de nuestro presidente. Regalar miles y miles de televisores, amén de instrumento de enajenación, ¿no es populismo puro? Lo kafkiano es que esta gente, pobre, le interesaba más comer y se dio a la tarea de vender o empeñar el regalo oficial. Y las visitas presidenciales, esclerosis ritualista, que se reducen a un encuentro con los poderosos de siempre, a espaldas del pueblo que soporta el peso de los peores salarios.

En Sonora, la gobernadora priista Claudia Pavlovich ha denunciado sobregiros en el gasto del gobierno, obras públicas desastrosas y deudas aun incuantificables que el saliente gobernador panista le heredó. Existen herencias malditas. Sin hablar de la venta de niños. Jaime Rodríguez, el “Bronco”, nuevo gobernador de Nuevo León y primer candidato independiente que triunfa en una elección importante, ha denunciado una deuda gigantesca cercana a 6,000 millones de dólares en las cuentas de la entidad. Sin hacerme responsable del dato, eso, ni Kafka alcanzaría a digerirlo. Y menos la impunidad.

El nuevo alcalde de Guadalajara, ha denunciado que su municipio no tiene recursos para pagar a los empleados, (¿Guadalajara pues’n?), y que al menos una cuarta parte de la policía municipal protege a individuos privados y exfuncionarios. Los nuevos delegados de la Ciudad de México que provienen del partido de López Obrador, han denunciado el saqueo de las oficinas, la existencia de cientos de empleados fantasmas, deudas enormes y arreglos corruptos con toda clase de intereses privados.(El País 22.10.15). Si con todo esto, el atormentado autor checo, de habla alemana y judío, hubiese trazado una de sus novelas, no hubiera sido más que “costumbrista”.

Mario Vargas Llosa afirma que la corrupción es la mayor amenaza a las democracias de América Latina pues se manifiesta de una manera muy inquietante, y en buena parte nace de la fuerza del narcotráfico, institución muy poderosa que compite con el Estado, paga mejores salarios a jueces, a periodistas, a policías, a ministros, a diputados (y también paga mejor, a la gente del campo que ya no tiene opciones). Esta corrupción que el gobierno dice atacar en el discurso pero que mantiene y solapa en la práctica es la verdadera gasolina del populismo, concluye el autor. Y yo me he quedado amazed by la designación de nuestro nuevo cónsul en Barcelona. Creo que, en una universidad de esa ciudad, hace un doctorado otro egregio exgobernador mexicano. El señor Kafka hubiera encontrado estupenda cantera para su obra. O, tal vez, se hubiera sentido rebasado. Pero lo más maravilloso es que aquí, ¡no pasa nada! Eso es lo kafkiano.

En mi entrega pasada, Necesidad de los escándalos, dedicaba la segunda parte a la simple tarea de exponer “la frialdad de los números”, el derroche, la mala administración, etc., etc., que contrasta dolorosamente con el dato de la pobreza en México.

En México, 55,3 millones de personas viven en pobreza, según los últimos datos de Coneval. La OCDE apunta en su informe que los resultados que hasta ahora ha conseguido el Gobierno mexicano en el combate a la pobreza a través de programas sociales son “mediocres”. El estudio indica que es necesaria la atención en áreas como la educación, la calidad del empleo, la seguridad y la reducción de la pobreza para mejorar la calidad de vida de los mexicanos. ¡Qué novedad!

 

“A la hora de diseñar políticas que garanticen una mejor calidad de vida para todos se requiere información precisa sobre cómo es la vida, no sólo considerada a nivel nacional e internacional, sino en nuestros barrios, calles, escuelas y hospitales”, ha dicho el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, (que tiene mucho que explicar a los mexicanos), en la presentación del informe. Los datos no son del todo negativos, algo hay de desarrollo. Pero esto más bien como resultado de una simple inercia, débil, por cierto. Y es que las piezas gubernamentales se siguen moviendo a la manera de las fichas del dominó, en la mesa, como se echa de ver en los movimientos de Meade y Ruíz Massieu, por ejemplo.

Y en este contexto la OCDE nos dice que México tiene los peores salarios. “En la clasificación de la calidad de los salarios, que considera los ingresos por hora y su distribución, México obtiene 0.01 puntos, la más baja entre los países de la organización”.

Vamos a llamarla doña Cholita. Es una viejecita que lleva los años a cuestas, enredados en su cuerpo, como su chal, con una actitud de extraña serenidad y alegría, se siente feliz de vivir aún en su vejez cansina. Siempre me saluda con afecto. Su esposo se desempeñaba en el honroso oficio que conocemos como “franelero”, a la salida de un centrillo comercial. Ahí estaban a diario ella y su esposo, que la aventajaba en años; llegada la hora del taco, olvidaban el franeleo y se sentaban tranquilos a comer un burrito y su refrescote, uno de esos brebajes con los colores del veneno, que abundan. Un buen día el esposo decidió morirse, y bien frío se quedó al regresar de la faena diaria. Ella alegaba que todo había sido culpa de un ‘aigre’ que agarró en la ruta. Asistí su funeral con escasa pero sentida concurrencia franelera. Pasados el sepelio y el duelo, doña Cholita volvió a su trabajo; en una silla plegadiza se sentaba a las puertas del establecimiento todos los días; y todo el día está ahí. Conocida por la clientela, es querida y socorrida.

Como buenos amigos que somos, un día al caer de la tarde, pasé por donde ella estaba y le pregunté: ¿cómo estuvo el día doña Cholita? Ya ve padre, ahí batallando, hoy, nomás me llevaré unos 400 pesos.

Esta platica con doña Cholita coincidió con la noticia del gran logro histórico del gobierno mexicano que consiguió, por primera vez en la historia, uniformar (homologar) el salario mínimo en toda la República: 71 pesos con 10 céntimos, creo. Doña Cholita no entendería un discurso de Videgaray, (ni yo), pero creo que Videgaray debería entender a doña Cholita y su tesis económica. No digo dónde está apostada doña Cholita, no le vayan a caer las huestes hacendarias.

Ante una situación así creo que el señor Kafka hubiera terminado como su personaje, Gregorio Samsa, convertido en un ser extraño y repulsivo. ¡Dios bendito!, exclamó el pobre de Gregorio, cuando se vio en la caparazón de una cucaracha.

En contraportada de La Metamorfosis se dice que esta novela es clave en la literatura del s. XX. En la transformación del desdichado Gregorio, se ocultan las más diversas obsesiones, angustias y temores del hombre contemporáneo. En la figura del enorme insecto encarna el viejo orden que Kafka rechazó toda su vida: la hipocresía, el abuso, la opresión, la impunidad, la burocracia. Esta realidad constituye un enorme caparazón donde el hombre “de la calle”, el atleta de la sobrevivencia, está atrapado. La Metamorfosis es la más descarnada expresión literaria de una pesadilla con los ojos abiertos, de una profunda insatisfacción vital, del amargo sabor de la impotencia, de la lucha inútil, de un alma que sufre, de un alma atrapada en el absurdo de una realidad incomprensible. ¿No está, así, nuestra patria?; los mexicanos ¿no estamos cerca, o de plano, viviendo ya esta metamorfosis?