[ A+ ] /[ A- ]

 

 

II

¿Quién no conoce la parábola de los dos hijos y el padre misericordioso? Coincidiendo con el año de la misericordia, es oportuno leer este evangelio con esta clave de interpretación. Hay que dejarle la palabra al mismo Evangelista para hacer una lectura temática de su evangelio, tratando de superar la pedantería exegética. Reflexionemos también sobre lo que es la misericordia cuando se utiliza en otros puntos de apoyo, exteriores al evangelio, que la explicitan y confirman. En nuestro contesto, marcado por la violencia global, la guerra, el terrorismo, el narcotráfico, el secuestro, los sepultados anónimos o en las tumbas clandestinas, las mafias, la migración, la corrupción, incluso la falta de un testimonio más claro dentro de los círculos eclesiásticos, hacen más urgente una reflexión sobre la misericordia. En este sentido, la intuición de Papa Francisco es más que oportuna.

 

Un mar de misericordia.

En el orden conceptual, incluso teológico, no es tan fácil captar la realidad existencial que es la misericordia, tanto para Dios como para los hombres. Recorriendo el 3er evangelio, es como descubriremos que las manifestaciones misericordiosas de Dios en Jesucristo, aparecen de múltiples maneras:

a.- en los encuentros de Jesús con el paralítico y sus compañeros (Lc.5,17-25): con Zaqueo, hasta hospedarse en su casa (19,1-10); con la pecadora y Simón, en la casa de éste (7,33-50); con el fariseo y el publicano que oran en el templo (18,9-15);

b.- en las historias narradas por Jesús, tituladas por los comentaristas, parábolas de la misericordia: la de los dos hijos y el padre pródigo (15,11-32); la de la oveja perdida (15,3-7); la de la dracma encontrada (15,8-10); la del administrador advertido, que cambia los números (16,1-8); la del buen samaritano (10,30-37);

c.- en las palabras mismas de Jesús: «sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará» (6,36.38); «Cualquiera que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no alcanzará perdón» (12,9-10); «Perdónanos nuestros pecados, como nosotros perdonamos a cualquiera que nos deba; y no nos dejes caer en la tentación» (11,4); «Pongan atención! Si tu hermano peca, repréndelo, si se arrepiente, perdónalo» (17,3); «Y, ¿Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a El día y noche, o los hará esperar? Yo les aseguro que les hará justicia sin tardar (18,7-8); «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (23,34); «En verdad te digo, ahora estarás conmigo en el paraíso» (23,43).

d.- Por las miradas significativas de Cristo: aquella que puso sobre Judas durante la última cena («Ahora que, mirad, la mano del que me entrega está en la mesa, a mi lado» 22,21); o sobre S. Pedro en el palacio de Caifás («Y el Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro» 22,61);

e.- Por las acciones concretas que revelan la visión que podemos tener de la bondad de Dios y de su Hijo: la inmersión de Jesús en la aguas del Jordán (3,21) como símbolo de aquel que ha querido hacerse solidario con todos los hombres; la compasión de Jesús en múltiples ocasiones : «Y viendo a la viuda (de Naim), el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: “no llores”» (7,13); la Transfiguración: «Éste es mi Hijo, mi elegido, escúchenlo» (9,35); la agonía y la muerte de Jesús en la cruz, aunque era inocente: «Jesús gritó muy fuerte: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró» (23,46); el reencuentro con los discípulos de Emaús cuando, luego de hacer el camino con ellos, “tomó el pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se los dio”» (224,30). El resucitado envía sobre ellos la promesa del Padre» (24,49) y “levantando las manos, los bendijo” (24,50).

Esta rápida visión nos muestra la variedad de situaciones y acontecimientos a través de los cuales se manifiesta la misericordia de Dios. Semejante práctica puede tomar diversos rostros: gestos, paciencia, y, sobretodo, perdón, que es la forma privilegiada de la misericordia. Esta toma su origen y modelo en la acción del Padre misericordioso (6,36), y está presente, principalmente, en la tercera parte del evangelio (14,1 -17,10) que culmina en las parábolas de la misericordia. Este perdón, Lucas lo presenta como profético, en el sentido que él es la expresión de la misericordia de Dios en la historia, revelando la absoluta gratuidad de la acción divina por los hombres. Y, siendo profética, es mortal para aquel que la vive. Jesús en la cruz, ¿no dice, acaso: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”? (23,34; cf. Hech. 7,60). Él lleva el testimonio hasta la muerte, para que brille la gratuidad de la vida donada por el Padre.

Esta gratuidad se centra en el evangelio sobre la persona de Jesús que tiene misericordia, él mismo es misericordia, a través de la entrega de su vida. Aflora una verdad: la dinámica de la misericordia sostiene el desarrollo del relato mismo de Lucas y revela progresivamente la amplitud y la realidad de la persona del Hijo de Dios, entregado por los pecadores. ¿No es él, acaso, quien puede guardar la puerta abierta, (él guarda la puerta del redil de las ovejas), que nos permite entrar y morar y arrojarnos en los brazos del Padre? El lector judío o el lector pagano influenciados por sus respectivas historias, recibirán diferentemente las expresiones de la misericordia (cf. El prólogo de Lucas dirigido a Teófilo. 1,1-4). Para ambos, sin embargo, la existencia misma es un signo concreto de esa misericordia y bondad divinas. El A.T. lo explicitará para el judío. El N.T. sorprenderá al pagano, particularmente por la analogía de la deuda que es perdonada por medio de la persona de Jesús.