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Los rasgos de la misericordia.

 

  1. b) La misericordia se ejerce y esclarece bajo la mirada de Jesús.

 

Jesús está atento y quiere que nuestra relación esté dominada siempre por la misericordia.

 

El episodio del encuentro con la pecadora en la casa de Simón, el fariseo, destaca esta verdad. La pecadora conocida públicamente y perdonada por Jesús, ha hecho un acto de fe, de confianza en la persona de Cristo. Reconociendo sus numerosos pecados, porque ha amado mucho, puede entrar sin miedo a la casa de Simón para alejarse, después, en paz. La hoja de ruta (faire-route) de la pecadora está anclada en la esperanza del perdón en Cristo. Ella vence los obstáculos para entrar en la casa de Simón, hace los gestos de confianza y de arrepentimiento y se dispone al perdón que Jesús le da. Todo este trabajo que realiza para acercarse a Jesús no se puede hacer con miedo. La fe guía sus pasos, los gestos y las lágrimas de la pecadora: esta fe la lleva a los pies de Cristo.

 

En el mismo relato, Lc. insiste sobre la misericordia como revelación. La misericordia nos revela algo sobre nosotros y sobre los demás. Es Jesús mismo quien indica al hombre la naturaleza y la profundidad del pecado. El pecado, como ruptura de amor con Dios y con los hermanos, no puede aparecer verdaderamente más que bajo la mirada que Dios dirige al hombre. Lejos de Dios, la conciencia se anestesia. Es el amor lo que permite esta acción-verdad, donde el hombre toma conciencia de sus heridas y de sus faltas deseando el perdón y la recuperación de la inocencia. Jesús toma la iniciativa: «Simón, tengo algo que decirte» (7,40). Toma la analogía de la deuda y en buena pedagogía conduce a Simón a reconocer la importancia de «hacer gracia», (perdonar, comprender, com-padecer). Da a Simón una catequesis sobre el amor, el pecado y el perdón. Porque si Jesús dice a Simón que juzga correctamente (7,43), quiere decir que él está también en la situación de un deudor a quien se le ha cancelado la deuda. Reconocer, es efecto de la misericordia. Jesús muestra también de manera tangible hasta dónde el amor se transforma en misericordia cuando va más allá de las normas precisas o formales de la justicia. Precisamente por ello, puede llamarse misericordia y transformar los corazones.

 

Este reencuentro admirable demuestra la evidencia de que la misericordia es un proceso. Toma tiempo para decirse y expresarse. Compromete las libertades. El tiempo para este ejercicio espiritual es una argucia del amor de Dios. Dios tiene necesidad de un desarrollo de tiempo para desplegar toda la amplitud de su misericordia. Ello nos permite comprender hasta qué punto estamos, siempre, entre el pecado y la gracia, entre la gracia y el pecado: pecadores perdonados y siempre en conversión. «La misericordia no puede desplegarse totalmente más que gracias a la paciencia y a la bondad de Dios- (quia pius est) – que nos ofrece cada día un nuevo plazo, y que vela silenciosamente hasta que nosotros encontramos el camino de la conversión». (San Benito).

 

La misericordia toma al hombre y a la mujer ahí donde están y como son. La misericordia es revelación: obra de verdad y de conocimiento para el pecador que se mira a sí mismo con los ojos de Cristo. Es Cristo quien precede todo movimiento del hombre. En este reencuentro, la pecadora y Simón viven ya del perdón recibido: por una parte, Jesús está en medio de ellos; por otra parte, la pecadora entra a casa de Simón sin el temor de que la echen fuera. Por una parte, la pecadora es perdonada; por otra, Simón comprende la amplitud del amor a través de la interpelación de Jesus. La fraternidad entre la pecadora y Simón es posible, solo en Jesús porque ambos, Simón y la pecadora, son llamados a reconocerse pecadores perdonados. No existe liberación más profunda que ésta.

 

  1. c) Los discípulos han de ejercer la misericordia.

Jesús nos enseña, no solamente, a recibir de él la misericordia sino que nos lleva, a nosotros mismos «a ser misericordiosos». La bienaventuranza de Mateo: «Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia» (Mt. 5,7) no es manejada por Lucas en estos términos. Pero la exigencia de ser misericordiosos está bien posicionada en la dinámica de Lucas partiendo de una advertencia: «anden con cuidado» (17,3), Jesús invita a sus discípulos a perdonar sin trabas: «si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo. Si te ofende siete veces al día y vuelve siete veces a decirte ¡lo siento!, lo perdonarás». (17,4). Se trata de un orden nuevo: «los apóstoles dicen al Señor: aumenta en nosotros la fe» (17,5), porque estamos invitados a vivir la misericordia de Dios y hacer que los hombres la experimenten. «Los hombres llegan al amor misericordioso de Dios, a su misericordia en la medida en que el discípulo se transforma interiormente en el Espíritu de tal amor hacia su prójimo». (JPII. DM 14). Ejercer la misericordia es vivirla. Es imposible vivir la misericordia sin tener en la mente la misericordia divina sobre nosotros y en nosotros. Ejerciendo la misericordia con nuestros hermanos, la ejercemos como Jesús, es decir, como recibiéndola del Padre. Tener misericordia, es, al mismo tiempo, recibirla. Se trata de un mismo movimiento de amor.

 

Es la enseñanza que Jesús desea dar al escriba que le interroga sobre «¿quién es mi prójimo?» (10,29). El prójimo no viene definido por la función o la responsabilidad de los cargos. Por ahí pasaron un levita y un sacerdote. El prójimo es el que se acerca, el que se hace próximo a otro «teniendo misericordia de él» (10,37). Hacer el camino de la misericordia es hacerse cercano a aquél que es «otro yo», pero en el cual yo encuentro la condición de prójimo porque, ambos, no vivimos más que de misericordia.

 

II.- Cristo, con misericordia en persona.-

«Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre», dice Jesús a Felipe. (Jn.14,9). Es siempre a través de la persona de Cristo, como Lucas, los otros evangelistas y nosotros mismos, podemos percibir la ternura misericordiosa de Dios. Nosotros no tenemos la visión inmediata del Padre: es en la persona de Cristo donde lo invisible se hace visible. En Cristo y por Cristo, la tradición veterotestamentaria de la misericordia alcanza su significación definitiva porque Él encarna y personifica esa misericordia. Esta cristología “oblicua” de Lucas no es, por lo tanto, para oscurecer esta verdad. Jesús mismo es misericordia. En él, Dios, el «Padre de las misericordias» (2Cor. 1,3), nos permite verlo. En Cristo, vemos a Dios próximo a los hombres que sufren, que le rechazan, que se hieren mutuamente, pero que desean la venida de un Salvador. Cristo, ejercía su poder de liberación de diversas maneras. Vamos a centrarnos en dos rasgos donde su rostro de misericordia resplandece más intensamente: en los lazos particulares que Jesús resplandece en su acción de curar y su perdón de los pecados.