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..continuación.

 

Viendo, pues, con san Lucas, a Jesucristo en quien han sido reconciliadas todas las cosas, (cf. Ef.1,3-10; 2,13-16),  nos damos cuenta que todos somos pecadores, que todos hemos sido reconciliados con el Padre en él. Si la misericordia nos alcanza es en él. Nosotros nos apoyamos sobre la vida que él nos da para gustar una inocencia que brota no de nuestro propio querer, sino de nuestra aceptación de  la misericordia que ya se ha manifestado en la historia.

 

Afirmando que él está con nosotros hasta el fin del mundo, Jesús nos dice que la misericordia ofrecida en su vida entregada, es él, presente, enraizada en nuestras vidas sometidas a la tentación, heridas, pecadoras, pero llenas de confianza. Nuestra confianza descansa sobre el perdón definitivo que es él mismo, sobre esta misericordia inscrita en la historia y en los brazos de la cruz.

 

Para cambiar nuestras vidas, nosotros no esperamos una utopía o un mesianismo futuro. Nosotros cambiaremos nuestra vida por su poder que atraviesa la historia. Si podemos reconciliarnos con Dios y con “los otros” es que, un día, el universo fue reconciliado definitivamente en Cristo.  De hecho, es la misericordia la que mueve los hilos del tiempo de los hombres y que asegura la presencia divina desde los orígenes hasta nosotros. La misericordia renueva el proyecto original, lo fortalece, lo garantiza y le da un sabor de eternidad. En Cristo, hemos sido ya reconciliados, es decir, tejidos de la misma estofa de las Tres Divinas Personas. (A imagen y semejanza de Dios). ¿O es que no participamos ya, a nivel de la gracia, de la naturaleza divina, como nos dice Pedro? ¿No se hizo Dios hombre para que nosotros no hiciésemos dioses, como dicen los Padres? La resurrección de Cristo, manifestada en nuestros cuerpos mortales nos hace experimentar que este amor paterno es más fuerte que la muerte, tanto física como espiritual. Vivir de la misericordia, es vivir una liturgia Pascual.

 

En el desarrollo de su evangelio, Lucas lleva al lector a confesar su complicidad con el escándalo de la muerte de Cristo (ver El sentido del cap.13). En efecto, el lector, ¿no se ve tentado a vociferar como la multitud: «crucifícalo, crucifícalo» (23,21); nosotros somos pecadores, y reconociéndonos como tales, es como puede surgir la seguridad de una misericordia universal, pero siempre singular, es decir, que toca a cada uno en particular (como al buen ladrón), pero abierta a todos. La cruz es el cumplimiento del programa mesiánico proclamado por Jesús en Nazaret (4,18-21). Si Jesús se hunde en el poder de las tinieblas, baja a los infiernos, (22,53), es para que la luz de su filiación divina, de su reino, de su mesianidad, aparezcan en el gran día. En el seno de las tinieblas que cubre la tierra entera, (23,44), «el sol se eclipsó», el Santo de Dios aparece a los ojos de todos porque el velo del Santuario se ha rasgado. (23,45). Tanto el judío como el centurión, están llamados a reconocer en esta figura perfecta de la inocencia, al «justo», al único justo; es el momento cuando el resucitado, y nosotros con él, tomamos verdaderamente lugar en el Templo de la Jerusalén celeste, por pura gracia.  Y si las multitudes presentes en esa escena han vuelto a la ciudad golpeándose el pecho, es que presintieron el gran misterio del perdón que se realizaba.  A todo pecado, misericordia, para aquél que tiene la humildad de reconocerlo, misericordia. Si el hombre Dios ha muerto por nuestras faltas, en su cuerpo entregado por nosotros, se encuentra nuestro perdón y nuestra vida nueva. La misericordia pasa por el cuerpo entregado de Cristo, entregado «en manos de los pecadores». Este misterio permanece actual a través del cuerpo de la iglesia, de los bautizados y también de los diversos ministerios de la misericordia. (en la Eucaristía)

 

Lucas nos muestra que existe un verdadero dinamismo de la misericordia que teje los lazos fraternales de la humanidad. Si Dios nos ha hecho misericordia en Cristo, en el mismo movimiento, nosotros estamos llamados a hacer misericordia a los otros. Quizá haya que usar el verbo “hacer” con la misericordia como complemento directo, mejor que el verbo “tener”. Es el sentido de las palabras del Padre Nuestro. El lugar de la cruz es central. La muerte de Cristo nos revela que las raíces más profundas del mal en el mundo, se hunden en el pecado y en la muerte. La resurrección es la revelación completa de un amor misericordioso y vencedor. «Cantaré sin fin la misericordia del Señor» (Sal. 89,2). La resurrección anuncia «el cielo nuevo y la tierra nueva» (Ap. 21,1), mientras que el «mundo viejo» (Ap. 21,4) no haya pasado, la cruz será el lugar donde el amor se revela como misericordia. La persona de Cristo sobre la cruz, es una llamada paradójica para cada cristiano.  Identificado con el pecado, (Dios lo hizo pecado por nosotros), y con todo pecador, Cristo se ofrece también a nuestra misericordia. Nosotros no podemos tener misericordia sin Dios, pero Dios nos pide tener misericordia de su Hijo crucificado. Cristo suscita por su inocencia ofrecida, nuestra misericordia porque ha sido su amor que lo identifica con los pecadores. Se trata de una llamada a vivir éste «admirable intercambio» entre Cristo y cada uno de nosotros.  Comprendiendo poco a poco lo que hemos hecho crucificando a Cristo (23,34), puede nacer en nosotros el deseo de sufrir con él, de probar como él las penas y los dolores por el pecado de los hombres; y de hacer la súplica humilde y confiada como nos aconseja S. Ignacio en los Ejercicios (Tercer Preámbulo. 104).

 

La contemplación de Cristo en la cruz produce los frutos de perdón en nosotros. Asociándonos al don de su vida por todos, nos transforma en personas-de-perdón, en personas misericordiosas. Ir hasta las últimas consecuencias de la misericordia de Cristo, es actuar como él y con él.

 

Por último, digamos que la misericordia es más amplia que el perdón. Se inscribe en la historia de los hombres en muy diversas formas. El año jubilar nos invita a una lectura del tercer evangelio bajo esta perspectiva: ¿Qué aspectos toma, en los hechos y dicho de Jesús narrados por Lucas? Este sobrevuelo nos hará descubrir la importancia de la misericordia en la vida cristiana. Tener misericordia es una obra humana de todos los días.

 

Quiero terminar parafraseando las palabras de Jesús: Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en el mundo? Si no encuentra fe, tampoco encontrará misericordia. Seamos, pues, misericordiosos, como nuestro Padre Celestial es misericordioso.