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LUNA LLENA

 

La Semana Santa, regida por el calendario lunar, coincide siempre con la primera luna llena de primavera; Los Jueves Santos deben iluminarse con luna llena, la luna que acompañó a Jesús en el Huerto y veló su tumba; por ello, los días santos fluctúan en un margen de hasta 28 días. Por ejemplo, en 1989 el Sabado Santo cayó el 26 de marzo, y el año 2011 cayó el 24 de abril.  Ahora caerá el 26 de marzo. Y es que la liturgia se rige por los grandes ritmos del año, solsticios y equinoccios; las horas del día, las semanas, los meses. Se trata de la santificación del tiempo.

 

La celebración anual de la Pascua cristiana, hunde sus raíces en la historia primordial del pueblo de Israel. Con esa fiesta, el pueblo de Israel celebraba su liberación de la esclavitud de Egipto, mediante un ritual que consistía originalmente en comer un cordero asado, acompañado de hierbas amargas y, solo más tarde, se introdujo el acompañarlo con panes sin levadura. Se trataba de la celebración del evento fundacional del pueblo. Esta antiquísima fiesta, según los especialistas, era, tal  vez, una celebración de los pastores que, con el inicio de la primavera, marcado por la primera luna llena, iniciaban el ciclo del pastoreo errante que terminaba con la llegada del invierno. Entonces se degollaba un cordero y se esparcía la sangre en el campamento para ahuyentar a los malos espíritus y que el rebaño, de esta forma, quedara protegido.

 

Con el paso de los siglos, esta fiesta adquirió toda la importancia de una celebración litúrgica en el sentido más estricto. Se celebraba anualmente, haciéndola coincidir con la primera luna llena de la primavera, para recordar, así, la noche en la que los israelitas salieron de Egipto, y llegó a convertirse en la principal fiesta litúrgica del calendario judío. Al celebrarla, el pueblo revivía su conciencia de pueblo elegido, pueblo liberado, pueblo de la Alianza,  pueblo con el que Dios se había comprometido definitivamente.

 

Según los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, Jesús celebraba esta fiesta pascual aquel primer Jueves Santo, la Última Cena. Pero Jesús le da una significación nueva y definitiva al ritual judío: ahora, Él es el cordero inmolado; en él, Dios hace, ya no con un pueblo, sino con toda la humanidad y para siempre, la Alianza nueva y eterna; ahora ya no será la sangre de un cordero el signo de la liberación del  pueblo, su propia sangre derramada en la cruz liberará al mundo de la esclavitud del pecado; se trata, pues, de una dimensión radicalmente nueva. Y, de la misma manera, ordena a sus discípulos: “Hagan esto, siempre, en memoria mía”, quedando instituído lo que nosotros conocemos hoy como Eucaristía.

 

Con este relato, llamado de la Institución, los tres primeros evangelistas inician el relato de la Pasión, uno de los bloques literarios más extensos y literariamente mejor logrados de los evangelios; se adivina en ellos tradiciones muy primitivas, fuentes a las que acudió cada uno de los evangelistas para confeccionar cada cual su relato.

 

Hay diferencias entre ellos, pero hay una de especial interés: ¿Cuál fue la fecha de la muerte de Jesús? Los cuatro evangelistas coinciden en que fue un viernes; en esto no hay duda; la diferencia entre los primeros tres evangelistas y Juan es la siguiente: ¿Aquel viernes era 15 de nisán, día de la solemnísima fiesta de la pascua, o era el 14 de nisán, la víspera? Según Mt, Mc y Lc, aquel viernes era el día santísimo de Pascua, (día 15), es decir, la festividad más solemne de todo el calendario judío. Juan, por el contrario, afirma que aquel viernes era la víspera de la gran fiesta (ver Jn 18, 28), día 14.

 

Según Juan, la muerte ocurrió el viernes 14 de nisán, y desde luego, a la misma hora, 3 de la tarde, cuando en el templo se degollaban  los corderos pascuales. Juan llama a Jesús “el verdadero Cordero de Dios”. Y los estudiosos le dan la razón a Juan, porque resulta sumamente difícil pensar que en el día solemnísimo de la Pascua, cuando obligaba el descanso y la observancia religiosa estricta, los dirigentes del pueblo se hubieran empeñado tan rabiosamente en aquel asesinato; Juan dispone de mejor información.

 

Como resultado de los cálculos astronómicos, y tras estudios exhaustivos, agotando posibilidades, dicen los especialistas que aquel viernes 14 de nisán correspondería a nuestro 7 de abril, y el año en que Jesús murió, concluyen los estudiosos, fue el año 30.

 

La anterior es una breve referencia a las raíces históricas  que dan marco  a nuestra celebración pascual. Este hecho, como ningún otro, ha configurado nuestra civilización. Y no es para menos, pues, para los cristianos, se trata del hecho que funda  su existencia y es la fuente de todas sus esperanzas, la única posibilidad de realidades radicalmente nuevas; pero, ¿cómo podemos celebrarla hoy, cuando la vida moderna nos impone todo el peso de sus condicionamientos alienantes?

 

Quiero compartir con mis lectores un episodio que Charlie Chaplin nos ha dejado en su autobiografía: “Durante una comida en mi casa      -narra Chaplin- Igor Stravinskij, impresionado por mis palabras, sugirió que hiciéramos una película juntos. Inventé una historia. Tendrá que ser una historia surrealista, le dije. Describí entonces un sórdido local nocturno con las mesas dispuestas alrededor de la pista de baile. A cada mesa, pareja o grupo, correspondía representar el mundo terreno: aquí la avaricia, allá la hipocresía, acá la lujuria, más allá la crueldad, en otra parte el odio, más allá la cobardía, etc. etc. El espectáculo lo constituía la Pasión de Cristo, y mientras estaba en acto la crucifixión del Redentor, los grupos alrededor de las mesas lo seguían con indiferencia, quién ordenando la cena, quién hablando de negocios, quién mostrando un muy escaso interés. La multitud, los sumos sacerdotes y los fariseos agitaban el puño en dirección a la cruz, gritando: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y sálvate”. En una mesa cercana está un grupo de hombres de negocios que están hablando animadamente de una jugosa operación comercial. Uno aspira nerviosamente el humo del cigarro, levanta el rostro hacia Jesús y sopla distraídamente el humo en esa dirección. En otra mesa, un hombre de negocios, sentado con su mujer, estudia el menú. La mujer levanta los ojos, después separa nerviosamente la silla de la pista de baile. No entiendo por qué la gente viene aquí, dice, molesta. Es deprimente. Se divierten, le responde el marido, el local estaba a punto de la quiebra hasta que puso en escena este espectáculo. Ahora han logrado pagar todas sus deudas.

 

Yo lo encuentro un espectáculo sacrílego, dice la mujer.

 

Hace mucho bien, dice el hombre, los que nunca han estado en la iglesia vienen aquí y aprenden la historia del cristianismo.

 

Durante el espectáculo, un borracho, sentado solo en su mesa, bajo la influencia del alcohol, comienza a llorar ruidosamente y a gritar: ¡Miren, lo crucifican! ¡Y todos se burlan de ello!

 

“Tambalénadose, se pone en pie y tiende, suplicante, sus brazos a la cruz. La esposa de un pastor, sentada ahí cerca, se queja con el capitán de meseros, y el borracho es echado fuera, sin dejar de llorar y de protestar: ¡Fíjense, todos se burlan de él! ¡Son ustedes un hermoso manojo de cristianos!

 

“Ve usted, le dije a Stravinskij, lo echan fuera porque arruina el espectáculo. Le expliqué que representar la Pasión de Cristo en la pista de baile de un night club equivalía a mostrar hasta qué punto se ha vuelto cínico y convencional el mundo en su profesión del cristianismo.

 

“En el rostro de Stravinski se dibujó una expresión muy grave. Pero se trata de una cosa sacrílega, me dijo; me sentí incómodo y más que todo, estupefacto. ¿De veras? No fue esta mi intención. Yo pensaba más bien que se trataba de una crítica del mundo hacia la forma en que los cristianos viven su cristianismo. Tal vez, habiendo improvisado el sujeto aquí y allí, no he sido muy claro”.

 

Chaplin, siempre genial. Su guión me recuerda «Cada quien su vida», una increíble película mexicana que se desarrolla toda ella en un deprimente burdel la noche última del año.

 

Siempre he creído que en muchas de las representaciones y en la fiebre vacacional de estos días está lo que denuncia Chaplin; la peripecia más alta de la historia de la humanidad, aquélla después de la cual ya no esperamos nada nuevo, la revelación suprema de la misericordia divina, se convierte en un vano y ridículo espectáculo y en una neurótica estampida humana a los llamados “destinos turísticos”. Tal vez sea la forma inconsciente de esquivar su significado más hondo y su exigencia inquietante.

 

También en tiempos de Jesús hubo muchos que fueron curiosos espectadores e ignoraron aquél suceso que decidía el destino humano. Pasaban por ahí, dice el relato, y ¡meneaban la cabeza! (Mc.15,29).

Creo que ahora, nosotros, no nos tomamos el trabajo ni de menear la cabeza.