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Lucas, el Evangelio de la Misericordia. 4.
(XI Domingo Ordinario)

Los rasgos de la misericordia.

 

b) La misericordia se ejerce y esclarece bajo la mirada de Jesús.

 

Jesús está atento y quiere  que nuestra relación esté dominada siempre por la misericordia.

 El episodio del encuentro con la pecadora en la casa de Simón, el fariseo, destaca esta verdad. La pecadora conocida públicamente y perdonada por Jesús, ha hecho un acto de fe, de confianza en la persona de Cristo. Reconociendo sus numerosos pecados, porque ha amado mucho, puede entrar sin miedo a la casa de Simón para alejarse, después, en paz.  La hoja de ruta (faire-route) de la pecadora está anclada en la esperanza del perdón en Cristo. Ella vence los obstáculos para entrar en la casa de Simón, hace los gestos de confianza y de arrepentimiento y se dispone al perdón que Jesús le da. Todo este trabajo que realiza para acercarse a Jesús no se puede hacer con miedo.  La fe guía sus pasos, los gestos y las lágrimas de la pecadora: esta fe la lleva a los pies de Cristo.

En el mismo relato, Lc. insiste sobre la misericordia como revelación. La misericordia nos revela algo sobre nosotros y sobre los demás. Es Jesús mismo quien indica al hombre la naturaleza y la profundidad del pecado. El pecado, como ruptura de amor con Dios y con los hermanos, no puede aparecer verdaderamente más que bajo la mirada que Dios dirige al hombre.  Lejos de Dios, la conciencia se anestesia. Es el amor lo que permite esta acción-verdad, donde el hombre toma conciencia de sus heridas y de sus faltas deseando el perdón y la recuperación de la inocencia.  Jesús toma la iniciativa: «Simón, tengo algo que decirte» (7,40). Toma la analogía de la deuda y en buena pedagogía conduce a Simón a reconocer la importancia de «hacer gracia», (perdonar, comprender, com-padecer). Da a Simón una catequesis sobre el amor, el pecado y el perdón. Porque si Jesús dice a Simón que juzga correctamente (7,43), quiere decir que él está también en la situación de un deudor a quien se le ha cancelado la deuda. Reconocer, es efecto de la misericordia. Jesús muestra también de manera tangible hasta dónde el amor se transforma en misericordia cuando va más allá de las normas precisas o formales de la justicia. Precisamente por ello, puede llamarse misericordia y transformar los corazones.

Este reencuentro admirable demuestra la evidencia de que la misericordia es un proceso. Toma tiempo para decirse y expresarse. Compromete las libertades. El tiempo para este ejercicio espiritual es una argucia del amor de Dios.  Dios tiene necesidad de un desarrollo de tiempo para desplegar toda la amplitud de su misericordia. Ello nos permite comprender hasta qué punto estamos, siempre, entre el pecado y la gracia, entre la gracia y el pecado: pecadores perdonados y siempre en conversión. «La misericordia no puede desplegarse totalmente más que gracias a la paciencia y a la bondad de Dios- (quia pius est) – que nos ofrece cada día un nuevo plazo, y que vela silenciosamente hasta que nosotros encontramos el camino de la conversión». (San Benito).

La misericordia toma al hombre y a la mujer ahí donde están y como son. La misericordia es revelación: obra de verdad y de conocimiento para el pecador que se mira a sí mismo con los ojos de Cristo. Es Cristo quien precede todo movimiento del hombre. En este reencuentro, la pecadora y Simón viven ya del perdón recibido: por una parte, Jesús está en medio de ellos; por otra parte, la pecadora entra a casa de Simón sin el temor de que la echen fuera. Por una parte, la pecadora es perdonada; por otra, Simón comprende la amplitud del amor a través de la interpelación de Jesus. La fraternidad entre la pecadora y Simón es posible, solo en Jesús porque ambos, Simón y la pecadora, son llamados a reconocerse pecadores perdonados.  No existe liberación más profunda que ésta.