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La violencia sigue siendo una cruda y terrible realidad en nuestro mundo. En nuestra ciudad, más que superada, la violencia está aletargada a la manera de esos virus que esperan, latentes, un momento de debilidad orgánica, para aflorar con renovada virulencia. Hemos visto  síntomas de esa presencia larvada y, Dios quiera, que el sistema orgánico social  no muestre debilidades ni rupturas que favorezcan su aparición reeditada.  Tal virus es nihilismo simplemente vivido, asumido naturalmente. París, ahora San Bernardino. Juárez o Cd. Guerrero. El fondo es el mismo. El nihilismo es un simple “que se j. todo”.

 

Sabemos que son jóvenes los que matan y mueren; la facilidad con la que jóvenes hacen esa opción de vida, es muy grave pues revela el vacío existencial y la enfermedad de nuestra cultura. Pone de relieve que no existen horizontes abiertos, o bien, que la deformación cultural les haga más atractivo el camino que desemboca simplemente en una muerte prematura y sin sentido. O matar en el Nombre de Dios. No encuentran puntos de referencia sólidos ni ambientes sanos para crecer y amar la vida. Lo que Camus llamaba la “desnudez espiritual”, es lo que constituye el ambiente que facilita las peores formas de vivir lo que difícilmente se puede llamar vida, ni familia ni Dios ni patria. Solo queda la orfandad.

 

Todo eso me viene a la mente cuando veo las fotografías de los delincuentes, de los terroristas; son jóvenes, sus rostros y su mirada conmueven por que parecen indiferentes a todo. O yacen abatidos por la policía. ¿Cómo es posible esto? La situación vital que lo hace posible, la pinta genialmente Camus con visión profética. Todos esos seres que mueren y matan parecen “extranjeros” en este mundo, ajenos a lo humano; o que todo les fue negado o que ellos no quisieron o no pudieron enfrentar positivamente su circunstancia. ¡Cuántos jóvenes quedan aún en la situación del Extranjero de Camus! Nadie como Camus pintó ese cansancio existencial, el absurdo, que puede hacer presa de la vida tornándola insufrible, vacía, sin sentido. No se reacciona con una filosofía, con un ideal, aunque sea equivocado. No; solo dejarse llevar, sin pensar, sin resistencias, a donde sea, incluso a la nada, renunciando hasta al trabajo de pensar. El abandono total. La situación que pinta Camus en El Extranjero, con sus variantes, yo la veo plenamente reflejada en la sociedad contemporánea; nada explica mejor nuestra situación. El estado anímico del señor Meursault es el estado anímico que priva en amplios ambientes de nuestra cultura. Desde esta óptica conviene leer la novela de Camus.

 

El Extranjero,  es la primera novela de Albert Camus. El personaje de la obra es un ser indiferente a la realidad por resultarle absurda e inabordable. Más que calidad literaria, esta primera novela de Camus es la expresión de su búsqueda filosófica, el intento de explicar la locura de las guerras, la estupidez humana que hace irrespirable el ambiente. Luego evolucionará hacia una línea más central. Pero, de cualquier modo, es una obra con valor profético, genial. Al “extranjero”, el progreso tecnológico le ha privado de la participación en las decisiones colectivas y le ha convertido en eso, en un “extranjero” dentro de lo que debería ser su propio entorno. Ésta y no otra, es la situación de muchos jóvenes, y no tan jóvenes, en nuestra patria que se ha vistos lanzados hacia la periferia de la vida: la pobreza, resultado final de una mala administración pública, les ha privado de futuro honesto y les ha dejado la opción de la muerte. Papa Francisco acuñó la frase afortunada: periferia existencial. Es la situación de muchos seres humanos en el mundo, que sobreviven en los vertederos de la basura. “Extranjeros” en su casa. Lo sabemos muy bien. La novela de Camus ha de ser leída en clave existencial, como escrita para nosotros, aquí y ahora. Hay muchos Meursault entre nosotros. Sin ese desprecio por la propia vida, no se puede arriesgar una persona a enfrentar la cadena perpetua.

 

Argumento. El protagonista, el señor Meursault, comete un absurdo crimen y, a pesar de sentirse inocente, jamás se manifestará contra su condena ni mostrará sentimiento alguno de injusticia, arrepentimiento o lástima. La pasividad y el escepticismo frente a todo y todos recorre el comportamiento del protagonista: un sentido aburrido de la existencia y aún de la propia muerte. Es llevado a un juez de instrucción e interrogado. No había escogido abogado, le envían uno. El abogado decide ayudarlo, pero Meursault, absolutamente sincero, le afirma que perdió la costumbre de interrogarse, de reflexionar. Todo porque su abogado le pregunto si sintió dolor el día del entierro de su madre. Los instructores saben de las muestras de insensibilidad de ese día y harán hincapié en ello el día del juicio. El abogado no logró convencerlo de decir que ese día había reprimido sus sentimientos naturales. Pero aún ese sentimiento tan humano, el dolor ante la madre muerta, había desaparecido. Al poco tiempo, comparece nuevamente ante el juez. El juez buscaba el arrepentimiento de él, pero ni siquiera ante el crucifijo, se conmovió. Afirma no creer y más que culpable o arrepentido se confiesa aburrido. Las visitas del juez continuaron, pero él no le prestaba atención, estaba cansado de contar siempre lo mismo. Incapacidad para el arrepentimiento, he ahí lo que Camus quiere destacar; lo vemos en el delincuente que a las horas de haber salido de la prisión, vuelve a delinquir con más saña. Me contaba la esposa de un prisionero por tráfico de drogas que le dijo cierto día: si quieres traicionarme e irte con otro, hazlo; cuando yo salga volveré a lo mismo.

La obra de Camus advierte sobre el hombre que está siendo creado. Es una denuncia frente a una sociedad que olvida al individuo y le priva de un sentimiento de pertenencia activa en la comunidad. Fue premonitorio respecto al ciudadano occidental que se encontrará la sociedad tras la II Guerra Mundial. La novela fue escrita en 1942, mientras millones de jóvenes morían en el infierno creado por el hombre. Pero existe una diferencia muy grande entre aquellos jóvenes y los nuestros: los jóvenes alemanes decían morir para que Alemania viviera, los aliados morían para ayudar por la democracia y la libertad, etc.: los nuestros, los jóvenes de nuestra generación, ¿por qué y para qué están muriendo?  ¿Por un cartel? ¿Por un capo? ¿Por qué más? La situación de Camus ha mutado.

 

Camus escribió una obra provocadora en cuyo trasfondo aparece el rostro desgarrado de una Europa herida y violentada por dos guerras mundiales. Pintó una historia gris donde el paisaje está oscurecido por la extirpación de cualquier pasión o voluntad del hombre. La enajenación generada por los discursos patrióticos de Hitler, Stalin, Churchill, Roosevelt  o Truman, hizo que millones de jóvenes fueran a la muerte. ¿Y, los nuestros? Al fondo, y aquí reside la actualidad de Camus, está la ausencia de referentes dadores de sentido, puntos sólidos de apoyo. Cierto, esa situación también sacó a flote la pléyade de escritores geniales cual no la ha  habido después. Camus, uno de ellos.

 

Meursault es el personaje que encarna ese sentimiento de profunda apatía por todo lo que le rodea que se hace más ostensible en su actitud ante la muerte de su madre, … “pensé que, al cabo, era un domingo de menos, que mamá estaba ahora enterrada, que iba a volver a mi trabajo y que después de todo, nada había cambiado…”. Un verdadero extranjero de lo humano.

 

Meursault personifica la carencia de valores del hombre, degradado por el absurdo de su propio destino, ni el matrimonio, ni la amistad, ni la superación personal, ni la muerte de la madre… nada tenía la suficiente importancia ya que la angustia existencial de este antihéroe inundaba todo su ser. Así, su ateísmo estaba justificado, la vida no tenía ningún sentido fuera de uno mismo, la confianza en fuerzas externas a él mismo le producía una sensación de caída hacia el abismo de lo incierto. El contraste entre el ateísmo del “extranjero” y la necesidad religiosa de los nuestros, la podemos ver en la aberración del culto a la santa muerte.

 

La búsqueda de la felicidad no se hallaba en esa religión ni en la confianza en una sociedad cuyos mecanismos y leyes son desconocidos al individuo, la felicidad se encontraba en uno mismo, en la seguridad de la propia existencia, en la conciencia de ser y cuyo fin es el mismo conocimiento del ser. “…ninguna de sus certidumbres valía más que un cabello de mujer […] yo parecía tener las manos vacías. Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba a llegar. Si, era lo único que tenía…”. Obvio, nuestra generación no da para tales delicadezas filosóficas; es mucho más simple: más droga, más droga, más sexo, más dinero fácil; de esta manera me ahorro el trabajo de pensar.

 

Meursault se transforma así en un extranjero que juzga y remueve los fantasmas de una sociedad angustiada, cuya moral, carente de sentido, regula la vida de un todo social. Esa moral que condena a muerte de igual manera a un hombre que no llora la muerte de una madre que a un asesino. “En nuestra sociedad, un hombre que no llora en el funeral de su propia madre corre el peligro de ser sentenciado a muerte por la sociedad…”, esa muerte que resulta ser la única opción posible para consumar la búsqueda de la propia existencia. Estimado lector, entre nosotros, nada más se limpiaba la sangre de los ejecutados, se acomodaban los bancos de la barra nuevamente y,   ¡a continuar con la orgía! La sangre de los seres humanos dejó de ser sagrada entre nosotros. Nihilismo puro.

 

Un gran filósofo de la cultura, Max Scheler, hablaba en su momento de «un ultimátum de Dios». También esa frase se la llevó el viento y se perdió. Esto nos revela nuestra situación existencial de hoy. El problema de la humanidad actual no es en el fondo un problema político, cuya solución dependa tan solo de una organización mundial, sino que es un problema moral. Y aún esto, es decir, demasiado poco todavía. «Se cree, dice el profeta del nihilismo, Nietzsche, poder ir tirando con un moralismo sin fondo religioso; pero con ello se da necesariamente el camino para el nihilismo». El personaje de Camus, el extranjero, es el nihilismo más completo, la abolición de la voluntad en el ser. Es la amenaza real sobre nuestra cultura.

 

  1. El IMIP es un acervo de datos, estadísticas y estudios muy bien elaborados y disponibles, que revisten una gran importancia para la ciudad. Amén del tiempo y del dinero que se ha invertido, tal Instituto tiene una gran importancia para la planeación del desarrollo urbano que buena falta hace. Tiempo y dinero son valores de mucha importancia; otra cosa es que, por las más diversas razones, el Instituto no sea tomado en cuenta como es debido. Pero de ahí a desaparecerlo, hay una gran distancia. Si el dinero fuera de nuestras propias bolsas, no lo tiraríamos. El IMIP, a mi juicio, debe continuar; en todo caso, ha de consultarse con mayor fuerza en los procesos de planificación urbana.