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MEXICO Y EL DIABLO…!

O, “El Diablo y algo más”, (R. Marín);

también podríamos decir que el diablo, o, en su caso, el infierno son los otros. “Yo pienso que a México el diablo lo castiga con mucha bronca”. Cuando se le preguntó sobre la desaparición y posible asesinato de 43 estudiantes de magisterio en septiembre, con extremo cuidado, se limitó a decir: “un hecho que ha sacudido al país”. Pero ese posible crimen múltiple, no lo ejecutó un posible diablo, lo sabemos. A menos que admitamos que el diablo tenga siglas, ideología, subvenciones, magníficas complicidades, guerrillas, interés particular en las siembras y cosechas, y amor intenso al dinero.

Consideró que “el diablo no le perdona a México” el fervor que el país ha mostrado a la Virgen de Guadalupe. “Usted va a encontrar a mexicanos católicos, no católicos, ateos, pero todos guadalupanos”, dijo. Lo cual tampoco es muy consolador pues dicho amor a la Guadalupana no influye en el ánimo ni en el ánima de los mexicanos para hacer de este país que, ciertamente ha amado entrañablemente María de Guadalupe, un país más justo y digno. Lo vivido estos últimos años, cantidad de vidas segadas, injusticias, desigualdades, corrupción, narcotráfico, desorientación y desarmonía, la pobreza y olvido de los indígenas, poco tienen qué ver con el amor a la Virgen del Tepeyac. En la ciudad donde está su Santuario, el partido en el poder, con 17 votos a favor y 14 en contra, legalizó el aborto; el número de niños asesinados legalmente por esta disposición, no baja de 150 mil lo cual determina una sociedad desarmonizada, en franca esquizofrenia. Por un lado, los derechos humanos como brioso caballo de batalla, y por el otro el asesinato impune de los más inocentes e indefensos.

¿Y si Francisco quiere decir lo que dice?,

se pregunta J. Marirrodriga (El País.31.12.14). Desde su mismo comienzo, el cristianismo presenta una disociación entre su mensaje y lo que se entiende de éste. Aunque Cristo le explicó claramente a Pilatos —con ejemplo incluido— que su reino no era de este mundo, el mismo gobernador romano ordenó clavar en lo alto de la cruz un cartel con la expresión “rey de los judíos” como motivo político de la condena a muerte. Y el cortocircuito de comprensión se repite a menudo desde entonces entre quienes se situaron a la cabeza de la institución fundada por Jesús y las sociedades a las que se dirigen.

¿Qué sucede si el Papa quiere decir exactamente lo que está diciendo? Francisco ha dicho que quiere a los cristianos en la calle. Una iglesia presente en la vida pública que aplique soluciones, por ejemplo, donde el Estado moderno falla. Una Iglesia de laicos no laicistas y de clérigos no clericales. Una Iglesia que hace de la familia su unidad fundamental, alejando el sentimiento individualista y reforzando la pertenencia social. Y este llamamiento no es para el futuro sino para ahora mismo. La Iglesia católica ha recobrado en pocos meses un papel protagonista mundial de primer orden, desde Cuba a la crisis migratoria europea pasando por Oriente Próximo o la lucha contra el yihadismo. El voto católico se ha movilizado como nunca antes en Estados Unidos, al igual que las manifestaciones en Francia. Y en España las encuestas vaticinan en millones la pérdida de votos al PP por retirar la ley Gallardón que buscaba echar abajo la ley del aborto impuesta por el PSOE.

El “salir a la calle” del pontífice lleva un rumbo de colisión inevitable con una concepción laicista de la sociedad. Stalin demostró no entender nada cuando preguntó jocosamente cuántas divisiones tenía el Papa; y quienes creen —fuera y dentro de la institución— que la Iglesia católica quedará diluida como un azucarillo sentimentaloide, asistencial y buenista en la sociedad moderna, corren el mismo riesgo. Basta escuchar a Francisco.

La fe en los demonios.

Bien podríamos pensar que papa Francisco tiene en mente un texto de Pablo, en su carta a los efesios: «vestid la armadura de Dios para resistir las estratagemas del diablo. Pues no peleáis con seres de carne y hueso, sino con las autoridades, las potestades, contra los soberanos de estas tinieblas, contra espíritus malignos del aire» (6,11-12). Este texto solamente dice, si no queremos ser fundamentalistas, – y no debemos serlo -, que la vida cristiana es una milicia, con sus enemigos, armas y aliados. La imagen de una batalla contra enemigos aguerridos, peligrosos y poderosos que cristalizan incrustados en las estructuras humanas, desde lo hondo del corazón, hasta los sistemas operativos de la sociedad. Después de todo, Pablo, como los demás escritores del N.T., son deudores de su época. No es mentira ni ingenuidad; cada época se expresa con los elementos lingüísticos y culturales que tiene a mano. El mal adquiere, a veces, fuerza y organización descomunales, casi personificadas; a la postre constituye un misterio. Es tan grande y tan terrible que causa espanto. Este viernes, Riva Palacio nos pinta ese poder organizativo del mal hecho estructura perfectamente organizada. Es tan grande y tan funesto que parece no tener su origen en la mente y en el corazón del hombre.

También en la Iglesia.

El santo Papa Pablo VI, en 1972, viendo la crisis inimaginable en que la iglesia se había sumido luego del Concilio Vaticano II, un 29 de junio dijo una homilía en la que aparecen estas frases: “Debemos estar firmes en la fe para contrarrestar el poder de las tinieblas”. El papa afirmaba en su discurso que la situación de la iglesia era tal que «por alguna fisura ha entrado el humo de satanás en el templo de Dios». A través de las ventanas, destinadas a dejar pasar la luz, de las que habló Juan XXIII, con su programa: “Abramos las ventanas de la iglesia para que entre un aire fresco”, en realidad, había entrado un aire contaminado; se habían esperado días soleados para la iglesia, pero en vez de ello habían llegado días de nubes, de tormenta, de oscuridad, de dudas e inseguridad. Hasta aquí no hay problema. Pero Pablo VI continúa su discurso: «La culpa se debe a la intervención de un poder adverso. Su nombre es el diablo, este ser misterioso al que se alude en la Escritura. Cierta cosa preternatural ha venido al mundo para turbar, para sofocar los frutos del Concilio Ecuménico y para impedir que la iglesia irrumpa en el himno de gozo de haber recibido de nuevo con plenitud la conciencia de sí misma.»

Más adelante afirmará: «¿Cuáles son, hoy día, las mayores necesidades de la iglesia? Que no os asombre como simplista, incluso como supersticiosa o irreal, nuestra respuesta: una de las necesidades mayores es la defensa de aquel mal que llamamos demonio». Y concluye: «La visión cristiana del cosmos y de la vida está henchida de optimismo conscientemente triunfal. Sin embargo, encontramos el pecado que es, a su vez, ocasión y efecto de la intervención en nosotros, de nuestro mundo, de un agente oscuro y enemigo, el demonio. El mal no es, pues, tan solo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y corruptor. Terrible realidad. Misteriosa y temible». Inquietantes palabras de san Pablo VI. Dichas por un papa, tales palabras adquieren un valor especial; es el magisterio ordinario explicable en esa circunstancia. En esos años se incuba el terrible mal que azotaría a la iglesia después, la pederastia. Sobre el tema, creo haberme expresado al respecto en mi artículo de hace tres semanas, “Expulsen los demonios, curen los enfermos”.

Los demonios en ambos lados.

Sin embargo, el mal que constatamos en nuestro mundo, en todas sus infinitas y temibles formas, parece definitivamente realizado por el hombre mismo. Sin decir nada más que lo que es público, ¿no llama poderosamente la atención lo que un solo joven haya podido realizar en el Valle? Es un mal muy grande. Yo siempre he creído que la posesión diabólica no es otra cosa más que el hombre abandonado a todo su poder de destrucción y autodestrucción. En las fotos de los medios este joven aparece deshecho, autodestrozado.

Todo reino dividido va a la ruina, decía Jesús a sus adversarios cuando lo acusaban de estar, él mismo, poseído por el demonio. ¿Cómo puede satanás expulsar a satanás? Si satanás expulsa a satanás, ¿cómo se mantendrá su reino? Aparece un gran titular: Corrupción es endémica en México: Estados Unidos. “La corrupción es endémica en todos los niveles de la sociedad y el gobierno mexicano”. Un extenso reporte de una extensa oficina norteamericana, “clasificó a México como uno de los países con mayor tránsito y producción de drogas, uno de los principales lugares de lavado de dinero, así como una de las principales fuentes de precursores químicos para elaboración de sustancias prohibidas”. Con esto nos basta.

Los demonios del otro lado nos ven así. Pero ese extenso reporte, de esa extensa oficina y del departamento de estado, no dice nada de que ellos son los consumidores y causantes indirectos de esa producción y por lo tanto, junto con la venta de armas, rápida y furiosamente realizada, consuman un inmenso negocio que a fortiori ha de ser blanqueado. De tal manera pues, que este enorme mal que ha trastocado toda forma de convivencia racional es llevado a cabo, al menos hasta donde lo podemos ver, no por un ángel caído, sino por seres de carne y hueso de ambos lados. No sé si coincida esta visión con una visión sobre los lobos de Wall Street. ¿Podríamos decir que por inducción o influjo de lo demoniaco? Tal vez.

Ateísmo superado.

Fabrice Hadjadj francés convertido al catolicismo en 1998, a veces se presenta a sí mismo “como un judío de nombre árabe y confesión católica”. Nació en Nanterre en 1971 de padres de ascendencia judía e ideología maoísta. Ensayista y dramaturgo, está casado con la actriz de teatro S. Michelle con la que ha engendrado cuatro hijos. Actualmente es profesor en el Instituto privado Santa Juana de Arco y en el seminario de Toulon.

Como todos los conversos, Pablo, Agustín, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola o C. de Foucauld, Hadjadj es incómodo; ha escrito un libro sumamente interesante: “La fe de los demonios (o el ateísmo superado)”. Es un libro de gran calidad literaria sobre el tema del demonio. En la contraportada dice: “Muchos cristianos piensan que sus enemigos más peligrosos están entre los libertinos y los lujuriosos, sin embargo, los demonios son ángeles e ignoran los placeres de la carne. Otros buscarán sus enemigos entre los ateos o agnósticos, pero los demonios creen, nos recuerda el apóstol Santiago, y tiemblan. No hay un solo artículo de fe que los demonios no tengan por cierto. El ateísmo es cosa nuestra, no del demonio. Quizá lo demoníaco no sea algo exterior como imaginamos. Este libro no es un tratado sobre los demonios, sino sobre la lógica del mal, como un pequeño breviario de combate (y de vulnerabilidad), un pequeño catecismo para, como dice Pablo, “peleo, pero no como quien da golpes al aire” (1 Cor 9,26).”

Y tiene razón, porque Cristo fustigó, no a los incrédulos, sino a quienes decían creer, a los escribas y fariseos, a los que medraban con la religión abusando del pueblo. Comentando la tentación que el diablo le propone a Jesús: “Si eres hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito a los ángeles te encomendaré y en sus manos te llevarán”, la comenta bien al decir que Jesús renuncia a toda espectacularidad y que prefiere la fe como un acto libre, voluntario, sin forzar a nadie. La comunidad de Jesús tiene que renunciar a toda espectacularidad y preferir la humildad, la sencillez, lo callado en lo íntimo del corazón. Hoy se habla mucho de apostolado, hay que salir a las calles. Y tenemos que hacerlo. “Corred por el mundo entero a proclamar vuestro bonito reino. Pero no olvidéis que yo soy el dios de este mundo, el príncipe de este mundo. Soy máster en marketing, doctor en propaganda, experto internacional en mensajes subliminales y en fascinación publicitaria. ¡Mira cómo consigo que ese pobre diablo compre un coche por encima de sus posibilidades! ¡Admírate de cómo puedo hacer que elijan al político menos idóneo con la sola mediación de la maravilla mediática! Yo puedo hacer muchas cosas, incluso, disfrazarme de ángel de luz. Confía en mí. Te daré todos los reinos de la tierra, su gloria y su esplendor. Son míos y los doy a quien quiero”. Esto dice el diablo; y si nos fijamos bien esto es terrible, encierra una gran verdad. Es la seducción.

Jesús rechaza esa tentación. “Nunca dije que fuéramos un club de beneficencia, sino la aventura de un encuentro con el último y más corriente de los ciudadanos, abriendo nuestras manos por si quieren traspasarla. El reino de Dios se anuncia en la pobreza. Se ama al prójimo en la proximidad. En el riesgo de un abrazo donde ese prójimo puede abrirse o puede estrangularnos”.

En el rito bautismal, por ello, pedimos a Dios que nos libre de la seducción del Mal. Tal vez en eso piensa papa Francisco cuando ve a México.