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Tratando de localizar este artículo del Padre Eduardo Hayen, mismo que iba a citar en otro tema, me topé con la novedad de que ya no existe en la página de la diócesis (http://www.diocesisdeciudadjuarez.net/). Fue sustituido por otro, “El mal ha sido derrotado”. Atribuyo dicho cambio a una mala organización del portal, y no a intenciones macabras.

Este artículo fue publicado en Presencia y, lamentablemente, ya no tengo la fuente. No sé en qué fecha, número o edición quedó plasmado. Por eso he decidido compartirlo aquí, para que no quede en el olvido tan valiosa reflexión. 


Mi perro no tiene derechos

Pbro. Eduardo Hayen

Desde hace unos meses he podido disfrutar de un perro en casa. Las mascotas son compañía agradable y siempre que llego encuentro al ‘Tsuru’ brincando y moviendo la cola. Conozco personas que los quieren tanto, al grado de darles trato de seres humanos.  Entiendo que la sensibilidad hacia los animales ha crecido en el mundo, a tal grado de que muchos los consideran intocables. Y aunque le tengo a mi perro una buena dosis de cariño, reconozco que mi mascota no tiene derechos.

Cuando yo era niño y vivía con mis padres, tenía el derecho a que se me alimentara, se me vistiera y me dieran educación, pero también aprendí que debía ser responsable con mis tareas escolares, así como lavar trastes y tender mi cama. Hoy como mexicano tengo derecho a votar pero también deberes con mi patria. Los trabajadores tienen derechos pero también deben cumplir sus responsabilidades. ¿Y mi perro? Si digo que tiene derechos entonces, ¿cuáles son sus deberes? Un ser que no tiene deberes tampoco tiene derechos.

Me dice un amigo defensor a ultranza de los derechos de los animales que el deber de un animal es cumplir simplemente con su función natural. Mi perro es guardián y por lo tanto tendría el deber moral de ladrar a los extraños, así como una abeja tendría el deber moral de libar el néctar de las flores para fabricar la miel. Yo le digo a mi amigo que esos no son deberes morales de los animales. Son simplemente funciones que ellos realizan, según su especie, porque Dios imprimió instintos en ellos. Los animales no tienen derechos ni deberes porque no son sujetos morales.

También el buen Dios imprimió funciones naturales en nosotros los seres humanos, como por ejemplo estornudar, comer, dormir o ir al baño.

No son actos morales, sino simples funciones de la naturaleza humana. Sin embargo nosotros tenemos algo que los animales no tienen: el discernimiento y la libertad para elegir entre el bien y el mal. Si camino y al peatón frente a mí se le cae su billetera y no se da cuenta, tengo la opción de recoger la billetera y alcanzarlo para entregársela, o bien puedo optar por recogerla y guardarla para mí. Eso es un acto moral que me convierte, según mi opción, en una persona buena o mala.

Un animal no puede hacerlo porque no tiene libertad, y sin libertad no se es sujeto de derechos ni deberes.

Alguien podría creer que un feto no tiene derecho a la vida porque no tiene deberes. Es cierto que en ese período de su vida no puede cumplir deberes, pero potencialmente lo hará, si se le respeta el derecho a vivir. Por esa potencialidad tiene derecho a que su vida sea respetada. “Cuando proclamamos que al hombre lo asiste un inalienable derecho a la vida –afirma Juan Manuel de Prada– estamos proclamando también que lo obliga el deber de respetar la vida de los demás hombres; cuando defendemos el derecho a la propiedad estamos condenando el hurto, y así sucesivamente”. Un animal, en cambio, no tiene ninguna potencialidad para cumplir deberes.

Los derechos se reconocen y se afirman para regular las relaciones entre los hombres. Mi perro, al ser un ser inferior a mí por carecer de alma espiritual, está fuera de la esfera de los derechos y deberes. Yo tengo el derecho de tenerlo a él como mascota, y tengo también el deber de alimentarlo, darle de beber y cuidarlo. Si lo maltratara, estaría abusando de la creación de manera egoísta y quizá hasta podría pagar una multa o ir a la cárcel.

Dos cosas han de preocuparnos. El que los seres humanos explotemos la creación de manera egoísta e irracional pero, más que eso, el que el hombre olvide la dignidad de ser hijo de Dios, y simplemente sea crea un animal más de la creación. Cuando se endiosa a los animales, el hombre desciende en la escala del ser y se animaliza.