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Mientras el balón rueda, ¿podríamos pensar en los niños migrantes? ¿En la violencia estructural en nuestra sociedad? No debemos ser amargos; lo desconcertante de la realidad nos pide un poco de distracción. Pero tampoco ingenuos. Tv. Milenio presentó una escena donde aparece un aficionado mexicano, borracho hasta las cachas, que tartajosamente y llorando a moco y baba, gritaba: no fue penal, no fue penal. No sé si la Fifa tenga mamá, pero el borrachito se encargó de recordársela  en repetidas y sonoras ocasiones mientras lloraba desconsoladamente.  La toma se va cerrando y al final, sacando de foco al borrachito, solo queda la palabra México de su camiseta, bien visible, llamativa. El mensaje es más que subliminal, – ¿Así se ve México? -, y no sé si el hecho  responda también a la guerra de las televisoras.  Y el balón rueda que rueda.

Con mejor humor, en el Vaticano sacaron una caricatura del papa Francisco, argentino él, y por ello aficionado al futbol. Me ha agradado la ocurrencia porque revela cercanía y, dentro del respeto que toda persona merece, una “humanización” del papado. La caricatura representa a unos “guardias suizos” que celebran ruidosamente el crucigrama que Suiza está planteando a Argentina en la cancha. Atrás de ellos, y sin que lo adviertan, está la figura del papa con una nubecilla negra sobre la cabeza signo de su disgusto y esperando el final. Este puede ser el campeonato de futbol que gane un solo hombre, Messi. Que el balón siga rodando, pues. El señor Sartre decía que el futbol es una metáfora de la vida en cuanto que es la  encarnizada lucha de  una pasión inútil. El hombre, también es una pasión inútil, decía.  Imagínese que el papa, ahora reunido con nueve cardenales para ver cuestiones vitales para la iglesia con ellos, decidiera interrumpir el trabajo para ver un partido.

Y mientras el balón y el mundo ruedan, la nota mundial es la violencia, siempre fratricida. Las notas no pueden suprimirse del todo; ahí están agazapados el odio racial, religioso, político. La multiforme violencia que se hace estructura.  Las enormes e infranqueables desigualdades, las injusticias más hirientes, la pobreza y el cambio climático, la especulación financiera, la inestabilidad, la falta de empleo, el estancamiento económico de México. Y no es tremendismo, pues hay muchas realidades positivas, existen muchas cosas buenas y personas estupendas; de lo contrario no estaríamos aquí. Pero para preservarlas  debemos ver el cuadro completo. Hay notas que son altamente preocupantes. Una de ellas es la crisis humanitaria que ha salido a flote y se refiere a los niños migrantes.   El último caso ha disparado las alarmas, como se dice hoy, (hace mucho que debieron dispararse), pues un niño de 11 años ha muerto en Texas a kilómetro y medio de la frontera con México. Dejó a su madre enferma en Guatemala y vino a buscar dinero “para ayudarla”. Se trata de un problema que ahí ha estado desde hace mucho tiempo y las alarmas no suenan; y los problemas, como las enfermedades, o se curan o empeoran. ¡Todo lo que revela este dato! Y son miles y miles; suman millones en el mundo. ¿No habrá pensado EE.UU. levantar el muro que ha puesto en las narices y  plantarlo en la frontera sur de México? Conocida su sensibilidad, no es remoto.

Ahí está el niño muerto en el desierto como están los 300 muertos sudafricanos, – que así llegaron -, en un barco a las costas de Italia, todos muertos en el barco que los traía al “sueño europeo”.  Lo que se diga demás es crónica, ilustrativa por cierto, de la locura. En el fondo es una crisis humanitaria que nos ha explotado en la cara. ¿Nueva? No lo creo. Estas cosas se fraguan con el tiempo, con la corrupción, con las revoluciones, con las complicidades, con el crimen, con la supremacía de los valores de mercado, vulgo, avaricia, sed de dinero, que si es fácil, es mejor. La política es cuestión de vida o muerte. Tales hechos, comunes en África, comunes en las guerras de Medio Oriente,  venimos a darnos cuenta que los tenemos frente a nosotros, en nuestra ciudad, en todo México. ¿Cuántos de esos niños desaparecen en México, durante el trayecto? ¿Cuántos secuestros y abusos de todo género se habrán realizado?

Y sobre esto, sale la nota  perdida sobre el turismo sexual infantil que está en auge en algunas ciudades mexicanas, entre ellas, la nuestra. El Diario nos reporta de dos o tres casos por semana de abusos sexuales de menores, generalmente dentro del ámbito familiar, donde se dan la mayoría de los casos. Y sobre esto, algunos padrecitos engrosan la lista. ¡Qué niveles ha alcanzado este mal! No basta, pues, hablar teóricamente de la significación de la familia y lo que ella es para la sociedad; es necesario que se presten ayudas concretas, tan concretas como ayudarlas a salir del círculo infernal de la miseria yendo más allá de la escupidera de millones y las rebatingas subsiguientes que me recuerda la escena que se repite cuando se le tira migajas de bolillo a las palomas y, éstas acuden en tropel, a recogerlas.   Cómo me preocupa que México tenga esa facilidad para soltar millones y millones; un desastre natural o de los otros, Michoacán, Oaxaca, Guerrero, Tamaulipas, Chiapas en su momento, tal o cual sindicato, los magistrados, los del Ife, o como se llame ahora, y derivados, etc., etc. Para todo hay millones y millones; y ¿dónde están?  Se lanzan millones como agua sobre un incendio y la pobreza, el hambre, la precariedad, la deserción escolar, siguen boyantes. La gasolina sube que sube! Y, con ella, todo.

La generalización del populismo se explica porque las normas políticas se hacen sin estudiar ni controlar sus consecuencias. Sin una reforma institucional no se producirán los cambios económicos necesarios que necesitan los países. Tenemos un  aluvión de diagnósticos y recetas ideados para resolver los problemas mexicanos pero todo apunta a lo de siempre: reacción interesada, votos, conservación del poder, interés de partido. Próximas elecciones. En realidad  emerge una larga lista de asuntos que sugieren revisar nuestra democracia: el funcionamiento de los partidos, la corrupción, la falta de transparencia, el desprecio a los órganos independientes, la articulación territorial del Estado, etcétera.

Ahora, estos problemas ya no son estrictamente nacionales. América Central y del Sur son un desastre y México es el corredor de la miseria, del éxodo doloroso detonado por la pobreza,  la corrupción,  las revoluciones.  Nosotros estamos a dos fuegos; la avalancha del sur y la cortina en el norte. Y el crimen que medra. Ahora México ha de responder por los niños migrantes, los propios y los ajenos. Entre nosotros, las alarmas deberían sonar ante la deserción escolar, la baja calidad educativa y el pandillerismo, las familias incompletas o deshechas, los niños de la calle, víctimas fáciles,  que son la cantera para engrosar las filas de la delincuencia en todas sus formas. No son pocos los delincuentes más feroces y desalmados provenientes de Centroamérica.   Todo deriva de las políticas erráticas, de la corrupción; todo se traduce en miseria y, si financiar la pobreza resulta tremendamente caro, financiar la miseria es imposible.

Como en las personas, también las sociedades se deprimen, pierden el ánimo, se acobardan, se resignan y con una sociedad en ese estado emocional, como con una persona en igual estado, es poco lo que se puede hacer. Hay heridos politraumatizados, hay sociedades en igual situación. Traumas múltiples y complejos: crimen, complicidades, corrupción, pobreza en todos los ámbitos del ser.   También para la sociedad existen los sueños rotos, las ilusiones frustradas que intentará manejar recurriendo a una memoria corta, a una ceguera voluntaria.  Los que, de una forma u otra, estamos al frente de la comunidad podemos llevarla al desencanto, a la sensación de frustración. ¿No es México una sociedad traumatizada? ¿Ha superado Juárez los efectos traumáticos de la guerra sencillamente increíble en la que se vio envuelta? ¿Retornará esa situación? ¿No vamos haciendo el mismo camino midiendo la recuperación por el número de antros?

Sarmiento, según su estilo, trae en una de sus columnas una cita de Napoleón Bonaparte (es obligado el Bonaparte,   porque hay otros napoleones, más leones que napos, radicados, creo, en Canadá), y dice así: “El delito de los que engañan no está en el engaño, sino en que ya no nos dejan soñar que nunca nos engañarán”. De ese desengaño, parten la tendencias sociales suicidas, la necrofilia, diría Fromm, la familiaridad con la muerte, las tendencia enajenantes y suicidas.

Muchas veces me he referido a la tesis de Fromm: ¿puede estar enferma una sociedad? Él, y ahora nosotros, sin necesidad de un doctorado en psicología, podemos responder que sí, que una sociedad puede ser un ente enfermo y, concluimos con él, que una sociedad enferma no puede producir individuos sanos. En una de sus obras desarrolla la tesis de las tendencias necrófilas que pueden llegar a convertirse en formas de relación en la sociedad enferma. Amar la muerte, familiarizarse con ella. El hombre enajenado, el hombre que ya no se pertenece a sí mismo, el idólatra que acaba adorando las obras de sus manos, es necrófilo.

Sin esta teoría tan simple como profunda, ¿cómo podemos llegar a comprender, a digerir el hecho escueto de que en un enfrentamiento, inopinado, las fuerzas del Estado liquidaron a 22 narcotraficantes?  No entro en pormenores ni discuto la legitimidad y necesidad de la acción del Estado. Quiero ver sólo el hecho en sí. El hecho que revela la enfermedad social. En cualquier parte del mundo, 22 bajas, trátese de la guerra en Siria, Irak, Israel donde se ha encendido de nuevo la violencia en serio; en donde sea, se trata de noticias que le dan la vuelta al mundo. Y así ha sido ésta. “La matanza de 22 supuestos narcos en México muestra las sombras de una guerra bajo control militar. La nota oficial se titula “personal militar repele una agresión” y dice que todo ocurrió a las 5.30 en el poblado de Cuadrilla Nueva, en un agreste rincón del sur del Estado de México. Un convoy militar que inspeccionaba el terreno se topó casualmente con una bodega custodiada por “personal armado” que al ver a los soldados empezó a disparar”. (El País).  Repito, es el hecho en sí. Es la existencia innegable de las poderosas mafias del crimen, y siguiendo con nuestra idea, la pregunta más importante, me parece, que debe ser sobre el sustrato social  de donde se nutre, en donde recaba, donde hace las levas el crimen.  Obvio, en una sociedad desarticulada, sin arquitectura social, desprovista hasta de los referentes humanos más elementales: familia, madre-padre, ternura, amor, solo quedan solo el resentimiento y la sed de venganza.

Otra nota internacional reporta que en Veracruz, han sido exhumados  32 cadáveres de fosas clandestinas. México, tal pareciera,  es una gran fosa clandestina. Por todo el país están regadas esas fosas.  ¿Seremos una sociedad sana? Hay que luchar por ello. ¿Dónde queda el sistema judicial? Christof Heyns, habla de la impunidad sistemática y endémica en México donde “solo del 1 al 2% de los delitos, incluidos los homicidios, dan lugar a sentencias condenatorias.

No se trata, desde luego, de presentar el extenso catálogo de males que en este momento asuelan a nuestra sociedad sino de resaltar cómo basta con la mención de algunos de ellos para comprender el generalizado cambio en nuestra percepción de la violencia estructural, que ahora aparece de manera creciente y generalizada como una amenaza inmediata. Y la mayor violencia es la pobreza programada y sostenida. Pero tenemos pleno derecho, y necesidad además, de disfrutar  buen futbol este fin de semana. Que ruede el balón, pues!