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En el filme La Ley de Herodes, hay una escena que constituye la condición de significado. Muestra el alcance de la perversión a la que puede llegar el hecho político desvinculado de la ética. Si bien, el filme  se da en un contexto nuestro,  el hecho es universal.  La prevaricación es global y atávica: Corea del Norte, Cuba, Venezuela, México, países europeos o EEUU, es decir, donde quiera que el lenguaje humano deje de tener significado, ahí donde política y mentira se identifiquen.  O, digámoslo rápido, ahí, y donde quiera, que la política quede desvinculada de la ética.

En la escena referida el político mayor le otorga a su delegado, dos armas poderosísimas para desempeñar su papel: una pistola y copia de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.  El hecho es terrible en sí mismo; son dos instrumentos mediante los cuales va a ser posible que el delegado pueda, con la Constitución y la pistola en mano, exaccionar  al pueblo. El personaje mayor le dice textual, al momento de entregarle “los instrumentos de poder”: “Con esto te los ch…. a todos”.   Es hiriente el espectáculo. Con esos instrumentos de poder, el funcionario se hace dueño absoluto de la situación y acaba explotando, oprimiendo, mediante la facultad que tiene para decretar impuestos, a los más miserables, a los indios, a los que no entienden ni siquiera el lenguaje. Y en el filme no entender el lenguaje simboliza a quienes no comprendemos el complicado discurso, por ejemplo, de las actuales reformas que habrán de traernos la felicidad. Los pepenadores, las tienditas del barrio, por ejemplo.  Es una situación de suprema injusticia que deja un amargo sabor, ese sabor de la injusticia, de la arbitrariedad y de la impunidad.  No hay castigo, al contrario, puede haber premio para quien obra de esa manera.  Pero el centro de gravedad está en los instrumentos de poder: la pistola y la Constitución.

Esta situación acaba por tornarse insoportable.  En el filme citado termina con la rebelión de los indios que amenazan de muerte al político, después de todo, cobarde.  Y es que la injusticia, la pobreza, la impunidad, la corrupción, la insensibilidad, desembocan políticamente en la anarquía. ¿Cómo interpretar el hecho michoacano?; lo escrito por Riva Palacio este miércoles es conclusivo. La política deja de ser, entonces,  aquello que decía tan poéticamente Hanna Arendt: «cuidado de la existencia»; una existencia que mira al bien común público o general.

Aristóteles ya supo ver la afinidad entre ética y política. Para él, la organización de  la vida colectiva humana tenía que ver con la «vida buena», (entiéndase la vida moralmente buena), o simplemente, con la ética. Sin ética no hay política. En un estupendo filme de la vida de S. Agustín, hay una escena verdaderamente ilustrativa. El autor de «La Ciudad de Dios», va hasta la tienda del general bárbaro para enfrentarlo e impedir la destrucción de Hipona. Le grita el rey instalado en su soberbia: «Yo soy el rey y hago lo que quiero». Le contesta Agustín: «Tú no eres rey; los reyes construyen ciudades, crean civilizaciones, defienden al pueblo y tú, sólo destruyes y asesinas. Tú no construyes nada. Tú no eres rey». Este pensamiento atraviesa la magna obra de filosofía política de Agustín.  Se es verdaderamente gobernante cuando se construye, cuando se edifica, cuando se cuida la existencia, sobre todo la de los más desprotegidos y vulnerables. No puede haber una verdadera preocupación o cuidado del interés general de los demás que no conlleve una dimensión de responsabilidad por la situación de vulnerabilidad y desvalimiento del ser humano. El cansancio, el hastío, las injusticias y la pobreza prolongados, desembocan en la hecatombe  social. Ética y política son inseparables. La ética no soluciona los problemas, pero le dice a la política cómo solucionarlos. Y la ética también se enriquece con la política, la cual le ofrece un panorama de preocupaciones y un ejercicio de visualización de necesidades y problemas.  De lo contrario, resta sólo la anarquía. Tuvimos un bello ejemplo de anarquía el siglo pasado. Nada que ver con los antisistema de hoy, aunque hay un fondo común de cansancio.

¡Muera la constitución!

“Estamos en plena efervescencia; somos constitucionalistas. Hay muchos, hay muchísimos constitucionalistas, y no falta quien se deje romper la crisma y esté dispuesta a romperla a su vez para defender un libraco que tiene por título: «Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos».

Este libraco fue promulgado el 5 de febrero de ( ). Para su promulgación corrió a torrentes la sangre del proletariado mexicano y a torrentes siguió corriendo como resultado de la misma promulgación. Centenares de miles de vidas de trabajadores constó al pueblo mexicano la adquisición de ese libraco y,  ¡oh ironía!, no fueron los trabajadores beneficiados con él; los beneficiados fueron sus verdugos, el capital, la autoridad, el clero.

Ese resultado no es de ninguna manera asombroso. Si la constitución de ( ) no benefició a la clase trabajadora, eso se debió a que el tal libraco no fue escrito para emancipar a la clase trabajadora, sino para legalizar el robo cometido por la clase patronal y robustecer la autoridad.

Naturalmente que los jefes animaron a los proletarios a tomar las armas para tener una constitución diciéndoles que la constitución los iba a hacer libres y felices, y los proletarios lucharon como buenos para…. remachar sus cadenas pues con su triunfo quedó legalizado el principio de la propiedad individual que es la base de todas las tiranías, de todas las explotaciones, de todas las imposiciones”.

 

El autor de estas palabras da un golpe de timón cuando se topa con la figura de Benito Juárez, dice: “Después del triunfo de la constitución, triunfo amenazado de muerte por la resistencia de los conservadores y de las potencias extranjeras, pudo consolidarse el gobierno democrático de Benito Juárez, el notable gobernante, notable porque El fue la encarnación de la buena fe y de las intenciones sanas, pues pocos hombres como Juárez habrán escalado el poder con el corazón todo abierto para lo que significa libertad y bienestar del pueblo, y, a pesar de todas la buenas intenciones de Juárez, la clase trabajadora mexicana sufrió hambre, escasez, miseria y esclavitud bajo el gobierno de ese hombre excepcional y al amparo de la flamante constitución política”. Ricardo Flores Magón, concluía fragoroso “¡muera la Constitución!”. ( “Regeneración”, No. 178 del 28 de febrero de 1914) “Si peleáis por ganar el voto, seréis como dice Mirabeau, más estúpidos que las reces, porque siquiera esos dignos animales no eligen al carnicero que ha de degollarlos”, concluye el célebre anarquista.

 

El juramento, si no estoy mal informado, del Presidente de la República para abajo, es precisamente ese: cumplir y hacer cumplir la Constitución.  Tal es el cometido de los gobernantes para que los pueblos puedan vivir de una manera civilizada, a no ser que tenga razón Don R. Flores M.   Aunque, en todo caso, habría que preguntarnos si aquello contra lo que se expresaba en forma tan virulenta, Ricardo, no sería tanto contra la Constitución misma, sino más bien, contra el hecho de no cumplir ni hacer cumplir la Constitución.  Don Ricardo se refería a la Constitución de 1857; cuando El escribía estos discursos sabrosos todavía no existía la Constitución que “nos rige”; ¿o serán válidas también para la del 17?

 

¡Dentro de la Ley y el Orden!

“Compañero: si alguien, quien quiera que él sea, te dice que tu emancipación puede ser alcanzada dentro de la ley y el orden, escúpele el rostro con la seguridad de que habrás castigado a un embustero”. Dentro de la ley y el orden puedes ir  a la esclavitud, nunca a la libertad.  Es practicando la ilegalidad; es transformando lo que la ley llama orden como se consigue la emancipación.  Ya no puede ser de otra manera; la ley obliga que respetemos las instituciones políticas y sociales que nosotros creemos malas, porque de ellas derivan la pobreza, el crimen y la esclavitud. Si queremos, pues, cambiar estas instituciones políticas y sociales que nos esclavizan por otras que garanticen nuestra libertad y felicidad, tenemos forzosamente que desobedecer el mandato de la ley que nos obliga a respetar las instituciones existentes y esta desobediencia trastorna el orden.  Por esto todo revolucionario sincero, honrado y valiente, debe ser ilegal. Y el revolucionario que proclama respetar la ley y el orden es un farsante”. (ibid. No. 176 del 14 de febrero de 1914).

 

¡Y todo por un trapo!

Pero no se puede ser anarquista al grado de destruir todos los principios, toda forma de convivencia. “Y… ¡ todo por un trapo! Este podía ser título de un sainete  de diez centavos la entrada, y es, a la hora presente, el centro de todo un lío internacional.

 

Unos marinos de guerra americanos, cargaditos de güisqui según yo creo, pusieron la planta en territorio mexicano, en Tampico, dizque para conseguir provisiones.  Los huertistas de Tampico les echaron el guante, y con el rabo entre las piernas fueron llevados a la cárcel. Woodrow Wilson despierta al ruido del mitote y pide una satisfacción a Huerta. Huerta explica el caso y dice que, por equivocación, fueron arrestados esos marinos, prometiendo juzgar conforme a las señoras leyes al oficial que cometió el crimen de llevar a la cárcel a un puñado de mercenarios. Wilson iba a darse por satisfecho con la explicación, cuando los marranos de Wall Street le dan con el codo por las costillas y le dicen: “Ahora es tiempo de que le des el tiro de gracia a Huerta, a favor del chivo de Cuatro Ciénegas” y Wilson se crece, y enronqueciendo un tanto la aflautada voz de maestrillo de escuela, dice a Huerta: “Ahora, ¡Bésame las patas!…digo, ¡Saluda a la bandera americana con veintiún cañonazos o te hago cisco!”  A lo que Huerta, crudo de una tranca de pulque dice: “! Anda y….muele a tu abuela!”

 

Los periódicos burgueses llenan planas anunciando la guerra entre México y los Estados Unidos; se hacen cálculos de con cuantos soldados amarillos se dominará México; todos los que tienen interés en que México vuelva a ser presa impotente de todos los buitres; Wilson despacha veintiún barcos de guerra sobre Tampico, y en el aire flotan rumores que anuncian guerra… Según Wilson, el “ultraje” de que fueron víctimas los marinos, debe ser lavado haciendo la guarnición huertista de Tampico un saludo de veintiún cañonazos a la bandera de las barras y las estrellas.

 

Parece mentira que se gaste energía, talento, tiempo, y dinero en tales pamplinas. Los tiempos que corren son bárbaros, bárbaros. Tanto mitote y…!Todo por un trapo!”  (ibid. No.185 del 18 de abril de 1914)

 

Dentro de su anarquía, Flores Magón, sentía un profundo amor por su patria; su reconocimiento de Juárez  y su reacción ante la amenaza de la intervención norteamericana muestra que no era tan anarquista; que, tal vez sin saberlo, se daba cuenta que hay principios sin los cuales no se puede sostener nada, ni la anarquía, ni la agitación pues ésta  tiene un para qué. En la colección de escritos de 1914 sobre esa intervención, muestra un decidido reconocimiento de la necesidad de mantener la unidad para salvar a la patria. Luego, aún la anarquía ha de tener un límite, y ningún tipo de anarquía o desorden debe cancelar ciertos conceptos. Don Ricardo era un místico; el sufrimiento de los pobres, las profundas desigualdades, las injusticias cometidas por los gobernantes, – era cuestión de honor colocar en esta lista “al clero” – provocaron en él ese sentimiento nihilista que en la prédica se tornaron en invitación a la anarquía. En el fondo se trata de la desesperanza de quien contempla el mal existente y  no encuentra ningún apoyo, ni siquiera una posibilidad de salida. Es la desesperación. Y movido por tal sentimiento de derrota total, se puede tomar cualquier camino, hasta el suicidio personal, o provocar la hecatombe. No es el caso de Michoacán.  Flores Magón era honesto en su desesperanza.

 

La fotografía más conocida de él, lo muestra pensativo, mirando un futuro que tal vez no será; austero, dignificó su vida en la pobreza. Supo de persecuciones y cárceles. Tras su prédica no se escondía la ambición. Sus discursos y escritos tienen la garra de la convicción y la sinceridad. ¡Tanta que ni los “revolucionarios” oficiales de su época lo tuvieron en cuenta! Él caminó  esos caminos olvidados que se movieron paralelamente a la “revolución”.

 

¿Qué nos diría hoy este buen hombre, este anarquista honesto y pobre?