[ A+ ] /[ A- ]

 

Is. 49,1-6; Salmo 138; Hch. 13,22-26; Lc. 1, 57-66.80

 

 

Is. 49,1-6; Rechazo del juego político. Los hebreos habían tenido mucha relación con Ciro. Dios mismo parecía haber sostenido su candidatura; pero Ciro no es más que un rey como los otros y los hebreos una pequeña colonia dentro del imperio persa. Sin embargo, Dios confirma sus promesas: «tú eres mi gloria, el restaurador de Israel, luz de las naciones». No Ciro, sino Jesús, el cual rechazará verse implicado en el juego político, aunque será su víctima, como su precursor Juan, es quien será el verdadero restaurador de los pueblos, gloria de Israel y luz de las naciones. El reunirá a los hijos de Dios dispersos, y divididos. Así, también la iglesia tiene la misión de mantener entere los hombres viva la esperanza de la reconciliación, rechazado los apoyos distintos al evangelio.  

 

Salmo 138, 1-3. 13-15. Este bello salmo, con estilo hímnico, canta la “omnisciencia de Dios”. La existencia humana, la mía queda iluminada a la luz de Dios. Esta existencia se realiza en una serie de polaridades y contingencias: camino-descanso, tiempo-espacio, sentarse-levantare, pensamiento-palabra. (v.1).

 

(vv.13-15) El saber de Dios se extiende hacia atrás, hasta antes del nacimiento, antes del primer día de la vida; y hasta lo profundo de los huesos y hasta lo hondo del alma. Porque él es el gran tejedor de nuestros tejidos orgánicos, el gran obrero en el misterio de la maternidad. En el seno materno se refleja la fecundidad de la tierra madre. Esta etapa asombrosa de la existencia humana la dirige y la contempla Dios. Desde ella adelanta el futuro de cada hombre: numera sus días, registra sus acciones. El hombre no es un “producto”, sino obra maravillosa de Dios, él nos va tejiendo, desde el seno de nuestra madre hasta el último de nuestros días. «Desde que estaba en seno materno ya me apoyaba en ti». (Sal. 70,6 ). De ello eran conscientes los profetas. Y el Bautista. Jesús. Este salmo es muy usado en la liturgia.

 

Hch. 13,22-26. El Precursor. Pablo constata que la evangelización va unida siempre a la persecución. Siempre que se dirige a los hebreos choca contra una oposición más fuerte cada vez, como les sucedió a Juan a Jesús. Pero todo es saludable es esta prueba porque de esta manera Pablo es impulsado hacia los paganos y puede iniciar libremente la evangelización de los pueblos. Sabe que toda evangelización ha de pasar por la prueba. Cuando la presencia del profeta resulta incómoda, cuando se atreve a denunciar la corrupción imperante, inevitablemente se aparece la sombre de la muerte en su cielo. Los profetas son siempre incómodos y no mueren en sus camas. 

 

Lc. 1, 57-66.80. Fin de la resignación – Obligados a vivir bajo la violencia de la ocupación, los judíos se refugiaron en la rígida observancia de sus tradiciones religiosas que les brindaban una cierta seguridad. Pero, he aquí que nace un niño y la alegría suscitada por su nacimiento aparece como un contrapeso al fatalismo imperante. Vecinos y parientes quieren ponerle el nombre del padre como dice la costumbre; así nos presenta Lucas el relato cargado de contenido religioso. Pero el niño llevará otro nombre, símbolo de una misión completamente diversa, símbolo de una vida nueva, de la posibilidad de liberarse del peso del pasado. (Zacarías, en hebreo significa: Dios recuerda, zkr; Elizabet, significa Dios lo ha jurado zbh; Juan, Dios cumple. Dios lo prometió, Dios no olvida, Dios cumple).

Precursor y testigo.

En los sinópticos, Juan es el precursor de Jesús, en Juan, es el testigo. El no era la luz, sino el testigo de la luz. Juan grita dando testimonio de él: éste es aquél del que yo decía: el que viene detrás de mí existía antes que yo, porque está antes que yo. (Jn.1,15). Según Marcos, Juan aparece como cumplimiento de lo escrito por Isaías: He aquí que yo mando mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino.

 

Celebramos este domingo la fiesta del nacimiento de Juan el Bautista y ha de ser la ocasión para reflexionar sobre la necesidad de “precursores y testigos” de Jesús ante el mundo que nos ha tocado vivir.

 

Juan es una personalidad atrayente, exigente, sugestiva. Aparte de los textos de Lucas sobre su anunciación y nacimiento, envueltos en el género midráshico, encontramos, también, su función como precursor en Mt. 3, 1-12; Mc. 1,1-11; Lc. 3,1-9.15-17; en Mc. 14,29 asistimos al relato tremante de su asesinato, todo un tratado de psicología, de suspenso, de vicio, de debilidad, de corrupción. En Mt. 11,2-19, la embajada del Bautista, vemos a un Juan desconcertado ante la propuesta de Jesús, un relato bellísimo. Todos estos textos nos hablan de la importancia del Bautista en la misión del Salvador. Su persona y misión alcanza hasta la predicación primitiva según en los discursos kerigmáticos de Hech. Desde su personalidad, su mensaje, el fuego de su palabra, su convicción, su austeridad y la ausencia de componendas, la personalidad de Juan puede ayudarnos a una homilía que nos invite a la fidelidad a Cristo, a la humildad, a saber desaparecer para que sea Jesús quien crezca.

 

  1. Al reflexionar sobre esta figura no debemos dejarnos confundir por la imagen del Bautista que aparece en el tiempo del tiempo del Adviento. Quien se detiene a mirar de manera reductiva y unilateral sólo la figura que clama en el desierto, la palabra sobre la preparación del camino, la imagen acética del bautismo o su humildad, y los valoriza sólo en sentido ético, ejemplar, falsea el texto. Las perícopas donde aparece el Bautista no miran hacia la edificación sino al anuncio de Cristo. Es, sobre todo, precursor y testigo de quien es la Luz.

 

  1. En la intención de Marcos y de los otros dos sinópticos, con ligeras variantes, el Bautista es el mensajero, el precursor, el que abre brecha a Jesús el Mecías. Cualquier cosa que se diga del Bautista debe ser vista bajo este aspecto: la predicación de Juan quiere preparar a los hombres para la llegada de Jesucristo; la llamada a la conversión anticipa la llamada análoga de Jesús al inicio de su ministerio (Mc. 1-15). La autohumillación del bautista en la imagen drástica según la cual no es digno de desatar las correas de las sandalias de Jesús, igual que la alusión del Bautismo con el Espíritu Santo que administrará Jesús, tienen un objetivo cristológico: Jesús es el «Señor» anunciado por los profetas, «el Hijo predilecto» (1,1), ungido por el Espíritu Santo, el más fuerte que manda a segundo plano al menos fuerte, que es Juan.

 

  1. Juan con su mensaje y con su exigencia está situado al inicio del evangelio. Es el evangelio que Jesús mismo anunciará en su forma plena, (Mc. 1,14ss) pero que ya desde ahora está presente en las palabras de la predicación del precursor. Pero es también el evangelio de Jesucristo, de su vida, de su muerte y de su resurrección. El mensaje salvífico comienza con el hombre que representa por proveniencia y exigencia al antiguo pueblo de Dios. El evangelio tiene sus raíces en la historia de Israel, pero es nuevo porque es el evangelio de Jesucristo, y, sin embargo, es también antiguo porque a su inicio, se encuentra Juan el bautizador.

 

  1. La predicación, teniendo cuenta del marco del Adviento, debería ampliar el concepto del inicio y de la venida de Jesús a la historia, del nacimiento de Jesús y de sus precursores, como lo ha hecho Lucas presentando la historia de la infancia. No puede uno, ciertamente, detenerse ahí, porque el evangelio sería falseado si los hechos centrales de la salvación, que toman una forma litúrgica en el ámbito de las celebraciones pascuales, no fuesen tomados en consideración, incluso hoy. También el Bautista tiene algo que ver con la cruz de Cristo.

 

Entonces, el mensaje que nos deja el Bautista, es la necesidad del testimonio, de la invitación a preparar los caminos del Señor. No es un secreto que nuestro pecado obstaculiza la venida de Cristo y la llegada de su Reino. Entonces como ahora, harán falta precursores, (no químicos), voces que griten en el desierto de nuestra historia la llegada de la salvación, luces que indiquen el camino hacia el que es la Luz verdadera. De sobre sabemos que nuestra cultura, que la realidad vivida, día a día, nos manifiesta una lejanía del evangelio; existe un especie de impermeabilización ante el evangelio que podemos llamar de diversos modos, hasta la cristofobia de la que ha hablado B. XVI.

 

Sobre este particular puede extenderse la homilía de este día. Se puede aludir, también, para ahondar un poco en la personalidad del Bautista, a los episodios de su asesinato y de la embajada que él envía, desde la prisión de Maqueronte a Jesús para preguntarle: Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro. El desaliento cabe en la vida de todo Apóstol; Juan se sintió, de alguna manera, defraudado por las opciones, palabras y hechos de Jesús. Después de todo, no fue el hacha puesta al tronco del árbol, al contrario, dijo que él no había venido a apagar la mecha que aún humea ni a acabar de quebrar la vara resquebrajada.  Todo esto son elementos para una homilía.

 

  1. Es muy oportuno leer, en el Oficio de Lecturas, el sermón de nuestra padre Agustín para esta fiesta.