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Ez.34,11-12. 15-17; Sal.22; 1Cor. 15,20-26.28; Ev. Mt. 25,31-46

 

……, en cuanto a ti, rebaño mío, he aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y cabrones….!

 

Importancia de Dios, importancia del hombre, importancia de la historia y del cosmos, son los tres temas de la celebración de Cristo, Rey del Universo. Y también la ocasión para celebrar la soberanía indiscutible de Dios, no en la lejanía, sino en la proximidad del hombre y de su historia. Sí, él reina en nuestro corazón y de ahí debe brotar para reinar también en el mundo, (Orígenes. Oficio de Lecturas) Llegamos al final del Año Litúrgico con la visión esplendorosa del final de la historia: Digno es el Cordero que fue inmolado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor. A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. (Antífona de entrada)

 

Cristo, primicia de entre los muertos, es la causa de la salvación universal. Por la desobediencia de un hombre, entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, de la misma forma, por la obediencia de otro hombre, todos fuimos hechos justos y se nos devolvió la vida. (cf. Rom. 5, 12-21). Cristo es constituido Señor de la historia y Rey del universo porque ha vencido el pecado y la muerte. Ahora, nosotros vivimos aguardando a que se cumpla la feliz esperanza y venga del cielo nuestro salvador Jesucristo. Después, sólo resta la consumación final: «después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entrega el reino a su Padre….Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga a sus pies a todos los sus enemigos.  El último enemigo en ser destruido será la muerte. Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre y Dios será todo para todos». (2ª lectura). Tal es la estupenda visión final de la historia. El Cristo glorioso, resucitado, Señor de cielos y tierra, juez de vivos y muertos. Estupendo final que canta el Apocalipsis.

 

Ez. 34,11-12.15-17. Una nueva justicia.- Los reyes y los grandes de Israel pretenden garantizar la justicia, pero los pequeños, los enfermos y los migrantes siguen olvidados. Bajo la guía de estos poderosos, el pueblo es diezmado, como un rebaño mal conducido. Entonces Dios interviene y toma las cosas en sus manos: Él cuida a las enfermas, a las heridas, quita a los pastores inútiles, privándolos de su poder. Luego que los fariseos han sido destituidos, y dado que una oveja herida vale más que las noventa y nueve que no tienen necesidad de asistencia, no nos queda más que esperar un buen pastor.

 

Sal 22. Salmo de confianza. Domina un tono sereno, apenas turbado por una referencia pasajera al enemigo. El contexto sacro del salmo facilita la transposición al contexto cristiano sacro. Esta transposición global se articula en esta serie de imágenes o símbolos arquetípicos: el agua, la comida, la unción., la copa, la morada. En este nivel de símbolos arquetípicos se encuentra nuestro salmo con los sacramentos de la nueva alianza, símbolos de salvación en la «pastoral» de Cristo: «fuentes tranquilas» del bautismo, «el reparar las fuerzas» en la confirmación, la «mesa y la copa» de la eucaristía, «la unción» del sacerdocio, acompañan y guían al cristiano por «el sendero justo», hacia la «casa del Señor, por años sin término». (cf. Jn. 10)

 

Cor. 15,20-26.28.- Triunfo del vencedor. Pablo dice que todos hemos muerto en Adán. Adán o no, resulta verdadero que todos los hombres estamos sometidos a un número incalculable de alienaciones; y la muerte no es más que la última. Pero otro hombre, el primero de la nueva humanidad, se ha liberado de estos obstáculos: Jesús Cristo, el resucitado. Y no ha querido permanecer sólo en su triunfo, sino que ha compartido su secreto con la iglesia encargándole vencer, en colaboración con todos los hombres, el mal, el odio, los desequilibrios, el miedo, incluso, la muerte.  Esta lucha está en curso, con muchas pérdidas, heridas y riesgos. Pero al final, la muerte será vencida.

 

Mt. 25,35-46.- El Cristo desconocido. Tenemos aquí la escena clásica del juicio final. Pero nuestra suerte no se decide en el más allá: es ahora cuando nos pronunciamos con Cristo o contra él. El texto retoma una serie tradicional de obras de misericordia; pero no pone límite al amor; servir a Cristo, es ir en busca de las necesidades y las carencias y ponerles remedio; comprender que se tiene necesidad de nosotros, ahora, es más importante que interrogarse sobre el juicio al que serán sometidas nuestras acciones. De cualquier modo, los criterios de Dios van más allá, con mucho, de nuestra imaginación, y su veredicto nos sorprenderá siempre.  

 

Ezequiel prepara esa visión final. Dios, bajo la imagen clásica del pastor, y por lo tanto del Rey, gobierna y guía a su pueblo. Podemos acercarnos a este texto por dos lados.  Uno negativo: los pastores humanos, políticos y eclesiásticos, con frecuencia son interesados y egoístas, más bien mercenarios y defensores de sus propios intereses antes que defensores del derecho del rebaño, (cf. Ez 34); otro positivo: que encontramos sobre todo en Jesús tal como nos lo transmite Jn.10: Es la figura del gran pastor de las ovejas y guardián de nuestras almas (Heb. 13,20; 1Pe 2,25), que está presente con amor y pasión en medio de su rebaño. Un guía que es a la vez compañero de camino (Salmo responsorial), una realeza que se ejercita en la cruz, como nos lo explica San Juan en el relato de la Pasión. Veamos los verbos que utiliza Ezequiel y que definen su actitud ante el rebaño: las buscaré y velaré por ellas como el pastor cuando las ovejas se dispersan, velaré e iré por ellas a donde se perdieron un día de niebla y oscuridad; apacentaré, las haré reposar, buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, curaré a la herida, robusteceré a la débil, a la gorda y fuerte la cuidaré. «Yo las apacentaré con justicia».  Tal es el modelo del pastor.

 

Mt. 25,31-46. «Éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna». Son las últimas palabras de la vida pública de Jesús, con ellas termina su ministerio. Luego viene el relato de la pasión y la resurrección. Sin estas palabras finales, sin la exigencia de la responsabilidad, –  nos lo acaba de decir en la parábola de los talentos -, ¿qué sentido tendría todo lo hecho y dicho por Jesús? Perdería toda seriedad, quedaría al nivel de lo optativo sin consecuencia alguna. Tómalo o déjalo, lo mismo da. Sería como el curso de una carrera universitaria sin la constatación del examen final.

 

En la perspectiva del juicio divino, se nos invita a recuperar el sentido profundo de la historia. ¡Existen tantas injusticias! La sed de justicia en este mundo, siempre insatisfecha, reclama el juicio de Dios que nivela y redime. El mundo está lleno de injusticias. Nosotros mismos somos injustos, injustos entre nosotros como hermanos, e injustos con Dios. Todos intuimos que sólo El consumará la justicia que tanto anhelamos. Pero, como siempre, Dios tiene formas muy especiales de realizar sus obras; también el juicio. Vemos en la liturgia de hoy a Cristo como Pastor-Rey-Juez.

 

 

Juicio de las naciones. Las últimas palabras de esta perícopa sustentan y tienen su cabal cumplimiento en el «juicio de las naciones» que leemos en el evangelio de hoy. Asistimos a dos cuadros narrativos, dos cuadros paralelos y antitéticos, tenebroso uno, luminoso otro. Si Ezequiel celebraba la presencia amorosa del pastor en medio de su grey, este solemne escenario exalta la trascendencia que nos ayuda a descubrir el sentido profundo de la historia, eso que solemos llamar escatología.

 

El sentido que Dios quiere dar a la historia y a cuya actuación invita también al hombre, tiene su sentido último en el amor, cuyo primado vemos continuamente en la visión evangélica de la realidad. El Señor ha cooperado a este proyecto de gloria, de amor y de fraternidad, enviándonos a su Hijo, – tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo para que el mundo tenga vida -, pero exige, a todos, la propia aportación. El que asegunda esta invitación, es aquél que ama al prójimo aceptando, así, el proyecto salvífico de Dios, aún ignorándolo teóricamente y exteriormente, (¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo y te asistimos?); con el amor, por lo tanto, se llega a ser trascendentes como Dios entrando en la vida eterna, y se ayuda a la historia a caminar en la trayectoria escatológica que Dios quiere.  En efecto, no deja de llamar la atención el que, no sean los judíos los llamados a juicio exclusivamente, sino todos los pueblos de la tierra para responder por el amor. (En el atardecer de la vida seremos juzgados por el amor. S. J. de la Cruz).

 

También Pablo hace esa división radical entre los hombres; más allá de todas las divisiones que hacemos nosotros, hay una división ética fundamental: la sombría descendencia de Adán, marcada por el pecado y la muerte, masa damnata, según Agustín, y la descendencia luminosa que nace a partir de Cristo. Aquí, como en Rom., Pablo pone a Adán y a Cristo como cabezas, uno de una humanidad dañada, el otro, de una humanidad redimida, levantada. Esa es la división fundamental.

 

En este orden de cosas no podemos olvidar que los pobres y humildes son los hermanos del Hijo del hombre: aquí superamos toda limitación nacional o religiosa.  Todos los hombres, sin excepción, deben responder de sí ante el Hijo del hombre según las buenas o malas obras.  En el día del juicio, algunos, se darán cuenta de estar de parte de los justos, aunque no lo sabían, otros, por el contrario, se llevarán la sorpresa de darse cuenta de que no estaban del lado de los justos, se creían justos, pero en realidad no lo eran.  Se creían ovejas y resultaron cabras. (que no dan leche). En efecto,

según la instrucción de la perícopa, el Hijo del hombre tiene un mandato ante todo el mundo.  Los hermanos, por lo tanto, no son sólo los miembros de la comunidad, y ni siquiera los misioneros cristianos, por el contrario, lo es todo hombre que está amenazado en su existencia. De esta manera Jesús se convierte en el garante escatológico del comportamiento moral. El tema del juicio universal adquiere así una específica función exhortativa: «Todo hombre – en particular el discípulo – compareceré delante del Hijo del hombre. Pero el tiempo actual de nuestra vida, no está privado de importancia: éste tiene un significado decisivo, en cuanto el discípulo, aquí y ahora, gana o pierde la vida».

 

Un minuto con el Evangelio.

Marko I. Rupnik, SJ

 

Hemos llegado al fin del Año litúrgico. EL evangelio nos habla del juicio inevitable que espera al final de la historia. A través de los domingos del año hemos seguido a Cristo en su revelación de Hijo de Dios y Salvador de los hombres. Hemos constatado las resistencias y la no acogida; también hemos visto que los que le reciben y le reconocen como Hijo de Dios, recobraran en él la relación con el Padre. En Cristo se han descubierto partícipes de un único amor infinito del Padre que atraviesa toda la historia y une a todos los hombres en una hermandad universal en el Hijo de Dios.

 

«Cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Nuestra vida está ligada a la vida de los otros. Nadie puede salvarse a sí mismo, sino mediante los hermanos; y el amor del Padre se hace especialmente denso precisamente en esos hermanos más pequeños, que no tienen ningún punto de apoyo, que no tienen nada sólido entre sus manos, aquellos que el Evangelio llama «pequeños».

 

 

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Excursus.

El juicio es una verdad de fide revelata et definita. Ahora ya no únicamente la comunidad de los discípulos, a quien iba dirigida la parábola de los talentos, sino todos los pueblos de la tierra tendrán que presentarse ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo para recibir cada quien, según sus obras. (passim). Conforme a una imagen tradicional en el judaísmo, el juicio consistirá en una separación descrita con la imagen del pastor que separa entre oveja y oveja y entre carneros y cabrones. Pero no debemos de perder de vista que el juicio es también el día de la salvación. No es este el momento de hacer una tirada sobre la escatología cristiana, pero podemos quedarnos con las frases que derivan de los discursos apocalípticos de Jesús: Alégrense, entonces, y alcen la cabeza, porque se acerca el día de la salvación. (cf. Lc. 21,28)

 

Los ejemplos del comportamiento, bueno o malo

reflejan la tradición hebrea del A.T.  La comunidad entiende el comportamiento justo como una práctica genuina de las exigencias morales que derivan de la tradición que ella conoce. Sin embargo, para los discípulos de Jesús es importante el hecho de que vean y experimenten cómo tal comportamiento moral, no es sólo algo que se relaciona con el prójimo, sino que dice relación con el Hijo de Dios. La acción moral recibe una dimensión nueva, escatológica. No es asistencia social, altruismo, promoción humana, terapia de grupo; no, es que Jesús se identifica, -y no metafóricamente -, con el enfermo, con el preso, con el sin techo, con el hambriento, con el sediento.

 

Para la comunidad de Mateo no es nuevo el hecho que el juicio tenga lugar “según las obras”; para la comunidad es familiar la idea que el juicio se extienda a todos los pueblos; la apertura al exterior, en el sentido de un universalismo de amplio rango, es una de las numerosas enunciaciones del evangelio de Mateo. (cf. Mt.21,43; 28,19; 8,11; sal 107,3). Para la comunidad es nuevo el hecho de que, por la representación del juicio universal, ella llega a saber que Cristo es el juez escatológico.

 

El centro, pues, del relato vuelve a ser Cristo; de hecho, no hay otro centro. Pero ahora, como el juez escatológico de los pueblos de la tierra. «Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso procuramos agradarle, en el destierro o en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo de lo que hayamos hecho en esta vida». (2Cor 5,6-10), Más claro no canta un gallo. Y aunque no gustemos mucho de predicar sobre el juicio, vemos que se trata de una verdad de fide revelata et definita.

 

En la fiesta de Cristo Rey culmina el año litúrgico. Podemos leer en el Oficio de Lectura la incomparable homilía de Orígenes sobre esta fiesta; y el Prefacio nos puede ayudar mucho para la predicación.  Jesús ha venido a traer un reino a la tierra. Es el reino eterno y universal, Reino de la verdad, de la vida, de la santidad, de la gracia, de la justicia, del amor, y de la paz.  Debemos abrir un espacio en nuestro interior y dejar que estas notas resuenen en él; luego preguntarnos, según esas notas que definen el Reino: ¿reinará Cristo en nuestra historia, en nuestra sociedad, en nuestra cultura?, ¿en nuestro corazón?, ¿en nuestra iglesia?

 

La plegaria eucarística V /b contiene esta súplica: «Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana. Inspíranos el gesto y la palabra oportuna ante el hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante el que se encuentra explotado y deprimido.  Que tu iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para la esperanza».