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“Nuestra época tiene necesidad de Sabiduría”. (JP. II). Sabiduría, no conocimientos utilitaristas de la naturaleza o del derecho. Y, ¿qué es la Sabiduría?

Alonso Schoekel, un San Jerónimo de nuestros días, se ha decidido traducir la palabra bíblica, o el tema de la Sabiduría bíblica con la expresión “oferta de sensatez”. ¡Cuánta insensatez en nuestro mundo! ¡Cuánto sufrimiento inútil y evitable! ¡Qué vagar sin rumbo por la historia y por la vida! El despiste del quehacer político ha agotado los adjetivos. A dónde acudiremos en busca de sensatez.

En su traducción del bloque bíblico sapiencial, Alonso ha preferido la fórmula ‘oferta de sensatez’. Si bien la palabra hebrea hokma, cubre una ancha gama de significados, creo que la más característica es «sensatez» o «cordura». Sensatez viene de ‘sensus’ que es percepción, conocimiento, razón. También del latín ‘sensus’ viene al castellano la palabra «seso»: hombre de seso era hombre sesudo, sensato; perder el seso es volverse loco. «Cordura» viene de ‘cor’ = a corazón, como sede y centro de la vida consciente. Otros sinónimos son: ‘tiento’, ‘juicio’, ‘buen sentido’. Decir que es una oferta quiere decir que es de un mandato, sino que se ofrece una cosa de valor, se pregona y se encarece, se buscan compradores, que saldrán ganando con la compra.  Esa es la Sabiduría que pregona el hombre bíblico.

Paul Beauchamp, estructuralista francés, ha dicho: “La Sabiduría es ante todo la vida, todo aquello en que no se piensa porque está ahí, todo aquello que es incoloro, mediocre, universal, pero que se descubre todo su valor, su precio, cuando perderlo quiere decir, morir”. La Sabiduría; pues, es una realidad compleja y enigmática, pero se puede decir que fundamentalmente es el arte del discernimiento para hacer resaltar lo que favorece la vida de aquello que lleva a la muerte. El ‘sabio’, para vivir en el mundo de la mejor manera posible y evitar el mayor número de golpes, observa la realidad que lo circunda e intenta discernir lo verdadero de lo falso, lo útil de lo inútil, la verdad de la mentira, el bien del mal, la vida de la muerte. De su experiencia personal y de la de sus predecesores saca enseñanzas para guiar su comportamiento.

Porque la Sabiduría es el arte del discernimiento abarca todo el quehacer del hombre. Así, cuando apareció la monarquía bajo el influjo de ideas extranjeras, los sabios de Israel eran aquellos que tenían la misión de discernir lo verdadero, lo bueno para la comunidad nacional. En el primer puesto de los sabios estaba el Rey como lugarteniente de Dios.  La Sabiduría adquiere entonces otro aspecto y se convierte en “sabiduría política: esta virtud tiene la precedencia sobre cualquier otra cosa porque tiene como fin la vida, el éxito y la felicidad de los súbditos todos, y por lo tanto, la integración del equilibrio y del funcionamiento de la sociedad, tanto de la naturaleza como del mundo. De esta forma, el peor pecado del Rey era su fracaso en preservar la justicia, el derecho, la felicidad y la paz de su pueblo.

Entonces resultan muy verdaderas las palabras de JP.II. “Nuestra época tiene necesidad de Sabiduría”. En estos momentos la República se mueve en una gran incertidumbre, queda la impresión de que los responsables, los políticos primero, han perdido el timón. ¿Qué hacer en esta nueva circunstancia? ¿Dónde encontraremos la fuente de la sabiduría que nos lleve por los caminos de la justicia, de la paz, del derecho? Pareciera que el fenómeno Trump se está usando entre nosotros como botín político. Exigimos afuera con pretendido coraje y mantenemos, dentro, el hambre, la corrupción, la inseguridad. La impunidad. Todo ello choca contra el discurso patriótico.

El 22.09.11, el papa B:XVI, pronunció en el Reichstag, un mensaje histórico. “Permítanme que comience mis reflexiones sobre los fundamentos del derecho con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura”, comenzaba el papa. “En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de todo eso. En cambio, suplica: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9)”.

En efecto, el día de su entronización, el joven Salomón fue a la ermita de Gabaón a ofrecer sacrificios, y esa noche, en sueños, el Señor le dijo: “Pídeme lo que quieras”. Salomón responde con la historia de su pueblo convertida en oración: “… tu siervo está en medio del pueblo que elegiste… Enséñame a escuchar para que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal; si no, ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo? El Señor le contestó: por haber pedido eso… te daré una mente «sabia y prudente», como no la hubo antes de ti…». Nosotros, nuestros gobernantes, la sociedad en general, ¿sabremos distinguir entre el bien y el mal? La violencia en Juárez nos desgarra, de nuevo, vivimos el horror. Hace unos días una adolescente fue acribillada al puro estilo del crimen; hoy un niño se debate entre la vida y la muerte, rafagueado al más puro estilo del mismo. Creo que no distinguimos entre aquello que favorece la vida y aquello que lleva a la muerte. En estos hechos todos morimos.

“Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político, – continúa B.XVI -, su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín.[De Civ. Dei] Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una solo quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político.

En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma”

Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? Pienso que, en último término, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz. Muchas gracias”.

En el libro de los Proverbios,  Salomón, rey de Israel, nos advierte: “La Sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz; grita en lo más ruidoso de la ciudad, y en las plazas públicas pregona:

«¿Hasta cuándo, inexpertos, amaréis la inexperiencia, y vosotros, insolentes, os empeñaréis en la insolencia, y vosotros, necios odiaréis el saber? Volveos a escuchar mi reprensión, y os abriré mi corazón, comunicándoos mis palabras. Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso; rechazasteis mis consejos, no aceptasteis mi reprensión; pues yo me reiré de vuestra desgracia, me burlaré cuando os alcance el terror.

Cuando os alcance como tormenta el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia, cuando os alcancen la angustia y la aflicción, entonces llamarán, y no los escucharé; me buscarán, y no me encontrarán. Porque aborrecían la sabiduría y no escogían el temor del Señor; no aceptaron mis consejos, despreciaron mis reprensiones; comerán el fruto de su conducta, y se hartarán de sus planes. La rebeldía da muerte a los irreflexivos, la despreocupación acaba con los imprudentes; en cambio, el que me obedece vivirá tranquilo, seguro y sin temer ningún mal». (1,1-7.20-33).