[ A+ ] /[ A- ]

Jesús orando en la noche.

Señor, hoy quiero contemplarte en una de esas noches, una de tantas, cuando buscabas el silencio y la soledad de la  para hablar con tu Padre. Ahí, a la luz de las estrellas; infinitas y luminosas son las estrellas en el cielo de la que fue tu tierra. Incluso, fueron el símbolo de la Promesa. Hermoso cielo de mar y desierto, claro, pareciera que las estrellas estuvieran al alcance de la mano. Muchas veces bañado por la luna te hundiste en la oración silenciosa hablando con tu Padre.

Tú buscabas el silencio y la soledad de la noche para hablar con tu Padre. Los señores que estudian la Sagrada Escritura dicen que en tu idioma natal lo llamabas ¡Abbá! término que transpira confianza, infantil ternura amorosa. Palabra propia del niño que está tranquilo y confiado en los brazos de su padre o de su madre.  Tú nos dices en el salmo: que la humildad y la confianza son la atmósfera de la oración: yo acallo y modero mis deseos como un niño en los brazos de su madre; como un niño recién amamantado en los brazos de su madre, esa es la atmósfera de la oración que tú nos enseñas.  Toda esa tierna confianza risueña está detrás de tu ¡Abbá!

Incluso nos autorizaste a llamarlo así, también nosotros. Sabemos por el libro santo que la tuya fue una vida de oración ininterrumpida, siempre hablabas con tu ¡Abbá! ¿De qué hablabas con él? ¿De nosotros? ¿De nuestra suerte, de nuestro destino? Nos dicen los señores teólogos que poseías dos voluntades: una humana y una divina, ¿alguna vez flaqueó tu voluntad humana?

Nos asusta el momento inaudito del Huerto de los Olivos. Nos aseguran los místicos y las místicas a quienes has hecho especiales revelaciones, que la claridad de tu conciencia sabías que tú entrega, tu sacrificio, sería inútil para muchos. De nada valdría tanto dolor, tanto sacrificio; tú lo sabías ya entonces. ¿De ello hablabas con tu Padre?

El enemigo cargó con todo. El pecado de los hombres es demasiado grande para ser redimido; ¿no es una pretensión excesiva de tu parte intentar redimirlo?  Es lo diabólico de la tentación. Nos enseñaste la regla suprema de la oración: una confianza tal que nos permita, incluso en los momentos más adversos y amargos, decir ¡Abbá! ¡Hágase tu voluntad!

Pero sabemos, buen Jesús, que esto no es posible más que con la oración constante, perseverante y humilde. ¡Enséñanos a orar!  Enséñanos a buscar el silencio,  a amarlo. Llévanos a la soledad y háblanos al corazón nuestro, tal vez herido, lastimado, endurecido, infectado por la envidia, y los recelos mutuos. Tal vez enfermo de tristeza y resentimiento, enséñanos hablar con tu Padre y nuestro Padre, con tu Dios y con nuestro Dios.

Danos el amor por la oración. Amén.                                       P. h. trevizo.