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La falta de práctica moral:

sentimiento en lugar de principios

Nietsche.

No es raro que las culturas y las mismas civilizaciones entren en crisis, y no sólo de transición, de las que pueden salir robustecidas, sino en crisis que, de no darse un elemento salvador nuevo e inesperado, significarían la destrucción total.   Por eso se habla de decadencia o del cansancio de las civilizaciones. Un ejemplo de este fenómeno lo constituyó claramente el Imperio Romano.  Heredero de la gran cultura griega, apropiándosela y transformándola hasta lograr cumbres insuperables, llegó a un final catastrófico, no solo por presiones externas sino por la decadencia moral. Y se da, junto a una pérdida del sentido del quehacer político, del sentido de la realidad, una nota común: graves desórdenes en el campo de la moral, hasta la locura, en especial en el ámbito de la sexualidad, generando una sociedad carcomida, (la repulsiva vida de Calígula, por ejemplo), con repercusiones desastrosas en la célula familiar. Se desarrollan extraños cambios de acento y el pesimismo, que aconseja agotarse en el momento, se apodera del ambiente. Quien quiera ver una página de extraordinario valor testimonial, lea Carta a los romanos 1,18-32. Un texto casi vetado, aún en las iglesias.

Extraños impulsos frenéticos de autodestrucción aparecen en el seno de la sociedad. (Es lo que estamos viviendo). Se trata de la decadencia, de la agonía, de la descomposición de la civilización. Dentro de las culturas y civilizaciones se van acumulando fuerzas, tensiones, que presagian un rompimiento, una explosión. Es la “teoría del caos” aplicada al ámbito de la historia con pleno derecho.   En el centro de la tormenta está el hombre desorientado.

En estas circunstancias no se preparan guías espirituales; no hablo de guías religiosos, porque para nuestra desgracia, también esta barrera está cediendo. Y es que hemos destrozado ya casi todos los bastiones en nuestro imparable afán de autodestrucción. Hablo de guías espirituales, de hombres y mujeres que sepan encarnar los grandes valores del espíritu, iluminar con ellos nuestra cultura y ayudarnos a transitar los momentos oscuros de la historia. Ratzinger elaboró una poderosa y profunda crítica a los fundamentos filosóficos de nuestra cultura.  George Weigel, miembro del Centro de Ética y Política de U. de Washington, comentarista de temas religiosos en la NBC y periodista renombrado de EE.UU. y Doctor en Teología, ha presentado recientemente un libro sobre Ratzinger y entre otras cosas dice: “que vivimos en un momento de peligroso desequilibrio en la relación entre las capacidades tecnológicas de Occidente y su comprensión moral”. El autor afirma que Ratzinger ha denunciado el letargo moral y político que se percibe en gran parte de Europa (y del mundo) y que es un subproducto del desprecio del continente por las raíces cristianas de su civilización.  Este desdén ha contribuido de diversas formas al declive de lo que una vez fue el centro de la cultura mundial.  Y termina con estas palabras: “los hombres y mujeres han olvidado que ellos pueden, de hecho, pensar por sí mismos a través de la verdad de las cosas, que pueden tener algo que hacer ante el total olvido europeo de Dios que Alexander Solyenitsin identificó como el origen de la angustia de la civilización de la Europa del siglo XX”. Claro, no solo en Europa; el olvido de Dios es sombría realidad entre nosotros si no cómo explicamos nuestra situación.

La idea para este artículo me nació leyendo la biografía de F. Nietzsche escrita en cuatro volúmenes por Curt Paul Janz. En un momento determinado de su vida, a los 14 años, F. N. ingresó a una escuela que sería el equivalente a secundaria y preparatoria en el pequeño poblado de Pforta.   Esta escuela era un estupendo edificio fue un convento cisterciense del s. XI, lo cual garantizaba magníficas instalaciones para una escuela, salones, dormitorios, cubículos, espacios deportivos, jardín, baños, comedor, hermosa capilla gótica, en fin, todo lo que una buena escuela debía de tener.

Al leer el reglamento que regía cada día y cada año lectivo de los alumnos ahí internados, me maravillé al encontrar la asombrosa semejanza con la disciplina del convento donde yo ingresé a los 15 años.  En la escuela de Pforta prevaleció la disciplina de los monjes cistercienses reforzada con una estricta distribución del tiempo entre descanso, estudio, trabajo, deporte, repaso de lecciones, oración en común, todo en el paréntesis de levantarse a las 5 de la mañana y acostarse a las 9.30 p.m.  Esta era la disciplina a la que yo me vi sometido a los 15 años.

“Pforta, dice el biógrafo, tenía, pues, un gran parecido con las instituciones prusianas para la formación de cadetes, con la diferencia de que en este caso no se formaban oficiales para el ejército, sino oficiales para la dirección espiritual del pueblo”.  Creo que hoy la única institución con disciplina es el Ejército. De esta nota surgió la idea de preguntarme: Y nosotros, en nuestra sociedad, en nuestra patria, en nuestro sistema educativo, en los seminarios, ¿estamos formando los guías espirituales que toda sociedad necesita si quiere sobrevivir? ¿En qué instituciones, en qué lugares? Yo veo que estamos formando líderes empresariales, líderes políticos, puede que hasta guerrilleros, pero, guías espirituales no veo por ninguna parte. ¿La iglesia habrá de formar solo eficientes burócratas?, se preguntaba K. Rahner. ¿O aprendices de tecnócratas? ¿Crímenes del tiempo? Hace tiempo, los conventos y los seminarios fueron centros y focos de cultura y espiritualidad. ¿Añoranza?

La idea que informa el sistema educativo contemporáneo, en el mejor de los casos, está orientado a liderazgos económicos, empresariales, de producción y alentadores del consumo bajo la consigna de la eficacia y de la eficiencia.  De ahí la anemia espiritual de nuestra cultura, de ahí “la desnudez espiritual del hombre moderno”, que denunciaba Camus. Lo que denuncia la gravedad de este hecho es que ni siquiera nos damos cuenta de ello. A veces oigo hablar de formación de líderes”; y yo me pregunto, ¿líderes de qué, líderes para qué, líderes con que herramientas?  De lo que se trata es de formar hábiles productores, gentes hábiles para inducir “la opinión pública” hacia cualquier parte, a donde aconseje el interés personal o de grupo.

C.P. Janz dando un resumen de los resultados de la disciplina de Pforta escribe: “De ahí que cuantos se formaban en Pforta hacían suya, por lo general y para el resto de sus días, la impronta de una solidez hábil y capaz, no arbitrariamente buscada por sus educadores, sino naturalmente nacida, como una necesidad interna, el espíritu viril estricto y potente de la disciplina, de la sana convivencia de cara a un objetivo digno y bien delimitado, de la seriedad de los estudios clásicos, de espaldas a cualquier posible distracción vulgar, mundana, así como del método mismo de esos estudios. Una impronta, en fin, de la que se sentían orgullosos, puesto que habían llegado a hacerla suya con una gran lucha interior y no pocos esfuerzos”. De esa escuela salieron hombres geniales en las ciencias fisicomatemáticas, en el mundo de las Artes, de la Filología, la Música y de la Filosofía.  Muchos de ellos fueron los guías espirituales del pueblo alemán.

Claro que, junto a una institución educativa como la de Pforta, existía otra institución fundamental que era la familia. F.N. quedó huérfano de padre a los 5 años y la madre se hizo cargo de la educación académica y espiritual de los hijos; mantuvo viva la llama familiar. El biógrafo dice de ella que “aunque la joven viuda era bella y a través de muchas relaciones de la abuela de Nietzsche se vio enseguida inmersa en un círculo social amplio, cuyo escenario era preferentemente la casa de la abuela, nunca volvió a casarse, decisión por la que Federico, que veneraba con unción la figura de su padre, siempre le estuvo agradecido. Ella se consagró totalmente a sus hijos”.

Dos instituciones, pues, están a la base del nacimiento de los líderes espirituales: la familia y la escuela.   En ambas, tienen que resplandecer precisamente los valores del espíritu ante el joven; la disciplina, el esfuerzo, la fortaleza, la claridad de objetivo, la piedad, en sentido romano, si ello las sociedades agonizan. Es nuestro caso.

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“Un pueblo que mata a sus mujeres, cancela su futuro”.  (B.XVI a Renato Asensio).