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Para nada soy cinéfilo. Pero no cabe duda que el cine es un dato cultural de primer orden y, como todo lo que maneja el hombre, ambivalente; puede ser de signo positivo cuando ayuda al bien, cuando, después de ver el filme, nacen sentimientos buenos y se activa a la reflexión. Privan, sin embargo, más una violencia irracional, y muchas veces, irreal, y un sexualismo deshumanizado y deshumanizante que auténticas propuestas positivas. No pocas veces, se proyectan modelos de vida falsos e irreales. Ni qué decir de lo abiertamente condenable. Malo, también, cuando solo es vicio y evasión. Además, saber ver cine requiere aprendizaje.

Versión tecnificada del teatro, el cine, hunde sus raíces, también, en el instinto natural de imitación y en el gusto de ver representada en el escenario la vida y sus avatares.

El origen histórico del teatro, en efecto, se halla en ciertas fiestas celebradas en honor de personajes mitológicos, en las cuales a la imitación se juntaba la expresión y los movimientos armónicos y variados de la danza.

Así, la tragedia y la comedia griegas nacieron de los cantos corales usados en las fiestas de Baco, que se celebraban especialmente en primavera y en ciertos meses de otoño e invierno.

El cine, por ser negocio, cuestión de dinero, jamás podrá alcanzar la altura del teatro clásico; tiene, además, en su contra, el abuso engañoso de los efectos especiales y doblajes. Pero ha logrado obras de arte; recuero La Misión, por ejemplo, interpretada por el entonces joven R. De Niro, que pinta con realismo histórico impresionante la suerte de las reducciones jesuitas del Paraguay; o Amadeus, una interpretación de la vida de Mozart y de la envidia personificada en Salieri. (Por cierto, ganó el Oscar por la mejor música). Vi otra, impresionante, que refleja la estúpida lógica y la desesperada tendencia suicida del mundo sin sentido del narcotráfico; creo que se titula El Infierno.

El filme termina, a la manera de un círculo fatal, como una maldición, con la escena del adolescente que regresa para reiniciar el camino de muerte de sus parientes acribillados. El Infierno, un buen título para ese mundo habitado por miles de hombres y mujeres.

La Ley de Herodes, cimbró el sistema político mexicano. La escena final, que deja ver al personaje que encarna el sistema corrupto y perverso, de pie en la cámara de diputados, pronunciando un discurso redentor, enerva.

Existe, De Panzazo, con formato de documental, que desnudó, si es que había necesidad de desnudarlo, el desastre educativo nacional. Otras, permanecen “enlatadas”, como es el caso de Ante el Cadáver de un Líder, con magistral actuación de D. Reynoso. En fin, abunda el cine, sobre todo el cine comercial norteamericano, el más deletéreo de todos, colmado de violencia y sexo, con oportunidad o si ella.

Así, pues, en el cine como en la vida real, lo que sobreabunda es la violencia. Se trata de un dato duro. Y no deja de ser ilustrativo que, la segunda fase de las guerras, esté formada por las películas sobre las mismas guerras. No sé si pueda hablarse de un negocio redondo. Pocas películas, (o productores), tienen el valor moral de preguntarse sobre el fondo, siempre tenebroso, de esa violencia reflejada y la honestidad intelectual para responder.

“Relatos Salvajes ha llegado al público cinéfilo en un año signado por el horror y la impiedad. De algún lugar del infierno llegó un grupo de fanáticos llamado EI o IS, según sea español o inglés, que se solaza en filmar y difundir sus decapitaciones y asesinatos colectivos. Antes de eso y ya desde atrás, la guerra civil en Siria con sus más de 200.000 muertos e incontables desplazados, el fanatismo yihadista en Pakistán que causa la muerte de más de 100 niños de una escuela y los actos terroristas (diarios) en Afganistán e Irak también con su secuela de civiles masacrados”.

Pero tenemos que sumar a las mujeres asesinadas, muchas de ellas niñas, por no querer casarse con los yihadistas; tenemos que contar, también, a los cristianos asesinados por el simple hecho de serlo y a las jovencitas secuestradas por el grupo radical Boko Haram. El número de muertes en México, debido al crimen organizado, en su totalidad puede ser mayor que el número de los muertos reportados en la guerra civil siria. Y no solo eso; la refinada crueldad y la exposición mediática, redes sociales, constituyen un auténtico escarmiento social.

“Relatos salvajes” es un filme que no he de ver. ¡Hay tanta violencia ambiental! Mil rostros tiene la violencia. Sin embargo, si el asunto, en este caso la violencia, es tratado con seriedad y honestidad, y, además con arte, la película se justifica. Relatos Salvajes es una película argentina, una antología de seis cortos de comedia negra y drama escrita y dirigida por Damián Szifron. En Argentina se hace buen cine.

El filme sostiene que la violencia es el resultado final del odio provocado por la injusticia y la desesperación de la impotencia; el odio dispara el afán de la venganza. En el corazón de los niños de la calle y de los jóvenes desesperados y rechazados, sin horizontes, incubará el odio y esperarán el momento de la venganza. En el corazón de todos aquellos, para los que no hay justicia, víctimas del secuestro, de la extorción, del robo, del abuso, del asesinato de un ser querido, irá abriéndose paso el deseo de la venganza. La injusticia en todas sus formas y variantes: la desigualdad, la pobreza injusta, la impunidad, habrá de engendrar el odio y el deseo de venganza. En este contexto, el discurso político, es un falseamiento desafortunado que solo rasca y mantiene viva la herida.

“Ha sido hasta ahora la película más taquillera en la historia del cine argentino. Aclamada en el Festival de Cannes es también candidata al Oscar como mejor película en lengua no inglesa. La revista Time la ha seleccionado como una de las diez mejores películas de 2014. ¿Por qué tanto éxito de una película que tiene la violencia como hilo conductor en sus distintas historias? Quizá porque logra tratar con humor, aunque sea negrísimo, la rabia y su consecuencia inmediata: la venganza, dos sentimientos que están presentes en todo ser humano y que depende de cada quien y de sus circunstancias saber manejar”. Y, ¡cosa curiosa! En países donde la violencia está en tono mayor, como Venezuela, la película tiene meses en cartelera. Increíble; como la pornografía, la violencia también vende. A la postre, la pornografía también es violencia.

“Tiene que haber mucho odio, mucho resentimiento social o la irracionalidad de todo fanatismo para que segar vidas sea algo banal y mecánico. Y ver morir algo rutinario, parte del paisaje. Es difícil sin ser psiquiatra o psicólogo, saber qué pasa por la mente de un delincuente o lo que hay en su historia personal para consumar hechos de violencia inaudita. ¿Cómo drenar la rabia que producen esos hechos que se van acumulando sin que sus perpetradores sufran algún castigo? Allí radica la popularidad de Relatos Salvajes: cada uno de los personajes que ha sido atropellado, ofendido, abusado, engañado, tiene la posibilidad de cobrar la afrenta y hacerlo con creces. Es el placer de la revancha, ese manjar que según decía Walter Scott, es el más sabroso y se prepara en el infierno”.

Sí; el odio y la venganza son cosas del infierno; abren las puertas del infierno y, en visión apocalíptica, se desparrama en el corazón del hombre, lo envenena y, de ahí, se vierte sobre el mundo. “Ese dulce placer de la venganza ante la injusticia y la violencia impune que vivimos a diario lo disfrutamos por intermedio de cada uno de los vengadores de Relatos Salvajes”.

O sea, lo que no podemos lograr en la vida real, lo vivimos, como una masturbación mental, en la pantalla; allí, identificados con los protagonistas-vengadores, cobramos venganza de las ofensas y castigamos a los que la impunidad generalizada no castiga. ¿Será, esto, posible? Pero, sobre todo, ¿será sano?

Paulina Gamus, la autora entrecomillada, responde en parte al cuestionamiento final. “La justicia, dice, cojea en muchos países de la América latina y en Venezuela tiene brazos y piernas amputados”. (El País. 29 DIC 2014). Y, ¿en México?

No podría asegurar que la película sea tan exitosa en países en los que la justicia funciona, en donde hay policías que cumplen con su deber de perseguir y apresar a los delincuentes y jueces independientes y honestos que se encargan de imponerles las penas que establece la ley. Es la diferencia abismal entre países con leyes para ser acatadas y países con leyes para ser violadas, especialmente por sus gobernantes.

El fenómeno de la violencia revela la descomposición más profunda del ser humano. La violencia es destrucción y la ejercemos, desde la familia, las relaciones laborales, los sistemas educativos deformados, la política, hasta la violencia abiertamente fratricida. La violencia es desintegración.

Un camino irrenunciable para la curación de la criminalidad actual nos es absolutamente necesario. Un filme, como Relatos Salvajes, es peligroso visto solo desde la psicología social. Nadie podemos conformarnos con ver representado lo que sabemos; cierto, se da una especie de alivio. Pero, al final, todo queda igual. Si de la constatación del hecho no se pasa a una decisión personal de rechazar la violencia que existe en mi corazón, primero, y convertirme en un trabajador de la paz, el filme es un intento fallido con buena dosis de masoquismo. A. Camus, que está fuera de duda, ha podido escribir: “Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es posible y nada tiene importancia. Sin pros ni contras, el asesino no tiene culpa ni razón. Se pueden atizar los hornos crematorios de mismo modo que cabe dedicarse a cuidar leprosos, maldad y virtud son un azar o un capricho”. Tal es la situación actual. Es el nihilismo, es la nada, con perdón de mis lectores, “que se joda todo”, eso quiere decir nihilismo, ¿a mí que me importa? ¿No han confesado nuestros sicarios: seguiré matando hasta que me maten a mí? El punto de fractura, que se inicia en la pandilla infantil, es la cancelación de todo referente; lo primero, no respetes a nadie; a nadie le hagas caso, chíngatelos a todos. Y esto tiene raíces, no es de generación espontánea. La misma lógica vale a todos los niveles.

La amenaza recíproca –elevada a la categoría de sistema – de las superpotencias y de los bloques de poder con la mutua aniquilación tiene su reflejo en la criminalidad siempre creciente, y especialmente de los delitos de violencia. Apenas hay un año en que los «porcentajes de crecimiento» de tales delitos no supere el índice de crecimiento del producto nacional bruto y del armamento.

Las guerras y sus muertos alrededor del mundo son directamente proporcionales a la industria de las armas. En México lo sabemos muy bien. Las cárceles, en las que han de pagas su castigo los delincuentes grandes y pequeños, son en buena medida escuelas superiores de deshumanización y violencia. El cumplimiento del castigo representa muchas veces las relaciones humanas más lesivas y deplorables. Ha llegado el momento de formular un diagnóstico de la fatal enfermedad de nuestras «sociedades del éxito, de bienestar y consumo» a partir de la criminalidad siempre en aumento. Las causas profundas están en la actitud y praxis de violencia de toda la sociedad, en el deterioro de las relaciones políticas e internacionales, en la ideología materialista del éxito, en la glorificación de la astucia y del encubrimiento, en el diario consumo irreflexivo de representaciones televisivas y cinematográficas, que permiten a los violentos «deleitarse» en la violencia.

Es necesaria una reflexión profunda y se impone una conversión a fondo a la no violencia en todos los terrenos y en todas las relaciones humanas, y es indispensable una educación para la paz, cuyo núcleo esencial deberá ser la educación para resolver los conflictos por vías no violentas. El cambio de pensamiento y la transformación de las estructuras tendrán que ir de la mano. Debemos desenmascarar la autojusticia, que gustosamente se esconde detrás del a idea de una «justicia vindicativa», que busca una coartada en el «chivo expiatorio», que castiga con dureza a los socialmente débiles, mientras que los ricos, los poderosos y los triunfadores escapan por lo general al castigo. Es necesario un cambio en la manera de pensar, que apunta al a curación preventiva y al saneamiento de la vida pública, de la cultura y de la sociedad. Los grandes profetas de la no violencia, como Mahatma Gandhi y Martin Luther King, pueden ayudarnos a redescubrir esa clave y a usarla de manera adecuada con vistas al aquí y al hoy.

Más precisamente en el terreno de servicio a la paz se ofrece el modelo del «medico herido», o del «profeta herido». Estamos contaminados, enfermos. Cada uno debe buscar en sí mismo las raíces más profundas y ocultas de la enfermedad de la hostilidad y las caóticas tendencias de la agresividad, y descubrir y alumbrar en sí mismo las fuerzas curativas.

Más sencillo, aún: «Tener un corazón bien dispuesto para el evangelio de la paz» (Gal. 6,15); tal es el amplio programa para el verdadero discípulo de Cristo y para toda la comunidad cristiana.

PD. Quiero expresar mi total desacuerdo con el gran titular que aparece en El Diario este viernes: “Es México un infierno para sacerdotes”: informe. (Agencias). Es una expresión desafortunada y generalizante.

En Juárez, los sacerdotes nos convertimos en capellanes de guerra, una guerra con más de 10 mil muertos y los efectos colaterales. Que estamos expuestos, claro que lo estamos, pero más al fuego amigo. Sin embargo, mi experiencia es de amor, comprensión y respeto.