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¿Pero cómo se le ocurre a este escribiente escribir sobre un santo, aunque se trate de don Bosco? ¿Pues qué no ve ni oye los reclamos, los gritos, chillidos y algarabía de las luchas reivindicativas de nuestros sufridos e impertérritos políticos? ¿Ignora, por fortuna, este escribiente aficionado el riesgo país que enfrenta la nación? ¿No ha leído acaso el artículo de Ibsen Martínez, escritor y periodista venezolano, ahora refugiado, ‘Simpatía por el Peje’, donde afirma: Muchos ven en AMLO lo que se veía en Chávez: alguien a quien el sistema moderaría? Ahora esos están en el destierro. El anfitrión, Meño Ibarra, le decía a Slim, a Joaquín Villalobos y a Ibsen, los invitados: “AMLO no va a nacionalizar un carajo”, “no es la izquierda desmecatada. Es profundamente institucional. Es un republicano clásico”. Lo mismo que millonarios, periodistas y muchos decíamos de Chávez”. Ahora estamos en el exilio.  ‘Las semejanzas resplandecen’, concluye Ibsen. (El País. 24 01.18). ¿O es que este escribidor desconoce quién legalizó el aborto en CdMX, ahora procónsul? ¿A quién, digo, en tales circunstancias se le ocurre escribir sobre Don Bosco? ¡A mí!

Dos cosas me impulsaron a ello: una, que el día 31 celebramos a Don  Bosco, y otra un artículo muy vanguardista sobre la educación de los jóvenes y los niños. En él se dice: «Una mala palabra a un niño puede llevarle a la autodestrucción o la destrucción de los otros». L. Castellanos, propone un cambio educativo: ‘Educar en lenguaje positivo’. Frases como “Si suspendes no vas a ser nada en la vida”, “Si no estudias, no sales de casa”, “No vas a aprobar”, “Mejor ni lo intentes”, “Esto no se te da bien”, “saliste a tu padre”, han sonado, al menos, una vez en la vida de cualquier estudiante en nuestro país. Utilizar tales expresiones cuando nos dirigimos a los menores tiene consecuencias desastrosas. (sobre todo a la última).

Peor aún, castigar a los niños con el silencio. No somos, dice el educador, conscientes del daño que hace el castigo del silencio. Le pasan mil cosas por la cabeza a ese niño: “¿qué he hecho mal, y si mis padres ya no me quieren, y si no me vuelven a hablar?” Su autoestima empieza a descender. El silencio se convierte en el mayor bullicio negativo en la cabeza de una persona. Un niño al que sus padres han castigado con el silencio en la infancia lo usará también como presión hacia sus iguales en su madurez. Esposos, meses sin hablarse. Tenemos que tomar conciencia de todo esto y “habitar” las palabras: escogerlas (B. Portinari. El País. 29.01.18).

A mediados del s. XIX, Don Bosco ya lo sabía. Y mejor. Todo comenzó con un sueño que llaga hasta nosotros, aquí, en Juárez. Dejemos que él nos lo cuente: «Cuando tenía nueve años, tuve un sueño… ¡Este sueño me acompañó a lo largo de toda mi vida! Me pareció estar en un lugar cerca de mi casa, era como un gran patio de juego de la escuela. Había muchos muchachos, algunos de ellos decían malas palabras, Yo me lancé hacia ellos golpeándoles con mis puños. Fue entonces cuando apareció un Personaje que me dijo: “No con puños, sino con amabilidad vencerás a estos muchachos” Yo tenía sólo nueve años. ¿Quién me estaba pidiendo a hacer algo imposible? Él me respondió: “Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día. Mi Nombre pregúntaselo a mi Madre.” De repente apareció una Mujer de majestuosa presencia. Yo estaba confundido. Ella me llevó hacia ella y me cogió de la mano. Me di cuenta que todos los niños habían desaparecido y en su lugar vi todo tipo de animales: perros, gatos, osos, lobos… Ella me dijo: “Hazte humilde, fuerte y robusto… y lo que tú ves que sucede a estos animales, tú lo tendrás que hacer con mis hijos.” Miré alrededor y vi que los animales salvajes se habían convertido en mansos corderos … Yo no entendí nada… y pregunté a la Señora que me lo explicara… Ella me dijo: “A su tiempo lo comprenderás todo». Este sueño ha sido estudiado por toda clase de especialistas.

Don Bosco fue siempre sensible a los signos de cada día. El  8.12.1841 descubrió el sentido de aquel sueño. Fue a celebrar ese día la Eucaristía y encontró al sacristán maltratando a un muchacho llamado Bartolomé Garelli, de 16 años porque no sabía ser acólito. Defendido por Don Bosco el muchacho le confesó que no había recibido la Primera Comunión, que no conocía el catecismo y que era pobre y abandonado. Después de la Misa, Don Bosco le dio las primeras lecciones de catecismo y al siguiente domingo Garelli regresó con 20 muchachos más. Fue el inicio del Oratorio de Don Bosco que, sin embargo, no tuvo todo el respaldo civil ni de la Iglesia, en sus inicios. Para muchos Don Bosco estaba planeando una revolución con esos muchachos abandonados dispuestos a todo y, por último, para otros Don Bosco había perdido la razón.

Así comenzó la obra salesiana. Promovió el desarrollo de un moderno sistema pedagógico conocido como Sistema Preventivo para la formación de los niños y jóvenes y promovió la construcción de obras educativas al servicio de la juventud más necesitada, especialmente en Europa y América Latina. Especialmente la frase “no con puños, sino con amabilidad vencerás a estos muchachos” será la base del futuro sistema preventivo de Don Bosco y la inspiración de la espiritualidad salesiana.

Su obra fue requerida luego por jefes de estado y autoridades eclesiásticas de países como Ecuador, España, Honduras, Francia, Inglaterra, Polonia, Palestina, Panamá, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Colombia y México, entre muchas otras. Como un dato curioso cabe resaltar que, no sé si en vida del santo, se fundó la primera misión salesiana en América, en la provincia de Río Negro, en la Patagonia. Aquel oratorio original es, ahora, una escuela de agricultura que sigue prestando un gran servicio a la comunidad. Entre otras cosas se hace un estupendo queso de cabra que va muy bien con los robustos vinos patagónicos. Se originó, así, un emporio ovejero y de cabras de alto registro.

Y llegaron a Juárez. Me tocó estar presente cuando el padre Gorzegno planteó al señor Talamás la posibilidad de fundar aquí un Oratorio. Hoy son tres. La respuesta del Obispo fue, lo recuerdo, “Instante, instatius, instantísime”, o sea, ‘a la de ya’, o, ‘pa’luego es tarde’ o ‘vámonos recio’ o ‘qué esperamos’, etc., que así se puede traducir.

Para nadie es un secreto la desorientación en nuestros jóvenes; nadie ignoramos el incremento de la pobreza y las desigualdades que arrinconan a nuestros jóvenes; acorralados, el camino equivocado es la opción. Sabemos que no tienen puntos fijos de referencia, ni familiar ni social, a no ser el sólido mundo de la delincuencia, sabemos que de esas filas se nutre el crimen. Conocemos la desesperación de esas vidas. Y, sobre todo, el desconocimiento de la difícil tarea de ser padres en tales circunstancias. Época de opacidad. Los medios nos informan de ello profusamente.

Según estadísticas de la época, cuando el joven Don Bosco llegó a Turín en 1841 había 7148 niños menores de 10 años empleados como constructores, sastres, carpinteros, pintores de brocha, limpiadores de chimeneas y muchos otros oficios. Las cárceles estaban atestadas de muchachos de 12 años en condiciones de hacinamiento. El joven sacerdote de origen campesino se dejó pronto impresionar por esta realidad con la que él mismo se identificaba. Los santos ven siglos adelante.

Adelantándose la psicopedagogía del s. XXI, escribe a sus salesianos: «Si de verdad buscamos una auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes…!Cuántas veces, he tenido la ocasión de convencerme de esta verdad! Es más fácil enojarse que aguantar; amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra paciencia y soberbia, resulta más cómodo castigarlos que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez… Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que nadie pueda pensar que obramos solo para hacer prevalecer la autoridad o desahogar nuestro mal humor… Son hijos nuestros, y, por eso, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido… Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro como nos conviene a unos padres de verdad que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos… En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras ya que estas ofenden a los que las escuchan sin que sirvan de provecho alguno a los culpables».

Sospecho que, lo que nos falta, hoy, son santos.