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En su saludo de Año Nuevo, me decía un amable internauta: ya estará usted afanoso y perseverante, acomodando y enhebrando esas ricas y sustanciosas citas de filósofos y escritores connotados que nos obligan a leer despacio, casi a reflexionar, sus columnas. Pos’ fíjese usted que sí, le contesté amable.

En efecto, aquí estamos; frente a la sucesión de los días y la catarata abrumadora de noticias que diseñan un panorama que se presta sobre todo para la reflexión. Pero es cierto, esas citas aludidas son el resultado de quienes pueden ver, a la manera del pintor que descubre colores y matices donde el lego no ve más que blanco y negro, el hilo conductor y la intención que rige el acontecer. La sabiduría acumulada con el paso del tiempo cuaja en el refrán, en el proverbio, en los dichos que son “evangelios chiquitos”. Algunas exhiben un desarrollo discursivo mayor.

La sabiduría es el arte del discernimiento, arte supremo y decisivo al momento de orientar la vida. Simplemente, distinguir el bien del mal, la  mentira de lo que es verdad, lo que lleva a la muerte de lo que favorece la vida. ¡Y qué difícil resulta esto! Modelar con decisiones pequeñas y grandes la propia vida es tarea artesana, es hacer obra de arte. Tarea de tanteos, errores y enmiendas. Día a día otros hombres pueden contemplar una existencia que se desarrolla “según arte”; al final les quedará el recuerdo de una vida como obra acabada, “su recuerdo será bendito” (Prov.10,7).

¿Cómo podrá el hombre realizar tan ingente tarea, ser el “ártifex sui”, el arquitecto que construye hermosa su vida? ¿Dónde aprenderá ese oficio? ¿Cómo se orientará en situaciones nuevas e imprevistas? Por más que planee, lo sorprenderán situaciones inesperadas. Trabajando con diligencia se fatigará; múltiples factores lo desorientan. Hay en el hombre fuerzas de insensatez: el mundo instintivo, el caos y la energía de la pasión errada, la fragilidad emocional, el egoísmo a corto plazo. Hay fuerzas sustraídas en potencia o en acto a la razón; son fuerzas oscuras no dominadas con lucidez, conflictos no resueltos, y que muchas veces acaban destruyendo la vida, la convierten en algo inútil, en algo que ya no vale la pena vivirse.

Por el contrario, la sensatez ofrece lucidez: descubre, desenmascara, enuncia. Ofrece también fuerzas de convicción: aconseja, entrena, contrarresta. El artesano de su vida necesita una destreza especial que la Biblia se llama hokma, es decir, sabiduría.  Destreza para modelar la propia vida. Según esto, para conducir una vida que tenga sentido y sea realmente dichosa hay que ser honrado y cabal; para ser honrado y cabal hay que hacerse y ser sensato y prudente. No habrá honradez sin sensatez y no hay sensatez que vaya contra la honradez. Los tres elementos: sensatez, honradez, dicha, forman un triángulo en que cada miembro se relaciona con los otros dos. Por eso «oferta de sensatez» es oferta de sentido y de dicha; en el plano opuesto, la necedad es perversión y la injusticia es imprudencia, y ya no traen dicha verdadera o duradera. Si se aísla unilateralmente un lado o ángulo del triángulo se cae en dictámenes simplistas y desintegrados.

Así podemos leer en Proverbios: “presta oídos a mis dichos, guárdalos dentro del pecho; pues son vida para quien los consigue, son salud para su cuerpo. Por encima de todo guarda tu corazón (interioridad íntima) porque de él brota la vida”.  (Proverbios).

A veces el proverbio o refrán se amplía debido al flujo de lo que es o de lo que acontece. Entonces surgen obras de mayor envergadura, pero sobre el mismo tema: “la sabiduría”. “Los genios son una materia explosiva en la que se halla acumulada una gran cantidad de potencia. Se debe a que durante siglos ha ido reuniéndose y atesorándose la energía para su uso sin que tuviera lugar ninguna explosión”, dice Nietzsche. Y en esto también era genial como se hecha de ver en su “Sabiduría para pasado mañana”. Dice ahí: “la división de trabajo es un principio del reino bárbaro, el dominio del mecanicismo. En el organismo no hay partes separables”. O, también escribe: “El hombre solo es hombre cuando juega, dice Schiller: el mundo de los dioses olímpicos (y Grecia) son sus representantes”. En efecto, qué es Mozart sino un niño que juega con la música. Y Einstein qué es, si no un niñote descuidado y despreocupado, que para sostenerse los pantalones se los ajustaba con una corbata, jugando con la física, con los números y sus posibilidades.  

Así pues, ese saber y energía acumulados van cuajando en sentencias que irradian para siempre su energía como una suerte de radioactividad espiritual.  Y son fáciles de aprender y retener en la memoria. “El que desprecia la corrección, odia la vida”, dice Proverbios. Y el que no oye consejos no llega a viejo decimos nosostros. Después de todo, “¿Quién puede pensar alguna cosa tonta o sensata que no haya sido pensada en el pasado?”, hace decir Goethe a su Fausto. Solo al acabar la vida queda la obra acabada. “Antes de que muera no declares dichoso a nadie: en el desenlace se conoce al hombre”, dice Proverbios. Y el refrán castellano dice: “antes de que acabes no te alabes”.

Estas cápsulas de sabiduría vienen de muy lejos y las descartamos porque estamos enfermos de “actualidad”; y, no pocas veces, la “actualidad” se parece mucho a la superficialidad. Somos actuales, modernos y creemos que estamos descubriéndolo todo. Ha escrito E. Gilson: “Fue una gran tontería que algunos medievales creyeran que todo lo que Aristóteles había dicho era verdad, simplemente porque lo había dicho él. Pero ¿no sería igualmente, o quizá más tonto aún, creer que todo lo que Aristóteles dijo es falso, porque lo dijo cuatro siglos antes de Cristo? Cuando leo en su Ética que la justicia es el principio supremo y directivo de la vida social, o que el conocimiento científico es la forma más elevada de actividad humana, ¿tengo que decir – para ser original y moderno – que la injusticia es el tipo ideal de vida social y que manejar automóviles es la forma más perfecta de actividad humana?”

“Esta incorregible raza humana”. Los genios, pues, han podido, no sólo sintetizar una época, sino todas, en la sentencia breve, en la frase corta. Así, por ejemplo, cuando Dostoievski dice, como resumiendo el motivo inspirador de toda su obra, de todo su pensamiento atormentado: “esta incorregible raza humana”, expresa una verdad innegable que podemos hacer nuestra hoy con pleno derecho; es completamente actual, y, tal vez, sea más actual que entonces, pues el escaparate de la estupidez humana, que se llama historia, puede exhibir elementos que el autor ruso solo intuyó y que dejan ver esa incorregibilidad de la raza humana como el trasfondo de la desgracia. Nosotros podemos repetir esa frase, hoy, con mayor razón de experiencia.

Incorregible raza humana que no se detiene ante nada en su afán de maldad, destrucción y autodestrucción. Luego, la frase de Dostoievski es muy actual y sigue indicándonos el camino por donde debemos intentar la renovación de la sociedad

Ch. Péguy (1873-1914), ha escrito: “Homero (s. IX a C.) es nuevo esta mañana y, acaso, nada sea tan viejo como el periódico de hoy”. Puede suceder que un hombre que está a 3000 años de nosotros sea más nuevo, más fresco, más actual que el noticiero de pasado mañana. ¿Cómo puede ser esto? No sé si la cita completa nos ayude a entender lo que Péguy dice; “Homero es nuevo esta mañana, y acaso nada sea tan viejo como el periódico de hoy. Es una cuestión de naturaleza y de esencia. Así como en la filosofía de Bergson, el futuro y, en su límite, el presente, difieren del pasado no sólo cronológicamente, sino esencial y metafísicamente, así también una idea terminada está terminada en sí y esencialmente”. Puede ser que nuestro mundo de las noticias carezca por completo de ideas y sea sólo un reflejo sesgado del sórdido acontecer, asunto de dinero, medición de fuerzas y nada más; mientras que Homero puede tener, aún para nuestro hoy, ideas terminadas en sí y esencialmente. ¿Qué hay de nuevo y trascendente en el periódico de hoy? ¿Son nuevos los discursos políticos, los robos y los asesinatos? ¿Hay algo de nuevo en la vanidad y en sensualismo? El periódico nos muestra sólo una vieja realidad que toma nuevas formas de locura, como un virus mutante; tiene, sin embargo, la función de hacernos ver quiénes somos.  

La sabiduría, pues, cuaja en la sentencia. Así, como remedio a las mañaneras, podemos oír a Proverbios que dice: “En el mucho hablar no falta el pecado”; o el error, si se quiere.

No os engañéis, con Dios no se juega: lo que uno cultiva eso cosechará. Por lo tanto, no nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos”. (Gal.6, 9).

“La vida es demasiado importante para tomarla en serio”. B. Shaw.