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Salmo 117 (118).

Se trata de un salmo eminentemente pascual; la liturgia de estos días privilegia su uso y su rezo. El padre Alonso  hace la siguiente transposición cristiana.

Esta magnífica liturgia de acción de gracias ha sido genérica en sus explicaciones: habla de peligros, de ataques enemigos, de liberación de la muerte. Pero es muy clara en su tema central: victoria de Dios, día en que actúa Dios, milagro patente. Y también es explícita la participación gozosa de toda la asamblea. Si queremos llenar de sentido este salmo, tenemos que pensar con la liturgia cristiana en la gran victoria sobre los enemigos y la muerte, en el gran día en que actuó el Señor: en la resurrección de Cristo. Este es el milagro de los milagros, y la victoria de las victorias, cuando Cristo desechado se convierte en piedra angular (Mt 21,42; Act 4,11). Este es el día de los días, que ordena todo el ciclo del año, y que conmemoramos cada semana como «día del Señor» o «dies dominica» (domingo). Por eso se reza este salmo en el oficio dominical, como salmo de resurrección. Cristo resucitado encabeza la procesión de la humanidad para dar gracias al Padre, para hacer a todos partícipes de su gozo y de su propia victoria.

En su comentario a los salmos, (Salmos II), amplía dicha transposición:

Este es el salmo pascual por excelencia. Así nos lo enseña la tradición a partir del NT. Por eso empezaremos por reunir las citas expresas y las alusiones claras.

El verso 22 sobre la piedra desechada se cita como conclusión en la parábola de los viñadores: Lc 20,17 cita sólo el verso 22. Mt 21,42 y
Mc 12,10s citan también el verso siguiente, según la versión griega, que aplica el femenino a la piedra: «es el Señor quien lo ha hecho, y nos parece maravillosa». La cita desborda la parábola, que menciona sólo el asesinato del hijo.

En su discurso ante el Gran Consejo, Pedro aplica un verso del salmo a Jesús, «a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de la muerte»; y explica en qué consiste ser la «piedra angular»: «la salvación no está ningún otro; es decir, que bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente de él al que debamos invocar para salvarnos» (Hch 4,11-12). En su carta, Pedro cita el verso 22 uniéndolo a Is 28,6 (1 Pe 2,6-7).

Los tres sinópticos y también Juan citan 25-26a como grito de la multitud que recibió con ramos a Jesús cuando llegó a Jerusalén (Mt 21,9; Mc 11,9s; Lc 19,18; Jn 12,13). La frase hebrea ya ha cambiado de sentido, y ahora es Jesús «el que viene en nombre del Señor»; «hosanna» es ya mera exclamación. Mateo cita otra vez el v. 26a en el lamento por Jerusalén (Mt 23,29). Ap 7,9 presenta una multitud «con palmas en la mano».

Nuestra pascua es la memoria de la muerte y resurrección de Jesucristo, y el salmo nos ayuda de modo admirable a meditar sus etapas principales. El enjambre de enemigos que lo cercan e intentan derribarlo; mientras él está firme, no confiando en hombres o príncipes, sino invocando a su Padre. Dios quiso probarlo con la tribulación hasta dejarlo morir, pero no lo entregó al poder omnímodo de la muerte, sino que lo resucitó. Por lo cual él puede decir: «no moriré para siempre, sino que viviré» (cf. Rom 6,9). Glorificado, Jesús asciende para entrar en el santuario celeste (cf. Heb 9), y entra como vencedor.

Como Lucas dramatizó la ascensión, pero no la entrada en el cielo, los predicadores se han encargado de imaginar la escena aduciendo también la segunda parte del Sal 24, la invocación a las puertas.

Ahora el Mesías glorificado se ha convertido en la clave del nuevo templo, que es su Iglesia. Él encabeza nuestra liturgia de acción de gracias, en el cielo y en nuestra celebración eucarística. Con él y por él damos gracias al Padre, «porque es bueno» (cf. Mt 19,17 par), «porque es eterna su misericordia». Y ahora, como cuerpo suyo, podemos apropiarnos el salmo.

En efecto, dos textos del NT aplican el salmo  a los cristianos. En 2 Cor 6,9 parece sonar una alusión al verso capital (17a). Pablo dice de los apóstoles: «somos los moribundos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados…». Hacia el final de la carta a los Hebreos, el autor exhorta a los cristianos: «Con esto podemos decir animosos: El Señor está conmigo, no temo, ¿qué podrá hacerme un hombre?».

El salmo 117 es una liturgia de acción de gracias. Un individuo importante – quizá el rey – viene a dar gracias. Lo recibe el coro entonando por grupos la fórmula clásica del género «eterna es su misericordia». El personaje cuenta su liberación, que el coro interrumpe con un estribillo de canto de victoria. El personaje llega a la puerta, donde se desarrolla un breve diálogo. El coro canta y avanza en procesión hacia el altar.

Comentario resumido

1.Es el estribillo, frecuente en los salmos. Va saltando de grupo en grupo. La indicación «diga la casa de…» bien pudiera ser una rúbrica, que vale para el resto de la ceremonia.

5. Comienza la narración, en términos genéricos.

6-7. La experiencia pasada se transforma en enunciado presente, lleno de confianza. Es de notar el estilo de repeticiones.

8-9. El enunciado vale como profesión y como testimonio y como enseñanza para la asamblea. A la «bondad» de Dios responde este «bien», a la misericordia responde el refugiarse (hasdô-hasôt).

10-14. El peligro se especifica un poco: se trata de un ataque de enemigos; puede ser una guerra vencida, o puede ser simple imagen tópica. Continúa el estilo de repeticiones.

14. Este verso resume la experiencia del salmista: victoria, salvación. Es una cita de un canto de victoria: lo encontramos en el cántico de Moisés
Ex 15, y en la imitación de Is 12,2.

15-16. El coro responde comentando, también en grupos, ese verso de un canto de victoria.

17-18. El personaje concluye su narración, refiriéndose genéricamente a un peligro de muerte; puede tratarse de una enfermedad grave o de una imagen frecuente.

19-21. El personaje llega a la puerta del santuario y pide entrada. Los clérigos que la guardan exponen las condiciones: «triunfo-vencedores» también podría traducirse «justicia-justos», pero sufriría el contexto. El personaje responde repitiendo la mitad del  verso de victoria, que le da derecho a entrar por la puerta de los vencedores, para dar gracias a Dios.

22-24. Toma la palabra el coro, para celebrar la victoria realizada por Dios. La imagen de la piedra angular o clave quizá haya sido sugerida por la puerta: su sentido sería la liberación y victoria y exaltación del hombre que había sido desechado. Este cambio no es obra humana, sino «milagro patente» de Dios, manifestación activa. El día de esta victoria es uno de esos «días del Señor» en que Dios actúa a favor de su pueblo o del oprimido, día de castigo para el opresor, de gozo y alegría para los que aman a Dios.

25. El coro añade la invocación del Hosanna (hôsîa-na) = sálvanos.

26. El coro se dirige al personaje que avanza ya por el templo invocando al Señor, «en nombre del Señor».

27. Después se dirige a los grupos de fieles, para que se ponga en marcha la procesión solemne.

28-29. Durante esta procesión se cantan los estribillos, alternando el personaje central, v.28, con los coros, v.29. Quizá este estribillo salte a la manera de antífona de grupo a grupo, como indica la notación ritual del comienzo.

Comentario de Newman

Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo… Como cristianos nacimos para el reino de Dios desde nuestra más tierna infancia, pero, aun siendo conscientes de esta verdad y creyendo plenamente en ella, tenemos muchas dificultades para acoger este privilegio. Nadie, por su puesto, lo comprende plenamente… Y hasta en este gran día, este día entre los días, donde Cristo resucita de entre los muertos, nosotros estamos como recién nacidos a los que les faltan ojos para ver y corazón para comprender quiénes somos verdaderamente. Éste es el día de Pascua, repitámoslo una y otra vez, con un respeto profundo y una gran alegría; digamos: He aquí el día entre los días, el día real, el día del Señor. He aquí el día en el que Cristo ha resucitado de entre los muertos, el día que nos trae la salvación.

Este día nos conduce, en prefiguración, a través de la tumba y las puertas de la muerte, al tiempo del descanso en el seno de Abrahán. Estamos bastante cansados de la oscuridad, de la tristeza y del remordimiento. Estamos bastante cansados de este mundo agotador. Estamos cansados de sus ruidos y su jaleo; su mejor música es sólo ruido. Pero ahora reina el silencio, y es un silencio que habla. Hoy es el comienzo de días tranquilos y serenos, en los que podemos escuchar a Cristo, con su voz dulce y tranquila, porque el mundo deja de hablar. Despojémonos de este mundo, y revistámonos de Cristo.

St. John Henry Newman