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Solo veo patos.

No las musas sino el reclamo de mis lectores, que suman muchísimos, y no cuatro o cinco, como los de Catón, (Por cierto, leí la columnejilla de ese escribidor del día 1 -E- 18 en la que nos previene del pesimismo pues es una falta, dice, muy grave contra ‘la virtud teologal de la esperanza’.  Y tiene razón. Reporta, como dato geográfico adicional e ilustrativo, el nombre alto, sonoro y significativo, de un pueblecillo, sito en territorio tamaulipeco, llamado ‘Tres Palitos’. En el estado de Querétaro hay otro que llama ‘Palo Bendito’), digo,  pues, no a la musas sino al reclamo de los lectores, a la acre y altisonante advertencia de M. Aguirre, La Columna, que me instaba a mandar las musas no sé a dónde arguyendo que no podemos depender de las tales musas, que a lo mejor andan de vacaciones con goce de sueldo, bonos, aguinaldos y viáticos, y tener un domingo sin Trevizo; el que el párroco de Catedral haya leído con gusto y hasta usado alguna idea de mi entrega pasada para su mensaje dominical; y a la no menos imperiosa alusión del Lic. H. Arcelus, que con una risilla indefinible se refirió al final de mi entrega pasada, (Por cierto muy buena. Que lo digo yo), digo que, no las musas, sino estos reclamos me han llevado a ‘tomar la pluma’. (Cervantes). Ahora, el teclado.

En efecto, lo que alarmó a mis lectores fue lo dicho al final: “Tras una temporada de intenso trabajo agotador, es conveniente un descanso. Si las musas no disponen otra cosa, nos leemos dentro de quince días”. Y mire usted; no es tanto por las felices y pachangueras habitantes del Parnaso,  – que Hesíodo redujo a nueve, pues eran muchas y de cascos ligeros con los dioses y podía, entonces, el Parnaso, degenerar en una oficina de gobierno cualquiera, por exceso de personal, digo, dificultando los trámites, algo así como intentar obtener una licencia de conducir -, sino, más bien, veía venir la huelga que decretaron mis secretarias. De tal forma que no tendría a quien dictar.  Una de mis secretarias se llama ‘buzón de voz’ y la otra se declaró en receso mientras el nieterío esté de visita. Pero, como diría el Gran Virgilio, “Quamquam ánimus meminísse hórret luctúque refúgit, incípiam”. (Aunque el alma, tan solo con recordarlo – la trágica caída de Troya – se horroriza y se refugia en llanto, comenzaré. (Eneida. L.II.19).

Siendo la fiesta de los Reyes Magos, qué mejor que un cuentecillo para solaz y esparcimiento de mis destroncados lectores. Helo aquí. Se titula «El empleado que no veía las olas, solo patos».

Pues yo, confesó el empleado Pépez, cuando escucho el vals “sobre las olas”, no veo ningunas olas.     ¿Cómo que no ves ningunas olas?, se molestaron indignados sus compañeros de oficina. ¿entonces qué ves?   Veo una bandada de patos, repuso.

¡Qué cosa más absurda y más ridícula!, gritaron todos. ¿Cómo vas a ver una bandada de patos?   Pues yo veo una bandada de patos, insistió Pépez, que era bastante contumaz. ¿Por qué he de ver olas? Lo más probable es que ustedes tampoco las vean, pero como alguien les dijo que al escuchar “sobre las olas” parece que se ven olas, ustedes dicen que las ven y ya está.

¿Pero cómo es posible que no veas las olas, pedazo de animal?  Al oír semejante improperio, Pépez se acordó a su amada esposa. Y suspiró.

Se encaró con él don Serapio, el burócrata más viejo y más burócrata del Departamento Administrativo de Asuntos Integrales para la Solución de los Problemas Adyacentes, (DAAISPA, por sus siglas en español). Entonces cuando escuchas ¨Guadalajara¨, ¿qué ves?, le gritó. Yo veo Chihuahua, replicó sereno Pépez.

Y cuando oyes ¨Dos Arbolitos¨, ¿qué ves? Solamente uno, dijo en tono burlón. ¡Eso no puede ser! – bramó don Serapio -. Lo que sucede es que tú te quieres hacer el original, te las quieres echar de extravagante. Pero te advierto que a mí no me tomas el pelo.       Eso es obvio, repuso Pépez, mirando la reluciente calva del irascible servidor del Estado.

El caso fue que la discusión acerca del vals “Sobre las Olas” se hizo famosa en toda aquella dependencia del Ejecutivo, hasta llegar a oídos del propio C. Lic. Secretario del Ramo, quien un día mando a llamar al empleado Pépez a su presencia y le dijo sin más preámbulo: Tengo entendido, compañero, que cuando usted escucha ¨Sobre las olas¨ usted no ve ningunas olas, como las ve todo el mundo.

Así es señor ministro, admitió Pépez, honradamente. No veo olas de ninguna especie. (Él sabía que hay de olas a olas por eso dijo: de ninguna especie). Entonces, ¿qué ve usted?        Veo una bandada de patos. (Aludía, tal vez, a esa dependencia donde todos se hacían patos).

El C. Lic. Secretario del ramo tamborileó con los dedos sobre su escritorio y después sonrió.        Es decir, que ve usted bandadas de patos volando sobre las olas, dijo mirando hacia el techo, el Sr. Lic. Srio. del Ramo. No, señor ministro – profirió Pépez -. No llego a ver ningunas olas. Solamente veo patos.

En los ojos del alto funcionario brilló un relámpago de ira. ¿Se está burlando de él este mequetrefe? Sin embargo, la mirada de Pèpez reflejaba total inocencia.

Pero la música, ¿no le trae el recuerdo del agua?, volvió a preguntar el C. Secretario del ramo, tratando de dar una oportunidad de salida a su subordinado. Cuando la música hace: ta, ra ra ra rá, ¿no ve usted las olas, una tras otra? ¿no le parece inclusive percibir las barcas que se mecen sobre las ondas?, ¿los peces que van y vienen al compás de la melodía? ¿no ve usted el mar, en su azul inmensidad y lejanía?

El ministro abrió los brazos y volvió a tararear la célebre obra de Juventino Rosas, moviendo a su compás la cabeza y el cuerpo. No, licenciado. Cuando la música hace ta, ra ra ra rá, yo solamente veo una bandada de patos, remató Pépez.

El alto funcionario súbitamente dejó de balancearse, de sonreír y tararear, produciéndose entonces un silencio mutuamente embarazoso. Después carraspeó y dijo secamente al empleado:          Puede usted retirarse. Acto seguido tomó el teléfono y llamo al jefe de personal. Haga usted favor de cesar inmediatamente al empleado Pépez, le ordenó tajante.

Muy bien señor Ministro, repuso, obsequioso, el subordinado, como usted ordene. ¿Qué motivo anoto en el oficio y en el expediente? El C. Lic. Secretario del ramo estuvo a punto de decir que el empleado Pépez cesaba en su puesto porque no veía olas al escuchar el vals ¨sobre las olas¨, pero se contuvo pensando que, tal vez, semejante causal no era los suficientemente contundente. “Ponga usted que el empleado en cuestión, Pépez, no es adicto al régimen”, ordenó cáustico el C. Lic. Secretario del ramo satisfecho de su autoridad.

Y es que (razonó el C. Lic. Secretario del ramo) si un trabajador al servicio del Estado no ve olas al escuchar ¨sobre las olas¨, como las ve todo el mundo y sobre todo cuando se lo ordenan sus superiores, entonces quiere decir que tampoco va a ver que no han subido los precios de los alimentos y que no hay inflación, tampoco que se sigue investigando el caso de los jóvenes asesinados, ni que se ha reducido el número de los desaparecidos con o sin su voluntad; no va a creer que no hay tumbas clandestinas; no va a creer que la patria está en paz, que la violencia no es tan grave como dicen los deslenguados, tampoco que la corrupción y la impunidad se ha abatido, ni que el desempleo es una falacia, ni que hay absoluta tranquilidad en el campo, ni que la economía del país está en bonanza, ni que nuestra reputación internacional es admirable, ni que por fin se ha redimido al indio, ni que se ha acabado con la corrupción en el gobierno, ni que ya no se aumentan ni crean nuevos impuestos, que la gasolina es más barata que en Venezuela, ni que en general, hemos ido y vamos hacia arriba y adelante. Ni que estos hechos también cuentan.

Cuando alguien se obstina en no ver lo obvio, además de estar ciego, está loco. Y a lo mejor se trata de un reaccionario retrógrado y oscurantista, oligárquico y emisario del pasado, de escalada fascista y al servicio del Primer Mundo y de las perversas empresas transnacionales.

Y al buen empleado que fue Pépez se le obsequió un cese fulminante con la amenaza de obsequiarle, si fuese el caso, un auto de formal prisión. Fin.

Fíjese usted cómo ya en tiempos de Marco A. Almazán se conocía la teoría de los hechos alternativos, la precepción alternativa y cosas de ese jaez. (Sufragio efectivo no devolución. Jus. 1976).

Espero que M. Aguirre y compañía estén, ya, tranquilos.

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No andes robando, le dijo sentencioso el padrecito al ladronzuelo de barrio; ¿qué no ves que te vas a condenar? Y, mientras me condeno, ¿Qué como?, le contestó el pilluelo.