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Dan 7.9-10.13-14. Sal. 96; 2Pe 1-16-19; Mt. 17.1-9

La Transfiguración no evoca una simple metamorfosis pasajera de Jesús; el resplandor en él de la gloria divina, preludio de su pascua y de su última venida, nos recuerda que solo la perseverancia en el servicio de Dios conduce a la gloria.  

El significado profundo de este episodio está fielmente reflejado en la parte central del Prefacio de la fiesta: «Porque Cristo nuestro Señor reveló su gloria ante los testigo que él escogió; y revistió con máximo esplendor su Cuerpo, en todo semejante al nuestro, para quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz y anunciar que la iglesia entera – su Cuerpo – , habría de participar de la gloria que tan admirablemente resplandecía en su cabeza, Cristo». (difícil traducir el texto latino).

Dan 7.9-10.13-14. Entronización del Hijo del Hombre – Esta visión tiene lugar durante la persecución feroz del Impío Antíoco Epífanes. El autor contempla la entronización de un hijo de hombre ante la majestad de Dios. Este personaje misterioso, que asegura el reino eterno del Altísimo, recapitula en sí a todos aquellos que sufren por su fe, (7,18.27) y que gozarán de la gloria.  

Sal. 96.- Himno al Señor rey.  Es una teofanía. Leemos los vv. 1-2.5-6.9.  Comienza el himno sin la introducción, aclamando el título real de Dios en un horizonte cósmico. Vv.2-5. Escribe la teofanía o la aparición de Dios con majestad y poder. Dios viene como soberano, sentado en el trono que portan Justicia y Derecho, cubierto de un dosel de Tiniebla y Nube. Su poder se manifiesta en la tormenta y en la erupción volcánica. v.6. Los cielos se hacen pregoneros del Señor. v.7-9.- Por eso las reacciones son opuestas. Los idólatras quedan avergonzados en la presencia del verdadero Dios. Pero Sión, la ciudad escogida, y las demás ciudades de Judá, se alegran de las sentencias del Señor.  «Alegraos, justos, con el Señor, /celebrad su santo nombre».

Todas las venidas del Señor tienen una referencia a su gran venida central, el adviento de Cristo; y a la venida final, la Parusía.  Es fácil rezar este salmo proyectándolo hacia el momento del triunfo definitivo de Cristo, que será teofanía de poder y majestad, temerosa para unos, luz y alegría para otros. El apocalipsis, y con él toda la biblia, concluye con esta referencia: «Dice el testigo de estas cosas: sí, voy pronto. – Amén. Ven, Señor Jesús» (22,20)

2Pe 1-16-19.- Ni mitos ni leyendas – Esta carta quiere intensificar el celo de los creyentes y mantenerlos en un conocimiento exacto de Cristo. Su fe no se apoya en mitos ni en leyendas, sino en una persona que ha vivido en la historia y que los discípulos han visto transfigurada: Jesús, el Dios Hombre. En él se han realizado las profecías que iluminan al hombre hasta el advenimiento definitivo del reino.

 Mt. 17.1-9.- La revelación de Jesús en la gloria – Jesús ha anunciado a los apóstoles su pasión y su muerte, pero ellos no comprenden que la misión de Cristo deba pasar por el sufrimiento. Por ello, Dios les revela la gloria de su Hijo. La transfiguración no es un simple aliento para continuar nuestro camino; es la revelación de aquél que nos ha precedido en el camino a la gloria. El discípulo de Jesús no puede aún plantar su propia tienda; debe seguir al siervo sufriente por el camino de la cruz.  

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1.- El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor”. (Mensaje 2011. B.XVI).

2.- “Porque Cristo, Señor nuestro, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el Monte Santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la Pasión es el camino de la Resurrección”. Este fragmento, que constituye la parte central del Prefacio del Dom. II de Cuaresma, es la clave de lectura de la liturgia de la Palabra de hoy. La Transfiguración está situada en el contexto más amplio de la entera vida de Cristo. Luego de la confesión de fe de Pedro en Cesárea, Jesús abre ante sus discípulos un nuevo horizonte: «desde entonces Jesús comenzó a hablar abiertamente a sus discípulos que debía subir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y los escribas, ser asesinado y resucitar al tercer día». (Mt. 16,21). La «voz» venida del cielo: “este es mi Hijo, mi predilecto, en el cual tengo mis complacencias”, es el testimonio del Padre en favor de su Hijo.  En lo que respecta a los discípulos queda la obligación de «escucharlo»; es la palabra que compendia todas las palabras dichas, es la palabra última y definitiva de Dios sobre el mundo.

3.- Morir con él para vivir con él. Pablo hablando del padecimiento que sufre “por el evangelio” nos dice que: “si morimos con él, viviremos con él: si aguantamos, reinaremos con él”. (II Tim. 2,11): si estamos unidos a él, en una muerte como la suya, lo estaremos también en una vida como la suya. En otras palabras, si permanecemos fieles a él, superando la tentación, reinaremos con él. La mística y la ascética cristianas no tienen sentido en sí mismas, sino que son, más bien, un medio, de la misma manera que la cuaresma es un camino, para llegar a la gloria de la Pascua. En el cristianismo no se predica el sufrimiento por el sufrimiento, sino la privación voluntaria como un medio de “sacrificio”, de purificación, para participar de la vida de Cristo. De manera más explícita se expresa el prefacio de esta fiesta.

La Transfiguración aparece, pues, en el contexto amplio del “camino a Jerusalén”; de hecho, en los sinópticos, este episodio sigue inmediatamente al primer anuncio de la pasión.  Camino a Jerusalén, va al encuentro la muerte.  En este contexto, toma su significado particular la escena de la Transfiguración. Y ha quedado reflejada en la forma como la entiende la liturgia en los Prefacios citados.

El camino hacia la muerte no es el final de Jesús, sino el pasaje a la gloria del Hijo del hombre. Si el grano de trigo que cae en tierra no muere queda infecundo. El que quiera salvar su vida la perderá, pero que la pierda por mí, la encontrará. A los discípulos que acompañan a su Señor, y que representan a la comunidad, se les promete que al fin les será concedida esa misma transfiguración, o glorificación. Quien lo escucha, (“Éste es mi Hijo… escúchenlo”), es decir, quien escucha al Mesías del tiempo final anunciado por los profetas, (Moisés y Elías), participará, él mismo, de la resurrección. La comunidad ya sabe muy bien lo que es escuchar a Jesús. (cf. Mt. 7, 21.24; 16,18.24.28)

4.- ¡Qué bien estamos aquí! El tiempo «intermedio» (entre promesa y cumplimiento), no se puede acortar, sino que es entendido como el tiempo en el que debemos actuar, poner en práctica la palabra escuchada y recibir la aprobación de quien vence la tentación.

La comunidad siempre ha querido acortar el tiempo de la prueba sobre todo en los momentos de persecución y dificultades; esto se descubre en las palabras de Pedro que desea permanecer en la montaña y no quiere, ya, bajar al terreno de la práctica. La comunidad debe saber que la vida del cristiano es “como un servicio militar”. El tiempo no puede acortarse a discreción.  Esto no impide que nosotros le pidamos al Señor, (Apocalípsis), que acorte el tiempo de la prueba. Según los discursos escatológicos de Jesús, el tiempo de la tribulación será abreviado en consideración a los justos; de lo contrario no habría quien superara la prueba, (cf. Mc.13,18-20).  En los momentos de sufrimiento, de enfermedad, de dolor, de adversidades, le pedimos siempre al Señor que acorte el tiempo. De hecho, en todas las eucaristías le decimos la súplica milenaria: «Ven Señor Jesús».

Así se entiende el mandato de silencio que impone Jesús a los discípulos. Se trata de impedir una actitud de impaciencia, de indiscreción, ante las visiones que se han tenido. Se trata de evitar un intento de querer abreviar el tiempo. Lo que Jesús dice a sus discípulos vale para toda la comunidad. La no comprensión caracteriza de nuevo, también aquí, a la comunidad de Mateo, y a la comunidad cristiana de todos los tiempos, que intentan abreviar los tiempos y se le propone el ejemplo de Jesús que, no obstante tener la visión del Padre, baja del monte para enfrentar el camino de la muerte. Ahora, es necesaria la paciencia.

Pero en verdad, la visión de futuro, en el que se perfila la gloria venidera, determina el presente; no se asume el camino de la cruz sin la esperanza de la resurrección.  El tiempo presente siempre se ha de vivir con la mirada puesta en el futuro que nos aguarda, conscientes, siempre, sin embargo, que en el tiempo sólo  «la escucha del Hijo», y «el poner en práctica sus enseñanzas» (cf. Mt. 7,21-27) son la única garantía que tenemos de poseer “la vida”.

 

Un Minuto con el Evangelio.

Marko I. Rupnik, SJ

La transfiguración sobre el monte Tabor quiere preparar a los discípulos para el acontecimiento pascual que deberá afrontar Cristo. La luz inaccesible de su rostro convencerá a los discípulos de que la crucifixión no es la última etapa: la muerte y la resurrección, éste es el modo en que vive el amor de Dios en la historia.  La presencia de Moisés y Elías testifica que toda la ley y los profetas confluyen en un Mesías pascual. La Ley nunca puede ser un fin en sí misma, sino que está en función de la relación del hombre con Dios, basada en el amor de Dios y este amor madura en la libre adhesión. El significado de la Ley es la libertad y se expresa en el diálogo. En efecto, Moisés está hablando con Cristo. La medida de toda profecía, por libre e imprevisible que sea, se encuentra en la Pascua de Cristo porque es el amor realizado. Profetizar quiere decir leer la historia y los acontecimientos en la clave del amor de Dios. Y esto también ocurre al hablar con el Señor, es decir, en la oración y en la contemplación.

 

Excursus. (Tomado de lI Dom de Cuaresma. 04.03.12. Marcos).

Desde la exégesis se ha discutido bastante el episodio de la Transfiguración. ¿Fue una visión interna de Jesús? ¿Fue un éxtasis de Pedro? ¿Es un relato legendario? Los estudiosos siguen discutiendo. Vicent Taylor, lo sintetiza así: “en resumen diremos que, aunque es imposible determinar exactamente lo que sucedió en el Monte, debemos creer que una experiencia inefable, y una atmósfera de oración y profundización, ahondó y confirmó la declaración de Mc.8,29: “Pedro respondió: Tú eres el Mesías”. Es, también, un apoyo a la fe de los discípulos que han de enfrentar el escándalo de la cruz”.

Si nos fijamos en nuestra Biblia, la unidad completa es 9,1-11: “Les aseguro que hay aquí algunos que no morirán antes de ver el Reino de Dios que llega con poder”, (9,1); y, “se agarraron a esas palabras y discutían lo que significaba resucitar de entre los muertos”, (9,9), lo que hace pensar a los estudiosos que este encuadre sea debido a la “predicación” de la iglesia. Originalmente 9,2-9, era una unidad aislada; al enmarcarla en una “espera próxima (v.1) y un futuro, la resurrección (v.10), el evento se convierte en kerigama de la comunidad. “Per crucen ad lucem”, parece ser la lección: Por la cruz a la luz. Por ello, en el ordenamiento litúrgico, tanto antiguo como renovado, los dos primeros domingos de cuaresma presentan este esquema; la cuaresma es un camino hacia la vida con Cristo; nuestra vida está escondida en Cristo, dice Pablo. La espiritualidad de la Cuaresma es esa; participar de los sufrimientos de Cristo, para vivir con él. Si morimos con él, reinaremos con él, es el tema espiritual de la Cuaresma. En el episodio de la Transfiguración queda claro que los discípulos no han entendido el mesianismo de Jesús. Ellos quieren un mesianismo triunfal, quieren quedarse en el Tabor. Pablo VI denunciaba que “hoy, también nosotros  queremos un cristianismo sin cruz”. Nuestra reflexión comunitaria puede seguir esa línea.

El episodio del Monte, afirma Josef Erst, se sustrae a este mundo y está grávido de misterio: sólo tres de los discípulos elegidos pueden estar presentes como testigos; el no entender subraya lo que es inconcebible y en condiciones normales incomprensible. Al bajar, Jesús les prohíbe tajantemente hablar de ello hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. El narrador, no sólo quiere subrayar la trascendencia del hecho, si no prevenir contra cualquier forma de reducir lo divino a meras fuerzas cósmicas. Las acciones de Dios se pueden experimentar sólo en la fe en la resurrección de Jesús; por ello, Marcos, mantiene toda revelación en un tenso secreto hasta que pueda ser vista a la luz de la Pascua. Después de la Pascua todo adquiere significado. Antes es riesgoso.

Con su relato-proclamación Marcos corrige un equívoco que era típico de Pedro y los discípulos, y, de manera latente, todavía en la iglesia: decididamente se siente uno muy bien en las “visiones en la exhuberancia entusiástica”; la tentación de “experimentar” el mundo de lo divino como un don presente. El Evangelista, poniendo en relación la transfiguración con el camino de la pasión del Mesías, y con la secuela de la cruz por parte de los discípulos, da la aparición de la gloria, mal entendida por Pedro, un significado unívoco: aquí la mirada se amplía, el ojo contempla detrás de lo cotidiano, pero no para detenerse, sino para poder comprender el significado del camino de la Pasión y el seguimiento de la cruz. Todos los santos nos hablan y enseñan el valor de sufrimiento; extrañamente aman sufrir íntimamente unidos a Cristo. R. Schnackenburg, comenta así el pasaje de la Transfiguración: «Pero toda angustia es superada en la obediencia al Hijo amado de Dios que nos ha precedido en el camino hacia la gloria de

Dios a través de la pasión y la muerte», lo que quiere decir, que el discípulo no debe angustiarse por las adversidades y dificultades de la vida, por el peso de las cruces cotidianas que resultan de la fidelidad a Jesús, nada debe erosionar nuestra fe-confianza viendo que Jesús ha entrado en su gloria por el oscuro y paradójico camino de la cruz. El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue su cruz de cada día y que me siga. (Lc.9,22-25)

 

Un minuto con el evangelio.

Marko I. Rupnik, sj

 

A los discípulos se les aparece Elías con Moisés conversando con Jesús. Moisés es el legislador, el fundador institucional del pueblo judío. Elías, en cambio, es el profeta por excelencia y representa el acto reformista. Los dos se dirigen a Cristo, no a los discípulos. Ésta es una señal explícita de que la antigua Ley ha encontrado su cumplimiento en Cristo y ya no se dirige a los de Cristo directamente.

El sentido de la Antigua Alianza y de las profecías ahora se nos abre sólo a través de Cristo y en la perspectiva de Cristo. En ello se da también un significado más general.

Toda la tradición bíblica debe ser leída a la luz de Cristo y para un mayor conocimiento de Cristo, lo mismo vale para toda la historia que viene después de  Cristo. Ninguna ley ni ninguna profecía pueden encontrar referencia en algo que no converja en Cristo. Los discípulos han visto que la ley y los profetas llevan a Cristo. Sin embargo, los poderosos siguen atados a sus propias leyes y precisamente según sus leyes se le condenará a muerte más tarde.