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Jer.21,31-34; Sal. 50; Heb. 5,7-9; Ev. Jn. 12,20-33

Jer.31,31-34 – La infidelidad de los hebreos a la alianza del Sinaí trajo como consecuencia un nuevo estado de esclavitud. Pero Dios permanece fiel, no reniega de su pueblo. En el momento en el que los hebreos tienen la experiencia de la deportación y un nuevo éxodo, el profeta anuncia un nuevo pacto de Dios con su pueblo. No será ya la obligación de un minucioso código de alianza, sino que para cada uno quedará la exigencia de la responsabilidad; la religión no será impresa en piedra, sino en el corazón del hombre.

Sal. 50 – Oración de Carlos de Foucauld a propósito del Miserere. «Gracias, Dios mío, por habernos dado esta divina oración del Miserere; este Miserere es nuestra oración cotidiana… Recitamos con frecuencia este salmo haciendo de él nuestra oración. Este salmo encierra el compendio de toda nuestra oración: adoración, amor, ofrecimiento, acción de gracias, arrepentimiento, súplica. Este salmo parte de la consideración de nosotros mismos a la vista de nuestros pecados y sube a la contemplación de Dios pasando a través del prójimo y rogando por la conversión de los hombres». Estas palabras de Ch. de Foucauld explican la preferencia apasionada que la comunidad cristiana tradicionalmente ha reservado a este salmo, ciertamente uno de los más célebres del salterio.

Hebreos 5,7-9 – La angustia que salva. La agonía de Getsemaní evocada en este fragmento nos muestra un hombre sufriente, preso de la angustia que suplica al Padre: «sálvame de esta hora». En aquella noche de angustia, Cristo se ha convertido en cabeza y sacerdote de una humanidad renovada. Dios llama, igual, a todos los cristianos a ser sus hijos a la manera de Cristo, hombres para los otros; invita a tomar sobre sí el peso del dolor humano, incluso si éste lo lleva a vivir como Cristo, momentos de profundo sufrimiento.

Jn. 12,20-33 – Morir para vivir. En esta página se condensa la paradoja del evangelio: ser vencedores de la muerte significa dejarse engullir por ella; ver a Cristo quiere decir verlo desaparecer en el sufrimiento; la hora del triunfo es la hora del suplicio; vivir es morir; ganar es perder. Jesús se marcha, no para abandonar, sino en vistas de un encuentro más profundo; muere no para descomponerse, sino para reproducirse en una multitud. Las opciones dolorosas que el presente impone no son sólo pérdidas, sino que dan vida a un futuro más bello. Para el evangelista Juan, no existe un viernes santo desesperado: subir a la cruz significa ir a la gloria.

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El gran texto de la Nueva Alianza. Luego del desastre nacional del 587 a.C., las promesas hechas anteriormente al Reino del Norte, Israel, que corrió la misma suerte, el destierro y la devastación, se convierten en actualidad para el Reino del Sur, Judea, igualmente oprimida por la desgracia, a punto de sucumbir e ir al destierro. En este trágico momento Jeremías desarrolla sus visiones más luminosas sobre el porvenir: el exilio, justo castigo para la nación, será un período de despojamiento, de intensa purificación, al término del cual Dios visitará de nuevo a su pueblo. Es el tema de la primera lectura de la semana pasada, tomada del libro de las Crónicas.

Sobre las ruinas de la alianza rota, el profeta ve surgir una alianza nueva, más bella, más sólida que la antigua. Sería demasiado poco una restauración nacional; la renovación será a fondo, tocará lo íntimo de las almas. Esta nueva alianza establece relaciones personales entre todo creyente y su Dios. Pero cada uno será, sin embargo, responsable personalmente de lo que Dios hará. (ver. Ezequiel 18) Y en el verso 31 brota la más bella intuición de Jeremías, uno de los vértices del pensamiento del A.T. Un verso que es necesario aprender de memoria y meditar siempre. Lo que era la ley y exigencia exterior se convertirá en don de Dios e impulso interior, porque el Señor despertará en las almas el amor y la fuerza de la fidelidad. Es el corazón lo que será transformado. Será dada a los hombres la gracia de conocer verdaderamente a Dios. Jeremías nos deja la carta de la religión personal. La idea de que Dios pueda rechazar a su pueblo ahora es imposible.

El Salmo responsorial, tan conocido, tan leído, es el salmo penitencial por excelencia. El hombre, ante Dios, tiene que reconocer su propia «injusticia» e invocar la misericordia, entonces Dios le da su propia justicia, lo «hace justo», que es lo mismo que salvarlo. Este es el gran juicio de Dios, juicio que comienza acusando, salmo 49, obligando al hombre a una especie de muerte o sacrificio espiritual, para salvarlo de esa profundidad. En sentido cristiano, podemos decir que, en el gran juicio de Cristo, Dios quiere que su Hijo se haga solidario con el hombre, hasta la última consecuencia del pecado, que es la muerte. Pero el Padre salva a su Hijo, demostrando la justicia de Jesucristo y convirtiéndolo en nuestra justicia. Este juicio de Cristo, que es muerte y resurrección, se repite en el juicio de la penitencia cristiana. En el evangelio de hoy, Juan entiende la muerte de Jesús como el «juicio de este mundo», como el momento de la derrota total de «príncipe de este mundo», que va a ser expulsado. Como puede verse, seguimos el esquema de la liturgia penitencial como el domingo pasado.

Morir para vivir. Próxima, ya, la celebración de la Pascua, la Liturgia de la Palabra nos acerca más al misterio de la muerte de Jesús. Heinz Schürmann, egregio biblista alemán católico, escribió una obra titulada: “¿Cómo Entendió y Vivió Jesús su Muerte?”, denso, pesado, y, cuando uno acaba de leerlo no queda una idea clara sobre cómo entendió y vivió Jesús su muerte, según Schürmann. Ahora nos dice Juan cómo entendió Jesús su muerte. Juan reelabora teológicamente la versión de los sinópticos; aquí, Jesús, sabe muy bien de qué se trata y ni siquiera puede pedir en serio al Padre que lo libre de la “hora”, «pues precisamente para eso ha llegado a esa hora»;

Juan emplea una metáfora para hablarnos de la entrega de Jesús, generosa y llena de amor, para que el mundo tenga vida; toma la imagen del grano de trigo que necesita morir en el seno de la tierra para llevar fruto; y, al mismo tiempo, dicta la norma suprema para sus discípulos: El que se ama a sí mismo se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. Juan dirá más tarde, en su primera carta: “Si uno murió por todos, nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”. Jesús es el modelo inspirador del discípulo.

La totalidad de la visión joánica de la salvación. En el fragmento de Juan que leemos hoy se encuentra una visión profunda que resume la totalidad de la idea de San Juan sobre la salvación. En el fondo este fragmento, en su primera parte, v. 26-36, presenta una unidad, en la que se expone con una grandiosa visión de conjunto la totalidad de la visión joánica de la salvación, como una unidad de cristología, de escatología y soteriología, concentrada en la persona de Jesucristo, en su muerte y resurrección, que en el lenguaje de Juan se llama «exaltación y glorificación de Jesús». No olvidemos que en Jn., la Pasión y muere de Jesús, son el camino de su glorificación-exaltación.

El fragmento está hecho a base de oposiciones, de contrastes, de paradojas, que hacen más viva y dinámica la imagen. v. 23: la hora de Jesús, como la hora de su muerte, es sin embargo, la hora de su glorificación; v. 24: la muerte del grano de trigo, corresponde a la condición para la fertilidad; v. 25: el que ama su vida – el que odia su vida, corresponde a perder la vida o a conservarla; v: 26, el seguidor de Jesús, hasta la misma muerte, estará donde Jesús, (en la gloria; comunidad de vida y de destino); v. 27ss.: la hora de la turbación es al mismo tiempo la hora de la glorificación; v. 31ss.: la hora de la crisis es la hora de la exaltación; v. 34. La exaltación; es la exaltación del Hijo del hombre.

Unos extranjeros quieren ver a Jesús. (v. 20-22)
Todo comienza cuando unos griegos intentan ver a Jesús. Oigamos el comentario de Tomás de Aquino: “Se evidencia así la piadosa apertura de los pueblos gentiles a Cristo por cuanto que desean verle. Hemos de saber, sin embargo, que Cristo sólo ha predicado personalmente a los judíos, mientras que serán los apóstoles quienes prediquen a los pueblos gentiles. Esto queda aquí ya claro, puesto que los gentiles, que quieren ver a Jesús, no se llegan a él directamente, sino a uno de los discípulos, a Felipe”. Así, pues, la mirada se abre aquí al mundo pagano que a diferencia de los judíos recibirá el evangelio y llegará a la fe en Jesucristo por el ministerio de los Apóstoles.

El grano de trigo. (23,24)
Muy importante es considerar la metáfora del grano de trigo que cae en tierra. Para el hombre antiguo el proceso de la siembra y la nueva planta no era un simple proceso natural sino algo maravilloso, un verdadero milagro. La metáfora pretende decir que Jesús ha de morir, si quiere llevar fruto, si ha de tener éxito; pero también, que esa muerte será fecunda. La muerte de Jesús es la muerte de la que procede todo “fruto”. La Vida brota de su muerte. De ahí que se designe como una muerte salvadora, como una muerte de la que brota la vida escatológica, plena y eterna. Esta idea aparece, igualmente, bajo otro registro, en los evangelios sinópticos y en Pablo.

La actitud de Jesús, modelo del discípulo. (v.24-25)
De ahí, que esta actitud de Jesús tenga un valor modélico para los discípulos que determina la actitud de ellos. En Marcos, la palabra se convierte en una exhortación a seguirle en el camino de la cruz; se describe, así, una «dialéctica cristiana, que tiene su fundamento en la conducta de Jesús». La versión joánica se mueve justamente en esa dirección. Además, es de notar que Juan habla de «la vida en este mundo» con lo que Juan quiere decir que la vida en este mundo no es de modo alguno, la verdadera vida, puesto que está dominada y oprimida por la muerte; la vida en este mundo es más muerte que vida. «Amar la vida (psiké) en este mundo» equivale, en realidad, a amar la muerte y a apostar, por lo mismo, y, de antemano, a la carta falsa. No es de extrañar entonces que Juan hable de amar la vida y de «odiar la vida en este mundo». Nosotros en Jesús amamos la vida que lo es de verdad y que brota de su resurrercción.

La exaltación del Hijo del Hombre. (v. 24-33).
Ha llegado la hora. El tema de «la hora», es un tema teológico en el IV Evangelio. Se trata de la hora de su muerte, de la que Jesús ha venido hablando a lo largo de su evangelio. Pero al mismo tiempo es la hora de la glorificación. Más que de triunfo, Juan gusta de hablar de glorificación. En la Biblia, glorificación, no es sólo un fenómeno óptico, sino que la gloria divina es a la vez, poder de Dios, acción divina que transforma al hombre sobre el que llega y que le adapta por completo a la esfera divina. Vista así, glorificación es la exaltación al ámbito divino; es el acto de Dios tal como se da en la cruz y resurrección de Jesús.

En Jn., Jesús no pide al Padre que aleje de él ese cáliz, ya que todo le es posible, sino que lo glorifique. «!Padre, glorifica tu nombre!». La respuesta es la voz, que como un trueno, afirma. “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gloria del Padre es el Hijo que pasa a través de la muerte hacia la gloria “que le corresponde como Hijo”. En Jn,, Jesús está atónito ante el poder cósmico de la muerte; ni se turba ni suda sangre como en los sinópticos. La oración de Jesús ha sido escuchada, como lo afirma la 2ª lectura que alude a la Oración del Huerto que transmiten los sinópticos.

Para la concepción joánica de la glorificación de Jesús, son, pues, imprescindibles dos elementos: primero, el carácter dinámico del suceso, glorificación como acto de Dios, como acontecimiento en Jesús y para Jesús; segundo, el carácter de revelación que tiene ese acontecimiento para el mundo y, naturalmente, para la fe, sobretodo. Estos dos elementos no pueden separarse. No olvidemos que, también nosotros, seremos glorificados con Cristo y en Cristo; es el resultado de nuestra fe.

Así, pues, este domingo nos acerca a la Pasión desde la visión de Juan.

Un minuto con el Evangelio.
Marko I. Rupnik, sj.

Los griegos quieren conocer a Jesús. Cristo no va hacia ellos para dejarse conocer, sino que anuncia que lo conocerán de otra manera. Incluso a los apóstoles, que lo han conocido, Cristo les prohíbe hablar porque se mostrarán reacios a aceptar que era un Mesías pascual. Así que Cristo dice también a los griegos que será manifestado y conocido cuando sea elevado en la cruz, porque entonces atraerá a todos hacia sí. Para conocer a Cristo no basta un conocimiento teórico, se necesita un conocimiento íntegro que pasa a través del amor. Amar significa actuar concretamente, es decir, servir. Servir no es hacer lo que yo quiero, sino seguir al Señor, seguir sus pasos, vivir en comunión con él, haciéndonos semejantes a él. Así le sirve el hombre. Siguiendo a Cristo hasta el Triduo pascual se llega a la manifestación de la gloria de Dios. El conocimiento de Cristo, de esta manera, significa para el hombre la vida: y la gloria de Dios es que el hombre viva.