[ A+ ] /[ A- ]

 

Hech. 8,5-8.14-17; Sal. 65; 1P.3,15-18;Jn. 14,15-21

 

Jesús pide al Padre otro Consolador para que esté siempre con nosotros y nos ayude a mantener vivo su recuerdo. Solo si acogemos con amor el Espíritu de la Verdad podremos amar a aquel que no hemos visto y que otros, como Juan, el discípulo amado, nos lo  han anunciado.

 

Hech. 8,5-8.14-17. Iglesia-madre e iglesia local – la visita de Pedro y Juan en Samaria es una etapa del camino a la unidad y el ecumenismo. La iglesia local de Samaria se había desarrollado al margen de la iglesia de Jerusalén; había sido fundada por Felipe, un cristiano helenizante que no pertenecía al colegio de los doce (una buena lección de compromiso apostólico); en fin, reunía personas despreciadas tradicionalmente por los judíos, incluso por aquellos que habían llegado a ser cristianos. La imposición de las manos por parte de los apóstoles sobre los cristianos de Samaria, es un modo de confirmar y autentificar el trabajo realizado por Felipe. Así, la iglesia local lleva en sí el espíritu de la iglesia universal.

 

 

Sal. 65. Himno y canto de acción de gracias. Unidos, quizá, en una acción litúrgica. Es muy conveniente leer el salmo completo.

 

En la fiesta litúrgica, en la oración del pueblo, vuelven a hacerse presentes las obras históricas de Dios. Sobre todo, la gran obra redentora, resumida en el  paso milagroso del Mar Rojo y el Jordán. En este hecho, recordado, Dios manifiesta su gobierno duradero.

 

Aunque la unión de las dos partes sea secundaria ella nos puede enseñar algo: cómo completar  unitariamente la gran salvación pretérita y sus aplicaciones recientes; cómo unir la acción de gracias de la comunidad y la del individuo que se presenta a Dios delante de la asamblea. La gran acción redentora de Cristo vuelve a desplegar su poder salvador en nuestra vida; el cristiano recibe y proclama esta salvación en el seno de la comunidad eclesiástica. Cristo, con su sacrificio, ha puesto fin a los antiguos: «No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia, y así ha entrado en el Sagrado, una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna». (Heb 9,12), Por eso el cristiano ofrece este sacrificio en la Eucaristía, recordando lo que Dios ha hecho con Cristo, lo que Cristo ha hecho por el hombre.

 

1P.3,15-18. Un testimonio, no una encrucijada – el cristiano no es uno que toma parte en un desfile. Lejos de ser saludado y aplaudido, con frecuencia es expuesto a la burla, a las calumnias, a la denigración, incluso, a las persecuciones. No tiene otras armas que la dulzura, el respeto a los otros, el testimonio simple de su fe. Aceptando una lucha dispareja, la iglesia puede llevar la luz al mundo: es la fe de la iglesia, y no, ya, la iglesia en cuanto tal la que debe triunfar. Acepta perder para que los otros ganen.  

 

Jn. 14,15-21. Un defensor de excepción – según antiguos testimonios, parece que los tribunales hebreos conocieron a un personaje que nosotros desconocemos. Cuando era pronunciada una sentencia sucedía, a veces, que un hombre de reputación incontestada fuese silenciosamente a ponerse a lado del acusado; se le llamaba paráclito. Su testimonio mudo confundía a los acusadores. Jesús se presenta como el Paráclito de la adúltera; el rico epulón hubiera agradecido tener a Abraham como paráclito. Los discípulos de Jesús serán frecuentemente acusados. Pero él «Paráclito», con su testimonio silencioso les asegurará la victoria.  

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.

Marko I. Rupnik.

 

Aceptar los mandamientos y observarlos quiere decir amar al Señor, quiere decir que él es el primero en nuestro corazón. El mandamiento custodia  la relación con él y hace que en medio de la vida cotidiana se le dé prioridad. Nada puede ser más importante que él; ningún argumento es más convincente que el mandamiento del Señor. Solo el amor logra el amor, logra concentrar nuestro  corazón sobre el rostro de una forma tan radical que nada puede desviarlo de él.  

Ninguna ascesis da fruto sino la que nace del amor: un amor que exige una relación íntegra que implica a toda a la persona. Observar los mandamientos  puede no  bastar para llegar a contemplar el rostro del Señor. Ser tocados por su amor es lo que  nos mueve a llevar una vida conforme a su Palabra. La Pascua es la revelación de cuánto nos ama. Él se entregó en nuestras manos para que nosotros nos entregáramos a las suyas, éste es nuestro amor por él.

 

++++

La liturgia de la Palabra nos va acercando paulatinamente al acontecimiento de Pentecostés. Los textos se vuelven cada vez más explícitos sobre el tema del Espíritu. Los textos de la liturgia diaria abundarán sobre el tema y nos irán preparando a la gran celebración Pentecostal.

 

Hechos nos pone delante  la progresiva e incontenible difusión del cristianismo llevada acabo por los apóstoles bajo la acción del Espíritu Santo, tema de libro; el Espíritu es el que mantendrá la cohesión de los discípulos; él será el defensor de la fe en Jesús en el corazón de los discípulos. Tanto los textos de Jn. como los de Hechos se moverán en esa dirección.

 

1ª  Lectura. La primera lectura de hoy podemos titularla: Felipe, y la avanzada hasta los márgenes del Judaísmo. En efecto, Samaria es el segundo círculo concéntrico de la evangelización. Después de su encuentro con el tesorero etíope, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y allí llevaba acabo su trabajo de evangelización con las notas características. La multitud escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los milagros que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos, lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados quedaban curados. Esto despertó gran alegría en aquella ciudad.

 

Como vemos estas son las notas de la evangelización, tanto en Jesús como en sus apóstoles, en la narrativa de Lucas. El anuncio del evangelio, tendrá que reportar necesariamente un proceso de liberación de todas las fuerzas que enajenan y destruyen al hombre. Nunca el anuncio del evangelio será un hecho burocrático, por el contrario deberá tener un impacto liberador que no podrá menos que despertar la alegría de los que lo experimentan.

 

El anuncio provoca la conversión y Juan y Pedro bajan a dar fe del hecho insólito de que también los no estrictamente judíos, los aborrecidos samaritanos, hayan abrazado a la fe. Pedro y Juan certifican que la voluntad de Dios es que todos lleguen al conocimiento de Cristo y en el encuentren la salvación. Por esta razón oran para que los conversos, mediante la imposición de las manos de los apóstoles, reciban la plenitud del Espíritu Santo. Es decir, para que estos conversos que creen en Jesús, en cuyo nombre han sido bautizados, ahora sean confirmados en esa fe nueva que ha iluminado su vida. Como podemos ver, en este fragmento se entretejen la evangelización, la liberación de las obsesiones, la alegría, los milagros y el don del Espíritu Santo. Todo esto es un trabajo de iglesia. Si forzamos el texto, debemos ver, también, la estructura sacramental de la iglesia naciente. Es a través de la imposición de las manos de los Apóstoles que el Espíritu es conferido a los creyentes recién bautizados y la comunidad se va desarrollando y consolidando.

 

2ª Lectura.  El texto que leemos hoy tiene un marco mayor, 3,13-22, y, es un llamado para enfrentar con decisión y confianza la hostilidad del mundo, a ejemplo de Cristo. Este sería el tema de ésta unidad más amplia. De sobra sabemos que hoy nuestra fe, es puesta en crisis por la fuerza tremenda del mal y del sufrimiento que éste provoca. Es innegable que 1Pe., tiene ante sus ojos una situación de persecución, de crisis eclesial motivada también por la crisis interna, por la tardanza del Señor, y todo esto sumado engendra el cansancio y la desesperanza. Es el momento de la fidelidad y de buscar una vertiente positiva a una situación de suya negativa. ¿Cómo podemos hacer esto?

 

Los vv. 13-14 ¿Quién podrá hacerles daño si os dedicáis con empeño a lo bueno? Pero aun suponiendo que tuvieseis  que sufrir por vuestra honradez, dichosos vosotros. No les tengáis miedo ni os asustéis…. Este sería el preámbulo para nuestro texto dominical. La experiencia parece contradecir esta realidad. Conciente de ello, el Apóstol nos invita a una confianza indestructible en Cristo.

 

Pedro, conciente de esta realidad que pone en crisis a sus cristianos, no renuncia a su propuesta de esperanza, que asume la forma paradójica de la bienaventuranza evangélica de los perseguidos por ser justos. De frente a los sufrimientos injustos a causa de la fe, se abre una doble perspectiva para el cristiano: progresar en la confianza, en la fidelidad de Dios, transformando la perseverancia en la prueba en una espera de la salvación definitiva; aprovechar  las pruebas para dar testimonio a los otros de la propia esperanza. Sin renunciar a la perspectiva escatológica, este escrito pastoral de Pedro da mayor énfasis a la perspectiva misionera e histórica.  Sobre el tema de la esperanza podríamos usar algún fragmento de la Encíclica Spe Salvi concientes de que, dicho tema, resulta vital en nuestro entorno cultural.

 

Evangelio. Cuando nos enfrentamos en los textos de Juan, sobre todo a algunos como el presente, sentimos una impotencia radical para comentarlo. Tal vez solo los grandes místicos, las Teresas,  E. Stein, San Juan de la Cruz, etc., etc., los santos, pues, pueden comentar estos textos tan profundos. No basta un acercamiento literario, exigen la contemplación.

 

La relación con Jesús no puede reducirse a un “sentimiento” hasta cierto punto indefinido; el amor exige una fidelidad total. Pocas palabras tan desprestigiadas, tan manoseadas, tan tristemente pervertidas como la palabra «amor» que constituye, sin embargo, la palabra más fuerte, la palabra clave del diccionario cristiano. Los papas últimos han denunciado con toda claridad la tendencia a eludir las consecuencias morales de la adhesión a Cristo. Queremos un cristianismo sin cruz, decía Pablo VI, el hombre moderno tiene miedo a las exigencias morales del evangelio, decía JP II, y el magisterio de BXVI ha marchado prevalentemente en esa dirección.

 

Juan se encarga de denunciar la mentira de una relación meramente afectiva, sentimental, con Cristo que deja afuera la exigencia del mandamiento. El fragmento que hoy leemos podemos titularlo simplemente el amor a Jesús.  «El amor dirigido a Jesús se convierte ahora en el tema explícito». (Bultmann).  El v. 15 introduce sin rodeos el tema: Si me amáis guardaréis mis mandamientos. Los vv. 16-17 transmiten el primer anuncio sobre el Paráclito y los vv. 18-20 son una afirmación sobre el retorno de Jesús. La sección siguiente recoge el tema del amor y le da  la máxima  hondura teológica. Los vv. 21-24. En conjunto se trata de la respuesta a la pregunta de ¿en qué relaciones está la comunidad creyente con Jesús, que es el tema central de los discursos de despedida? ¿Qué significa para la comunidad su vinculación a la palabra de Jesús? ¿Cómo podemos hoy, los que queremos ser discípulos suyos, entrar en relación con él? ¿Cómo ha de entenderse esa relación y esa vinculación con él? No es algo meramente sentimental.  Se trata de algo vinculante, de algo que marca, define y cualifica la vida.

 

Desafortunadamente el texto evangélico de este domingo,  no  respeta la estructura del texto completo de Jn., más bien lo fragmenta. Leído en su totalidad, 14,15-24 podemos apreciar que existe una “inclusión temática”; es decir, como un paréntesis que encierra la idea dominante mediante las dos llaves, al inicio y al final, así en nuestra unidad podemos ver en el v. 15 si me amáis, guardaréis mis mandamientos  y el v. 24 el que no me ama no guarda mis palabras. (Es de notar que aquí palabra o palabras, mandamiento o mandamientos, significan simplemente lo mismo: la voluntad de Jesús; no se refieren primeramente a los Diez Mandamientos, sino al mandamiento que Jesús, nos ha dado, a su palabra).

 

No olvidemos que el gran contexto de estos textos es la despedida de Jesús. Él está a punto de partir, de hecho dice a sus discípulos: No los dejaré huérfanos, sino volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo no me verá más pero ustedes sí me verán porque yo permanezco vivo y ustedes también vivirán. En este contexto, Jesús dicta su testamento; él dice, de esta manera, a los discípulos de todos los tiempos que quieran serlo, cómo ha de ser esa relación vital con él, esa compenetración, ese vivir en, Yo en ustedes y ustedes en mí  Jesús quiere dejar claro que sus discípulos no quedarán huérfanos, desamparados, el siempre velará por ellos. Indiscutiblemente la presencia del Espíritu, del Consolador, del Abogado, el Espíritu de la Verdad,  será la nueva forma de presencia de Jesús. El mundo no puede recibirlo, porque el mundo no ama. El Espíritu es el espíritu del amor de Jesús presente en los discípulos.

 

El Espíritu de la Verdad.

La expresión Espíritu de la Verdad aparece varias veces en Jn. y en 1Jn. (Jn. 15,26 y 16,13; 1Jn. 4,6; 5,5-6) Aquí el Espíritu y la Verdad se identifican. No se trata de una definición esencial; el Espíritu es denominado la Verdad en el sentido que él enseña, hace comprender interiormente la revelación, la palabra de Cristo, en el sentido que él conduce a la fe revelando la verdad de Cristo. Porque todo su ser y hacer está ordenado a la verdad, él mismo se identifica con la verdad. El Espíritu es aquél que, mediante su testimonio, realiza en los creyentes, hace posible, la acogida y la aceptación de la verdad, de la revelación. La verdad consiste en el misterio de la persona de Jesús, de su revelación y del Padre en él. Espíritu de la Verdad es, por lo tanto, una designación del Espíritu en relación de Cristo y su obra reveladora como enviado del Padre.  A tal verdad se opone la mentira, la tiniebla que es combatida y vencida en el gran proceso cósmico que se desarrolla entre Cristo y el mundo: «Yo he vencido al mundo»,

 

 

Deus Caritas Est

INTRODUCCIÓN.

  1. « Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él ».

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: « Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: « Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas » (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.

En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto. Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás. Quedan así delineadas las dos grandes partes de esta Carta, íntimamente relacionadas entre sí. La primera tendrá un carácter más especulativo, puesto que en ella quisiera precisar —al comienzo de mi pontificado— algunos puntos esenciales sobre el amor que Dios, de manera misteriosa y gratuita, ofrece al hombre y, a la vez, la relación intrínseca de dicho amor con la realidad del amor humano. La segunda parte tendrá una índole más concreta, pues tratará de cómo cumplir de manera eclesial el mandamiento del amor al prójimo. El argumento es sumamente amplio; sin embargo, el propósito de la Encíclica no es ofrecer un tratado exhaustivo. Mi deseo es insistir sobre algunos elementos fundamentales, para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino.