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¡44 años! “Es un milagro patente”, (Sal.118,23). En efecto,  el 29 de Junio, fiesta de los SS. Apóstoles Pedro y Pablo, fiesta propicia para ordenaciones sacerdotales, hace 44 años, San Pablo VI, me imponía sus manos santas. Era yo puesto entre “los predicadores de la palabra y servidores de vuestra alegría”. (B.XVI).  44 años han pasado; y si una tristeza hubiese es la de “no ser santo”. (Leon Bloy). Dedico esta entrega al P. Isidro Payán M. en su LXVII aniversario sacerdotal, el último de los padres fundadores de esta Diócesis en activo, y a sus más de 90 años de vida. ¡Cuánta historia! ¡Cuánta experiencia! ¡cuánto trabajo! ¡cuánta sabiduría fruto de los años y los desengaños! ¡Cuánta alegría y cuánta paz!  Triste cosa es que olvidemos aquello: “Sed agradecidos” (Col.3,16).

Rendo homenaje, también, a todos los sacerdotes que, en medio de las dificultades y carencias, en medio de incomprensiones e ingratitudes, en medio de dudas y exigencias desmesuradas, en medio de la sospecha y la soledad, están ahí, viviendo el día a día con su pueblo, consolando, ayudando, aconsejando; disponibles a todos, bautizando a los niños y sepultando a los muertos, haciendo presente a Cristo y su poder salvador a todos, de manera especial a los que sufren. Gritando a todos la Buena Nueva de la esperanza y de la vida, partiendo el Pan de la Vida y dejando en el camino jirones de corazón. El sacerdote desaparece detrás de su misión. La aurora de su vocación es, al mismo tiempo, el ocaso de su destino. El sacerdocio nunca puede ser asumido en plenitud sin una dosis de dramatismo.

Rindo homenaje a los sacerdotes de esta Ciudad. Ahí están, de pie junto al pueblo que sufre; ninguno ha huido ante la violencia, ninguno se ha ocultado o retraído: ahí están junto a las víctimas, sepultando y consolando a todos, hechos todo para todos. Ahí están llevando a los niños a la primera comunión, unos 15 mil estos días, ahí están con los jóvenes de confirmaciones, otros tantos, ahí están con las parejas de novios, ayudándolos en su misión matrimonial. Ahí están en los hospitales y domicilios ayudando a los enfermos a bien morir, no ejerciendo una profesión, sino realizando una vocación. No buscando ser noticia, sino llevando la Buena Noticia.

El sacerdote ha de vivir su sacerdocio desde esa paradoja a la que alude Pablo: “Nosotros somos unos locos por Cristo, ustedes ¡qué cristianos tan sensatos! Nosotros somos débiles y ustedes fuertes. Ustedes, célebres y nosotros despreciados. Hasta el presente pasamos hambre, sed, frío; somos abofeteados, y no tenemos domicilio. Nos cansamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos; nos persiguen y lo soportamos todo. Nos difaman y respondemos con buenos modos. Se diría que somos basura del mundo, deshecho de la humanidad. Y eso hasta el día de hoy.  (ICor.4,10-13). Pero tal es el signo de autenticidad. ¡Ay del que lo intente por otro camino!

«Dios se vale de un hombre con todo y sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aun conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio. Que Dios nos considere capaces de esto; que por eso llame a su servicio a hombres y, así, se una a ellos desde dentro, esto es lo que en este año (Año Sacerdotal), hemos querido de nuevo considerar y comprender”. (B.XVI). ¡Audacia de Dios que ha confiado a los hombres los misterios divinos! Pero, y nosotros, ¿lo aceptamos así?

Hace unos años, llegó a mi correo la carta de un misionero salesiano que ejerce su misión en las repúblicas centroafricanas, dirigida al N.Y.T. la comparto con mis lectores en honor de los sacerdotes que ejercen en el silencio su insustituible misión. Lo que este admirable misionero dice de su misión es algo que podemos ver en toda la tierra, aquí en nuestra ciudad o a donde vayamos. Sólo que no lo verá en los medios.  El sacerdote, como los aviones, dice papa Francisco, solo es noticia cuando se cae.

«Querido hermano periodista:      

Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.

Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda de que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto, todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.

Veo en muchos medios, sobre todo en vuestro periódico, (NYT), la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así, aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, ¡otro en Australia de los años 80 y así otros casos … Ciertamente todo condenable! Se ven algunas notas periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de prejuicios y hasta de odio.

¡Es curiosa la escasa noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro  medio no le interesa que yo haya tenido que transportar, por  caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a  Lwena (Angola), pues ni el gobierno atendía y las ONG’s no estaban  autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos  entre los desplazados de guerra y entre los que han retornado; que le hayamos  salvado la vida a miles de personas en México mediante el único puesto médico  en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que  hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de  110.000 niños…

No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno ni de la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabetice cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de hospedaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta  violentados y buscan un refugio.

Tampoco que Fray Maiato, con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a  sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados,  orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que  fallecieron de Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de  formación profesional, en centros de atención a cero positivos… o, sobre todo  en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos  jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo  y al volver a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano  Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales  más recónditas hayan muerto en un accidente, fuego cruzado, en la calle; que decenas de  misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una  simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina,  visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasaba los 40 años.

No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a  día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de  la comunidad que sirve.

La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…

Insistir en forma obsesiva y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.

Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión».