[ A+ ] /[ A- ]

 

Ex.19,2-6; Sal. 99; Rom.5,6-11; Mt.9,36-10,8.

 

Ex.19,2-6. Un reino de sacerdotes – Dios comunica a Moisés la intención de hacer una alianza con el pueblo de Israel. Desde ese momento, desde aquella palabra proferida, la existencia de Israel se desarrolla como un ininterrumpido diálogo de Dios con su pueblo para que se cumpla, con la paciencia de siglos, el proyecto de Dios. Ha dejado de ser un rebaño errante y sin pastor, tribus nómadas, para convertirse en un “pueblo”, fruto de un pacto, que se compromete a observar los mandatos de Dios y ser, así, «un reino de sacerdotes, una nación santa». El pacto se articula según el esquema típico de toda alianza: el compromiso del hombre y la promesa de Dios. Así nace el pueblo de Dios.

Sal. 99.-  Se trata de un salmo procesional; se usa también para abrir el Oficio de Lecturas. Tal vez el pueblo respondía, a la manera de antífona, a las repetidas invitaciones a la alabanza: “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades”.  El salmo invita al culto que es en lo que consiste el servicio al Señor. Este servicio no es esclavitud, y se ha de ofrecer con alegría. Música, canto, procesión, son expresión ritual de esta actitud interna de servicio: la expresan y la alimentan.

Rom.5,6-11 – La obra redentora de Cristo – “Reconciliados con él por la muerte de su Hijo”. No podemos decir nada mas profundo ni mas tremendo. von Balthazar nos invita a tomar en serio estas palabras que resumen nuestra fe. Nos ha dado a su Hijo, es más, lo ha entregado a la muerte por nosotros pecadores y enemigos de Dios y merecedores del castigo eterno.  Dar un hijo. Debemos tomar en serio el lenguaje. Balzac hace decir al protagonista de alguna de sus novelas: “Hasta que fui padre, comprendí a Dios”. Cuando decimos que Dios nos ha dado a su Hijo, eso ha sucedido realmente. El amor es lo único creíble y es la única posibilidad que tiene el cristianismo de conectar con nuestro mundo.

No basta decir “te amo” para fundar una amistad, el amor se demuestra y prueba con hechos y solo entonces es creíble. El amor de Dios por nosotros se apoya en un hecho incontrovertible: «Cristo murió por nosotros los pecadores». Cuando éramos débiles e impotentes ante la fuerza del pecado. Se trata de algo que no tiene paralelo en el comportamiento del amor humano. Nuestra confianza no puede tener un fundamento más sólido y seguro.

Mt.9,36-10,8.-  El tiempo de la iglesia – En la primer lectura veíamos la constitución del pueblo de Dios de la antigua alianza. El mismo fondo ambienta el nacimiento de la comunidad de Jesús: una humanidad sin guía, un rebaño que busca a tientas los caminos y los pastos, sin el cayado seguro del pastor, un campo rico de mieses a punto para la siega, pero, sin segadores que recojan alegres la cosecha.  El pastor de este rebaño, el dueño de estos campos decide llamar hombres como pastores y trabajadores para que sean sus colaboradores. De esta iniciativa totalmente gratuita, de dónde brota de la “compasión” de Cristo “que se compadecía de las multitudes porque estaban extenuadas y desamparadas como ovejas sin pastor”, nace la comunidad apostólica de los Doce cuya lista es  oficialmente presentada por Mateo a la iglesia de todos los tiempos.  Lo sabemos, Cristo llama siempre, sigue llamando, sigue necesitando esos colaboradores y pastores que gratuitamente compartan lo que gratuitamente han recibido.  Jesús nos recomienda rogar al dueño de la mies para que sean muchos los que respondan con ese desinterés al llamado de Jesús.

La vida de esta comunidad nueva descansa en la relación viva con la fuente de su poder; sin esta referencia a Quien nos ha llamado, las estructuras resultan vacías y artificiales, inúiles. Por eso, la insistencia sobre el primado de Dios en el pueblo antiguo y nuevo y la insistencia sobre la gratuidad, hacen siempre más consiente al apóstol de su secundariedad respecto al protagonista: él es solo la mano de Dios, él “siervo inútil que no ha hecho más que lo que debía”. (Lc. 17,10), sembrando primero en el ambiente más inmediato (Mt. 10,6), y después en el mundo entero, el mensaje y el amor a Jesús.

Meditación.-

Caminando por Judea, Jesus se manifiesta devolviendo la vista a los ciegos, haciendo oír a los sordos y caminar a los tullidos, resucitando los muertos. Todo esto es símbolo de algo mucho más profundo. El abre los ojos de nuestro corazón para que comencemos a ver la realidad, para que seamos capaces de asistir a los hermanos heridos y toda su angustia. Nosotros vemos, de hecho, pero estamos ciegos a la realidad, oímos pero no somos capaces de escuchar. Tiene que darse una sanación fundamental antes que podamos realmente escuchar la música de la realidad, antes que podamos escuchar a los otros sin miedo, a escuchar el Espíritu….. El mensaje de Jesús, humanamente hablando, es una locura. Si alguien hoy hablase como hablaba Jesús, sería considerado inmediatamente un loco, un candidato al psiquiátrico. Su mensaje no es para aquellos que piensan saberlo todo; aquellos que creen poseer el poder, la fuerza y la ciencia para transformar el mundo, no entenderán que la locura de su mensaje es el don de Espíritu y la conversión de sus corazones. Este mensaje es para el que está herido, para los pequeños y los pobres, los humildes de la tierra, para aquellos que esperan la liberación y la buena noticia. Un hombre profundamente herido, deshecho, reconocerá siempre a aquél que lo lleva a la libertad: la presencia de Jesús lo libera, le dará la paz, la fuerza y el coraje, y aunque no pueda comprender el significado del pan y del vino, sabrá que tiene necesidad de ellos para vivir y ser transformado.