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Jer. 20,10-13; Salm. 68; Rom. 5,12-15: Ev. Mt.10,26-33

D. Bonhoeffer, asesinado en el campo de concentración nazi, Flossendburg, afirmó en medio del paroxismo de la locura: Cuando Cristo nos llama, nos llama a morir con él. Y no acaba uno de reflexionar en esta verdad, por lo demás tan olvidada. Cristo promete a los suyos, antes que un fascinante triunfo sobre  todas las circunstancias de adversidad, un estado permanente de persecución y muerte. Si los odia el mundo, sepan que a mí me odió primero. El mundo los  odia porque no son del mundo; si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa propia. Y llegará el momento en quien los mate creerá que presta un servicio a Dios. Mayor claridad es imposible. De tal forma que, más que la persecución, debe preocuparnos un cristianismocómodamente vivido y tranquilamente instalado. Hoy mismo recibimos las noticias mortales de los cristianos que viven en el mundo musulmán. En Irak o en Nigeria, la consigna es aniquilar la fe cristiana. La persecución es el estado normal de la comunidad de Jesús. Y, él, se encarga de no crear falsas expectativas; no vino a vender ilusiones. En el mundo tendrán dificultades, pero no teman, yo he vencido al mundo. Nuestra fe-confianza, es nuestra victoria sobre el mundo. Por ello alternan en el discurso de Jesús a sus discípulos las advertencias sobre la persecución y los llamados a la confianza. ¡No tengan miedo!

 Las tres lecturas de este domingo están conformadas por un tema paralelo y antitético: a un mensaje de oscuridad, de prueba y sufrimiento se opone un mensaje de luz, de confianza y esperanza.

La primera lectura de hoy está tomada del profeta Jeremías.  Claus Westermann titula  su breve y genial comentario de Jeremías: Profeta a precio de la vida. Cuando Dios llama, no hay forma de reservarnos nada. Ser discípulo de Jesús aprecio de la vida. Westermann hace descansar el motivo central de todo el libro de Jeremías en la queja de su secretario Baruc. Baruc que comparte el duro trabajo del profeta está al borde del derrumbe, cansado, decepcionado, a punto de renegar: “Baruc, tú dices: ¡hay de mí!, que el Señor añade penas a mi dolor; me canso de gemir y no encuentro reposo. Esto te dice el Señor a ti Baruc: Mira: lo que yo he construido yo lo destruyo; lo que yo he plantado yo lo arranco: ¿y tú pides milagros para ti? No los pidas”. (cf. 45, 1-5)  Baruc tiene que compartir el sufrimiento de Dios por el mundo, por su pueblo. Es lo que ha hecho Jeremías.

Jeremías es una personalidad de extraordinaria sensibilidad que nos ha dejado un diario de su drama interior bajo la forma de una lamentación orante, se trata de las famosas Confesiones. Es el drama de un romántico que ama a su patria, su religión, su ciudad, sus afectos y sus amores, y es obligado a profetizar en contra de todo ello; se expone a ser excomulgado, perseguido por sus propios paisanos, a ser denunciado por sus parientes y amigos y a no poder, ni siquiera, formar una familia con la mujer amada. Jeremías es un sentimental inclinado a las relaciones humanas y que es condenado a ser un solitario, un excéntrico, rodeado por el odio maldito, perseguido, procesado, torturado.   Sus diálogos con Dios, los reclamos, el sentirse seducido y engañado por Dios, alcanzan el más alto lidismo en el profetismo de Israel. Ha de ser un profeta de desgracias y verá el hundimiento de su patria y el fin de la casa real. Terminará sus días solo en algún lugar. Cuando Dios llama, no cabe duda, llama a morir con él. Esto, en Jesús tendrá su más viva y dramática realización.

Salmo responsorial. (68), Lamentación de un individuo enfermo y acusado; conclusión de acción de gracias. Salmo de especial intensidad.

Transposición cristiana. + ¿Quién es este «siervo» del Señor a quien «devora el celo» de su casa, a quien sus hermanos rechazan como extraño? El Evangelio aplica estos versos a Cristo. Sólo que él, «cuando le insultaban, no devolvía el insulto (1Pe 2,23); en su pasión, no profería amenazas». Cristo toma el delito de sus hermanos y corrige con su nuevo precepto de amor el espíritu del AT. Sigue Válida la apelación a la justicia de Dios, al menos el día de la justicia final; entre tanto, la muerte que el cristiano invoca contra el enemigo es aquella «para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia». (1Pe 2,24)

 «No tengáis miedo» Tal  es el tema de este domingo. Jeremías y el Salmo 68, refuerzan el tema del evangelio. Por tres ocasiones en el evangelio de hoy leemos el “no tengan miedo”.

Estamos leyendo el discurso misionero del capítulo 10. El fragmento de hoy, 10,23-33, presupone necesariamente la lectura del capítulo completo y de una reflexión sobre el tema de la misión. El contexto inmediato es a partir del verso 16 donde comienzan una serie de advertencias muy severas de Jesús sobre el trabajo misionero: «Miren, yo los envío como ovejas entre lobos: sean cautos como las serpientes y sencillos como las palomas»; y tenemos que comprender que Jesús no está abusando del lenguaje ni jugando con las palabras. “No está el discípulo por encima del maestro ni el siervo por encima del amo”.

Es evidente que Mateo refleja la situación de persecución que vive la comunidad a la que escribe. El miedo es un factor condicionante, también de la misión. Mateo intenta dar ánimo y explicar la razón profunda de la oposición, aún violenta, que la predicación del Reino va a provocar. Nada mejor, entonces, que remontarse a las palabras y ejemplo de Jesús. San Juan es más explícito cuando pone en los labios de Jesús advertencias como, “si a mí me han odiado, también a ustedes los odiarán; si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán”.

En este contexto toma todo su significado el fragmento de este domingo y la homilía puede montarse sobre este tema: ¿Hasta dónde el miedo, los respetos humanos, (ver Mt.10,32-33), son un obstáculo para el trabajo de la evangelización? ¿De qué forma se hace visible nuestro miedo al trabajo de la evangelización? Lo más fácil es decir que no tenemos miedo, pero,  ¿no será más bien que no estamos evangelizando? ¿No hemos hecho degenerar el mensaje en sociologías, en críticas sociales y cosas de esas? ¿No estaremos cómodamente instalados, sin generar ninguna “persecución, ninguna contradicción, ninguna oposición” en una cultura desacralizada y que se desenvuelve de espaldas a Dios? ¿No resulta sospechoso que no generemos ninguna reacción en contrario en una cultura radicalmente opuesta en sus fundamentos a los valores del Reino? La pobreza, material y espiritual de la muchedumbre, la violencia fratricida e irracional, la legitimación social del pecado y el escándalo que se hace forma de vida y relación, parecen no sentirse aludidos ni incomodados por nuestros planes de pastoral. La mediocridad de la los cristianos  a nadie nos preocupa. Me recuerda la anécdota de un testigo de Jehová que le decía a otro que dudaba enviar a su hijo a un colegio católico: “Puedes mandar a tu hijo al colegio México tranquilamente, no te preocupes. No existe ningún peligro de que se vaya a hacer católico”.

Como quiera que sea la invitación de Jesús es hoy a no tener miedo porque existe el peligro de que, si bien disfrazado,  el miedo esté    presente en la comunidad de Jesús.  De hecho, en la comunidad que se siente amenazada, el miedo se difunde. En nuestros días existen comunidades cristianas en estado puro de persecución ignoradas por nosotros. Tal vez ellas estén en mejor condición de entender las palabras de Jesús; y tal vez en nosotros la persecución, por ser de bajo impacto, es más insidiosa, peligrosa y difícil de detectar. A través del «no tengáis miedo» de Jesús, debe ser superado el miedo en la comunidad; con la palabra de poder, podemos decir en fuerza de una garantía imperativa de Jesús. No tengan miedo es modo imperativo. Mas con la seguridad de que todo, un día, se aclarará, de que «sólo uno» puede realmente aniquilar la vida del hombre, a ese  hay que temer, no a los que solo pueden matar el cuerpo y no pueden hacer nada más;  y que los discípulos valen más que todos los pájaros del cielo y hasta los cabellos de la cabeza del discípulo están contados. La comunidad debe vencer el miedo. La exigencia verbal viene trabajada con imágenes incisivas y en modo convincente y resulta plenamente inteligible. La misión de la comunidad cuenta con la asistencia de Dios: aunque suceda que a causa de la confesión de fe el hombre terreno sea aniquilado, queda sin embargo la certeza que Dios, el Señor de la vida eterna, asistirá a aquél que lo confiesa sin temor. Esta idea ha sostenido a los mártires del cristianismo.

Comparto contigo unas palabras del Papa Juan Pablo II.

No tengáis miedo”.  «Cuando, el 22 de octubre de 1978 dije estas palabras en la Plaza de San Pedro, no podía saber plenamente qué tan lejos me llevarían a mí y a toda la iglesia. Su significado brota más del Espíritu Santo, el Consolador prometido por el Señor Jesús a los Apóstoles, que del hombre que las decía. Sin embargo, con el paso de los años, he recordado estas palabras en muchas ocasiones. Se trataba de una exhortación para conquistar valor en la situación del mundo presente tanto, en el Este como en el Oeste, tanto en el Norte como en el Sur.

En el final del II Milenio, tal vez, necesitamos más que nunca estas palabras de Cristo Resucitado: «No tengáis miedo». El hombre necesita estas palabras porque, incluso después de la caída del comunismo, no ha cesado de sentir miedo, y en realidad, tiene muchas razones para sentir un miedo profundo dentro de él. Los pueblos y las naciones del mundo entero necesitan estas palabras. Su conciencia necesita crecer en la certeza de que Alguien existe y tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene las llaves de la muerte y del mundo venidero: Alguien que es el principio y el fin de la historia humana. Y este Alguien, es el Amor. Amor que viene al hombre, Amor crucificado y resucitado.

Al mismo tiempo el hombre encuentra difícil volver a la fe porque teme a las exigencias morales que la fe le plantea. El evangelio es ciertamente una exigencia.  Si Cristo dice, “no tengáis miedo”, ciertamente no lo dice para anular en modo alguno lo que El exige. Dios quiere la salvación del hombre. Él desea la realización de la humanidad de acuerdo a la medida que Él ha establecido. Cristo tiene derecho a decir que el yugo que pone sobre nosotros es suave y que su carga, cuando todo está dicho y hecho, es ligera…. Es muy importante  cruzar el umbral de la esperanza: no quedarse frente a él, sino permitirnos ser guiados a la otra parte. Ahí está toda la  razón de la verdad de la cruz, que llamamos buena nueva”.    (The Legacy of John Paul II. Images and Memories).