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Sab. 2,12.17-20; Sal. 53; Sant.3,16-4,3; Mc. 9,30-37

 

Sab. 2,12.17-20 – El proceso contra el justo – Desde Caín en adelante los hombres, y con frecuencia los creyentes, han intentado callar al justo con todos los medios a su alcance. Así los fariseos han intentado callar a Jesús; la Inquisición ha quemado a muchos inocentes. La presencia del justo no cesa de denunciar nuestras vilezas. Enceguecidos por sus buenas razones, los hombres, también hoy, quieren la ruina del justo, (recordemos el pontificado de B. XVI, a cuyo linchamiento se sumó también parte del clero), renovando la pasión de Cristo. Pero a la vista de aquel que fue de tal modo escarnecido y entregado a la muerte, el verdugo mismo un día habría de dar testimonio: «verdaderamente este hombre es el hijo de Dios». Igual sucede con algún profeta maltratado de nuestro tiempo al que se le devuelve su valor y su significado solo después de la muerte.

 

Sal. 53 – Salmo en el peligro y acción de gracias por la liberación – Invocación y súplica. Dios escucha realmente nuestra oración, y empleando su poder salvador, manifiesta la gloria de su nombre para que la podamos invocar. El hombre abatido amenazado por la violencia, «hombres violentos me persiguen a muerte sin tener presente a Dios», pide a Dios su ayuda: te ofreceré un sacrifico voluntario/ dando gracias a tu nombre que es bueno; / porque me libraste del peligro. Cuando el abatido es escuchado la súplica pasa a acción de gracias.

 

Nuestro sacrificio eucarístico es la misa; aunque también sea súplica confiada es ante todo acción de gracias, eucaristía.

 

Sant.3,16-4,3 – Guerra y paz – ¿Quién ha declarado la guerra? No todos responde Santiago. Nuestra desconfianza, nuestra codicia, nuestra avaricia – a todos los niveles -, son la causa de toda guerra. Es necesario ser amigos de Dios, para conjurar a los pleitos, las disensiones, las envidias, los celos, las habladurías, las desconfianzas mutuas, todas esas cosas que Pablo califica como obras de la carne; porque, cuando la paz de Dios invade un corazón éste jamás vuelve a experimentar esos sentimientos negativos y destructores. Si se quiere una cosecha de justicia, es necesario sembrar en un espíritu de paz. “Ama la paz y corre tras ella”.

 

Mc. 9,30-37 – Lucha por los primeros puestos – Triste condición humana. Jesús quiere explicar, ya en casa, a los discípulos, sus parábolas con más precisión, alejados de la multitud (Mc. 7,17; 4,34). No obstante ello, éstos no entienden, no aceptan  la idea de un final tan trágico – que sin embargo, no será más que  un intermezzo -, de sus esperanzas. Tienen todavía mucha vanidad y muchos intereses, buscan en el reino de Jesús una situación de prestigio, de reflectores, diríamos hoy, de notoriedad, de éxito; discuten entre ellos para tener los puestos más importantes. Entre nosotros, los sacerdotes, ¿no puede repetirse esta triste actitud? Los discípulos no han aprendido todavía la sencillez y la pobreza del evangelio, figuradas en aquel niño que Jesús sostiene amorosamente en sus brazos, símbolo, a la postre de él mismo. «No penséis en grandezas, que os atraiga lo humilde; no mostréis suficiencia» (rom.12,16).

 

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El servicio es la medida del valor. Se vale tanto cuanta es nuestra actitud de servir.

 

El amor es necesariamente servicio a nuestro prójimo. Hoy le pedimos al Señor en la oración colecta que nos conceda la gracia de descubrirlo y amarlo en nuestros hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna. El que ama a su prójimo ha cumplido la ley, dice San Pablo. De esta manera la religión deja de ser intimista, personalista y por lo tanto una expresión egoísta y evasiva, una autosatisfacción. Al contrario, la verdadera fe se traduce en el amor y éste, a su vez, en servicio.

 

Después del regreso de Cesárea de Filipo, en el cual Jesús ha desvelado a través de la profesión de fe de Pedro un trazo fundamental de su identidad, la catequesis que Jesús realiza se orienta progresivamente hacia el misterio pascual, cumbre de su servicio a la humanidad, a cada uno de nosotros. Jesús formula el contenido central del credo cristiano mediante los tres anuncios de la pasión-muerte-resurrección, y desarrolla su dimensión antropológica en los tres discursos del discipulado y secuela de Jesús. El evangelio de hoy nos presenta la sección 9,30-37 que después de la proclamación todavía incomprendida, del misterio pascual, se centra en el tema de la auténtica dignidad del discípulo. El código de la autoridad cristiana está contenido en el limpísimo y radical logion (dicho) del v. 35: «Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». No existe otro camino para la perfección cristiana; el cristianismo no conoce otra perfección, otra santidad.

 

Marcos teje con la fuerza del contraste esta verdad. Mientras Jesús anuncia el camino de su servicio y de su amor a la humanidad mediante su misterio pascual, los discípulos discuten por el camino quién de ellos es el más importante. Este episodio tiene tal fuerza y es tan grande su enseñanza que Lc. lo inserta en la mismísima última cena. (22,24-30: “Estando sentados a la mesa surgió una disputa sobre cuál de ellos debería ser considerado el más grande”.  Jesús, tras aludir a su camino, concluye: «Yo estoy entre vosotros como el que sirve». He aquí la regla de oro del credo cristiano. Los cristianos, hoy, hemos domesticado la cruz, ya no causa el escozor que provocó en el mundo griego según leemos en ICor.1-2. no la hemos integrado suficientemente en nuestra autocomprensión de cristianos. La tendencia al triunfalismo o a la absolutización pascual, reconocible en todas las épocas y en todas las esferas, es una contradicción latente contra la cruz.

 

Cuando no se observa esta norma nos queda sólo la dramática y paradójica situación que describe el apóstol Santiago en la 2ª. lectura de hoy. Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de males. La situación está descrita breve y suficientemente. Envidias y rivalidades, celos, conflictos, codicia, ambición, guerras, asesinatos, tal es el panorama que se extiende fuera de la sabiduría de Dios. Por eso el Apóstol nos dice: todos los que se dejan guiar por la sabiduría que viene de Dios, son puros, ante todo, además son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia. Textos como éste, que pertenecen a la esencia de nuestra fe, se adelantaron por siglos a las psicologías deformadas, a los libritos de autoayuda, a los procesos de sanación y liberaciones y toda esa clase de zarandajas que se dejan ver en los grupos y escuelas que se declaran especialistas en Frankl y en otros grandes psicólogos de nuestros tiempos.

 

Jesús nos enseña el camino. Esta actitud de donación total afianza al discípulo en su genuina dignidad. No es a través del poder y la gloria como se realiza el discípulo, sino más bien, como dice Juan, cuando es capaz de lavar los pies a sus hermanos: «Si yo que soy el Señor y maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que como he hecho yo, lo hagan también ustedes». (13,14-15)

 

Entonces, los anuncios de la pasión no son simples predicciones sino, más bien, el trazado del camino que ha de seguirse. El principio inspirador de la actitud de los discípulos ha de ser la actitud de Jesús. A él le espera el terrible camino de la cruz, de la tentación, de la soledad, de la muerte con toda su fuerza avasalladora. Jesús tiembla ante esta realidad. Es la suprema tentación, y terrible. El demonio lo sabe, por eso, trata de sembrar en su corazón la duda en el amor del Padre. Es la trampa que los malvados tienden al justo de la que habla la 1ª. lectura de hoy. La tentación solamente se puede superar con un acto de confianza incondicional en el amor y en la voluntad de Dios.

 

Es el tema del Salmo de este domingo. Se trata de una súplica en el peligro y acción de gracias por la liberación. Nos dice Heb. que Jesús en los días de su vida mortal, ofreció súplicas con gritos y lágrimas y fue escuchado por su reverencia. Con esta confianza plena entra Jesús en la noche obscura de su pasión. Entonces, en los discípulos no debe haber ni duda ni confusión: tal es el camino y hay que seguirlo hasta el final, esperando contra toda esperanza, con una confianza que nada ni nadie quitará de su corazón. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?, dice Pablo en Rom.8. Nuestro sacrificio eucarístico es la Misa; aunque también sea súplica confiada, es ante todo acción de gracias porque Dios nos escucha y nos libra del peligro.

 

Dice la LG que los pastores de la iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, están al servicio unos de otros y al servicio de los fieles y éstos a su vez, son pródigos colaboradores de los pastores y maestros. (n.32) Esta descripción de la diaconía deriva del texto evangélico de hoy. La autoridad no es autocracia, sino servicio y comunión, todos deben ser servidores unos de otros, hacer crecer y ayudar a los otros y a la iglesia a ser más luminosos y más justos.

 

El dato de que acoge a un niño se refiere, no primordialmente a un infante, sino a esos pequeños, a esos humildes, a esa gente sencilla que cree en él. Claro, están también los niños. Aquí nace toda esa hermosa doctrina de la infancia espiritual, tal como se ha expresado en muchos de nuestros Santos, sobre todo en Teresita de Lisieux. Sobre esto habría mucho que decir.  Entonces, la confianza infantil es modelo de nuestra relación con Dios. El niño es humilde confianza; como niño recién amamantado en brazos de su madre, así descanso yo en el Señor, dice un salmo. Y Jesús nos advierte que si “no nos convertimos y nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos” (Mt. 18,2-3). Así, pues, Jesús el modelo inspirador del discípulo.

 

 

UN MINUTO CON EL  EVANGELIO

Marko I. Rupnik. sj.

 

Cristo entra en pleno territorio de Galilea y no quiere que nadie lo sepa. Ya está claro por qué: él es el Mesías en el amor del Padre, mientras que la gente proyecta sobre  él su propia imaginación mesiánica. A los discípulos, es decir, a los más íntimos, les  repite el anuncio de su pasión, pero ellos no comprenden y no se atreven ni siquiera a pedir explicaciones: su mente está ocupada en sus razonamientos. Discuten sobre quién es el más grande entre ellos, mientras que Cristo está contemplando la hora de la redención, la plena realización del amor del Padre por los hombres, la hora de su Pascua. Pero, en efecto, los discípulos  expresan con su razonamiento la necesidad de ser redimidos, es decir, amados por alguien sin sentir la necesidad de afirmar que existen. Como el cielo está por encima de la tierra así, mis pensamientos están por encima de vuestros pensamientos: quien ama con el amor de Cristo sabe que el amor pasa por la propia muerte y así el hombre salva su vida; pero quien piensa que ama sin el sacrificio de sí mismo se engaña en ambiciones falsas.

 

Meditación.  ¿Deseas asemejarte a Dios? Vuelve a mí tu mirada y sígueme. Tú piensas que no necesito nada porque soy Dios. Pero, ¿es este el Dios que te he revelado?, ¿el dios de los sabios de este mundo, que se basta a sí mismo y no necesita de nada? Mi amor por ti ha ido más allá de los esquemas de tu filosofía. De hecho, no me ha bastado ser Dios; en mi plenitud, me faltaba tu pobreza, y de un único modo he querido revelarte mi divinidad: dejándola para ser tu siervo. ¿Por qué te esfuerzas por subir al Padre sin pasar por mí? Yo estoy en el camino de Damasco, y fuera de mí no hay otro camino; yo soy la puerta, y el que busca saltar el muro no es más que un ladrón, incluso si busca robar la vida eterna. (Urs. von Balthasar. El corazón del mundo).