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 DOMINGO XXVII T.O. C.

Hab. 1,2-3; 2,2-4; Sal. 94; 2Tim. 1,6-8. 13.14; Lc.17, 5-10

Jesús recurre a una imagen paradójica para expresar la increíble vitalidad de la fe. Como una palanca que mueve mucho más que su peso, un poquito de fe es suficiente para realizar cosas imposibles, extraordinarias, como arrancar de raíz un árbol y plantarlo en el mar. Para convencerse de ello y experimentar en vivo la fuerza enorme de la fe, basta ver lo que puede llegar a ser la existencia humana más sencilla de un auténtico creyente. «Para mí, vivir es Cristo», dice San Pablo.

 

Hab. 1,2-3; 2,2-4 – El diálogo con los no creyentes – La opresión de los caldeos pesa fuertemente sobre el pueblo hebreo. La violencia es difícil de soportar y ¿cómo tolerar que la fe de los creyentes sea derrotada por los invasores paganos? Interviene entonces la previsión del profeta: son necesarias muchas generaciones para que los creyentes se habitúen a dialogar con los no creyentes; deberán transcurrir siglos, antes que el evangelio sea propuesto a los paganos, antes que se comprenda, con Pablo, que solo en este caso la fe nos hace vivir. Lo que define al justo, no es el éxito, ni siquiera el triunfo de su religión, sino solamente su perseverancia en la fe.

 

Sal. 94 – Este salmo nos invita a no cerrar el corazón ante ese “hoy” que se abre con Jesucristo. Un acto litúrgico: la primera parte es un himno clásico; la segunda parte es un oráculo, en boca de Dios, invitando a la observancia de la ley en relación con el don de la tierra. vv. 1-2. Invitación al himno, con referencia al rito litúrgico de entrada: a estos versos debe el salmo su uso como invitatorio, al comienzo del oficio divino. v. 6. Nueva invitación, con nuevo rito litúrgico: postración ante Dios. v.7. Tercer motivo: la elección histórica del pueblo y la alianza. «Él es nuestro Dios, y nosotros, su pueblo» es la fórmula condensada de la alianza. vv. 8-9. «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto: cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».

 

Transposición cristiana. Hb. nos ofrece un comentario cristiano a este pasaje: 3,7-4,11. Todo el tiempo del A. T. es una repetida llamada y expectación del «hoy» en que podrá entrar el pueblo en el descanso de Dios. Con Cristo llega este «hoy», con su resurrección se inaugura en el mundo el reposo de Dios, que descansó cuando terminó su trabajo creador. Este «hoy» de Cristo se ofrece a todos: hay que escucharlo y entrar aprisa en su descanso. Pero la vida cristiana  es de nuevo un «comienzo» que hemos de mantener hasta el fin, para entrar en el reposo definitivo de Cristo y de Dios.

 

2Tim. 1,6-8. 13.14 – Misión apostólica – Jesús jamás dijo a sus apóstoles que anunciar el evangelio fuese un camino fácil, ‘cubierto de flores’. Lo normal es, por el contrario, «sufrir por el evangelio», porque Jesús es un signo de contradicción. ¿Pero qué importa dado que la fuerza del espíritu de Dios está en nosotros? Estas palabras de san Pablo a Timoteo son válidas siempre para los sacerdotes, para todo el que anuncia el evangelio; anunciar el evangelio sin temor no obstante toda violencia y toda presión moral (sin inquisición y sin ‘índice’), proteger la fe transmitida de los apóstoles, dejando libres, respetando a las personas. Compromiso irrealizable, si Cristo no hubiese prometido estar siempre con su iglesia y si no trasmitiese a los suyos el espíritu que lo ha hecho resucitar de entre los muertos.

 

Lc.17,5-10 – Contra los cálculos interesados – Poco favor hace a Dios la imagen de un patrón duro e insensible ante la fatiga de sus trabajadores. Pero Jesús no intenta aquí, hablarnos de Dios sino más bien denunciar el fariseísmo que habita en los rincones más escondidos de nuestro corazón. Los fariseos trabajan, y mucho; pero lo calculan todo, también los derechos y los méritos que tienen delante de Dios por sus “buenas acciones”. Sus cuentas y cálculos no serán revalidados por Dios; Dios quiere en los suyos solo un poco de fe, aunque sea tan pequeña como un granito de mostaza.

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La fe.

Entre los hechos que se suceden y dan rostro a nuestra historia, muchos se presentan bajo la forma de un enigma, que no resulta fácil descifrar. Muchas preguntas que no tienen respuesta van tejiendo nuestro día a día. En realidad tenemos más preguntas que respuestas. Lo maravilloso e inaudito de nuestra fe, don de Dios,  es que se presenta como la única respuesta. Y la fe no es una luz meridiana, algo completamente claro, es más bien  un claroscuro donde las cosas no se perfilan tan claramente como quisiéramos y que, por lo tanto, exige valentía y decisión. La fe es la consistencia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve (Heb.11,1-2). Es como un salto en el vacío, decía Pablo VI.

Uno se pregunta, ¿por qué campea y se prolonga la injusticia en el mundo? ¿Por qué tanta gente oprimida por la pobreza y la injusticia, en toda la tierra? O también, en clave personal: ¿por qué esta enfermedad, precisamente a mí y en este momento? ¿Qué cosa buena puede brotar de todo esto? ¿Para quién? Nuestra vida entonces se convierte en una aventura que puede desembocar, muchas veces, en la desilusión y en la desesperanza, en la rebeldía. (cf. Sal. 72, en especial los vv. 16-17).

Nuestra fe en Cristo revela el misterio de la historia, esa gran historia milenaria de los hombres y del mundo, pero también nuestra pequeña historia de personas afectadas, heridas, desilusionadas que experimentan el dolor de la existencia. Nuestro mundo secularizado que quiere excluir a Dios de lo público y relegarlo al ámbito de lo privado y organizarse sin él, acaba por no encontrar las respuestas decisivas. Algunas veces se ilusiona con falsas seguridades que, luego, el tiempo desmantela inexorablemente: ideologías, la simple tecnología, la economía, la política, etc. La fe no ofrece una luz meridiana, como decía más arriba, sino, como los faros del automóvil, va iluminando  aquél tramo del camino que está inmediatamente enfrente. El resto se iluminará después.

Nuestra fe no es cosa fácil, con frecuencia es endeble, débil, no suficientemente alimentada con la palabra de Dios; se vive, entonces, muy superficialmente.  Por lo demás,  aquí, fe significa confianza en Dios.  La fe en movimiento, la fe actuada, se llama confianza. El justo vive porque ha puesto su confianza en Dios.  ¿No es este el gran tema esencial de la piedad bíblica? Confiar, pues, en Dios, he ahí el problema.  Creo que este es el tema de este  domingo. Si ustedes tuvieran fe…..,  que es lo mismo que decir: si ustedes tuvieran confianza, si se fiaran de mí y no tanto de sus capacidades y proyectos, las cosas cambiarían.

 

El profeta Habacuc nos presenta, de una manera vibrante la situación de injusticia en que está sumida la sociedad de su tiempo. Las preguntas retóricas, la impaciencia que se refleja en el texto, parecieran estar escritas para nosotros aquí y ahora: ¿Hasta cuándo, Señor pediré auxilio sin que me escuches; te gritaré: ¡violencia, sin que me salves!? ¿Por qué me haces ver crímenes, me enseñas injusticias, me pones delante violencias y destrucción y surgen reyertas y se alzan contiendas? Pues la ley cae en desuso y el derecho no sale vencedor, los malvados cercan al inocente y el derecho sale conculcado. (1,2-4) La palabra de Dios es más actual que los noticieros de mañana lunes, es más actual que nuestra actualidad. Es la palabra de Dios. Es oportuno leer el texto completo, Hab.1,1,-11, y luego la súplica y descripción vv.  12 – 17, y luego el fragmento 2,2-4 que leemos en la liturgia. No olvidemos que nuestra meditación sobre los textos sagrados, es la mejor preparación para la homilía.  El profeta se encuentra como en un debate apasionado con Dios, es, casi, un interrogatorio a Dios. Los diez primeros versos se podrían declamar como interrogaciones retóricas. ¿Dónde queda la justicia y la santidad de Dios? Es difícil no ver en esto nuestra propia actualidad. Muchos hay que deciden alejarse de Dios porque supuestamente él no atiende a las súplicas ni a las necesidades de un mundo desgarrado; se le culpa de mal existente y de su pasividad.

La respuesta de Dios es un mensaje que abrirá una nueva etapa de expectación y de esperanza. Ahora nosotros sabemos que en Jesucristo Dios ha abierto para la humanidad una nueva etapa, una etapa que continúa abierta y que marca el camino del regreso, del retorno del hombre a Dios y a sí mismo. Ese texto de Habacuc, que debe escribir en unas tablillas, esa visión lejana, que no fallará, aunque tarde en llegar, ahora lo sabemos, es Jesucristo, el Príncipe de la Paz; él es la alternativa que Dios da al hombre y a la historia. Pero hay que tener fe, hay que fiarse en él para vivir. Esto significa la frase ‘el justo vivirá por la fe’. El justo vivirá por su confianza puesta completamente en Dios. ¿Seremos, todavía, capaces de esa confianza en Dios?

Evangelio. La supresión de los primeros cuatro versitos del capítulo 17 impiden un comentario más adecuado de la perícopa de este domingo. La unidad mayor, Lc. 16,1, 17,11, culmina en los primeros 10 versitos del capítulo 17. Esta unidad a su vez tiene dos partes, los versitos 1-4 donde se habla del pecado de escándalo y de la necesidad de recuperar al hermano perdido, que ha pecado, mediante la corrección y el perdón fraternos. Como consecuencia de estas exigencias los discípulos le piden a Jesús un incremento en la fe en ellos. Este incremento obedece a las exigencias que Jesús ha planteado anteriormente, la fidelidad, el dinero y el amor fraternos. Advierte, luego, sobre el gravísimo pecado de escándalo y la necesidad del perdón y la recuperación del hermano. Ante este hecho, pues, ante tales exigencias, nada tiene de raro que los discípulos le digan al Señor, “auméntanos la fe”.

Bienaventurado el pobre.  Así titula Alois Stöger el comentario a 17,5-10. Jesús pide lo imposible. Sus exigencias pasan con mucho nuestra capacidad de respuesta y de realización. El pecado del escándalo nos desimanta, nos deshace, nos desorienta, como víctimas o como actores; el perdón fraterno, la capacidad para corregir o para recibir la corrección, no son flores que se den en nuestro jardín. Más bien son el resentimiento, la venganza, la amargura las que crecen en nuestro corazón esterilizando nuestra vida. Jesús ha planteado la decisión radical entre Dios y el dinero. Si no contamos con la fe, con la confianza en Dios ¿cómo podremos enfrentar tales situaciones? Ya antes, ante tales exigencias los discípulos le preguntan ¿entonces, quién puede salvarse? pero él les explicó lo que es imposible al hombre es posible a Dios. (18,26) Ahora hablan los apóstoles. Han comprendido que a su fe hay que añadirle más fe si han de cumplir lo que Jesús exige. Ellos aguardan de Jesús la fuerza para cumplir lo que piden. ¿Cómo olvidar a San Agustín, el inmenso Agustín?: Da quod jubes et jube quod vis, dame lo que pides y pide lo que quieras. Jesús anuncia la salvación y también sus condiciones y da fuerza para cumplirlas. Él es justo y no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.

El don salvífico es la fe, principio, raíz y fundamento de nuestra justificación. Sólo con la fe podemos dominar lo más difícil, todo pecado, toda caída es la ilustración de que la fe está enferma. Solo a la fe se le ha prometido la salvación. He insisto en algo fundamental: aquí fe es confianza, no es sólo una aceptación intelectual de determinadas verdades, sino sobre todo un principio dinámico de vida. Después de todo nadie llegamos a ser cristianos por una idea ética o por la belleza de una idea, sino por un encuentro con Alguien. El grano de mostaza es la mas pequeña de todas las cimientes. Sería muy bueno releer y meditar seriamente en estos momentos de escándalo, de duda, de temor ante el futuro mismo de la iglesia, la parábola de Mc. 4, 30-32, y en general las parábolas que hablan de la pequeñez del Reino. (Mc. 4,21-33)

El sicomoro es un árbol que puede vivir 600 años porque hunde sus raíces profundamente y no le afecta las inclemencias del tiempo. En el lenguaje hiperbólico de Jesús nos dice, sin embargo, que una palabra proferida con el mínimo de verdadera confianza en Dios podría lograr que tal árbol se arrancara y se plantara en el mar. Jesús mismo, con sus parábolas de la humildad del reino defiende su propia política. El Reino ha salido y saldrá adelante no precisamente por nuestros esfuerzos, estrategias, proyectos y planes, sino por su propia fuerza; crece y se desarrolla a pesar nuestro, a pesar de nuestra debilidad. Jesús mismo ha enfrentado el fracaso con su predicación abierta, según Mc. por eso recurre al lenguaje cifrado de las parábolas. El que tenga oídos para oír que oiga.

Cuando nosotros hayamos hecho lo que nos corresponde debemos decir: no somos más que siervos inútiles, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer. Somos servidores del reino, así tenemos que asumirnos, pero también somos tierra donde la palabra del reino ha sido sembrada. No somos más que servidores cuya única gloria, si podemos llamarla así, es descubrirnos como tales y asumir plenamente el papel de servidores de Dios y de servidores de nuestros hermanos.

Roland Meynet lo comenta así: Si yo no tengo razón para enorgullecerme por haber cumplido mis obligaciones ante mis semejantes, cuán insensato sería enorgullecerme de mi obediencia a Dios. Lo que me ha sido mandado por Dios viene de la autoridad suprema que está sobre todos y del que dependemos todos. La ley divina a la que obedezco sobrepasa toda ley humana. Observar sus mandamientos no me libraría en ningún caso de mi deuda hacia aquél de quien yo he recibido todo lo que tengo y lo que soy.  Jamás estaría yo exento de cualquier deuda con Dios. Si a nuestros hermanos jamás les vamos a pagar la deuda de amor, de gratitud, de solidaridad, ¿cómo se la vamos a pagar al Padre? La única actitud justa del hombre es reconocerse siempre y verdaderamente que es un servidor del que Dios no tiene necesidad.

Y comentando este autor lo del sicomoro profundamente enraizado que con la palabra de fe verdadera del discípulo puede arrancarse y arrojarse al mar dice: Los discípulos tienen razón en pedirle al Señor un aumento en ellos de la fe, porque las exigencias de Jesús pasan sobradamente las posibilidades del hombre. Sin la fe, es tan difícil llegar a ser servidor del prójimo como obtener por una simple palabra que un árbol inmenso se arranque y se arroje al mar. El orgullo y el pecado están profundamente enraizados en el corazón del hombre a grado que le es imposible, sin una total confianza en el poder de Dios arrancarlos de su corazón y arrojarlos al mar, el lugar de los poderes del mal.

Entonces, el tema de este domingo sigue siendo la necesidad de la confianza en Dios. El Padre L. A. Schökel  traduce Hab. 2,4 de la manera siguiente: El ánimo ambicioso fracasará; el inocente, por fiarse, vivirá.

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Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

En los versículos que preceden al evangelio de hoy, Cristo habla de la corrección fraterna, que está basada en el perdón. Si un hermano peca siete veces al día contra ti, y siete veces dice: «Me arrepiento», tú lo perdonarás. Al oír estas palabras los apóstoles dicen: Aumenta nuestra fe. Pero ¿Qué es la fe? Es un radical reconocimiento de Dios, una relación personal en la que se reconoce a Dios como lo primero, lo absoluto, con todo lo que él es. Esta relación es posible gracias a su misericordia, a su amor humilde que ha venido a rescatarnos de nuestra muerte, a sacarnos de nuestro pecado, lavándonos y, más aún, regenerándonos con su perdón. Si nosotros perdonamos a nuestros hermanos, con ello no hacemos nada excepcional, sino que simplemente los hacemos participar del perdón recibido. Por eso, Cristo concluye: Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid «somos simplemente siervos. Hemos hecho lo que debíamos hacer».