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1Re 17,10-16, Sal. 145; Heb. 9, 24-28; Mc. 12,38-44

 

 

1Re 17,10-16.-  No se sabe, en esta página, cuál es la fe más maravillosa, si la de Elías o la de la viuda. Elías, el hombre de Dios, acepta su pobreza extrema, y se dirige confiadamente, para sobrevivir, a una mujer extranjera, pagana. Y la viuda no pierde su última esperanza, ignorando, incluso, cuál será el final del drama. Quien lo ha dado todo no se admira, luego, de recibirlo todo. De una altísima calidad literaria, el relato contiene enseñanzas de un elevado valor moral. Es una redimensión de la realidad cotidiana. El análisis literario se antoja: la situación, los personajes, la trama, el clímax. Tal  vez la virtud de la confianza se el leit motiv del relato.  

 

Sal. 145.- El salmo se presenta como un himno: Junto al afecto básico de la alabanza, se abre paso la confianza del salmista, como experiencia propia y como invitación a otros. La confianza se funda en los predicados hímnicos del salmo. (Más abajo hago referencia a este salmo).

 

La misericordia de Dios se fue revelando en el AT. preparando la gran revelación de la misericordia divina en Cristo. En la sinagoga de Nazareth, Cristo leyó un día un pasaje de Isaías que expone el mismo tema que nuestro salmo, y comenta: Hoy se ha cumplido ésta escritura que habéis oído. Lc. 4,21.

 

Heb. 9, 24-28.-  Nunca volver atrás. Los sumos sacerdotes entraban en el santuario del templo una vez al año. Cuando Jesús, por el camino la cruz, entra en el santuario de los cielos, su gesto no puede ser repetido: sucede de una vez para siempre. En la vida de un hombre, como en la historia de un pueblo, hay situaciones y acontecimientos que alteran las situaciones de manera irreversible; después, nada es como antes. A nivel de la historia universal, la muerte de Cristo es el más fuerte de éstos «schoks» decisivos, después del cual la humanidad no puede volver atrás. Bajo la apariencia de una interminable derrota, la lucha de los hombres se convierte en una ascensión como la muerte de Jesús.

 

Mc. 12,38-44.- Hipocresía denunciada. Los escribas tienen discípulos también en nuestra historia cristiana. Escribas y fariseos son una ralea inextinguible. La carrera, (papa Francisco ha dicho que el «carrerismo» es incompatible con el evangelio) en busca de honores es más común que sentarse a la mesa con los pecadores o solidarizarse con los oprimidos. ¡Cuántas construcciones eclesiásticas, en todo tiempo, han devorado el dinero de las viudas con el pretexto de construir una casa de oración! Estas declaraciones de buen sentido son comunes a todos los sabios de todas las religiones y de todos los tiempos. Sin embargo, para Jesús, no tiene nada de abstracto o de moralismo. En el momento en que él denuncia la “carrera” por los primeros puestos, se prepara para estar ser puesto al lado de los malhechores, exactamente en el último puesto. «Todos buscan los primeros lugares y para ello luchan, difaman, mienten, intrigan; pero hay un lugar: pero hay un lugar que nadie quiere, que nadie envidia: es el último lugar. Yo quiero ese lugar; así no seré envidiada ni molestada. Es lugar que quiso ocupar el buen Jesús». (S. Teresita de Jesús).

 

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Tal vez lo más difícil para armar la homilía sea encontrar el tema de fondo que une las lecturas. Así, por ejemplo, el tema de fondo del domingo pasado, cuando Jesús nos habla de la primacía del amor, sea prevenirnos contra una idea falsa de la religión. Las religiones, con suma facilidad, suele opacar el rostro del Padre; de esta manera se intenta suplir con ritos, con magia, teñida de liturgia, la verdadera exigencia del amor que constituye el centro del mensaje de Jesús. Igual, el amor al hermano, que ha de ser en Cristo y por Cristo, puede degenerar en asistencia social. Al menos ese es el fondo de la primera carta de Juan. Siempre existe el peligro de cristianos exaltados que quieran arreglárselas con Dios prescindiendo de sus hermanos.

 

Entonces podríamos preguntarnos cual es el tema de fondo de este domingo. De hecho, este domingo el fragmento evangélico consta de dos partes; la primera es una advertencia sobre la actitud hipócrita de los escribas y la segunda, la ofrenda de la viuda que sigue la línea de la 1ª lectura. Tal vez esta parte sea la que nos ofrece el tema de fondo en cuanto que reprueba el exhibicionismo de los oficiales de la religión, – y de todos los demás -, y alaba la actitud confiada de las dos viudas que son capaces de dar, incluso, lo que tienen para vivir porque, como intuitivamente, saben que Dios provee. El que no tiene confianza en Dios tiene que ser tacaño, no puede desprenderse de lo que tiene aunque le sobre.

 

Josef Ernst comenta así nuestro texto: “El concepto fundamental del episodio aparentemente verificado al lado de las alcancías del templo de Jerusalén, es todavía actual. Lo que se exige es el don total. Aquí se muestra de nuevo la tendencia a la interiorización que es determinante en la ética de Jesús. (Esto se comprueba también en las antítesis del Sermón de la Montaña) No importa el donativo sino la disponibilidad al don de uno mismo. El ejemplo de la pobre viuda que no tiene más que dos monedas de muy escaso valor, evidencia que ante Dios no cuenta la cantidad, sino la intención. Los ricos anónimos del relato, como anticipos, muestran, al contrario, que el dinero no puede rescatarnos del compromiso personal.

 

De hecho, el episodio de la primer lectura es estrujante y conmovedor, desconcertante. Se vive una situación de extrema pobreza en medio de una sequía que ha acabado con todo.  El profeta Elías, huyendo de la persecución a la que le ha sometido su lucha contra la idolatría, huye a un país extranjero donde tiene lugar la escena que hoy leemos. Y tenemos que leerla con mucha atención, detenidamente; leerla como si fuera una homilía y comentarla en sus rasgos esenciales, en los trazos psicológicos de los personajes del relato. Pobreza extrema a grado tal que la mujer le dice: Te juro por el Señor, tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; tan solo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija. Ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños. Voy a preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos.  Se trata de una situación límite. Muy difícil crear un relato de tal intensidad: la viuda, símbolo de indefensión y pobreza en el A.T. y su hijo; ya no queda sino un último bocado, un poco de pan y un poco de aceite. El Dios de Elías es testigo de ello; la mujer y su hijo harán el último pan para comérselo morir después. Ningún manifiesto reivindicatorio en la sociedad moderna reviste tal intensidad. Más de mil millones de seres humanos, hoy mismo, en el mundo, están en la misma situación que la viuda de Sarepta y no sabemos si también con ellos se cumplirá la profecía de Elías; en todo caso no se cumplirá si el mundo no es revestido de la fe y la confianza en Dios, es decir, si el resto del mundo no es capaz de creer, amar, esperar. Y confiar. Y desprenderse. Es decir, si no se hace solidario. Si no comprendemos las palabras de Jesús: hay más alegría en dar que en recibir.

 

En todo caso hay un sentimiento común que une a las dos viudas, la de Sarepta y la del Templo, y es la capacidad, extraña capacidad, de dar lo último que tienen para vivir, es decir, de dar la propia vida. ¿Cómo es posible esto? Responder a esta pregunta es el tema de fondo de la liturgia de este domingo. Y, ¿dónde se hace explícito este tema? En el hermoso canto de Aleluya, de confianza, del Salmo responsorial de este domingo. (Sal.145). Ahí está la respuesta. Y lo que campea en este salmo, al lado de la alabanza, es la confianza inquebrantable en Dios. El es el que da, nosotros, en el mejor de los casos, compartimos.

 

Para descubrir esto sería muy oportuno leer todo el salmo detenidamente, saboreando sus imágenes, las oposiciones, el grito de alabanza y la invitación a no confiar en los príncipes de este mundo, seres de polvo que no pueden salvar, que mueren y vuelven al polvo y ahí perecen sus planes; por el contrario, en quien debemos poner toda nuestra confianza es en el Dios de Jacob. Solo es dichoso quien ha puesto su esperanza en la sólida roca que es Dios. Léanse a este respecto los vv. 5-9. También podrían releerse en la liturgia del domingo.

 

¿Por qué estas dos viudas han sido capaces de dar su propia vida? Esta entrega total, simbolizada en la última medida de harina y lo último de aceite y en las dos monedas insignificantes, – era todo lo que tenía para vivir -, es posible sólo porque se tiene una confianza inquebrantable en la providencia amorosa de Dios. Veamos la respuesta de Elías a la viuda de Sarepta: “No temas. Anda y prepáralo como haz dicho; pero primero haz un panecillo para mí y tráemelo, después lo harás para ti y para tu hijo, porque así dice el Señor Dios de Israel: la tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará hasta el día que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”.  Elías exige un acto de caridad extraordinario unido a un acto de fe en su palabra; Elías contagia su fe-confianza a la mujer. No temas. Hay que ser muy valiente para dar. El tacaño es siempre un cobarde. La viuda tiene que reconocer a Elías como hombre de Dios y al Dios de Israel como el verdadero Señor que da la lluvia que fecunda los campos para que den pan para comer.

 

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,

El que espera en el Señor su Dios,

El Señor hizo el cielo y la tierra,

El mar y cuanto hay en él.

 

Esta bienaventuranza se refiere a quien tiene la valentía de creer no obstante todos los signos en contrario. La fe en un Dios providente y amoroso que no abandona su creatura:

 

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,

El Señor hace justicia a los oprimidos,

El Señor da pan a los hambrientos.

 

El Señor libera a los cautivos,

El Señor abre los ojos del ciego,

El Señor endereza a los que ya se doblan,

El Señor ama a los justos,

El Señor guarda a los peregrinos,

El Señor sustenta al huérfano y a la viuda

El Señor trastorna el camino de los malvados.

 

Este es el “Credo” del fiel israelita. De ahí la certeza de que:

 

El Señor reina eternamente,

Tu Dios, Sión, de edad en edad. ¡Aleluya!

 

He querido negrear la referencia al Señor para ver la densidad del salmo; así aparece en el texto hebreo.

 

Este salmo es como un golpe de campana que incesante y armónicamente canta su alabanza al Dios creador, redentor, liberador y rey: esta famosa definición de Gunkel hace justicia a este aleluya que abre la serie del «Grande Hallel» (146-150). Se trata de un himno, de un canto de alabanza en honor del Dios liberador, única esperanza y única ayuda.  Canta, pues, la confianza sin reservas en el amor providente y amoroso de Dios. Estamos en las antípodas de las dudas de Job, del escepticismo del Qohelet, y del pesimismo sapiencial de todos los tiempos. Nuestro poeta está firmemente convencido que Dios restablece la armonía y la justicia, que el mundo está encaminado hacia un horizonte de luz y la historia hacia un proyecto de paz y de justicia. De hecho, la última palabra del salmo se refiere al reino de Dios, muy diverso de los gobiernos locos de los príncipes terrenales.  S. Agustín personalizará e interiorizará este reino comentando: “Tu Dios, oh Sión, reinará por siempre. Pero él quiere reinar por ti, quiere que tú seas su reino.

 

Creo que la línea de fondo de este domingo está en la confianza en Dios, presente en cualquier circunstancia de la vida. Esto nos hará generosos, indiscutiblemente. Debemos recordar las palabras de S. Francisco: es dando que tú nos das.  A la postre, no olvidemos, como decía Peguy, que solo Dios da, los demás, en todo caso, compartimos.  El avaro, el tacaño, desconfía de la Providencia y se apropia de bienes que no son suyos. A la postre, todos somos administradores de los bienes que Dios ha puesto en nuestras manos, comenzando por nuestra propia vida; y de todo ello habremos de dar cuenta un día.  Detrás de la miseria y de la pobreza del mundo, detrás de los millones de seres humanos que mueren de hambre y de sed y de enfermedades derivadas de ellos, detrás de los millones que mueren de enfermedades perfectamente curables, están la ambición, la codicia, la incapacidad para compartir.

 

Estas dos viudas encarnan la actitud que Dios quiere. Dar, hasta que duela, decía Madre Teresa.

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.

Marko I. Rupnik, sj.

 

Cristo pone de relieve la diferencia abismal entre los que echan en el cepillo del Templo lo superfluo y la viuda pobre. Muchos ricos, evidentemente incluso para hacerse notar, echaban mucho, porque mucho era lo que les sobraba. Pero Cristo se concentra y hace que los discípulos se concentren en la viuda que, como dice él, «ha echado en el cepillo más que todos los demás». ¿En qué consiste este «más que todos los demás» si sabemos que se trataba de calderilla? La viuda echó todo lo que tenía para vivir. Confió, por tanto, su propia vida al Señor. No contaba con nada más en la vida. Su centro ya no es el tener, sino el Señor, que es la verdadera roca sobre la cual la viuda ha apoyado su vida. Ofrecerlo todo significa anular la distancia y borrar la posibilidad de hacerse falsas ilusiones de creer, o borrar toda posibilidad de ganar dinero, excluyendo toda seguridad distinta de Dios.