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Prov. 31,10-13.19-20.30-31; Sal. 127;  ITes. 5,1-6; Mt. 25,14-30.

Síntesis.

Prov. 31,10.13.19-20.30-31. La mujer fuerte.- ¿Quién es la “mujer fuerte”, alabada en esta lectura? Tal vez la esposa, única y fiel, de la que un pueblo, hasta ahora polígamo, descubre la fascinación insustituible; o tal vez, la imagen personificada de Israel, cuya actividad laboriosa, junto a su fidelidad, es un homenaje viviente al esposo, que es Dios mismo; en fin, puede ser el retrato de la Sabiduría. Una cosa es cierta: esta mujer tiene su casa en tierra bíblica, la Palabra de Dios es su patria; y el que aspira a una alegría simple y profunda y fuerte, a la vez, ya la posee.

 

Sal. 127.-

1 El trabajo humano es fecundo por la bendición de Dios: cuando ésta falta, todo nuestro esfuerzo es «vanidad». Aunque el hombre no lo sienta, Dios está construyendo con él, vigilando con él: en la oración el hombre se hace consciente de esta perpetua actividad divina «el Padre sigue obrando». 2 Incluso cuando el hombre no trabaja, continúa la actividad silenciosa de Dios, empujando la fecundidad misteriosa de la tierra, para «dar semilla al que siembra y pan al que come». 3 En medio de toda esta fecundidad, la más maravillosa es la del hombre, que engendra hijos como una herencia divina, prolongación de su vida y de su nombre. 4-5 Los hijos que crecen mientras vive el padre – hijo de la juventud -, serán la mejor defesa.

 

La clave para la lectura cristiana del salmo reside en el símbolo matrimonial de Cristo y la iglesia, que nos propone Pablo en Ef. 5. Por el amor de Cristo, la iglesia es siempre fecunda de nuevos hijos. Un aspecto particular del símbolo puede ser, como enseña la liturgia, los hijos en torno a la mesa eucarística. Del fruto de sus trabajos y sufrimientos, Cristo alimenta cotidianamente a los suyos y los bendice. El símbolo se puede ampliar después a una paternidad y maternidad espiritual, apostólica, ya que los miembros constituyen la Iglesia.

 

Otra lectura cristiana del salmo, también sugerida por la liturgia es como texto para el sacramento del matrimonio, que renueva continuamente la bendición genesíaca y aspira a imitar el amor del Mesías y su iglesia.

 

Finalmente, se puede leer en clave escatológica, como hace S. Agustín. El cristiano, en virtud de la firme esperanza, es capaz de disfrutar de su trabajo y fatiga; en el cielo gozará del fruto de su trabajo, «sus obras lo acompañan». (Ap. 14,13)

 

 

ITes. 5,1-6. Invitación a la vigilancia.- esta vida no dura mucho, es como un soplo, como un ayer que pasó; no nos adormezcamos. En realidad, el valor de la vida es la muerte que nos amenaza; pero después, agrega Pablo, sigue la resurrección que da valor a la muerte. Es por ello que el hombre despierto, que vela, (es decir, el testigo dela resurrección), y el hombre del día, (es decir, aquel que reta la noche, que está en vela), no se verá sorprendido ni por la vida ni por la muerte: asumirá su vida como un camino que lleva al encuentro con el Señor. Vivir ese encuentro/ tú por la luz/ el hombre por la muerte.

 

Mt. 25,14-30. Invertir los talentos.- Dios ha confiado su tesoro a los sumos sacerdotes y a los escribas; pero ellos lo ha enterrado. Pero Dios quiere arriesgar su Palabra como un accionista lo hace con su dinero. Y nos confía a nosotros la gestión. El servidor malo y perezoso no ha querido correr el riesgo, ha preferido una seguridad engañosa. Una fortuna que no se invierte, se acaba. El que entierra el talento por temor al compromiso con el mundo, se condena a la muerte. Esta severa advertencia contra la autoridades religiosas de su tiempo, conserva hoy toda su fuerza; ¿cómo tener parte en el tesoro de Dios, (el evangelio), sin compromiso con el mundo, (la obligación de compartirlo)? ¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!

 

 

 

Tengamos presente lo dicho en domingo pasado respecto a la literatura sapiencial y la lectura de ITes. Tanto en la liturgia eucarística como en la Liturgia de Horas, aflora la dimensión escatológica de la comunidad de Jesús. Decía hace ocho días: Es muy importante tener en cuenta el desarrollo del Año Litúrgico; estamos prácticamente al final. La liturgia se tiñe, pues, de los colores “del otoño” y pone a nuestra consideración el tema escatológico, cuando habremos de responder de los dones recibidos. Esto hay que tomarlo en serio. No se trata más que de ser fieles, e insertarnos en el movimiento propio de la liturgia; ella sola nos irá guiando; después de todo, la liturgia nos ayuda a colocarnos cristianamente en el tiempo que huye, es el marco de una vida consagrada.

 

El texto evangélico de estos últimos domingos, nos pone ante la urgencia del tiempo final inaugurado por Jesús, ante la necesidad de estar vigilantes y ante la responsabilidad que brota de los talentos recibidos, antes de la contemplación de Cristo Rey. La segunda lectura está tomada de 1Tes, el documento escrito más antiguo del N.T., y en ella se trata el mismo asunto: la suerte final de los difuntos y la Parusía del Señor, es decir, un tema netamente escatológico. En esa misma línea pueden ser interpretados los textos de ambos domingos: el de las Diez Vírgenes, cinco prudentes y cinco necias (XXXII) y la Parábola de los talentos (XXXIII). La unidad Mt.24,45 – 25, 30, reúne tres parábolas que son variaciones de un tema: final, urgencia y responsabilidad.

 

La primera lectura está tomada de los Libros Sapienciales. Para poder discernir la importancia del momento, su trascendencia, se requiere la Sabiduría, ese don soberano de Dios. Debemos notar cómo en la Liturgia de las Horas, El Oficio de Lectura, nos irá poniendo textos sapienciales y textos del Libro de los Macabeos, o bien, del profeta Ezequiel o Daniel, profetas ambos, en los que encontramos los primeros vestigios de la literatura apocalíptica. La liturgia de la Palabra, en la misa diaria, igual, está dominada por el tema de final, de la urgencia y de la responsabilidad. Se trata de la escatología cristiana. Así pues, avanzamos hacia el final de la misma manera que nuestra vida avanza hacia el final.  La liturgia se nos convierte en enseñanza, en pedagogía. Para apreciar esta verdad, necesitamos el don de la Sabiduría

 

La responsabilidad de la comunidad cristiana.

Las tres parábolas que van de 24,45 a 25,30, – los criados fieles o infieles, las diez vírgenes y la de los talentos -, apuntan en la dirección de final, tiene el sabor del juicio, es decir, de la responsabilidad de la comunidad ante los bienes recibidos, en concreto el don del evangelio, de la fe, por aquello de que “a quien más se le da, más se le exigirá”.

 

(Talento significa, primero báscula, luego, lo que se ha pesado, o el peso; podrían ser lingotes de 40 a 50 kgs., lo que podía cargar un hombre. Así el talento podía ser de oro o de plata, por ejemplo. El término se ha universalizado y se privilegia el sentido de aptitudes o cualidades. Sin negarlo, en sentido cristiano, los talentos son los dones que Dios nos ha dado en Cristo: el evangelio, la fe, la iglesia, los sacramentos, entre otros. La posibilidad de encontrarlo, de relacionarnos con él).

 

El comienzo marca el rumbo: Es como un hombre que, al emprender un viaje, llama a sus criados y les entrega su fortuna. Así comienza la parábola. Es la situación de los discípulos después de la muerte de Jesús. Aquí no se habla de resurrección, sino que el punto está focalizado en el regreso, no precisado, del señor. Puede llegar en cualquier momento y pedir cuentas.

 

Mateo nos dice que a todos los miembros de la comunidad se les ha confiado un bien extraordinariamente precioso. Por ello les recuerda los dones distribuidos “según la capacidad de cada uno” y los que creen, están llamados a hacer fructificar el patrimonio que se les ha confiado. Utilizar esos dones con cuidado, como buenos administradores, acrecentándolos.

 

El ajuste de cuentas llega con el juicio, con la parusía del Hijo del hombre. Entonces la fidelidad de los siervos buenos será premiada, mientras que la negligencia de los siervos perezosos será castigada. En Mateo, el acento se pone en el comportamiento del «siervo malvado»; «siervo negligente que ha enterrado su talento y pierde el título de su elección». Con esta enunciación escatológica, Mateo convierte su “enseñanza” en “exhortación”, como se echa de ver en el diálogo del señor y el siervo inútil. Advertencia severa para la comunidad de todos los tiempos que ha de estar en guardia. Así, la liturgia se convierte también en el lugar donde aprendemos a hacer vida la fe; la liturgia es también pedagogía. ¡Cuánto tiene que decirnos esta parábola a nosotros, a nuestras comunidades, más bien tibias e instaladas, víctimas de un proceso acelerado de secularización! Hay zonas, ahora mismo, donde ser cristiano es arriesgar la vida. A todos los cristianos de Irak se les ha advertido que salgan del país, so pena de muerte. El estado islámico los ha amenazado de muerte. A nosotros, en cambio, el confort, la pereza, el desdén, es lo que nos aleja de Dios, da la comunidad, de la oración, de la caridad. Dios nos ha dado la iglesia, los sacramentos; están cerca de nosotros sin problemas. ¿No irá a pedirnos, el Señor, cuenta de esos talentos, un día?

 

«Estén, pues, preparados».  (25, 13). Las palabras con las que termina la parábola de las vírgenes, pueden ser la introducción de la parábola de los talentos. Tal es, pues, el mandato de Mateo. Y se refiere a una comunidad que se ha “adaptado”, a una comunidad en la cual el proceso de secularización se encuentra en un estado avanzado. La exhortación ordena a la comunidad tomar en serio el tiempo en cuanto «tiempo suyo». El tiempo de la “ausencia” del Señor es el que determina todo, el intervalo que decide el resultado del juicio, el tiempo en el que la comunidad debe dar pruebas y confirmar su sentido. Si la comunidad se muestra «sabia y fiel», podrá ser admitida al banquete de la alegría; pero si se presenta «malvada y perezosa», será echada al lugar de la desesperación. Y no debemos olvidar que en la comunidad hay quienes tienen responsabilidades especiales; están aquellos a quienes el Señor ha confiado especiales servicios a favor de la asamblea; es más, a quienes les ha confiado la comunidad misma. Esos tales deben leer con especial atención la exhortación de Mateo.

 

Exigencia de responsabilidad. Es necesario, en esta misma perspectiva, precisar también un rasgo común a todas las etapas del año litúrgico. Todas exigen de nosotros y de toda la comunidad cristiana un compromiso. En el año litúrgico, el hombre no es sólo espectador de la epifanía del Señor. Está asociado a ella activamente. Incluye, en efecto, la respuesta humana. La liturgia nos revela, pues, a lo largo de todo el año, nuestra responsabilidad. Que en cada día y en cada acción el Señor sea manifestado o no, depende en parte de nuestra actitud.

 

Ciertamente, la manifestación del Señor es obra de Espíritu Santo: «El me glorificará» (Jn.15,14), decía Jesús a los suyos en Cena de despedida. Es el Espíritu santo el artesano silencioso de la invasión progresiva del mundo por la vida divina, que brota para nosotros del costado abierto de Cristo en la cruz. Es el alma secreta que mueve el tiempo y la historia hacia su meta. Pero no quiere hacer nada sin nosotros. “Tenemos, pues, que entregarnos totalmente a ese soplo de amor que anima la vida de Jesús, sumergirnos, hundirnos en ese Espíritu como en un baño”. (Dom Guillerand). Tal ha de ser nuestra respuesta-responsabilidad.

 

La obra de Dios será consumada, vendrá su reino, cuando se realice la fase a la que se refiere Sab. 1,7: “El espíritu del Señor llena la tierra”. Entonces nuestro mundo se habrá convertido en la nueva creación; el Señor se habrá manifestado plenamente en su gloria real. En este sentido nos prepara y nos encamina, a lo largo de nuestra existencia, el curso siempre nuevo de año litúrgico.

 

El cual debe convertirse en el verdadero marco de nuestra vida y de nuestra actividad. Nos recuerda la verdadera orientación. Nuestra actividad – hay que decirlo siempre – es colaboración con el Espíritu Santo, cuya acción incesante sólo pretende una cosa: transformar la historia de la humanidad y del universo entero en una ascensión ardiente hacia la manifestación del Señor. «El año litúrgico es Cristo mismo que persevera en su iglesia y que prosigue aquel camino de inmensa misericordia que inició en su vida mortal haciendo el bien a todos ….». (Pío XII. Mediator Dei).

 

 

UN MINUTO CON EL EVANGELIO

Marko I. Rupnik.

 

El hombre que recibió un solo talento tuvo miedo y enterró el talento. Tuvo miedo porque pensaba que quien le había dado el talento era un hombre duro y exigente que buscaba su propio beneficio. Pero, precisamente aquí está la contradicción. Si sabía que el dueño era exigente y que quería cosechar lo que no había sembrado, debió haberse puesto trabajar con el talento recibido. Pero esta idea sobre el amo hace que el miedo lo bloquee, y no crea, no hace nada. Más, aun, un extraño miedo a perderlo todo hace que el talento se desperdicie completamente, hace que se vuelva estéril. El amo desenmascara la contradicción y pone de relieve que el miedo falsea el conocimiento y encierra al hombre en sí mismo. El miedo es siempre mal consejero, a lo único que hay que tenerle miedo, es al miedo. Pero para salvarnos debemos estar edificados  en Cristo. De lo contrario, se derrumbará también ese fundamento que creíamos tener.