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Muerto hace unas semanas, (1925-2017), judeo-polaco, fue sobre todo sociólogo. Formó parte de esos afanosos judíos que huyeron del nazismo y se dedicaron con empeño al estudio de alguna ciencia en países de acogida. Se refugió ideológicamente en el marxismo del que terminó, igual, decepcionado y retuvo solo algunos sus esquemas de análisis. Gran admirador de papa Francisco que, según él, plantea la única solución posible: el diálogo. Es un buen observador de nuestro tiempo y nos ilustra con sus pensamiento, sobre todo con su vida dedicada y honesta.

El leit motiv de su pensamiento fue el concepto de ‘modernidad’, pero, tal vez, no pensó que no somos modernos, que la cultura hoy no es moderna, es postmoderna y postfacual, existen las ‘precepciones alternativas’, cultura sonambulesca y por lo tanto nueva e impredecible. Todo puede suceder. Con todo, los elementos de análisis son válidos. Así cuando dice: “la modernidad en su forma más consolidada requiere la abolición de interrogantes e incertidumbres”. Quienes ostentan el poder qué más quisieran que abolir interrogantes e incertidumbres. Pero el ámbito vital nuestro es todo lo contrario; todo parece presagiar la tormenta total. Riva Palacio compara la nuestra a la situación previa al estallido de la hecatombe centroamericana. El peor ciego es el que no quiere ver. El discurso oficial es ‘todo está bajo control’, avanzamos por el camino de la integración y del progreso. Mientras, los datos de la inestabilidad son gravísimos.

Entonces, se necesita de un control sobre la naturaleza, de una jerarquía burocrática y de más reglas y regulaciones para hacer aparecer los aspectos caóticos de la vida humana como organizados y familiares. Sin embargo, estos esfuerzos no terminan de lograr el efecto deseado, y cuando la vida parece que comienza a circular por carriles predeterminados, habrá siempre algún grupo social que no encaje en los planes previstos y que no pueda ser controlado. Y, ¡vaya que existen grupos que no encajan en el entramado social! Solo queda el recurso de negar los hechos.

Podemos leer tranquilos, saboreando un buen café: “Ocho asaltantes matan a un bebé y violan a la madre y a la hermana, en México”; “El Departamento del Tesoro revela que la familia del exgobernador de Coahuila ocultaba más de 60 millones de dólares en paraísos fiscales”, lo cual es totalmente falso, asegura el exgobernador. (Porque son más). El incremento de las muertes violentas es impresionante; el Edo. de México ostenta el primer lugar en feminicidios, afirma El País, desbancando a Cd. Juárez. El Noroeste de nuestro estado, se encuentra en llamas, – el caso Andrea es espeluznante, patología pura -, extorsión, secuestro, tala de lo que queda de bosques. Inseguridad completa. La población del Edo. de Chihuahua radica en el 1% del su territorio, provocando el espejismo de que el Estado son Juárez y la Capital. Todo ello son hechos. Contra hechos no hay argumentos, decían los escolásticos.

El robo de hidrocarburos entendido como un derecho. El gobernador de Guanajuato y su fiscal ha denunciado que el problema de este original y muy mexicano delito, está dentro del mismo Pemex y que los inculpados, vía el amparo, enfrentan el juicio en libertad. ¡Santo Dios! ¿Qué es México? O, mejor dicho, ¿qué hacemos los mexicanos?

“Pasadas las 9.30 de la mañana, los peldaños de la entrada a la catedral presentaban un mural de gritos, lamentos y quejidos. Se juntaron alrededor de 200 periodistas. Uno de los más veteranos, Jorge Guillermo Cano, responsable de la revista Vértice, tomó la palabra: “Esta es una profesión que debería ser digna y respetada, pero no lo es por los que gobiernan”. Era difícil saber si se refería al Gobierno legítimo, el que dirige el Estado de Sinaloa en México, o al de las sombras y los cuernos de chivo, el Gobierno del narco”. (El País). Todo esto “necesita de un control sobre la naturaleza, de una jerarquía burocrática y de más reglas y regulaciones para hacer aparecer los aspectos caóticos de la vida humana como organizados y familiares”, es decir, un discurso que nos convenza que todo está bien, de que no hay por qué preocuparse, de que ‘todo sigue igual’. O sea, “los hechos no existen”.

Los escándalos, derivados de su modo de gobernar, la persistente negativa o negación de dicho y hecho, significan un atentado contra el lenguaje humano, porque el lenguaje humano significa algo o significa nada. Trump va cruzando el Niagara en bicicleta debido a la trama rusa. Pero hay que negarlo y decir ante el nombramiento de un fiscal especial: “Es la mayor caza de brujas en la historia de América”. Ahora soy el perseguido, el incomprendido. Si la política ha de ser digna, no ha de ser el intento de mentir siempre ni las intenciones torcidas. Al final, perderemos todos.

Al miedo difuso, impreciso, que no tiene en la realidad un referente determinado, Bauman lo denominó “miedo líquido”. Tal miedo es omnipresente en la “modernidad líquida” actual, donde las incertidumbres cruciales subyacen en las motivaciones del consumismo. Las instituciones y organismos sociales no tienen tiempo de solidificarse, no pueden ser fuentes de referencia para las acciones humanas y para planificar a largo plazo. Los individuos se ven por ello llevados a realizar proyectos inmediatos, a corto plazo, dando lugar a episodios donde los conceptos de carrera o de progreso puedan ser adecuadamente aplicados, siempre dispuestos a cambiar de estrategias y a olvidar compromisos y lealtades en pos de oportunidades fugaces. Esta actitud, como efecto final, está detrás del desprecio, del descrédito general de la política. Y es que “uno de los grandes errores es juzgar políticas y programas por sus intenciones y no por sus resultados”. (M. Friedman, cit.por Sarmiento).

“El futuro es, en principio al menos, moldeable, pero el pasado es sólido, macizo e inapelablemente fijo. Sin embargo, en la práctica de la política de la memoria, futuro y pasado han intercambiado sus respectivas actitudes”, señala. Bauman habla del temor a perder el empleo, a la multiculturalidad, a que nuestros hijos hereden una vida precarizada, a que nuestras habilidades laborales se vuelvan irrelevantes porque los robots sepan hacer -mejor y más barato- nuestro trabajo. En definitiva, miedo porque todo lo que era sólido es ahora “líquido”, usando el adjetivo que popularizó Bauman.

“Hay una creciente brecha abierta entre lo que hay que hacer y lo que puede hacerse, lo que importa de verdad y lo que cuenta para quienes hacen y deshacen; entre lo que ocurre y lo deseable”, señala. Bauman defiende que hemos regresado a la tribu, al seno materno, al mundo despiadado que describía Hobbes para justificar la necesidad del Leviatán (El Estado fuerte que evite la guerra de todos contra todos) y a la más flagrante desigualdad, en la que “el ‘otro’ es una amenaza” y “la solidaridad se le antoja al ingenuo, al incrédulo, al insensato y al frívolo una especie de trampa traicionera”. “El objetivo ya no es conseguir una sociedad mejor, pues mejorarla es una esperanza vana a todos los efectos, sino mejorar la propia posición individual dentro de esa sociedad tan esencial y definitivamente incorregible”

Por eso la advertencia final de Bauman, cala hondo: “Debemos prepararnos para un largo período que estará marcado por más preguntas que respuestas, y por más problemas que soluciones (…) Nos encontramos (más que nunca antes en la historia) en una situación de verdadera disyuntiva: o unimos nuestras manos o nos unimos a la comitiva fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común”.

A pregunta expresa: “Usted ve la desigualdad como una “metástasis”. ¿Está en peligro la democracia? ¿Ha sido una catástrofe arrastrar la clase media al precariado? El conflicto ya no es entre clases, sino de cada uno con la sociedad”.

RESPUESTA. «Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. Para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos. Las instituciones democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia. La crisis contemporánea de la democracia es una crisis de las instituciones democráticas». Genial. Mientras haya quien dé dólares y venda armas a los grupos que no encajan, ¿qué puede hacer un gobierno parroquiano?

*Fuente: ensayos y artículos publicados en El País.