Mes: mayo 2014

Parentesco para toda la eternidad

Muchas mujeres desearían tener un hijo, no con un hombre cualquiera sino con algún artista o deportista famoso. Dios nuestro Padre, quiso que su Hijo eterno se hiciera hombre, no en cualquier carne de mujer, sino en la carne de la más humilde y bella de las mujeres. Por eso el Hijo de Dios se hizo el Hijo de la Virgen María. Ninguno de nosotros se atrevería a llamar ‘hijo’ a Dios. Sólo ella lo puede hacer. Y lo hará eternamente porque en el cielo jamás se acabará esa relación de parentesco. Desde que María dijo ‘Hágase’, desde ese instante y para siempre -¡gran misterio! Dios será hijo de María y María será su Madre, por los siglos de los siglos.

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Vivir con los ojos abiertos (artículo)

Admiro a las personas que, a pesar de tener enormes responsabilidades, no pierden su sentido del humor y hacen siempre agradable la vida a los demás. El papa san Juan XXIII fue uno de ellos. A pesar de tener el enorme peso de guiar a la barca de Pedro y de haber convocado a un concilio ecuménico, el papa Roncalli tenía una personalidad tan agradable y bromista que se desplazaba por el Vaticano como cualquier cura en su parroquia.

“Hay tres maneras de perder el dinero en la vida –dijo en una ocasión–: mujeres, apuestas y la agricultura. Mi padre eligió la más aburrida de las tres”. En otro momento le preguntaron que cuánta gente trabajaba en el Vaticano, a lo que respondió: “sólo la mitad”. Y cuentan que en sus primeros días como papa se despertaba durante la noche por algún problema sin resolver. Y se decía “lo hablaré con el papa”, pensando que seguía siendo cardenal. “¡Pero si yo soy el papa! –se percataba– Muy bien, entonces lo hablaré con Dios”.

San Juan XXIII y muchos otros santos vivieron cotidianamente en la alegría de la resurrección. Por supuesto que tomaban la vida muy en serio y siempre emprendían grandes proyectos por amor a Dios y a la Iglesia. No estaban exentos de problemas y dificultades pero parecía que caminaban siempre con una misteriosa presencia a su lado que les daba inmensa paz y alegría, seguridad y fortaleza.

Si algo envidio a los santos es su capacidad para ver lo que muchos no vemos. Y justamente por nuestra ceguera, solemos andar cabizbajos y sombríos. San Juan Bosco visitó un día al padre Cottolengo. “Vengo a pedirle un consejo –dijo don Bosco–: ¿qué remedio debo dar a las personas que vienen a contar que están aburridas de la vida, desesperadas y llenas de mal genio por la pobreza, por las enfermedades o por el mal trato que les dan los demás?” Respondió Cottolengo: “El mal de aburrimiento y de la desesperación es el mal moderno más común de todos. Para combatirlo, nos ha mandado Dios un gran remedio siempre antiguo y siempre nuevo: pensar en el cielo que nos espera. No olvides nunca que: un pedacito de cielo lo arregla todo”.

Llegaban al despacho de san Juan Bosco personas malgeniadas, que no saludaban a nadie, personas sumidas en la depresión, y el padre Bosco les hablaba de cómo hay que vivir resucitados, con la alegría del cielo que nos espera en poco tiempo, y aquellas personas cambiaban el semblante y parecían renacer.

Nosotros tenemos el Cielo a nuestro lado, pero como Cleofas, caminamos hacia Emaús con el rostro triste y reducimos la vida a una melancólica letanía de lamentos. Estoy de acuerdo que unos padres de familia se pongan tristes porque su hijo perdió el año escolar por malas calificaciones; o que una madre sufra de tristeza porque su hija se fugó con un vagabundo; o que un joven se sienta deprimido porque su novia lo abandonó por irse con su mejor amigo. ¡Bah! Cualquiera se entristece por estas cosas.

Pero aquí hablamos de los Cleofas que viven en un permanente desgaste nervioso por cosas que no valen la pena; personas que se han vuelto irritables y malgeniadas, que son desconsiderados y ofensivos con el prójimo. Hay quienes un día le pusieron un cerco de alambre de púas a su corazón por una ofensa que sufrieron y decidieron vivir resentidas con la vida sintiendo disgusto por todo. Se curaron contra la alegría y se les cerraron los ojos del alma.

¡Ah! Si fuéramos un poco más humildes, nuestros ojos volverían a ver. Cuando el desánimo toca la sima puede ser el momento para que suceda el milagro. Sólo tenemos que aprender a decir “¡Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde y el día declina!” Que nadie se desanime en el dolor o el fracaso, porque es en la bancarrota cuando podemos comenzar a sentir la necesidad de ‘Alguien’ que venga a darnos un salvavidas, como Jesús lo hizo con los discípulos en el camino de Emaús.

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El respeto por los mayores

En el Imperio Romano, el jefe del hogar romano tenía una gran autoridad. Su palabra era ley. Los niños crecían bajo la atenta vigilancia del abuelo, del padre del abuelo, del abuelo de su abuelo… y por si eso fuera poco, de una multitud de tíos abuelos. Cuando los mayores morían, los familiares hacían máscaras de cera, o pequeñas figuras para recordarlos. Eran los guardianes de la familia y de las antiguas tradiciones. Eran lo que define a los hijos, y eran la esencia de lo que significaba ser romano. A diferencia de los griegos, que esculpieron los cuerpos musculosos de los jóvenes atletas, los romanos preferían esculpir los bustos de los ancianos, aunque fueran calvos y tuvieran papadas y verrugas. Las feministas de hoy habrían odiado el patriarcado de la Roma antigua. Sin embargo era era un patriarcado que funcionaba.

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El secreto más grande

Cada uno de nosotros tiene secretos en su vida. Quizá hay algún secreto muy especial que tenemos bien guardado y no lo revelamos. Dios también tenía un secreto y tardó millones de años para darlo a conocer. “Anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo” dice el salmo 77. ¿De qué se trata? El secreto de Dios era la unión de la divinidad con la humanidad en la persona de Jesucristo. El Verbo eterno de Dios hecho hombre era el misterio escondido desde siglos en la mente de Dios. Y el gran secreto se dio a conocer en el vientre purísimo de la Virgen María. En tus silencios de mayo contempla este secreto y adora a tu Señor en ese vientre sagrado.

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Buscar el bien y la perfección

El bien no puede depender de aquello que da más placer a un mayor número de gente por el menor sufrimiento, ya que el bien es lo que nos indica dónde encontrar el placer, y no al revés. Dedicarnos sólo a nuestros placeres puede impedirnos conocer el bien. Un hombre puede pasarse los días tecleando en el mando de un videojuego, y no hace ningún mal. Pero si quisiera tener la capacidad de poder juzgar lo que es bueno, mejor sería que aprendiera algo, o incluso que buscara la sabiduría… El hombre bueno, tanto para Platón como para Aristóteles, debe buscar la perfección, que es el resultado de la ardua preparación moral. O sea que si hemos de criar un hijo virtuoso, debemos enseñarle no solamente lo que puede que sea bueno, sino, sobre todo, el deseo de poseer lo que es bueno. Hay que estimular su imaginación con relatos de nobles hechos. Tal educación en función de la virtud debe prevalecer en la comunidad política justa.

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