(1932-2014)
Uno se pregunta, ¿por qué en nuestros pueblos no se da un político de la talla de Adolfo Suárez, sino que abundan, más bien, el logrero y el oportunista y pululan los que ha hecho de la política, antes que servicio, botín? Vi un documental amplio sobre la vida, la persona, la acción política, la enfermedad y la muerte serena, sumida en la pérdida lenta de la memoria, de ese gran hombre. Me fascinó su fácil sencillez, la calidez de su trato, su humildad, el nítido deseo de servir, la claridad de su pensamiento, su talante, su valentía despreocupada y el amor a su patria, tanto como a su familia, padre y esposo ejemplar. Afrontó el dolor de la pérdida de sus seres queridos, soportó la amenaza de la ETA, habló claro a sus hijos pequeños sobre la posibilidad del secuestro, mantuvo a raya los restos del franquismo y el recelo de los militares, plantó cara al golpe de estado, encaró la oposición rabiosa de la izquierda, lideró el proyecto de la Constitución y los Pactos de la Moncloa, consumando, así, la transición de España, del franquismo a la democracia. Legalizó al partido comunista mientras decía: “no comparto ni remotamente su pensamiento, pero la democracia exige el respeto”. Fundó un partido político y, cuando sintió que ya no era necesario, en vez de terquear, simplemente renunció, incluso a la política. “Votan por mis ideas, pero no me quieren a mí”, y sin resentimientos, dijo adiós.
J. Millás escribió: “Al ensalzar al difunto, nos ha salido un retrato colectivo al que da pánico asomarse”, en efecto, es la España radical y contradictoria, santa y blasfema. “Y cuando ya creíamos que era imposible soltar más ditirambos, más apologías, más exageraciones acerca de aquel hombre al que habíamos, en su día, detestado también hasta el exceso, empezó a salirnos de la boca lo mejor de nuestro instinto necrológico. No parecía que se había muerto un político, sino el papa de una religión verdadera”.
¿Habrían sido las transiciones en América Latina y en Europa Oriental sin Adolfo Suárez?, ¿habrían ocurrido en absoluto, sin el ejemplo del liderazgo de Suárez? Suárez fue el protagonista central en buena medida por hacer lo inesperado, por encarnar un liderazgo que lo constituyó en estadista, aquello que todo político sueña ser, pero sólo un puñado muy pequeño de ellos lo consigue, escribe Chamis. Tres hombres consumaron la Transición: D. Juan Carlos, Torcuato Fernández-Miranda, profesor de Derecho Político considerado por muchos como el estratega del proceso de la Transición, el que trazó el guion, y Adolfo Suárez, lo ejecutó.
Abundantes notas, pero callaron el catolicismo acendrado y practicado de Adolfo Suárez, al que él alude discretamente en la entrevista. Sin esa fe, y la confianza que engendra, ¿hubiera resistido la lucha dolorosa que fue su vida en todos los frentes? Interesante; los hombres que guiaron la Europa de la postguerra, Adenauer, De Gaulle o Giuseppe Saragat, fueron fervientes católicos. ¿Por qué entre nosotros no han surgido hombres de esa talla, sino que es, más bien, la ambición mezquina y la ineptitud lo que priva? Adolfo Suárez consumó en poco tiempo una gran cantidad de reformas trascendentales para la España moderna, sin estridencias.
No estamos en condiciones de entender la situación de España luego de la muerte del Caudillo; el asesinato de Carrero Blanco, la actividad encarnizada de ETA, el joven Rey, las primeras elecciones, las fuerzas en pugna, etc. La primera elección tuvo lugar en junio de 1977, moderada, centrípeta y civil, jugada de pizarrón. Luego comenzaron los Pactos de La Moncloa ese otoño y se iniciaron las negociaciones del nuevo texto constitucional, ratificado en el referéndum de diciembre de 1978.
La transición española no ocurrió en un contexto económico particularmente propicio: en recesión, con inflación y con un desempleo que había alcanzado el 22%. En las negociaciones de La Moncloa se abordaron estos problemas, incluyendo a las elites políticas junto con los líderes empresariales y sindicales, y proponiendo reformas a la seguridad social, al sistema tributario regresivo y el antiguo corporativismo por medio de la creación de nuevas relaciones laborales. A veces nos urge levantar la cabeza sobre las olas que golpean; necesitamos “respirar el aliento de los héroes”, (R: Rolland); contemplar fenómenos de la talla moral de Suárez en el fementido mundo de la política, es reconfortante.
Es un duro y doloroso contraste con lo que estamos viendo. Las protestas en Cuba son un relámpago que ilumina una hora crepuscular de la historia; que la respuesta del presidente cubano no haya sido otra que mandar al pueblo contra el pueblo, es algo difícil de imaginar. Eso es posible solo en las peores dictaduras. Con el poder absoluto mandar suprimir las redes es simplemente abuso, atentado contra la libertad. Y ¿qué diferencia hay entre estas escenas perturbadoras y la prédica polarizadora que divide y crispa a la población? Venezuela, Nicaragua y tantos otros países en el mundo siguen la misma lógica en búsqueda del poder. El pueblo cubano pide cosas simples: comida, medicinas, ¡libertad! y lo que le dan son garrotazos disparados por sus propios hermanos. Nuestro presidente ofreció comida y medicinas, aquí donde más de la mitad de la población reside entre la pobreza y la pobreza extrema y escasean las medicinas o tienen precios privativos. Y más de la mitad del país sin vacunar. Pero la estructura dictatorial queda sin tocar.
Recuerdo el programa dictado por JP.II en su visita Cuba, (Enero de 1998): “Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba. Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”. Esto es mejor que lazar al pueblo contra el pueblo. Cuba vivió de vender su revolución y su gente. Y algo más también, difícil de decir. Pero ya nadie quiere comprarle. Cuba no es un país minero o petrolero como Venezuela, fue bastante sencillo hundirla en la miseria. Ni Rusia ni Venezuela pueden financiarla, ya. De última hora: Cuba quita los aranceles a alimentos y medicinas después de las protestas.
Paulina Gamus hace una oportuna cita: “La única explicación que me cuadra es la del odio a su propio país, odio nacido de un profundo resentimiento que arrastró desde la infancia, (Chávez), más por el maltrato materno que por las condiciones socioeconómicas de su familia. En su obra “Tiberio, historia de un resentimiento”, D. Gregorio Marañón, quizá el más agudo analista de ese terrible sentimiento dice: “… al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora. Porque el triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento; y esta justificación aumenta la vieja acritud. Esta es otra de las razones de la violencia vengativa de los resentidos cuando alcanzan el poder. Llegado al poder, el resentido es capaz de todo”. ¡Que si lo es! Ya vemos a donde nos llevó el resentido mayor y por dónde nos conducen los resentiditos que lo sucedieron.
Muchas de las cosas que suceden en México, – y en Cd. Juárez -, no se explican más que por teorías tan dolorosas y radicales como las teorías de D. Gregorio Marañón.
Muchos de nuestros directores políticos están afectados seriamente por la enfermedad de la violencia, el odio, el resentimiento, la avaricia. Mi opinión es que apenas quedan posibilidades de salvación, si cada uno no tiene el valor de vencer su propio miedo y contemplar cara a cara su propia implicación es esa enfermedad mortal que es la enfermedad de violencia. En el fondo, es lo que se llama pecado original; se trata de esa extraña propensión a la violencia, a la agresividad, al revanchismo. Buscar la curación, la salvación solidaria, como único camino para escapar a la solidaridad en la desgracia, es la alternativa. (Haering). ¿Cómo podremos componer, enderezar nuestro entorno, enfermos y resentidos, con el alma amargada, sedientos de poder y dinero?
El estado lamentable, increíble, en la estructura física de Juárez exige una lectura freudiana. Es el odio a la madre, a la ciudad la matriz ampliada de mi vida, que es tanto como odiar la vida; el resentimiento, la revancha por lo que la vida no me dio, por las humillaciones, porque se conoce mi pasado penoso, etc. entonces se desarrolla lo que señala el Dr. Marañón: el resentimiento. “Llegado al poder, el resentido es capaz de todo”. Cuánta falta de sensibilidad, cuánta molestia, cuánto destrozo, en la Ciudad. Estamos ante la teoría del Dr. Marañón: patología pura. ¡Y qué aguante del pueblo! Lilia Méndez ha acertado al denunciar la inviabilidad de la “ciclovías” y la decisión de suprimirlas. Que es desperdicio de recursos, pues debió pensarse antes. Solo ha abigarrado más la ciudad.
El amor a la patria, el reconocimiento del prójimo, la serenidad, el desinterés, el auténtico sentido y vocación de servicio, el sacrificio hasta dar la vida, eso hizo de Adolfo Suárez un profeta de nuestro tiempo. Un santo laico. ¡Y un gran político!