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Así te necesito

de carne y hueso.

Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,

tumulto y sinfonía de los cielos;

y, a zaga del arcano de la vida,

perfora el caos y sojuzga el tiempo,

y da contigo, Padre de las causas,

Motor primero.

 

Mas el frío conturba en los abismos,

y en los días de Dios amaga el vértigo.

¡Y un fuego vivo necesita el alma

y un asidero!

 

Hombre quisiste hacerme, no desnuda

inmaterialidad de pensamiento.

Soy una encarnación diminutiva;

el arte, resplandor que toma cuerpo:

la palabra es la carne de la idea:

¡encarnación es todo el universo!

¡Y el que puso esta ley en nuestra nada

hizo carne su verbo!

Así: tangible, humano,

fraterno.

 

Ungir tus pies, que buscan mi camino,

sentir tus manos en mis ojos ciegos,

hundirme, como Juan, en tu regazo,

y –Judas sin traición– darte mi beso.

 

Carne soy, y de carne te quiero.

¡Caridad que viniste a mi indigencia,

qué bien sabes hablar en mi dialecto!

Así, sufriente, corporal, amigo,

¡cómo te entiendo!

¡Dulce locura de misericordia:

los dos de carne y hueso!