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Y todo fruto del vientre de la mujer es bendito. Es bendito porque es la vida. Nos aprestamos a celebrar ya el nacimiento del Fruto bendito del vientre de María, la mujer bendita entre todas las mujeres; Navidad quiere decir nacimiento, y, ¿cómo tendrá lugar un nacimiento sin una mujer, sin una madre, sin un vientre, sagrario de la vida?

A partir del día 17, en la liturgia que nos acerca a la navidad, la presencia de lo femenino se hace, más explícita y más densa. Todo porque en el fondo lo que celebramos es la vida. La Vida. Y ¿cómo celebramos la vida sin el vientre bendito que nos la da, que nos la ofrece? Por ello, el vientre, es decir, toda mujer, es bendito. Bendita tú y bendito el fruto de tu vientre……

Pero ¿Qué quiere decir bendición, bendecir, según la biblia? La bendición de que habla al Biblia comporta habitualmente la noción de «vida» y de cuanto está relacionado con la vida. Por eso la bendición implica: fecundidad, fuerza vital, energía benéfica, crecimiento, éxito, prosperidad, plenitud, felicidad, salvación, paz… Si la bendición es eso, es obvio que la fuente primera de la vida es Dios mismo, “porque en ti está la fuente de la vida y tu luz nos hace ver la luz” (sal.36,10).    

Cuando Dios bendice a personas, – y la biblia es una larga cadena de bendiciones que culminan cuando Pablo dice que Dios nos ha bendecido en Cristo toda con clase de bendiciones terrestres y celestiales -, o a otros seres de la creación, los hace partícipes de su vida, de su fecundidad; les transmite su energía vivificante, de muchas maneras, según la naturaleza de cada quien, la tierra es fecunda, los animalitos; el hombre y la mujer, “sean fecundos y llenen la tierra”. Por tanto, la persona o cosa bendecida por Dios experimente concretamente la fuerza vital que emana de él. Es la bendición que se imparte a la pareja que está ante el altar.

Así como la bendición de Dios se concreta en el don de la vida, resulta obvio en el seno como lugar privilegiado de la bendición divina. Cualquier forma de vida es la manifestación de la bendición que viene del Señor. Pero esto será particularmente verdadero de la vida humana. Henos aquí, por tanto, ante el seno de toda madre en Israel, como sede de aquella primerísima bendición que es la vida de ser humano en su germinar inicial.

Por boca de Isaías, el Señor mismo proclama: “yo … abro el seno materno” (66,9), es decir, doy la vida, concedo el don de la maternidad. Y el salmista repite exultante: “La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre …. tu mujer como vid fecunda, en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa: esta es la bendición del hombre que teme al Señor” (Sal.127,3, 128,3-4). ¡Qué bello cuando esto es esplendente realidad! ¡Ved qué bueno es, qué hermoso convivir los hermanos reunidos! (sal.131,1).

Así, pues, por ser morada-receptáculo que acoge y lleva la vida del que va a nacer (por ser, en suma, “gestante”), es designada con palabras como estas: cueva, cisterna-pozo, fuente … cada una de estas palabras está relacionada con el elemento “agua”, que es principio de vida, de fecundidad (de hecho, el niño en el vientre está en “agua”). También la iglesia usa el “agua” para “bendecir”. Y nacemos a una vida nueva en el agua bautismal.

Junto a la alegría de la mujer que ve florecer la vida en su propio seno, la biblia conoce, además, el gemido y la angustia de las esposas estériles. La esterilidad de la mujer en la biblia era asumida, si no como maldición, sí como algo vergonzoso. Sabemos bien que tal surte tocó incluso a algunas entre las más insignes madres de Israel, como: Sara, Rebeca, Raquel, a la madre de Sansón, a Ana, madre de Samuel, a Rut e Isabel, madre de Juan el Bautista.

Si leemos bajo esta óptica las genealogías de Jesucristo en Mateo o Lucas podemos apreciar el papel de la mujer en la historia de la salvación. El vientre de la mujer será entonces el lugar de la salvación que Dios quiere para la humanidad. En esas cadenas genealógicas aparece la aceptación de la mujer de su maternidad, está dispuesta colaborar con su ser mujer en la obra de Dios. Mientras Sara era estéril, la promesa estaba en suspenso: Abraham lo sabía; tuvo un hijo en otra mujer, pero no fue el hijo de la promesa.

Una noche estrellada, bella, en el desierto, junto al mar, Abraham se quejó con Dios, en una conmovedora plática: ya estoy viejo, y tengo hijos, ¿quién me va a heredar? Era tanto como decirle: Tu promesa según la cual en mi descendencia serían benditas todas las naciones de la tierra. ¿dónde ha quedado? Alza los ojos al cielo, le dice el Señor, y cuenta las estrellas si puedes. Así será tu descendencia. Y el Señor abrió el seno de Sara, es decir, le concedió, contra toda esperanza, anciana y estéril ella, Abraham viejo, el don de la maternidad. (Is.66-9). Y se cumplió la promesa. La salvación de Dios estará siempre en el seno de las mujeres de Israel hasta que llegara la plenitud del tiempo y Dios nos enviase a su Hijo «nacido de mujer».

No es indiferente el hecho de que Dios haya realizado su obra de salvación a través de la mujer. ¿Qué cosa más grande se puede decir de la mujer? Sin ella, faltaría en la historia de los hombres, algo esencial pues carecerían de la colaboración y la presencia de quien constituye su complementariedad esencial. En el momento más alto de la historia, historia de salvación, está la Mujer que hará posible el proyecto de Dios en favor nuestro. Junto a ella está toda la humanidad femenina. María prolonga toda la grandeza, la profundidad y la capacidad de escucha y acogida, de entrega y donación que las mujeres, a lo largo de la historia, han vivido bajo el impulso del Espíritu en favor de la humanidad.

Por ello, escribe Pablo VI, María puede ser tomada como modelo de aquello por lo que suspiran los hombres de nuestro tiempo. Así, y por poner unos ejemplos, la mujer contemporánea, deseosa de participar con su poder de decisión, en las opciones de la comunidad, contemplará con íntima alegría a la Virgen Santísima, elegida por Dios, que da su consentimiento, no para la solución de un problema contingente, sino de la «obra de los siglos», nada menos, que la Encarnación del Hijo eterno del Padre. Humilde, pobre, orante, mujer del silencio, de la escucha, que acoge para luego ofrecerlo al mundo.  

Un seno de mujer, el de María, se convierte en el lugar de la bendición más alta concedida por Dios al mundo. Con razón Isabel, llena de Espíritu Santo, pudo exclamar dirigiéndose a María: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc. 1,42). Resulta imposible separar al Hijo de la Madre; desafortunadamente muchas denominaciones emergentes, llamadas cristianas.

Quiero terminar con un bello ejemplo, una especie de metáfora prolongada; se trata de una carta pastoral de los Obispos de Suiza, (16.09. 1973): «La redención…es el don del Hijo al mundo, mediante la encarnación y la muerte de cruz. Pero no es suficiente, para que exista un verdadero don que alguien tenga la bondad de hacerlo; es necesario también que alguien tenga la confianza de aceptarlo. Sin duda el Padre que da al Hijo, el Hijo que obedece, el Espíritu que derrama este don, los tres son infinitos, y la pobre Virgen que lo recibe es una humilde criatura, como una nada ante la Divinidad. Pero sin esta pobre nada, sin la fe de María, el amor de Dios hacia los hombres no se habría convertido en el don que se manifestó en Cristo Jesús.  He ahí la razón de por la cual la Virgen con su «sí» se desposa realmente con el amor que Dios quiere manifestar a los hombres y permite que este amor se manifieste. Así ella es, para nosotros, la Madre de todo humano consentimiento.  Su función en la historia de la salvación es única e indispensable». . Es el “sí” de María es sí más importante de la historia.

Con lo dicho, contrasta duramente el fenómeno de los feminicidios. “Asesinada deja en la orfandad a 6 niños. X fue acribillada cuando venía de la tienda con los alimentos para la comida; la bolsa de frijoles tenía un agujero de bala’. “X fue ultimada a balazos mientras sostenía en los brazos a su bebé. Asesinada vivía en un picadero”. (Diario de Juárez).

“Una sociedad que mata a sus mujeres no tiene futuro”, dijo B.XVI a Don Renato. Nuestra comunidad ha vivido y vive el horror de los asesinatos de muchas mujeres; se trata de algo incalificable y que ofende gravemente a Dios y a María que, «es mujer». Contemplar el misterio de María en este Adviento-Navidad nos permite pensar cristianamente en la mujer, en su vocación y dignidad intransferibles. La piedad mariana no puede tomar tonos demagógicos, pero no puede tampoco resultar ausente frente a una cuestión que la doctrina de la Iglesia y el magisterio papal ha puesto de relieve.

Porque estás ahí, siempre ….

Porque eres María

Simplemente porque existes

Madre de Jesucristo,

Te doy gracias.

                                                      Paul Claudel.