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Diálogo imaginario.

Una noche de

Sep. 1910.

Una noche en la casona de los Madero, a las afueras en San Pedro de las Colonias. Desolado paisaje, paramera ingrata que sólo la tenacidad de los hacendados españoles y sus descendientes lograron hacerla producir. Aquella era una de las tantas fincas que la familia Madero tenía diseminadas por la región. Inmensa y profunda noche del desierto, helada y clara, y el cielo en redundancia. En el cielo descansan los astros luminosos y lejanos, y en la tierra los ánimos se agitan.

Tío y sobrino al abrigo de la noche discuten los detalles del impostergable levantamiento, mientras en la Capital se celebra a toda pompa, presencia del cuerpo diplomático y embajadores especiales, el Centenario de la Independencia. Legaciones enteras contemplaron asombradas el brillo de la hermosa ciudad y el fasto del célebre dictador. «De vuelta a vuestros países, decid a vuestros gobernantes el puesto que ha alcanzado México», les dijo D. Porfirio.

Galera grande, de techos altos, paredes de adobe crudo ancho, enjarradas y encaladas, adornadas a tramos con tapices desleídos y polvosos, luciendo escenas mitológicas; y rostros de los antepasados cogidos en la parálisis del retrato; el techo lucía esbeltas vigas oscuras muy cerca una de la otra. Madero habría de recordar, siempre, aquella noche en su casa, ante la mesa atestada de papeles en la que ardían dos quinqués. Deja de escribir y voltea su silla giratoria hacia el sillón en que reposa, fumando un cigarrillo de hoja, don Catarino Benavides.

Tío, dice de pronto Madero, yo veo que el final de toda esta lucha por la democracia va a ser la revolución; no veo otra salida.

De eso no te quepa la menor duda. Por las buenas no vas a conseguir nada. Además, ¿ya calculaste el costo que tendría una revolución? ¿No acaso una de las glorias del dictador ha sido la pacificación del país? ¿No hemos crecido de nueve a quince millones de habitantes? ¿No es el crecimiento industrial y económico un ejemplo? Tú mismo reconoces los méritos de D. Porfirio en tu libro. ¿No ha unido el territorio con los trenes? Ya de pie, don Catarino caminaba, yendo y viniendo por la sala con las manos anudadas en la espalda, siempre que no tuviera que encender otro cigarro.  El piso era de madera burda con desniveles.

Madero no pareció escuchar y afirmó volviendo su tema: así me lo figuro. No creo que D. Porfirio nos deje llegar al final de las elecciones.

Antes habrá atropellos, encarcelamientos y muertos, dijo Benavides; D. Porfirio no deja la silla y mucho menos a ti. ¿Has creído por un momento siquiera que eso pudiera ser? ¿Ya pensaste en Reyes, o en los eternos ministros de D. Porfirio; incluso en Venustiano? Y tú sabes bien que Venustiano odia a los Madero y te envidia a ti.

No soy sólo yo, afirmó Madero; a los clubes que he fundado les he dejado también el encargo de que busquen un hombre, que me lo presenten, capaz de ocupar el puesto que deje D. Porfirio. Por eso nunca lo he pensado. Pero sí creo que para sucederlo es necesario primero preparar la opinión. En la Capital hay un grupo muy fuerte de intelectuales. No podemos acusar de nada a D. Porfirio mientras los mexicanos no se presenten a las urnas. Es a  las urnas a donde tenemos que llevar al pueblo, éste es el primer paso que tenemos que dar.  Sacar a la gente del marasmo en que está sumida.  Despertarla; y para eso solamente se necesita trabajar como lo estamos haciendo, en el terreno de la democracia, con libros, con periódicos con discursos, fomentando clubes y haciendo propaganda.  Los clubes maderistas están trabajando ya.

Y, después, cuando pierdas, ¿qué?, añadió D. Catarino con el tono socarrón del ranchero, mirando como de arriba pa’bajo y el cigarro de hoja pegado en la comisura de los labios. Eso es lo que estoy pensando, dijo Madero. Habrá que ir a la bola.  Ese es el único camino que desgraciadamente nos queda, no veo otro.

La noche era fría, el viento del desierto traía el olor del campo junto con el polvo y se colaba por las rendijas de las puertas hechas de tablas rudas.  A los ruidos de la noche del desierto se aunaban los relinchos en los macheros y los ladridos que hendían la oscuridad. Las luces de los quinqués agudizaban los rasgos del rostro de Madero y un halo de misticismo parecía envolver su figura diminuta.

Pues iremos a la bola, aceptó don Catarino, caminando con las manos tomadas en la espalda. Y entonces, ¿con quién contarías? Me figuro que con los afiliados antireeleccionistas, dijo mirando de reojo, estudiando el rostro de Madero. Hay algunos que pueden servir, a otros no les veo madera. ¿Por dónde comenzarías, pues?

Por todo el país, respondió Madero. Debe de ser cada lugar en donde haya un Club antireeleccionista y el mismo día.

¿Y cómo se te ocurre decir el día exacto del mentado levantamiento? ¿Pos’ que no conoces a Porfirio?, le contestó D. Catarino con cierto enojo. Los golpes se dan, m’hijo, no se avisan; ora la policía estará preparada, nomás viendo a ver quién se mueve pa’tronarlo. ¿O, ya se te olvidó lo de Tomochi, allá en la sierra de Chihuahua? Y luego tú, ¿pa’dónde te irás? Ten en cuenta que tu vida peligraría inmediatamente que ocurriera eso, pues no pensarás que en un día va a caer la dictadura, concluyó D. Catarino.

¡Claro que no! ¡Serán meses, serán años! ¡Vaya usted a saber!, acepta Madero.

Divaga Madero un momento, viendo tal vez en su mente el movimiento que puede ocurrir, y continúa: ¿Usted qué piensa, tío? ¿Dónde debería estar yo mientras toma fuerza el movimiento?

A ti te convendría salir antes del país. Irte a la frontera y pasar al otro lado y esperar allí hasta que yo levante en armas a Coahuila y tome Piedras Negras. Tu primer golpe será a lado mexicano por ese lugar y establecer ahí el gobierno provisional que tú encabeces, y desde allí dirigir todo el movimiento del país. ¿No te parece?

No me parece mala la idea, dice Madero entusiasmado, pero reflexiona enseguida. ¿Usted sería capaz…de…? Y… ¿armas, pa’qué…?

¿Yo?… ¡Me canso! Yo te levanto Coahuila y te tomo a Piedras Negras.  Yo peleé mucho con los indios cuando tú todavía no nacías.

Con los indios comanches…Y contra el gobernador….

Me acuerdo, de eso sí me acuerdo, contesto Madero. Cayó el mal gobernador José María Garza Galán debido a ese movimiento, pero no llegó a haber pelea.  Ahora no sería lo mismo, y en cuanto a los indios comanches, tío, los soldados de Don Porfirio tiran con máuser, no con flechas.

Las flechas también matan, y feo, y si nosotros no llegamos a pelear cuando Garza Galán, fue porque ganamos sin llegar a “echar bala” pero teníamos los tamaños y la decisión para estacar la zalea, m’hijo. Por armas y por cartuchos no te preocupes. Conseguiremos los que sean necesario aquí o en Estados Unidos. Además, a nadie le falta una carabina y unos tiros en su casa y con eso tenemos, y por si fuera poco, les quitamos a los federales sus máuseres y con ellos les damos. Acuérdate que el Cura Hidalgo tampoco tenía armas y comenzó a pedradas, palos y machetazos.

¡Tiene usted entusiasmo, tío, y eso me da mucho ánimo!

¡Claro que tengo ánimo! Mira, por lo que hace a Coahuila, contamos con seguridad con las peonadas de las haciendas de La Laguna, y en el norte con toda la gente del campo, que es de fiar. Son buenos tiradores y gente de a caballo, yo  te respondo de ellos. Nomás de Allende, Rosales, Gigedo, Hacienda de Guadalupe y Río Grande, yo te levanto cuando menos cuatrocientos hombres montados y armados. De las haciendas de ustedes, los Madero, sacamos no menos de dos mil, y nomás que vean el primer movimiento, los peones de las haciendas de los gachupines no queda ni uno en los ranchos. ¡Vas a ver! De mi rancho, “Las Habas”, y de las congregaciones de San Nicolás y de Mayrán, yo te saco muy bien doscientos vaqueros buenos para todo, menos pa´trabajar.

¡Pero tío….!

-¡No m´hijo! Si es la verdad. Estoy seguro de que van a ser buenos guerrilleros. Son campiranos y les gusta la carne de reses robadas.

Pero oiga tío, ¡usted ya está pensando en reses robadas!

Hay que pensar en todo. ¿Tú crees que la gente que se va a levantar va a llevar dinero pal´bastimento o pa´pagar fondas? ¡No! Va a matar federales, pero también tendrá que matar vacas y chivas pa´comer. ¡Qué poco sabes de la vida, m´hijo!

Desgraciadamente tiene usted razón. Es natural. Tendrá que haber de todo: idealistas y sinvergüenzas. La pura gente decente no va a hacer la bola.

La bola se hace con desamparados y hambrientos, m’hijo.

Esa es la ventaja que tenemos, dijo don Catarino, que son muchos más los necesitados y los malas mañas, que los otros. No hay más que despertarlos y darles una oportunidad, la esperanza del botín, de que se avancen con lo que encuentren, de que van a salir ricos, cuando termine la bola. Sólo con esa gente se podría hacer la guerra. No cuentes mucho con la gente decente, éstos hasta te  pueden traicionar. Confórmate con los otros. Haz lo que haya que hacer y mételos en cintura si puedes.

Es la única forma.  Por la buena nada has de conseguir. Todas las revoluciones han sido duras, sangrientas, desordenas y crueles. Tú conoces la historia y sabes de eso más que yo. No pienses, pues en lo malo del principio y atiende sólo a la finalidad.

Tiene usted razón, tío; tiene razón.

Y volviendo al principio de esta conversación, cuando tú dispongas que se encienda el país, te vas al otro lado, yo, ya te dije, te levanto Coahuila, te tomo Piedras Negras y allí establecerás el Cuartel General de la Revolución Libertadora.

Bueno, ya es muy noche; ya mero cantan los gallos y mañana será otro día. ¡Vamos a descansar! Dirás bien.

En la capital, mientras tanto, continuaba la celebración del Centenario, en  medio de la alegría de la gente, de los juegos pirotécnicos y la admiración de propios y extraños. Y la Columna recién inaugurada. ¡Hermosa lucía la capital!