[ A+ ] /[ A- ]

El 4 de octubre celebramos a S. Francisco de Asís (1182-1226) figura universal, de las más grandes que ha producido el espíritu en la serie de sus milagrosas revelaciones. Porque S. Francisco es prodigio, es milagro y revelación. Su obra civilizadora nos alcanza incluso a nosotros dado que nuestra dolorida y profanada ciudad fue fundada por uno de sus hijos.  

Olivier Messiaen estrenó la ópera: ‘San Francisco de Asís’. En la historia de la ópera, algunas obras ocupan un lugar de excepción no solo por su inventiva musical sino porque, dramatúrgicamente, responden a las aspiraciones y problemas de sus épocas. En el Fidelio, de Beethoven, la trompeta se revela como el clarín de la liberación, y deja de ser el llamado a la guerra, símbolo del poder; en Tristán e Isolda de Wagner, el cromatismo del tema inicial y el uso de tonalidades hacen patente al laberinto conflictivo del amor en Occidente; en San Francisco de Asís de Messiaen, el canto de los pájaros, que el hombre moderno no escucha, llega a ser el elemento estructural de la melodía musical. Por esa razón, tras oír la ópera de Messiaen, llegamos a comprender la naturaleza de diferente forma, al tiempo que nos identificamos con el personaje que es S. Francisco.

S. Francisco de Asís es un milagro, un hombre de excepción cuya atracción y fascinación nunca han cesado; fiel reflejo de Jesús, ante el cual podemos contemplarnos para medir nuestra humanidad, para medir nuestras posibilidades y lo hondura de nuestros fracasos. Hay una vieja definición de la filosofía, según la cual, la misma filosofía consiste en el poder de asombrarse y maravillarse. El niño se asombra ante los espectáculos más sencillos y el sabio, que no es sino un niño grande, sigue maravillándose y asombrándose. En este sentido, S. Francisco fue un filósofo y un poeta, un renovador religioso y un civilizador gracias a esa forma de contemplar la naturaleza y descubrir en ella al hermano sol o a la hermana luna y la hermana agua; se trata de una inmensa reconciliación o sintonía del hombre con la naturaleza contemplada como reflejo y don de Dios. Y si esto se puede hacer, y Francisco lo hace con la naturaleza, con el hombre, la necesidad de descubrir en él al hermano, al hijo del mismo Padre, se convierte en necesidad impostergable. ¡Laudato sii mi Signore!

En Los Motivos del Lobo, Darío traza la añoranza de esa paz idílica que ya cantaba el profeta Isaías, cuando el hombre será capaz de vivir en paz, incluso, con las bestias salvajes. En este periodo amargo de destrucción y muerte, de egoísmos feroces, de bombardeos que destrozan pueblos y naciones, de pandemias feroces y manipuladas, sometidos a la ley caníbal de los mercados, es bueno contemplar a estos hombres que han hecho andar la historia, que nos reconcilian con el hombre mismo, que nos dan esperanza. Tales fenómenos revelan “el genio del cristianismo”, según Chateaubriand.

Gran proceso de reconciliación cósmica animó la filosofía y la poesía de Francisco; ¡pero cuidado!; no fue un ambientalista: «hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio que lleve, yo, tu amor».  Esto hace de Francisco un hombre de actualidad necesaria; el hombre social que resultó ser Francisco, cuyo pensamiento se nos aparece precisamente en esta época atormentada, como la única manera de vencer la destrucción y el odio, para darnos un futuro de paz fundado en la concordia, en la reconciliación, nos es necesario. “Muriendo es que volvemos a nacer, y dando es que tú nos das”, rezaba Francisco arrebatado de amor. Hasta AMLO ha operado el apotegma franciscano: ¡Amor y Paz! Ojalá no le quede grande porque S. Francisco exige simplemente renuncia a la ambición.

El amor de S. Francisco por la naturaleza, renunciando a la vez a toda forma de «posesión», es lo que fascina al mundo. De igual modo, es la razón por la que podrá convertirse en el héroe de una generación víctima de una cultura que ha hecho del consumo su becerro de oro. A principios del s. XII la iglesia enfrenta una de esas crisis severas de su historia; la corrupción en el alto clero, el poder total pretendido por la iglesia, (papa Honorio III), la riqueza, el boato, etc.; Francisco ofrece una nueva energía a la vida espiritual de su tiempo y nos enseña cómo se han de afrontar las ‘crisis’. Su receta es muy sencilla: la desposesión de cualquier tipo de bienes, la ayuda a los pobres y a los enfermos y el enriquecimiento del alma a través del amor a la naturaleza y a todas sus criaturas. Así pues, la humildad y la bondad se convierten en valores clave. Dios prepara en el silencio almas gemelas y unidas para el bien de su pueblo; junto a Francisco están Sto. Domingo, Buenaventura, Tomás de Aquino, Sta. Catalina, etc.

La filosofía de Francisco es sencilla y creadora y está al alcance del niño, afirmaba don. J. V. en una ponencia memorable paragonando las figuras de Nietzsche y a S. Francisco: la voluntad de poder frente la renuncia y entrega en el amor. La filosofía de S. Francisco es el evangelio y nos dice que todas las cosas son obras de Dios y por eso las encontramos bellas y que en el hombre lo importante es el alma que tiene un destino que cumplir en este mundo. ¿Cuál es ese destino? No es preciso acudir a ninguna metafísica para investigarlo. El evangelio nos dice que ese destino es conquistar la vida eterna, y para consumarlo, basta con seguir al pie de la letra el modo de acción del evangelio. Eso fue lo que hizo el Santo en uno de los momentos más oscuros y difíciles en la milenaria historia de la Iglesia: cuando todo amenazaba ruina, cuando había mucha podredumbre y la barca hacía agua, Dios iba fraguando en almas selectas, verdaderos reformadores de la Iglesia y de aquella sociedad y siguen siendo modelos para la iglesia de hoy.  Con los bolcillos repletos de dinero, no se puede predicar el evangelio. S. Francisco no necesitó offshores. Tal es el modelo de toda renovación en la iglesia y en la sociedad. 

En el mundo occidental donde la moda llena con regularidad las páginas de los diarios mientras se cuentan a millones los jóvenes, universitarios o no, que no tienen trabajo ni futuro; en este mundo, en el que los grandes deportistas multiplican la cantidad de dinero que ganan prestando sus cuerpos para campañas de publicidad de ropa interior mientras el 19% de la población mundial no tiene agua potable; en Europa, donde aún se mantienen las ideas de la Revolución Francesa como lema pero se cierran sus fronteras a los que huyen del terror de las dictaduras, del hambre y la sed; en un mundo como este, en plena descomposición de los valores del espíritu, a pesar de su avanzada  tecnología, Francisco nos dice que quizá sería bueno que nos alejáramos de nuestras ciudades, de nuestros coches, de nuestros celulares y que nos reencontráramos con la naturaleza, que observáramos el vuelo libre de los pájaros y nos interesáramos por los problemas de los que necesitan ayuda, todo lleno de gran dulzura y amor hacia los más débiles e indefensos frente a los brutos. 

Lo que parece ingenuo, requiere coraje, fuerza, disciplina y mucho amor. Es más fácil reírse y burlarse que detenerse un instante y dedicarle algunos pensamientos: es justamente lo que Messiaen ha comprendido y ha querido comunicar. La estructura de su ópera y de su música son hasta tal punto importantes que desde los primeros compaces, esta música angelical nos transporta a un mundo de nuevas sensaciones. Nos eleva a alturas desconocidas y nos llena de nuevas energías. 

Messiaen ha compuesto una partitura como una catedral, para que podamos salir de ella convencidos de que en este siglo necesitamos con urgencia detener nuestra carrera contra el reloj y tomarnos el tiempo necesario para meditar viendo el atardecer, escuchando por la mañana el canto de los pájaros, contemplando la monumentalidad de las montañas y los océanos infinitos. De este modo conseguiremos, – nosotros, hombres postmodernos que a pesar de disponer de la tecnología de punta sentimos que nos domina la angustia de vivir, el taedium vitae -, tener la suficiente visión de futuro para que nuestro hermoso planeta pueda ser la Casa de todos los hombres. 

Su familia religiosa, contagiada de su espíritu, abarcó nuestro Continente, desde la Patagonia hasta la Alta California. El cordón franciscano se extendió por las soledades, las cordilleras, los desiertos y las selvas de América. Su obra civilizadora va desde el Colegio de la Santa Cruz de Tlaltiloco hasta las universidades del Continente hodiernas. ¡Salve, oh, San Francisco!