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Cansado de la consideración superficial de la realidad amenazante de nuestro tiempo; mientras los medios vierten, como en una tolva, una enorme cantidad de material improcesable, por lo general de corte político ¿por qué no hablar de cosas bellas?; por fortuna existe la belleza que radica sobre todo en el alma y se plasma en el arte.

Empeñado, además, en ordenar la biblioteca, guardando en cajas aquellos libros que ya no leo. El tiempo nos va marcando el ritmo y revelando lo esencial y convenciéndonos de que llevamos demasiado equipaje para un viaje que a la postre no es tan largo y que va siendo tiempo de leer en lo íntimo, el libro más difícil e interesante. Los libros que voy sacando de circulación son libros de alta especialización que rindieron y dieron su fruto y ahora duermen en espera de otra primavera que no será la mía; removiendo, pues, libros y recuerdos, y polvo, di con un bello ensayo de Olegario Gonzáles de Cardenal, del 2004, publicado en El País, con el título que lleva el presente.

Siempre he admirado a González de Cardenal; es uno de esos hombres que revelan el genio español. Nació en 1934 y tal vez aún viva esta vida mmortal. Realizó sus estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de Ávila. Recibió la ordenación sacerdotal en 1959. Entre 1960 y 1965 estudia en la Universidad de Múnich, donde se doctora en Teología (1964) y es Wissenschaftlicher Assistent. Más adelante estudia en el St. Antony’s College de la Universidad de Oxford como Research Fellow (1971) y en la Universidad Católica de América en Washington D. C., Universidad jesuita, (1981-1982). Alumno de los teólogos Michael Schmaus y K. Rahner. De su vasta obra es de leerse “Madre y Muerte”, encendido canto ante la muerte de su madre, en él acoge y expresa los sentimientos que hemos vivido los que hemos llorado ante los restos mortales de nuestra madre. “De padre y madre venimos, con padre y madre crecemos y sin padre ni madre nos vamos quedando en el umbral de la vida” 

Sí; la Sagrada Familia, obra imponente de la arquitectura modernista catalana. Pero, además es Templo Expiatorio consagrado a la Sagrada Familia; es decir, un santuario para desagraviar a Dios por los pecados cometidos en contra de la institución sagrada de la familia. Gaudí inició los trabajos en 1882. Pero ¿de dónde surge la idea? ¿Quién la echa a andar? ¿Cómo llega a Gaudí?, todo parece simple azar, impulsos ciegos, inconexos del acontecer que solo al final revelan su fuerza, forma y la inspiración divina. 

El presente es un “condesado” de: “Gaudí, Manyanet y La Sagrada Familia”. Hay nombres que fijan un siglo y fechas que sellan una geografía. La historia de España en el siglo XIX pasa primordialmente por Cataluña que, en una explosión de cultura e industria, despertar literario y religioso, determina gran parte de los fenómenos políticos y sociales del siglo siguiente. La historia de Cataluña en ese tramo del tiempo es también fruto de un renacimiento espiritual con una pléyade de santos. Ninguna otra región hispánica ha dado tantos fundadores, escritores y santos, hombres y mujeres, en tan corto espacio.

Gaudí se sitúa en el epicentro de esa constelación de creadores que, desde el arraigo en la naturaleza, la cultura y la fe van a trasformar el panorama espiritual. Como todo fenómeno creativo, no se entiende sin la inserción en su medio de nacimiento y, sin embargo, los desborda. Si yo tuviera que elegir tres palabras para caracterizarle diría que fue un genio, un santo y un pobre. Venía de la tierra y del contacto con la naturaleza. Eso le dejó en sus venas el sentido del trabajo a la vez que el empeño por la obra bien hecha. Y comió con hambre el sabroso potaje catalán con la mejor salsa, el hambre. Y el vino de la casa. Pobre y feliz familia donde se tenía que trabajar con intensidad y esmero. El carácter se forjó en el trabajo duro y en la pobreza digna donde nada faltaba y nada sobraba. Todo en el centro de una familia serenamente cristiana. La vida en la naturaleza fragua el carácter y señala el camino. Quizá antes de mis 10 años yo aprendía a sembrar, cultivar y a cosechar sin saber que un día sembraría, cultivaría y cosecharía otra Simiente. ¿Acaso los Apóstoles dejaron de ser pescadores?

“Tengo el don de la percepción espacial porque soy hijo, nieto y biznieto de forjadores de cobre; mi abuelo, también. Por parte de mi madre en la familia también había herreros; su abuelo era tonelero, mi abuelo materno era pescador”. Si eso le aportó su contacto inmediato con la naturaleza, el contacto con la cultura le permitió trascender, purificar y universalizar esas raíces. Jesús fue carpintero y vivió treinta años en familia, luego universalizó la experiencia de familia y del amor. Gaudí no fue sólo la Escuela de Arquitectura, sino también y sobre todo fue las amistades que cultivó, porque las amistades modelan e inspiran. El fondo cultural representado por J. Verdager y por J. Maragall en una línea y en otra representado por don Enrique de Ossó, fundador de la teresianas; el doctor Torras y Bages; el padre Casanova, SJ; los obispos Grau, de Astorga, y Campins, de Mallorca, y los monjes de Montserrat, nos dan el subsuelo a la vez cultural y religioso en el que crece el arquitecto revolucionario del paisaje urbano barcelonés.

Junto a influencias identificables está ese enigma de cada vida personal y, en nuestro caso, la vida ante Dios de este hombre. Un camino de fe, discernido y consentido, llegando a una actitud de entrega a la obra bien hecha que, recibiéndola como encargo, se le convierte en la divina misión de su vida: el Templo Expiatorio de La Sagrada Familia. El milagro es resultado de una rigurosa formación profesional y de un duro trabajo diario, a la vez que una intensa vida espiritual, tejida de oración ante el Santísimo, de comunión diaria, de formación teológica y litúrgica, que va desde seguir los cursos de canto gregoriano en Montserrat y la lectura diaria de El Año Litúrgico. En 1911, la lectura de San Juan de la Cruz le inspira la fachada de la Pasión. ¿Qué tendrá la lectura de ese místico español excepcional, – la época de oro -, compañero de Teresa la grande, que en el siglo XX ha inspirado la poesía inglesa con los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot; la metafísica de la Sorbona, con sus grandes maestros girando en torno él (Bergson, Blondel, Delacroix, Baruzi, Maritain)?, ¿la fenomenología alemana con E. Stein; la política de la nueva Europa en R. Schumann y Guardini, y la arquitectura revolucionaria de Gaudí? Son los santos los que hacen andar la historia, no la tecnología. Hoy nos sobra tecnología y nos faltan santos.

“A la gloria de Dios se alzan las torres”, escribía Unamuno, visitando Barcelona. A esa gloria de Dios y para gozo de los hombres se entregó Gaudí sosteniendo sobre sus espaldas la obra gigante. Fue el centro y final de su vida. “Muerto también el amigo Maragall (1911) y, poco después, el querido mecenas conde de Güell (1918) y el dilecto Torras y Bages, me sumergí en la más completa soledad. Mis grandes amigos están muertos; no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada. Así, pues, puedo entregarme totalmente al templo”. ¿No es ésta la tónica de toda auténtica vocación? En el templo vivía físicamente como Miguel Ángel en la Sixtina. De la Misa en la cripta, punto bellísimo de la basílica, al trabajo de las bóvedas pasaba sus días en intensidad de acción y de fe, entregado a la misión. Murió atropellado por un tranvía, pobre, casi irreconocible. Al apagarse su luz, los barceloneses se percataron de que habían convivido con un santo, y no sólo con un genio.

Gaudí construyó La Sagrada Familia que sigue en construcción. Pero ¿quién dio la idea? ¿De dónde nacieron la ilusión, los impulsos y los arriesgos que la hicieron posible entonces y la siguen haciendo hasta hoy? El 24 de junio de 1869, un joven sacerdote de 36 años, José Manyanet, escribía al obispo José Caixal, proponiéndole la idea de levantar un templo expiatorio a La Sagrada Familia. Esa semilla necesitó decenios para fructificar y fueron luego otros grupos, movimientos y personas quienes con él la sostuvieron hasta el final; pero sin la inspiración y empuje de José Manyanet no existiría. Manyanet fue canonizado por J. P. II, y con ello la Iglesia reconoce el valor de su iniciativa, la santidad de su vida, la ejemplaridad de su ministerio sacerdotal y la fecundidad de su paternidad.

Si templo e instituciones de personas no son pura arqueología, ni cultura agotada, ¿cuál es su significación permanente? ¿Por qué Gaudí consagró religiosamente su vida a levantar ese Templo sabiendo que él no lo terminaría, y proyectarlo para que se trabajara en su construcción bajo su mirada oculta hasta el día de hoy? Ante los enormes problemas que había que enfrentar, Gaudí solía decir: “San José lo terminará”. A San José está consagrada esa basílica, el hombre a quien el Padre encomendó el cuidado de la Sagrada Familia de Nazaret.

Continuará…..