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Jon 3, 1-5.10; Sal 24; 1 Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20 

La fe inicia y se desarrolla a partir de un acontecimiento decisivo, de un encuentro, de una palabra; Jesús llama, dirige una invitación, anuncia algo nuevo, interesante, de parte del Padre. La buena noticia de Dios es su Hijo Jesús que puede decir: El Reino de Dios está en medio de ustedes, porque él está en medio de nosotros.

Jon 3, 1-5.10.- Una lección de los paganos. Nínive, la grande ciudad pagana, se ha convertido. Mientras que el pueblo elegido ha rechazado tantos profetas pidiendo signos y prodigios, para Nínive bastaron pocas palabras de un profeta “menor”, como Jonás. Así, cuando la comunidad de los creyentes se repliega sobre sí misma, en un mórbido fariseísmo, Jesús le advierte: “No se les dará otro signo que el de Jonás”. “El día del juicio será menos riguroso para los ninivitas pues ellos se convirtieron por la predicación de Jonás; y aquí hay uno que es más que Jonás”. El signo de Jonás es la apertura de las puertas de la iglesia: los lejanos y extranjeros dan una lección a los que están “dentro”. El verdadero creyente no es el visitante habitual del edificio religioso sino aquel que acepta de parte de Dios el cambio de planes inesperado en su vida cotidiana.

Sal 24. El tono de este salmo es sapiencial, por ello puede incorporar elementos dispares sin mucha conexión. De este salmo leemos los vv. 4-7.8-9. Versito 4-5 domina el tema de la enseñanza. El sabio acostumbra reflexionar sobre su experiencia y la ajena, y enseñante de profesión, se dirige al Señor como Maestro de una sabiduría superior: “Los caminos del Señor”. Instrúyeme en tus sendas, has que camine con lealtad. v. 6-7.- La conciencia de los propios pecados puede tener cierta relación con el tema del camino que Dios enseña. Domina el tema de la memoria: “Recuerda Señor tu ternura y misericordia… no te acuerdes de los pecados ni de la maldad de mi juventud”. v. 8-9 El mismo tema del enseñar los caminos es recogido en forma enunciativa: El Señor es bueno y es recto y enseña sus caminos a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud y enseña sus caminos a los humildes. Es muy importante notar a qué tipo de personas el Señor “muestra sus caminos”: al pobre, al humilde, al pecador, al que se estremece ante su palabra, (cf. Is. 66,2). El tema, pues, es un llamado a la conversión.  

1 Cor 7, 29-31, Provisoriedad de la vida terrena. Pablo cree en el retorno inminente del Señor en gloria: «Hermanos, el tiempo apremia». Esta página podrá aparecer poco iluminadora para nosotros, hombre del s. XXI. Nosotros nos apasionamos por la evolución del mundo y sus cosas, y está bien dado que este mundo, en Cristo, ha sido salvado y nuestras opciones y acciones preparan uno nuevo; pero Pablo nos recuerda que la vida presente, esa alternancia de alegrías y penas, de gozos y dolores, de confusiones y preocupaciones, no es todavía la verdadera vida. 

Mc 1, 14-20- La iglesia no es una sala de cultura. Tampoco un grupo de autoayuda ni un club de beneficencia. La enseñanza de Jesús altera la vida, invierte los planes, es imprevista; golpea las conciencias, prohíbe cualquier fideísmo, cualquier oportunismo. El Reino de Dios es inminente y viene por medio de Jesús. No se trata de escuchar una doctrina, una filosofía, sino de convertirse y de dar una adhesión total a la persona de Jesús. La tibieza está condenada. La indecisión no tiene razón de ser. Dios llega. Algunos lo comprenden: los más decididos dejan todo y los siguen para consagrase totalmente al evangelio. Mediante el ejemplo y el testimonio de los cristianos, Jesús anima a todo hombre a poner todo en discusión.

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El libro de Jonás es una hermosa novela didáctica, una pequeña obra maestra que subraya la misericordia de Dios. Pone de relieve la misericordia universal de Dios que solo exige el arrepentimiento, que quiere “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Solamente así se explica, que dentro del judaísmo estricto, nazca esta pequeña obra maestra de la narrativa hebrea en la que Dios envía un profeta a un pueblo pagano, tradicionalmente enemigo de Israel, para que se convierta y, así, Dios tenga misericordia de él.

El libro no carece de tensión narrativa. El mismo Jonás se resiste a cumplir la misión, – lo contrario a un profeta -, y al final se enfada porque Dios ha tenido misericordia y se ha arrepentido de las amenazas con las que había conminado al pueblo extranjero. “Jonás sintió un disgusto enorme. Irritado, rezó al Señor en estos términos: ¡Ah Señor, ya me lo decía yo cuando estaba en mi tierra!… porque sé que eres «un Dios compasivo y clemente, misericordioso», que te arrepientes de las amenazas” (Jon 4, 1-3). Y Jonás quiere morir porque no entiende la misericordia de Dios; se sienta en las afueras de la ciudad para ver su destrucción. Los detalles psicológicos son estupendos. Nos cuesta trabajo creer y aceptar que Dios perdone a los pecadores; no es nueva la tentación de querer poner límites a la misericordia de Dios. Es la actitud del hombre que no entiende el amor, que no entiende a Dios, que no entiende que hay más alegría en el Cielo y que los ángeles se alegran más por un solo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve que no tienen necesidad de arrepentirse. El pequeño relato de Jonás pone de manifiesto el amor de Dios y la incomprensión del hombre. cita dela B. del peregrino.

Y por qué tiene Dios misericordia de los pecadores. Oigamos lo que responde a Jonás: Tú te apiadas por un arbusto que no te ha costado cultivar, que ha muerto de sed, que una noche brota y otra perece. ¿yo no voy a apiadarme de Nínive, la gran metrópoli, que habitan más de 120 mil hombres, que no distingue la derecha de la izquierda, y muchísimo ganado? (Jon 4, 10-11). Este es el clímax narrativo: esa misericordia de Dios por todos nosotros que no sabemos distinguir la derecha de la izquierda, que somos pecadores.

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En el fragmento evangélico que leemos hoy, en su primera parte vv. 14-15, se nos habla del inicio de la predicación de Jesús, el anuncio y cercanía del Reino. Una vez que Juan es encarcelado, sacado de la escena, Jesús comienza su trabajo. Jesús regresa a Galilea y comienza a proclamar (kerissein) el evangelio de Dios ante lo cual solo cabe, como actitud coherente, la conversión y la fe. (Hace algunos años escribí un ensayo sobre la conversión, podría ser un buen tema para los ejercicios de la Cuaresma ya próxima. Está disponible el www. Jesusmaestro.tk. ver infra).

Todo comienza, pues, con una buena noticia. Que en los orígenes fuese una buena noticia parece que no hay duda, pero …. Hoy, ¿seguirá siendo una buena noticia? ¿En qué medida dependerá de nosotros? Sartre, hablando de su vida vivida en un ambiente cristiano tradicional, reflexiona sobre aquella «herencia de verdades» que representan otras tantas certezas en una sociedad donde hay fracturas culturales, escribe: «Aquellas “verdades” pertenecían a todos, pero ninguno sentía necesidad de hacerlas propias: eran un patrimonio común». En una situación de este tipo, ¿se pude hablar todavía de buena noticia?  ¿Qué sería para nosotros, hoy, una buena noticia? ¿No será, aquí, donde cabe la urgente llamada a la conversión?

la 2ª parte del relato es la vocación de los primeros discípulos. Luego del anuncio del reino, Marcos pone la vocación de los discípulos como un ejemplo de conversión, de aceptación del mensaje; no se trata de principios abstractos. Oír el mensaje exige como respuesta la obediencia, la disponibilidad de los primeros discípulos. Ahí podemos ver las estructuras fundamentales de la respuesta a la invitación de Jesús. Brevemente diremos: Jesús toma la iniciativa; es invitación gratuita e inesperada. Resuena la llamada de Dios ante la cual no es posible vacilar: tienes que decidirte.

Esta llamada exige una separación: este tema se ira concretando a lo largo del evangelio. “No se trata de dejar las redes o un trabajo, se trata de algo más a fondo, de abandonar el camino de dominio y el poder, de desmantelar esa idea que nos hemos forjado nosotros mismos de Dios para defender nuestros privilegios” (B. Maggoni). Dios es humilde, ha querido tener necesidad de nosotros, depender de nosotros en cuanto que espera nuestra ayuda; ha confiado en nosotros.

Por ello el paso siguiente es el seguimiento; seguir a Jesús no es un simple andar con él o repetir sus palabras, sino irnos configurando con su persona, su estilo de vida, su entrega hasta la cruz. El seguimiento es un aprendizaje de la vida misma de Jesús; no es como el alumnado de los rabinos, es la vida misma la que se juega. El tema del seguimiento nos lleva al centro de la fe cristiana, dice Maggioni, así los pensaban, al menos las primitivas comunidades, y eso no invita a una comprobación.

Hay quienes creen en Dios y en una doctrina religiosa, pero muchas veces no se trata, en sustancia, del Dios revelado  por Jesucristo; puede, incluso, tratarse de un Dios mágico, construido para que resuelva nuestros conflictos y nuestra ansiedades y miedos. Los sistemas religiosos de Israel en tiempos de Jesús eran creyentes y adoraban a Dios, pero rechazaron el camino de Jesús; pensaron que Dios iba por caminos distintos.

Somos, pues, discípulos, hemos sido llamados por Jesús para vivir nuestra vida a partir de él: “aprendan de mí ….” 

Un minuto con el evangelio

Marko I. Rupnik

 Jesús vuelve del desierto, donde ha vencido las tentaciones. El desierto evoca la Antigua Alianza, es la incapacidad del pueblo de permanecer fiel al Señor. Cristo dice que ha llegado el momento adecuado, que en la historia ha llegado un punto de inflexión definitivo: se inaugura la era del señorío de Dios, el tiempo en el que la acción de Dios sobre la humanidad será una plena sinergia, una adhesión libre de lo divino y de lo humano. Ésta es la aparición de Jesucristo. Conversión quiere decir orientarse mediante la adhesión a su anuncio, dar una prioridad absoluta a la Palabra de Cristo. Ninguna palabra, ni siquiera en el enorme mercado de ideas y anuncios de nuestro tiempo, se puede comparar con la predicación de Cristo. Al adherirnos a él, su Palabra nos ilumina para que podamos vernos a nosotros mismo y nuestra historia personal, así como la historia de los pueblos del mundo, bajo una nueva luz. La conversión, en el fondo, quiere decir ver cada día más lejos, vernos más plenamente a nosotros mismos y ver la historia en relación con Cristo, nuestro Salvador.


LA CONVERSION, ALEGRE RETORNO A LA CASA DEL PADRE.

Introducción:

La presencia de Jesús y la instauración de su Reino están inmediatamente precedidas por una urgente llamada a la conversión.

En cumplimiento de la promesa se presentó Juan el Bautista en el desierto “proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Mc.l,lss). Mateo, por su parte presenta al Bautista en el desierto diciendo: “conviértanse por que el Reino de los cielos está cerca” (3,1-2).

De la misma manera inicia Jesús su ministerio según estos evangelistas. Leamos la versión de Mt.: 

Desde entonces comenzó Jesús a proclamar y a decir: conviértanse porque el Reino de los Cielos  está cerca. (Mt. 4,17).

 La proximidad del Reino exige esta actitud como condición esencial para recibirlo. La versión de Marcos comporta elementos todavía más importantes:

 Luego que entregaron a Juan, Jesús se fue a Galilea proclamando el evangelio de Dios y diciendo: “el tiempo se ha cumplido y está cerca del Reino de  Dios; conviértanse y crean en el Evangelio”. (Mc.l,14-15).

 Mc. afirma que Jesús comienza a proclamar el Evangelio, es decir, la Buena Nueva que tiene su origen en Dios y llega a nosotros, amorosa y transformante, diciendo: El plazo se ha vencido, la “plenitud de los tiempos ha llegado” y Dios nos ha enviado como hermano a su Hijo único para hacernos sus hijos adoptivos dándonos su Espíritu (cf. Gal.4, 4ss). Ante este hecho la invitación es doble: a convertirse y a creer:

 A convertirse, es decir, a efectuar una revisión profunda de vida, de nuestra escala de valores, de los motivos que nos impulsan a vivir, de los objetivos de vida, invitación a revalorización de la existencia y a una nueva orientación de la vida.

 A creer, es decir, a aceptar, a abrir nuestro corazón, nuestra libertad, nuestra interioridad a la iniciativa amorosa de Dios, a acoger en lo limitado de nuestra existencia la Palabra de amor, última y definitiva, que Dios ha pronunciado sobre nuestra historia, palabra irreversible de perdón y de misericordia. Ante el evento definitivo y último del Reino que llega, tal es la única actitud coherente.

 De tal manera que podemos decir, que el tema de la conversión y el arrepentimiento, dones también de Dios, constituyen el tema de este domingo al igual que el tema del discipulado. Dios llama a Jonás para que lleve el mensaje de la necesidad de conversión y arrepentimiento a los ninivitas; Jesús llama a los discípulos, como dirá después Marcos para que vivan con él y enviarlos después a predicar, a anunciar el Reino que llega, expulsar demonios y curar enfermos. Y también en nuestros días Jesús sigue llamando, sigue buscando hombres y mujeres que quieran consagrar su vida para llevar este mismo anuncio, siempre actual, a sus hermanos.

 En un segundo momento nuestro texto nos habla de la llamada de los primeros discípulos según Marcos. No son profetas rejegos como Jonás, sino hombres de respuesta inmediata e incondicional. La escena tiene un valor ejemplar más que histórico: «abandonar redes y padre» es una expresión polar, es decir, de extremos: sociedad y familia, para indicar el desprendimiento total de cuanto se tiene de más precioso por el Reino y su aventura misteriosa. A los hombres que buscan con corazón sincero, el anuncio debe resonar como una llamada urgente y decisiva. Es el sentido continuo de la así llamada «urgencia» de la predicación de Jesús y de su radicalidad. «Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio junto con esta generación y la condenarán porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás; y aquí hay uno que es más que Jonás» (Mt 11, 41).

 El texto desconcertante de san Pablo nos habla de esa «urgencia», es decir, de la necesidad de revalorizar todo ante el Reino. El Reino impone una verdadera inversión de todos los valores.

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