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Obertura. Los salmos constituyen un maravilloso bloque lírico de la poesía hebrea, donde los poetas de Israel vaciaron la múltiple, compleja y contradictoria experiencia humana, en forma genial y accesible. Los salmos son un “cancionero” con 150 piezas, que distan de nosotros unos 2500 años. Los creadores, desconocidos y lejanos, usaron el lenguaje de la poesía convencidos de que era el más apropiado para expresar y convertir en oración la vida y sus avatares. Poesía rica en símbolos elementales, muy apasionada y nada sentimental, construida con claridad.

Resulta interesante escuchar el llanto, el gemido, la desesperación, la angustia, igual que la alegría, el gozo y la plenitud, expresados por poetas anónimos y lejanos. Ahí está el alma humana al desnudo, y nos hablan del hombre y sus reacciones, de sus miedos y deseos más profundos, de su perplejidad ante el sufrimiento humano que a veces termina en muerte; del hiriente triunfo de los malvados, “que se jactan de sus riquezas si no pueden pagar a Dios un rescate. ¡Es tan caro el rescate de la vida”. ¿Qué tan diferentes somos nosotros del hombre de hace 2500 años? Tal vez somos diferentes, pero seguimos siendo iguales.

Poetas lejanos que escribieron para nosotros. Aunque no lo sabían, en el plan de Dios estaban viviendo y hablando para nosotros. Viviendo para darnos ejemplo, y pronunciando para prepararnos un lenguaje. Como si toda su vida e historia hubiera sido sacra representación: para ellos vida, dolor y gozo en carne viva; para nosotros representación, presencia, revelación. Como si el repertorio de oraciones lo escribieran para la posteridad, pero ensayándolo en vivo para que ni fuese ni sonase falso.

1.La muerte, el verdadero mal. El símbolo nos dice que el mal envuelve al mundo. Detrás de esas imágenes, la muerte, provista de todas las armas del enemigo, aparece temible: “Me cercaban los lazos de la muerte/ torrentes destructores me aterraban/ me envolvían los lazos del abismo,/ me alcanzaban los lazos de la muerte”. El anónimo poeta del Salmo 18, plasma el sentimiento de terror ante la amenaza; son el miedo y la incertidumbre ante el mal que acecha y que puede matar en cualquier momento. La amenaza se ha hecho realidad para mucha gente en Juárez de forma violenta, y el sufrimiento de quienes han perdido a sus seres queridos, engullidos por el remolino, se hace fría realidad. 6 en Creel. Y se pide al Señor: “Que el hombre hecho de tierra no vuelva a sembrar el terror” (sal.9,18). “Mira que es desdecirte dejar tanta hermosura en tanta guerra”, nos dice el anónimo poeta. “Que no te obligue el hombre a arrepentirte de haberle dado las llaves de la tierra”.

Las armas del mal son las clásicas: arco, flecha, espada; pero también está la astucia homicida: fosas, redes, trampas, emboscadas; el mal acecha, espía desde la oscuridad: “Sus ojos espían al pobre,/ acechan en su escondrijo, como león en su guarida,/ acecha al desgraciado para secuestrarlo,/ secuestra al desgraciado, lo arrastra a su red” (Sal.10). Y uno puede imaginarse al asesino, calculador, frío, sereno, que se escurre al interior, ubica la víctima y la destruye. La experiencia humana fundamental es reeditada en toda nueva situación de violencia. El crimen premeditado, la sangre fría, el odio violento y sin razón. Las armas son más mortíferas; pero eso no importa. La imagen del salmo revela la decisión mortal, la sangre fría, la premeditación, la acechanza y el golpe mortal. Poco importa que sean el arco y la flecha o armas de alto poder; el efecto es el mismo, y el sentimiento idéntico. “Se conjuran todos contra mí y traman quitarme la vida”, es la queja del inocente de todos los tiempos, (Sal.31). “Me tienden lazos que atentan contra mí/, los que desean mi daño me amenazan de muerte/ todo el día murmuran traiciones”, así traduce el salmista la incertidumbre del amenazado. (37). La amenaza tiene la forma de secuestro, extorsión o atentado directo, sorpresivo, a traición; la irrupción mortal al propio domicilio. La impotencia es total y el terror lo invade todo. “Mirad, concibió el crimen, está preñado de maldad/, y da a luz el engaño”. Así describe el salmista la actitud sicológica abreviada: el pensamiento crece como un embarazo y llega a la acción, da a luz el engaño, la maldad, el crimen. Es el sentimiento que expresan, en lenguaje directo, los familiares desconsolados y desconcertados de las víctimas cuya vida es truncada en flor cada día, cada semana, el llanto de los niños expuestos.

El objetivo del odio violento puede ser el pueblo en su conjunto: “Todos se extravían igualmente obstinados/, no hay ninguno que obre bien, ni uno solo/. Pero ¿no aprenderán los malhechores/ que devoran a mi pueblo como pan?”. Cuando las fuerzas del mal se activan, son como la peste, “que vaga en las tinieblas”, no se detienen hasta acabar con todo. El poeta describe un sentimiento que conocemos. La perplejidad que expresa este salmo es la que oímos todos los días, a todas horas, en cada conversación; es la nuestra en medio de la sinrazón y la crueldad de las muertes: “¿No aprenderán los malhechores?”.

Súplica de auxilio. De esta experiencia radical de impotencia, horror y perplejidad brota la súplica: “En la angustia te busco, Señor mío/, de noche extiendo las manos sin descanso/, y mi alma rehúsa el consuelo”. (76). ¡Esas noches de insomnio y los demonios danzando en torna al lecho! Las manos extendidas, las noches en vela, rumiando el absurdo, el dolor, los eternos “porqués. “Las lágrimas son mi pan noche y día” (Sal 42,3). Y el día que no llega. Es la realidad de los que sufren el embate del mal. Es el dolor absurdo de los secuestrados y sus familias, de los muertos que bajan a la fosa común, olvidados. La oración deja de ser control mental o yoga, y brota, impetuosa, de la fuente misma del dolor; se torna un interrogante que atormenta: “¿Por qué me has abandonado?” (Sal 22,2). El poeta orante no le grita al vacío; existe un Interlocutor que, a veces, parece callar, y esto aumenta el desconcierto.

“Arráncame del cieno, que no me hunda; líbrame / de los que me aborrecen y de las aguas sin fondo/ : que no me arrastre la corriente, / que no me trague el torbellino,/ que no se cierre la poza sobre mí.”, la violencia homicida que busca la muerte de su víctima es presentada con la imagen de un río en crecida o una zona pantanosa donde uno puede hundirse, arenas movedizas sobre las que caminamos, reclama la sensación de quien ya no hace pie y es arrastrado por las aguas, por el torbellino. Puede añadirse la mala voluntad: “Padece un mal sin remedio/, se acostó para no levantarse”

Y el final es la muerte; la tumba que se cierra sobre uno. Es la cancelación de todo eso que llamamos vida nuestra. La experiencia diaria, la que vivimos en el afán de cada día, es la materia prima de la oración. El poeta, genial, lo expresa así: “Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia/, no se te ocultan mis gemidos;/ siento palpitar mi corazón,/ me abandonan mis fuerzas,/ y me falta hasta la luz de mis ojos”. (37). Es el agotamiento que causa la pena prolongada. Y se traduce en intensos dolores musculares, contracturas, que van de la base del cráneo a la espalda, insomnios y fantasmas que danzan en la oscuridad. Cuántos pueden hacer hoy mismo propia la súplica que nos ofrece el anónimo y lejano poeta.

Los salmos son la vida en vivo traducida en poesía y oración, “desde que me tejías en el seno materno/ ya me apoyaba en ti”, (Sal 139,13), hasta que “vuelva al seno de la tierra” (Job).

2.El odio y la envidia. La muerte queda así personificada, la fuente es el odio, y su retrato es el de la envidia destructora y la avaricia. La envidia y la avaricia son denunciadas y su nombre común es la muerte. Si hemos de creer a estos poetas, así se explican muchas realidades de nuestro mundo. La mala actitud y el mal gobierno, la pugna tenaz y el odio que la alimenta. Lo que activa los mecanismos de la muerte, es una deformación radical en el corazón del hombre: la avaricia, la envidia, el odio, los celos, la intriga, la sed de poder, todo esto desata las aguas torrenciales que arrastran y engullen. Nuestro ambiente se parece a una zona de pantanos que pueden tragárselo a uno. A muchos se los ha tragado.

Entonces la invitación de poeta orante es: “Temblad y no pequéis, reflexionad/ en vuestro lecho” (4,5). “Ahora, gobernantes, sed sensatos/, escarmentad los que regís la tierra” (2,10). Estimado lector, ¿hay algo nuevo bajo el sol? A la postre “¿Qué es el hombre?” (sal.8).(continuará).

NB.- Hipótesis: “Las hordas del sur”, (Trump), ‘a.- espontáneas, b.- inducidas’; a.- por la situación de inseguridad y miseria; b.- por la misma Casa Blanca, la popularidad de Trump sube, el miedo a los ‘hordas’ juega a su favor en el contexto electoral. Por Maduro; no, anda muy atareado en otras cosas. ¿Caravana? Por miedo a orto S. Fernando. Pero México está en medio.