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Domingo XXII de Tiempo Ordinario B
Dt 4,1-2.6-8; Sal 14; Sant 1,17-18.21-22.27; Mc 7,1-8.14-15.21-23

 

Oración opcional. Oh Dios, Padre nuestro, fuente única de todo don perfecto, suscita en nosotros el amor por ti y reaviva nuestra fe, a fin de que se desarrolle en nosotros la semilla del bien y con tu ayuda madure hasta su plenitud. Por NSJ…

Síntesis
Dt 4,1-2.6-8 – La fe y las obras – Israel ha vivido una historia extraordinaria: los acontecimientos del Éxodo y el código de la alianza lo han marcado de modo indeleble. Pero no se puede vivir sólo de recuerdos. La lectura de hoy advierte que el pueblo no vivirá verdaderamente la alianza y el éxodo sino es mediante un compromiso concreto, en la fidelidad al tiempo presente. La alianza no es para ser comentada, sino vivida. Así para la iglesia, el evangelio y la resurrección deben ser vividos. Todos los días son pascua. Solo así Dios estará cercano a su pueblo.

Sal 14 – Al entrar en el templo para una ceremonia litúrgica, el israelita consulta al sacerdote si puede entrar. El sacerdote responde con una lista de mandamientos que el hombre debe cumplir para tener acceso a la presencia de Dios. Este salmo está detrás de las Bienaventuranzas. ¿Quién puede hospedarse en tu tienda, o quién es justo a tus ojos Señor?, son del mismo tenor: bienaventurados los limpios de corazón, bienaventurados los mansos. (ver Sal. 23).

Se puede recordar el sentido comunitario, eclesial, del sacramento de la confesión, como reconciliación con la comunidad de la iglesia, antes de participar en el acto central del culto: la eucaristía. Antes de acceder al sacramento de la eucaristía reconocemos nuestros pecados delante de Dios y pedimos perdón. Sólo entonces podemos «entrar al recinto sacro» (Sal. 23). La moral tiene un carácter marcadamente religioso y cultico.

Sant. 1,17-18.21-22.27 – De la palabra a la acción – Este texto podría servir de introducción a toda lectura de la palabra de Dios. La palabra es acogida a la manera como la tierra acoge la cimiente que la fecundará. Es necesario llevarla consigo, escuchar su eco durante las horas del día; la palabra nos enseñará a dar al Padre el culto verdadero, el culto que se celebra en todas partes, en la casa, en la calle, en el hospital, en los encuentros, en el trabajo, en el descanso: el culto de la caridad, que nace de la obediencia a su palabra.

Mc 7,1-8.14-15.21-23 – Contra el formalismo – Aún hoy el formalismo está a la base de tantos juicios y elecciones en el hecho religioso. Pareciera verdad que el hábito hace al monje: el hombre religioso sería una persona cuya vida estaría llena de ritos, de obligaciones, de prácticas y de prohibiciones exteriores. Así lo pensaban los fariseos. Los profetas no fueron indiferentes ante tal esclerosis de la vida religiosa. Y Jesús se preocupa de explicar que la corrupción no viene de fuera, sino del corazón del hombre. Lo que hace impuro al hombre no es ni la comida ni la moda ni el ambiente; la impureza es sinónimo de maldad y toda ella viene de lo más profundo del hombre, de su corazón.
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Volvemos al Evangelio de Marcos. El tema de este domingo son los Mandamientos de Dios que hacen sabio y prudente al humilde, que son la sabiduría del pueblo, que son el camino que Dios traza para que vivamos, y vivamos de la mejor manera posible. “Cumple los mandamientos del Señor. Guárdalos y cúmplelos porque ellos son la sabiduría y la prudencia de ustedes a los ojos de los pueblos”, dice Moisés a los Israelitas. Esta sola frase constituye un inmenso filón para la reflexión personal y comunitaria.

«Observareis los mandamientos del Señor tu Dios y los pondrás en práctica» (Dt. 4,5-6); «Sean de aquellos que ponen en práctica la palabra y no se limitan a escucharla» (Sant. 1,22); «Olvidando el mandamiento de Dios, se aferran a las tradiciones de los hombres» (Mc. 7,8). Estas tres frases son casi la síntesis ideal que la liturgia de la palabra nos propone hoy.

¿Quién será grato a tus ojos, Señor?, se pregunta el salmista; y a renglón seguido nos da la lista de actitudes que hacen al hombre grato a la los ojos de Dios. Tras la pregunta retórica se puede citar el salmo como lo que es, una respuesta. Guardar esas normas es prudencia, es sabiduría.

Igual, Santiago nos dice cuál es la religión pura e intachable a los ojos de Dios; y luego nos presenta la caridad cómo la virtud que hace limpia y justifica toda religión. Las obras de caridad, sobre todo dirigidas a los más débiles.

En el fragmento evangélico que leemos hoy, tomado de Mc 7, vemos cómo las religiones pueden constituir un serio peligro para los Mandamientos al presentar como queridas por Dios las que no son más que tradiciones humanas. El cap. 7 de Marcos, todo él, es un enfrentamiento de Jesús con la “tradición”. Por encima del mandamiento divino se han puesto las tradiciones humanas. Los judíos acabaron adorando la ley.

En toda religión se infiltran actitudes y acciones que contienen restos de un pensamiento prereligioso, de tabúes, ritos orientados hacia la magia y lo numinoso. Tal es la famosa ley de pureza que privaba en tiempos de Jesús. Según esta mentalidad, el hombre queda purificado por ritos insustanciales, mágicos, a la manera de lo que serían entre nosotros las “limpias” y demás ritos de magia o brujería que perviven en expresiones sincretistas donde se hace una mezcla de lo cristiano y los ritos precristianos. (Es importante anotar a este punto que nuestros sacramentos también son ritos; pero lo que nunca debemos olvidar es que nuestros sacramentos son los “sacramentos de la fe”). No son ritos mágicos. Semejantes legislaciones sobrepuestas al mandamiento divino se convierten en medios de opresión y obscurecen la imagen de Dios y lo que él quiere verdaderamente para nosotros: la libertad y la plenitud. Se hace pasar por voluntad de Dios lo que no son sino simples tradiciones humanas y ritualismos.

Para la lectura y la meditación, la liturgia ha reacomodado Mc 7 para hacerlo más inteligible al lector moderno. Las acciones que practicaban los judíos eran propiamente medidas higiénicas, abluciones religiosas simbólicas que poco a poco fueron tomando valor religioso y, de ahí, el camino de un ritualismo mágico que se hacía pasar como una voluntad de Dios. En el fragmento que leemos hoy, hay dos puntos que nos permiten actualizar perfectamente el texto. Uno es la aplicación de la profecía de Isaías acerca de la expresión religiosa y de quienes la promovían en tiempos de Jesús: “este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí”. «Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres». Y esto sí es endemoniadamente actual. Es la tentación de todas las religiones. Hay quienes las han llevado al extremo, como los mormones, o como los Testigos de Jehová que han dejado morir a personas por prohibir la transfusión, apelando a no sé que tradiciones, tomadas no sé de donde. Los mormones no permiten a sus fieles tomar coca cola ni fumar, no por razones de salud sino por cuestiones religiosas, éstos, como los judíos, no pueden saborear unas ricas carnitas porque “la Biblia lo prohíbe”.

El segundo es muy importante, Jesús declara puros todos los alimentos. No es lo que entra en el hombre lo que lo hace impuro. Lo que hace impuro al hombre, y hace impuro al mundo es lo que sale del hombre. El mal que existe en el hombre brota del interior del hombre. El diablo, el demonio, o como queramos llamarlo, no es sicario ni extorsionador ni narcotraficante, ni violador, por el contrario, los que hacen todo eso y cosas más feas como la lista impresionante que leemos en el evangelio de hoy, somos nosotros, es el hombre alejado de Dios y abandonado a su propio poder de destrucción y autodestrucción. Del corazón endurecido y alejado de Dios es de donde brotan las peores cosas que vemos y leemos todos los días. El mal pues, es el que brota del interior del hombre: robos, fraudes, adulterios, fornicaciones, injusticias, etc. Entonces una buena catequesis sobre los Mandamientos de Dios es necesaria. Les recomiendo mucho un pequeño librito de Anselm Grün que se llama así precisamente, Los Diez Mandamientos.

Los Mandamientos de Dios no proceden de la voluntad arbitraria de un dios que ostenta su poder, que oprime, que esclaviza, que atemoriza; no brotan de la prepotencia o el afán de dominio. Más bien, en los Mandamientos, Dios nos dirige su Palabra que nos conduce hacia la libertad. A veces no somos concientes de que nuestra vida es una vida de esclavos, esclavizados a nosotros mismos, a nuestras vanidades y caprichos, y esclavizados por las presiones sociales, que van de lo económico a lo político, a lo laboral, a lo cultural. Esclavizados por nuestro reloj, por la eficacia y la eficiencia, esclavizados por el rendimiento y por la puntualidad.

En mi artículo titulado “Los Diez Mandamientos” publicado en El Diario el 26 de Julio 2009, afirmaba lo siguiente:

“Cayó en mis manos un librito de Anselm Grün, monje benedictino alemán, quizá uno de los autores cristianos más leídos en nuestros días, titulado “Los diez mandamientos”. Un librito de fácil lectura, escrito en un lenguaje sencillo, escrito con afán de diálogo cultural. En él nos invita a hacer una relectura de los Diez Mandamientos desde nuestra circunstancia. Nuestro mundo se torna cada día más complicado e incomprensible, dice el autor. En efecto, no hay reunión, familiar o de amigos, de albañiles o de empresarios, – y más éstos porque tienen más que perder -, de creyentes o no, en que no aflore el tema de la complejidad e incomprensibilidad de lo que estamos viviendo. Todo mundo nos habla de la situación difícil y compleja; el tema llena las páginas de la prensa, pero nadie nos hemos hecho la pregunta, a fondo y seriamente, ¿por qué hemos llegado a este punto? ¿Dónde perdimos el camino? En Diálogos en la Catedral, Vargas Llosa hace decir a uno de sus personajes: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Igual de perplejos estamos los mexicanos, los juarenses; y también los michoacanos. Ya viejo Vasconcelos, le preguntaron unos periodistas españoles, que le hacían una amplia entrevista, el por qué las juventudes americanas andaban desorientadas doctrinalmente, respondió el viejo Vasconselos: “¿Andan desorientados?; ¿desde cuando se les perdió el Evangelio?”. Por ahí va mi tesis. En un determinado momento de nuestra historia perdimos contacto con las vigorosas tradiciones que habíamos heredado, perdimos nuestro capital humano, y fuimos barridos por un modernismo desvinculante que rompió con todos los muros de contención de la conducta humana, destrozando el primero y más importante, la familia. ¿No sería ese el momento en se “jodió” todo?

Necesitamos movernos, pues, en otra dirección. La solución, lo sabemos, ya no es meramente policial o política. Desde la fe estamos llamados a realizar el amor en la verdad. “Lo que pasa cuando no se cumplen los mandamientos se ve y se oye a diario en los medios de comunicación, dice Grün. Cuando las personas ya no saben lo que está bien y es correcto, cuando no se cumplen las reglas y normas preestablecidas, el mundo se deshumaniza. Entonces, un mundo sin reglas da miedo. Uno ya no se puede fiar de nada. Al negociar entre empresas, ya no se puede garantizar la honestidad. El impedimento para matar se hace cada vez más débil. Uno siente que la sociedad se convierte en una amenaza. Ya no se puede estar seguro de nada. Incluso en la propia casa no se encuentra refugio. Cuando el asesinato y el robo se convierten en delitos menores, la vida se impregna de miedo. Cuando el matrimonio no es sagrado, dejan de nacer familias donde los hijos encuentren un hogar. Y la célula nuclear de la sociedad empieza a desvanecerse. Y con eso la sociedad pierde su fundamento constituyente”. Tal pereciera que este monje benedictino de la abadía de Münsterschwarzsach viviese en Juárez y conociese muy bien nuestra situación; pero no es eso, es que donde quiera que los mandamientos de Dios son olvidados, sucede exactamente lo mismo”.

En síntesis, según nos regañaba mi abuela materna, lo que nos falta hoy como cultura y sociedad es “el temor de Dios”; hemos perdido el sentido de su presencia, olvidado sus mandamientos que son el cauce por donde debe caminar toda vida que busca la plenitud.

Este domingo, pues, nos presenta el tema de los Mandamientos, lo que son en realidad y la deformación a que pueden ser sometidos por la religión. Brota de aquí, igualmente, la urgente necesidad de una catequesis, una catequesis en general pero también una catequesis sobre temas específicos. ¿Cómo leer hoy los mandamientos de Dios? ¿Son todavía válidos? ¿La iglesia está por encima de los mandamientos de Dios? ¿Necesitan, los Mandamientos, una extensión interpretativa? En fin, muchas preguntas a propósito de los Mandamientos surgen, implícita o explícitamente, en el hombre contemporáneo. ¿Estamos, nosotros, “los principales agentes de la evangelización”, en condición de dar alguna respuesta, alguna orientación?

UN MINUTO CON EL EVANGELIO.
Marco I Rupnik.

Cristo proclama puras todas las cosas de la creación. La creación es buena, o mejor, muy buena. Todo lo que existe fue creado por medio del Verbo, es decir, por medio de él, Jesucristo, Hijo del padre. Por eso, la creación lleva inscrita en sí misma su sentido. La creación se convierte en motivo para dar gloria a Dios creador, y encuentra su sentido cuando se hace don, de manera que nosotros los hombres tengamos algo que entregarnos. La creación quiere convertirse en parte del amor entre los hombres y con Dios. Pero para esto, hay que custodiar el mundo de modo que no sea poseído por nuestra pasión. El corazón humano encuentra su paz en la adhesión al Señor. Si se adhiere al Señor, es libre de las pasiones y todas las cosas le hablan de Dios. Lo que arruina la vida del hombre y de la creación es la pasión posesiva y el egoísmo de la autoafirmación.

 

Meditando con S. Agustín.
Hermanos interroguen su corazón, analicen su interior, vean cuánto amor se encuentra en ustedes, y acreciéntenlo… Se dice de los objetos de gran valor que son preciosos, y que algunos son más preciosos que otros… Pero ¿qué cosa más preciosa que el amor? Según ustedes, ¿cuál es su precio, y cómo lo establecen? El dinero y los bienes que poseen constituyen el valor de su patrimonio. El amor que tienen dentro de ustedes constituye el valor de su propia persona. (Sermón 34,7)