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Días difíciles, marcados por un clima de fuego.  No resulta fácil elegir, pensar y desarrollar un tema preciso. Víctimas también de la enajenación global que, periódicamente, pone en movimiento la trasnacional llamada FIFA. Así, ni de los gasolinazos nos damos cuenta. Goles por todos lados.

No obstante, incípiam, como diría Virgilio al comienzo del II libro de  su Eneida: comenzaré. Lejos de mi ponerme a vender recetas de felicidad. Las encuentra uno por todos lados. He aludido, ya, a un libro que tiene lo suyo pues el autor es un profesional de la psicología, profesor emérito de universidades, dueño de doctorados y de un largo historial de práctica clínica.  Autor de muchos libros al respecto. Se trata de José Benigno Freire que el año pasado sacó su último libro titulado “La Felicidad Inadvertida” en el que sostiene la tesis, según la cual, la intensa y ardorosa búsqueda de la felicidad absoluta nos impide disfrutar apaciblemente de los buenos momentos que podemos encontrar en la jornada habitual, de los remansos y recesos que la vida nos concede, de la felicidad que podemos encontrar en nuestro hogar acompañado de un buen libro – como éste – , y, sobre todo, aceptar la limitación de lo real. La vida es así. No le podemos exigir aquello que ella no es ni puede darnos. El que le exige demasiado a la vida termina suicidándose, decía Vasconcelos.

Freire parte para su tesis de una frase tomada  del Dr. V. Frankl, hombre admirable y fascinante. (Muy manoseado en nuestros días). Dice Freire que en cierta ocasión, con el cansancio a cuestas y a punto de recoger la mesa del despacho, la vista tropezó con una línea, posiblemente leída más de veinte veces, que en ese instante daba la impresión de saltar del texto para zarandearme interiormente: «a pesar de todo, ahí pasé alguna de las horas más idílicas de mi vida». La frase es del famoso libro de Frankl, libro para meditar y leer siempre: “El hombre en busca de sentido”.  En este libro Frankl revive la experiencia infernal de los campos de concentración nazis; y lo más admirable de su obra es que, al describir su experiencia, no vierte ni una gota de resentimiento, de odio, de hiel. Por eso su libro es grande. Freire se dedicó a rastrear esta frase tanto en el texto original alemán como en todas las traducciones. Resulta increíble que en ese infierno haya podido vivirse una de las horas más idílicas de la vida. ¿No se estaría traicionando, a toro pasado, el mismo Frankl? ¿No estaría idealizando el infierno? ¿No estaría cediendo a la tentación del autoelogio, de la autocomplacencia? ¿Cómo se puede ser feliz en el infierno creado por el hombre? Me viene a la mente la anécdota de un soldado norteamericano sobreviviente de los campos de concentración japoneses. Ya en su patria, acompañó a su niña a la primera comunión. Su hijita le explicaba: papá, si no hacemos la primera comunión nos vamos a ir al infierno. Y el papá le contestó: hijita, yo ya estuve en el infierno. ¿Puede encontrar, ahí, el alma un momento de plenitud, de felicidad, de sentido? Y si esto es posible, ¿por qué nosotros que no estamos, para nada, en tal circunstancia, experimentamos una incapacidad casi radical para ser felices, para sentirnos a gusto, para convivir con los nuestros, para disfrutar de los momentos bellos, aunque fugaces,  que la vida nos ofrece? Esto es resultado de la enfermedad del alma; de la desarmonía del hombre consigo mismo, con la creación y de su relación trastornada con Dios. El mismo Frankl decía que sólo en una sociedad que ha perdido el sentido pueden prender con tanta facilidad todas las formas de degradación que conocemos.  ¿Cómo se explica toda la problemática con dimensiones globales, de la droga y todo lo que con ella se relaciona? ¿Por qué nuestra vida está marcada tantas veces por el resentimiento, la depresión, la amargura, la insatisfacción profunda e inexplicable? ¿Por qué nuestro sistema de navegación,  nuestro sistema relacional, está averiado? ¿Por qué hacemos una tormenta en un vaso de agua y nos ahogamos en ella? También existen los momentos serios y difíciles en la vida. Hoy mismo, en número de desplazados debido a las guerras es mayor que durante la II guerra. Hambre, persecución, enfermedad y muerte, tal es el panorama, mientras el balón rueda. Los campos de refugiados son los nuevos campos de concentración.

No solamente Frankl, fueron muchos más los hombres y mujeres que encontraron en los campos de concentración, uno de los inventos más terribles de la locura humana, momentos de plenitud. Incluso, muchos de ellos se encontraron, ahí, consigo mismos y encontraron a Dios, el Supremo dador de sentido y enfrentaron su situación y la muerte misma en paz, serenos, en un contexto inexplicable de intensa oración personal que incluso, impresionaba a los verdugos.  Edith Stein, Dietrich Bonhoeffer, Etty Hillesum, o el Padre Kolbe que intercambio su vida por la de otro prisionero,  entre miles más. Fueron hombres y mujeres felices, ahí.  Esa fue su circunstancia y la asumieron y apuraron el cáliz hasta la última gota. Frankl y otros que regresaron, tuvieron la oportunidad de escribir  su experiencia; de los demás solo tenemos fragmentos de sus diarios o el testimonio de sus compañeros.  Una de estas personalidades maravillosas, de estos fenómenos dignos de estudio, es Etty Hillesum.  Contemplar a estos hombres  y mujeres, cuya vida se desarrolla en el peor escenario posible, encontrar ahí momentos de plena felicidad y alegría es gran enseñanza para una sociedad herida y entristecida, como la nuestra, que corre tras el confort y el dinero fácil, manipulada, tras espejismos e ilusiones.

Benedicto XVI, en la última  audiencia, dijo: “Pienso también en la figura de Etty Hillesum, (1914-943), una joven holandesa de origen judío que morirá en Auschwitz. Inicialmente lejos de Dios, le descubre mirando profundamente dentro de ella misma y escribe: «Un pozo muy profundo hay dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces me sucede alcanzarle, más a menudo piedra y arena le cubren: entonces Dios está sepultado. Es necesario que lo vuelva a desenterrar». En su vida dispersa e inquieta, encuentra a Dios precisamente en medio de la gran tragedia del siglo XX, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se convierte en una mujer llena de amor y de paz interior, capaz de afirmar: «Vivo constantemente en intimidad con Dios».” (13.02.2013). Esta breve alusión de BXVI nos pone en perspectiva.

Prisionera. Cuando arreciaban las deportaciones, Etty llegó a la conclusión de que la prisión era inevitable y se negó a aceptar los escondites que se le ofrecieron. Se entregó a las SS el 6 de junio de 1943, junto a sus padres y hermanos. La última parte de su diario fue escrita después del primer mes en prisión en el campo de Westerbork. Algunas de las últimas frases dicen: “Quisiera vivir muchos años, para poder explicarlo posteriormente. Más si no se me concede este deseo, otro lo hará, otro continuará viviendo mi vida, desde donde terminó”. Entró, pues, en el callejón de la más infame muerte ideada por el hombre; antes de la muerte física, hay que destruir al hombre, quitarle todo rastro de su dignidad. Humillar, aniquilar, así la vida humana ya no tiene valor. ¿Cómo conservar esa dignidad y ese valor en tales circunstancias?  “Un ser humano es una cosa bien singular. La miseria que reina aquí es verdaderamente indescriptible. En las grandes barracas se vive como topos en una cloaca”. ¿Cómo es posible que desde ese lugar, Etty, haya podido escribir: «A pesar de todo, la vida está llena de belleza y de sentido»? No solo Frankl, también Etty, y otros muchos, encontrar belleza y sentido en ese infierno. La alternativa era la autodestrucción o el dejarse destruir.

Ante la barbarie que crece día a día, Etty crea su “castillo interior”, se refugia en la oración: “Las amenazas y el terror crecen día a día. Me cobijo en torno a la oración como un muro oscuro que ofrece reparo, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. Este retirarme en la celda cerrada de la oración, se vuelve para mí una realidad siempre más grande, y también un hecho siempre más objetivo. La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme. Si llegase a sobrevivir esta etapa, surgiré como un ser más sabio y profundo. Más si sucumbo, moriré como un ser más sabio y profundo”. Hablando de sí mismo, se definía como «la chica que no sabía  arrodillarse». Ahora deseaba pasar toda la vida, así, de rodillas. Así, ella va a morir íntegra, dueña de su dignidad; va a morir un ser humano no un ser psicológica u moralmente deshecho. Acabaron con su cuerpo y su vida física, con ella, no. Etty sigue viva.

La comunicación terminó con una tarjeta postal con fecha del 7 de septiembre de 1943, arrojada desde un camión de ganado, que describe la repentina inclusión de ella y su familia en un transporte hacia Auschwitz, que salió con 987 reclusos, incluidos 170 niños. La postal se despide con estas palabras: «Me esperaréis, ¿verdad?».

Buscadora de Dios. La evolución espiritual y religiosa del Etty ocupa el primer plano en su diario. Se inicia con una Etty que es una mujer laica y que no practica ninguna religión. En esta etapa de su vida, el nombre de Dios aparece en el diario más como una expresión literaria o como un factor sociológico que con un sentido de fe religiosa.

Poco a poco la espiritualidad de Etty va presentando una serie de tonalidades, colores y acentos propios. Pero a la vez, están muy cercanos a nuestra realidad actual. En primer lugar, Etty se mostrará cada vez más sensible a la presencia de Dios. Es una presencia en todas las cosas y en todos los seres. Una presencia que unifica totalmente su ser. Una presencia que le hace sospechar que Dios tiene que ver con la búsqueda de la liberación interior y con la sensación que tantas veces ha sentido de que la vida merece la pena a pesar de todo. El valor teológico de Etty, como el de Bonhoeffer o Stein, es que descubren a un Dios que está ahí y sufre junto a ellos en esa cloaca, ven a Dios encerrado con ellos en el campo, un Dios que está, sobretodo, en los otros que sufren, tal vez sin esperanza. Y más, aún, Etty aventura la idea de que «Dios necesita nuestra ayuda».

Un rasgo que destaca en su camino espiritual es que va descubriendo a Dios en su interior.  Se va sintiendo habitada por Dios. Escribe: “Dentro de mí hay un pozo muy profundo. Y ahí dentro está Dios. A veces me es accesible. Pero a menudo hay piedras y escombros taponando ese pozo y entonces Dios está enterrado. Hay que desenterrarlo de nuevo. Me imagino que hay gente que reza con los ojos dirigidos hacia arriba. Ellos buscan a Dios fuera de sí mismos. También hay otras personas que agachan la cabeza profundamente y que la esconden entre sus manos; creo que esa gente busca a Dios dentro de sí misma” (26.08. 1941). La verdadera prisión es un corazón cerrado a la esperanza. Tal vez, el campo de concentración nuestro sea nuestra cultura que nos aleja del amor y la esperanza, de nosotros mismos y de Dios. Quedamos, entonces, encerrados en soledad de nuestra desesperación.

En esos tiempos de terror, como ella los califica, “ayudar a Dios es encontrarle un resguardo dentro de sí, ofrecerle hospitalidad, buscarle un cobijo en las personas sufrientes que encuentra, salvar un pedacito de Dios en los seres humanos…Salvar la existencia de Dios en la desventura. Ser huésped y amiga”; pero también: “Ayudar a Dios es ayudar al amor que no tiene más fuerza que su misma oferta”. : “Amo tanto al prójimo, porque amo en cada persona un poco de ti, Dios. Te busco por todas partes en los seres humanos, y a menudo encuentro un trozo de ti. Intento desenterrarte de los corazones de los demás”. Hoy, bien podemos ayudar a Dios en los niños migrantes. En todos los que ya no tienen ni esperanza ni ilusiones para vivir.

En este sentido, es estremecedora esta oración: “Corren malos tiempos, Dios mío. Esta noche me ocurrió algo por primera vez: estaba desvelada, con los ojos ardientes en la oscuridad, y veía imágenes del sufrimiento humano. Dios, te prometo una cosa: no haré que mis preocupaciones por el futuro pesen como un lastre en el día de hoy, aunque para eso se necesite cierta práctica… Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida…Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior…Mantendré en un futuro próximo muchísimas más conversaciones contigo y de esta manera impediré que huyas de mí. Tú también vivirás pobres tiempos en mí, Señor, en los que no estarás alimentado por mi confianza. Pero, créeme, seguiré trabajando por ti y te seré fiel y no te echaré de mi interior“. (12.07.1942).

En el momento de una dolorosa mediocridad moral, cuando robar o matar son delitos menores, cuando nuestro ideal es un poco de confort, es necesario ver estas figuras. Nos reconcilian con la raza humana. Esa bondad desnuda e inocente, pero recia, debe despertar el optimismo y la esperanza. Personifican espléndidos ejemplos a seguir  para construir una arquitectura social que haga posible la paz, la belleza, el amor. No pretendo, dice Freire, al final de su libro, que se convierta lo heroico en normal, sino lo normal en heroico. En otras palabras, vivir con honda dignidad humana nuestra vida de todos los días.  Y, ayudar a Dios!